Durante el año 2022 viví en localidades que no contaban con salas ni con espacios de programación de cine. Tales locaciones coinciden, a su vez, en ser lugares sin mar: Limache, Villa Alemana, Lolol y Temuco. La variable agua y sala tradujeron un esquema verbal que me hizo pensar en diversas formulaciones: Agua salada. Agua salá. Ciudades sin aguasalás. Y así.

Lo que se evidenciaba como carencia, rápidamente mutó como abertura. No era que no hubiera cine ni posibilidades de visionado, solo no estaban los lugares para convocar ni les equipes para insistir. Entonces localidades sin salas. Entonces un todo por hacerse.

La posibilidad de correr un cerco.

Antes de resentir de esta carencia en Temuco, ya me encontraba en conversaciones con José Isla y Miguel Álvarez (La Lluviosa) sobre la idea de programar obras de Raúl Ruíz, no tanto para actualizar la editorial académica que hoy reverbera en torno a él, como sí para colectivizar un dispositivo de estudio en el que otrxs pudieran participar en la recepción de sus obras. Particularmente, José quería indagar en Ruíz y no quería hacerlo como la mayoría de nosotrxs lo habíamos hecho: solxs. A la vista de las propias inquietudes, nuestras conversaciones se fueron poblando de diferentes hitos y (in)tensiones. Recuerdo la cercanía que sentí al momento de escuchar a Miguel sobre programar La Expropiación (1972). Su emplazamiento era conciso, lo mismo que insurgente. No solo teníamos la posibilidad de colectivizar esa versión abstracta y canalla de Youtube, también teníamos un pretexto para hablar de eso que ocurrió hace 50 años.

Cuando esto ocurrió yo llevaba pocos meses en la ciudad, asimilando con más fuerza el hecho de que Temuco se encontraba lejano y en otro país que no es –ni será– Chile. Sin embargo las distancias con el norte. Sin embargo la nulidad de las mismas. Por un momento esa urdimbre que teníamos con José y Miguel en torno a Ruíz, resonaron en las conversaciones que tengo –y sostengo– con Urs Fairlie y Lu Zurita sobre las participaciones de Nemesio Antúnez en el cine, como es el reparto en La Expropiación donde él figura como dueño del fundo. Para mi suerte, no solo tenía un norte y un sur coincidiendo en una película, también la posibilidad de mediar levantamientos, y con eso, la oportunidad de traducir visionados en actos de provocación. En otras palabras: la posibilidad de un todo.

Fue así que decidimos tomar la ciudad por asalto durante cuatro visionados. Esa ciudad, en específico, queda dentro de Temuco y es una cantina llamada Acapulko. Con el pretexto de visionar desde un televisor donde usualmente se programa Gilda o Classic Project, de forma excepcional tuvieron cabida los títulos Las Soledades (1992), La Expropiación (1972), Cofralandes, capítulo 1 (2003) y Ahora te vamos a llamar hermano (1971). Se daba el caso que mirando de forma común el punto de fuga (televisor), físicamente dábamos la espalda al ingreso de la cantina, generando una frontera natural entre el exterior asediado por el Chile que no queremos versus los Chiles que existían en los puntos cardinales que estas cuatro obras actualizan. Y es que la práctica sostenida durante esos visionados dieron con una asamblea efímera que daba cara a lo que hoy acontece.

Subrepticiamente, cada visionado fue delineando los tactos de su recepción. En el caso de Las Soledades di con el silencio cómplice que hay en los vasos y en el destape de las cervezas. En vez de encontrarme con la evasiva natural que puede surgir frente a películas que no resuelven en un eje específico su trama, di con una pequeña solemnidad sostenida en el seguimiento de las imágenes que iban entre París y Chiloé. Como si fuera poco, Fernanda Barceló nos hizo parte de un texto en el que conjuró presencias y afectos ubicados en ese sur, como quien trajera una ofrenda al visionado.

Para la instancia siguiente éramos más. La bondad lo pudo todo y gracias a Urs, a Lu y a los subtítulos que hizo Héctor Oyarzún pudimos generar una réplica del visionado que tuvo cabida en la Fundación Nemesio Antúnez en el mes de diciembre del año 2022. Tales subtítulos que habían visto la luz hace poco menos de un mes, ya se encontraban inaugurando otras audiencias en el país aledaño reconocido por todxs como Wallmapu. Lo complejo no estaba tanto en mirar la falta de resolución como sí reconocer las similitudes con el ahora. Miguel abordó lo relativo a la forma para pensar la película desde lo que se propone, observando las diferentes soluciones de Ruíz para dar cabida a las representaciones de los sectores en conflicto. Rápidamente nos instalamos en el meollo (tensión central) que la experiencia inserta. La toma de palabra por parte de lxs espectadores declaró su avanzada a través de diferentes descargos y sentires. Gracias a esto éramos un solo visionado, posvisionado y la colectivización de una sospecha en torno a ese sector momio que nos anda pisando los talones hace ya bastante tiempo.

El tercer visionado fue un asalto con sorpresa. Como ya veníamos de un cine que miraba diversos derroteros, las audiencias se sentaron con una falsa certeza de que veríamos algo de carácter “panfletario”. Lo cierto es que visionamos el primer capítulo de Cofralandes. Pienso en las primeras escenas disonantes en torno a Limache y la formación militar de los pascueros. Tengo las oídas de las risas que se fueron propagando con el desconcierto de las imágenes colisionando con ese calco que hacía Ruíz sobre el chile transicional. Era tal el asalto que cuando se cayó el sonido, las audiencias, incluidxs lxs que ya habíamos visto la serie, nos costó reaccionar sobre la falla técnica. En ese lapso donde José Isla pasaba de la risa al salvataje técnico, las reacciones superaron lo inaudito: hubo gritos y ovaciones a favor de esas imágenes. Gestos tácitos de reconocimiento frente a esas temporalidades que alguna vez caminamos siendo jóvenes o siendo infancias (en mi caso). En el lugar de la mediación estaba José Morales, un ruiziano. Desde aproximaciones en torno al cuerpo escrito de Ruíz, José nos entregaba nociones claras sobre los giros narrativos del visionado. No solo puntualizó en la ausencia de conflicto central y en la creencia del cine chamánico que Ruíz confesaba en relación a la aparición de una imaginería que luego trasladaba a su cine, de cierta manera las lectura de José nos permitía otros ingresos que daban con el sentimiento de consternación que toda persona puede sentir con un país cercenado. Luego abrazamos la imagen de Rapsodia. En la audiencia estaba Macarena tomando la palabra sobre este concepto y el desfiladero de las escenas que teníamos en ese momento. La asamblea reconoció su vigencia contraponiendo sentires sobre lo que habíamos visto. Éramos y estábamos como un solo ojo haciéndonos parte de imágenes que buscaban camorra. Yo por mi parte no podía soltar los Versos por Ponderación de Violeta mientras escuchaba y conversaba. Por vez primera me encontraba con posibles pobladores de ese Cofralandes.

Al día siguiente finalizamos con el visionado de Ahora te vamos a llamar hermano, cortometraje que registra la llegada de Allende a Temuco y sus alrededores. En el periplo previo a visionar solo pude detenerme en las personas que hacían posible ese registro: Pepe de la Vega, Valeria Sarmiento, Carlos Piaggio, Mario Handler, etc. Al hacerlo me encontré con miradas cómplices. Hablé de ese equipo como quien habla de amigxs que atesora. Teniendo presente que las imágenes también nos muestran un contexto rural y urbano pregolpe, no me atreví a subrayarlo dada mi condición de foránea en el Wallmapu. Estoy convencida que todo lo que pudiera decir hoy en torno a estos lugares –desde donde escribo– son imágenes veladas. Y me debo a la escucha, no a la palabra.

Llegado el posvisionado, nuevamente estaba José Morales en la toma de palabra y su crítica lúcida al sistema de tenencia feudalista que coexistió con la UP. Y es que todo podía mirarse con ese registro lacónico del año 1971. La premura de José la fui montando con diferentes rostros que sacaban cuenta de los saldos mientras lo escuchaban. Rostros como cansancios que se convocan tozudamente desde un malestar sostenido. Es atávica la práctica de encontrarse en torno a esta disconformidad colectiva, tan o más atávica como lo ha sido encontrarse en torno al cine. Y Son 50 años viendo estas películas. Son 50 años que estas películas nos miran de forma perpleja.

Fue así que estuvimos cuatro noches corriendo cercos. Todo ese parangón de ciudad Kastiana se vio asediado por quienes también pudimos conjeturar una frontera dentro de la misma. Acapulko para estos efectos se inauguró como lugar para convocar y programar ese dispositivo que José I. y Miguel A. supieron instalar con urgencia y prolijidad. Todos estos desva(ríos) y todos estos párrafos solo buscan dar cuenta de lo que puede el gesto de visionar. Hago extensivo el sentimiento de gratitud que significó estar frente a estás imágenes con esa audiencia que se desarmaba y armaba en cada convocatoria. Confieso que fue una suerte de bienvenida al territorio que me dijo “quédate, hay asamblea”.

Por Nina Satt