Leyendo la traducción al español del texto ¿Un sujeto? de Jean-Luc Nancy, que reúne dos seminarios presentados por el autor en 1992 y recién publicados en español por Ediciones La Cebra en 2014, no pude dejar de tropezarme con el prefacio que el mismo autor escribe a raíz de esta traducción. A pesar del tiempo transcurrido entre un acontecimiento y otro, no creo percibir en Nancy un afán por remendar, renovar o desdecir algo de lo propuesto en sus seminarios décadas atrás. Más bien, me parece que, considerando la llegada o cruce de otro idioma con su texto, estas páginas representan una oportunidad que el autor aprovecha para recuperar sus propias palabras y, de algún modo (aún), volver a decirlas. En parte, este prefacio es eso: el gesto literario que un texto emprende por recuperarse y pronunciarse a sí mismo. Es el texto, o mejor dicho –y siguiendo al propio Nancy– es la oralidad diciéndose de nuevo, veintidós años más tarde.

Asimismo, en esta (re)lectura que Nancy realiza de su propio texto, el autor nos presenta una especie de pliegue al interior de la versión original del libro (un pliegue muy peculiar: un pliegue líquido, que está atado a un manto y, a su vez, es un manto en sí mismo), al anticipar en este prefacio que “[A]l final del texto de 1992 la cuestión es la de «alguien inventándose a sí mismo cada vez»”. En este caso, la frase “alguien inventándose a sí mismo cada vez” intenta responder a la pregunta que da título al libro (¿un sujeto?), donde ese alguien, si es que lo hay, sería el sujeto. Sin embargo, me es difícil no pensar en que ese alguien también es, a la vez, el propio Nancy de carne y hueso y voz. Puesto de otra forma, creo que este prefacio no solo es el texto reclamándose o volviendo a decirse como se sostuvo antes, sino que al mismo tiempo es Nancy volviendo a inventar a Nancy. Nancy (re)inventándose. Y así, estas nuevas páginas emergen desde el texto mismo y se anteponen a este, como una voz escondida entre las inflexiones de otra voz (que podría ser la voz del autor, pero esta etiqueta pierde volumen al aproximarse a la oralidad), o como una ola que se forma con agua de lluvia, lo que empuja a preguntarse dónde o cuándo comienzan realmente el texto, la voz del autor, o el agua.

De algún modo, esta traducción, y las voces que ella arrastra, es tanto lluvia como nube. Es lluvia y anuncio de lluvia. Es el mar evaporándose y lloviéndose, veintidós años más tarde.

Ahora, todo este menjunje de aguas y voces y decirdenuevos y autores y textos reclamándose a sí mismos, no emergería si no es porque, al comienzo de su primer seminario, Nancy aborda la existencia de una tautología (como el propio autor se refiere) que probablemente es cosquilleo inicial para ambos seminarios, y que además le permite titular el primero de estos, denominándolo “El supuesto sujeto” (afirmando que esa frase, debido a las raíces de ambas palabras, es precisamente una tautología). Tras lo anterior, quisiera detenerme en la idea de la tautología y hacer, si se puede, una apología de ella, entre las muchas que ya existen.

La tautología (del griego ταυτολογία, “decir lo mismo”) a la que aludo en el párrafo anterior, inevitablemente me llevó a un evento ocurrido hace algunos meses: la presentación del libro De algún modo aún. La escritura de Samuel Beckett de Sergio Rojas, acompañado por las palabras de Mauricio Barría, Franco Pesce y Julieta Marchant. Aquí, y pido disculpas de antemano, mantener las citas a raya de quienes presentaron esa noche me es imposible (y hasta podría ser algo contradictorio, como dijo una de las voces aquella noche, el habla se emancipa de todo rastro subjetivo), pues todas estas voces, las cinco que se mencionan solo en este párrafo (pero a saber que hay muchas más antes, detrás, en frente y más adelante), se entrecruzan inagotablemente, se reclaman y se vuelven a decir entre sí, y no dejan de confundirse (afortunadamente si se quiere). Y así, en la presentación del libro habían momentos en que se hablaba de Rojas y su libro, y sin embargo parecía en realidad que se hablaba del propio Beckett, cuando una voz dice Rojas es alguien que, sobre todo, habla, cuya idea, parafraseando a Nancy, no deja de remitir a la intención de este por mantener la mayor oralidad posible en su libro. Y luego, otra voz pronuncia que el habla en Beckett yace en ese no entendimiento, pero no como algo infructuoso, sino como algo que permite bombardearse a sí mismo, y si bien en Beckett el habla ocurre como forma de estirar el espacio y tiempo de los personajes, a la vez también sirve para estirarse a sí mismo, para devenir en más habla, hasta, como dice Rojas en su libro, agotar la expectativa de sentido, de resolución, conducir las palabras hasta su extenuación.

Y en esa especie de persecución o búsqueda que Rojas reconoce en la literatura de Beckett, emerge un seminario titulado “El profeta y las comediantes” (que por cierto acaeció tan solo un día antes de la presentación del libro) de la escritora Cynthia Rimsky, quien en un momento cita a César Aira quien a su vez cita a Marcel Proust, cuando en una novela de este último se lee “pasó todo el verano y el malentendido no se disipó”, y a raíz de ello, Aira destaca aquel pasaje pues “la realidad no tiene cuarto acto, no tiene resolución, porque resolverse no es su destino”. Y aquí es cuando Rimsky se detiene para desafiar nuestra ya acostumbrada “cultura de la resolución”, y por ende, para abandonar la carga de infructuosidad que por tantos años se le ha atribuido a la no-resolución. Es más, Rimsky cierra la sesión con una invitación que, a mi gusto, es fundamental para intentar atar este oleaje: debemos, tanto escritores como lectores (y me atrevería a agregar, como seres comunicantes), debemos todes emprender la incomprensión. Perseguir las tautologías, gesto que inevitablemente hace Nancy, para iniciar su seminario en 1992 y para acometer su prefacio en 2014 (no por nada Rimsky habla de La comunidad inoperante en la clase antes mencionada).

Habiendo llegado hasta aquí, y de alguna forma forzando un cierre, cabe decir que en estas líneas se ven cruzadas las voces de las cartas de Barría, de Marchant y de Pesce, reunidos en aquella presentación a través de la cual cruza otra voz que es Rojas, y con este Beckett, y así emerge la voz de Rimsky, que deja pululando las voces de Aira o Proust, y retorna o reclama a Nancy, y volvemos a su tautología, que si bien al comienzo de ¿Un sujeto? pareciera poseer un halo de queja u obstáculo, en realidad es una tautología que se dinamita a sí misma, que dinamita estas voces, y como una bomba lanzada al agua, esta provoca una explosión que reparte las aguas, y con ella las voces, estas voces, y las voces se confunden y se entrecruzan, o tal vez soy yo quien las confunde y las entrecruza, pero al fin y al cabo, lo que sí es cierto es que todas estas voces, estas aguas, explotan y se asombran y se persiguen. Se persiguen a sí mismas y entre sí, como las olas o los textos.

Todas estas voces que se entrecruzan a la vez se persiguen, en este gesto de oralidades y literaturas ya desplegadas y a la vez propensas al despliegue, en su mímesis con el mar. Y es que, al fin y al cabo, el mar es justamente eso: una operación sin resolución, incomprendida, inconclusa. Tautológica.

Por Ignacio Pantoja

 

 

 

 

 

 

¿Un sujeto?

Jean-Luc Nancy

Ediciones La Cebra

2014