En el 2020 El Festival Internacional de Valdivia hizo una retrospectiva online –por circunstancias obvias– de la cineasta argentina Ana Poliak (1962) que incluía sus largometrajes: ¡Que vivan los crotos! (1995) La fe del volcán (2001) y Parapalos (2004). En esta 29º edición del Festival, tendremos la oportunidad de verlas proyectadas en 35 mm en la Sala Félix Martínez de la UACH y con una programación que puede ajustarse en la grilla de cada persona sin demasiado cálculo previo. Recomiendo, por lo menos, tener la experiencia de asistir a una o dos funciones en 35mm de la filmografía de Poliak y que forma parte de la sección Cineastas en foco. ¡IMPERDIBLE!

Mi primer encuentro con el cine de Ana Poliak fue hace unos años, en un cineclub realizado entre amigos, alguien, no recuerdo quién, escogía La fe del volcán. Para mí fue como un flechazo, una experiencia fundida con tristeza, pesimismo e incomodidad que me mantuvo prendada hasta el final. En un principio vemos a Poliak de pie en un plano medio, con la mirada fija en el suelo en una superficie invisible que da a la ventana de un departamento. Una imagen que evoca puro desconsuelo, y un silencio que no necesita de mediadores –voz en off o banda sonora–, sino que confía en el silencio y su imagen que permanece estática durante unos tres minutos. Corte. –Los cortes en el cine de Poliak me parecen siempre tan acertados, lo mismo sucede con el sonido en sus películas, recursos quizás algo desaprovechados en el cine actual, donde persiste la necedad de guiarnos de sobremanera, y dilataaar escenas que refuerzan con tantos recovecos que terminan por agotar y saturar la exhibición, pero el trabajo de Poliak es sutil, extremadamente delicado y me atrevería a decir que elaborado con suficiente precisión–. Corte. Nos trasladamos al interior de la casa de infancia de Poliak, un viaje en tren conversando con su madre, la necesidad de la cineasta de saber por qué, de pronto, en su último año de la secundaria, la abordó una desolación tan profunda que su madre comparaba con la erupción de un volcán. Escuchamos el sonido del tren, los movimientos del carro, esa resonancia metálica, fría, que se adhiere a la imagen de la lluvia que se evapora por la ventana en movimiento. Poliak repasando las hojas de un libro en 3D nos cuenta sobre su profesora a la que le escribía cartas sin saber que, en ese momento, estaba siendo torturada, una voz punzante, quebradiza, se pregunta: “¿Cómo se puede caminar entre cadáveres sin estallar en alaridos? ¿Qué es la realidad?” Corte. Comienza la historia de amistad entre Anita y Danilo que durará hasta el final de la película. Un vínculo entre una adolescente y un hombre muchísimo mayor que por esta diferencia de edad, por momentos, incomoda. Existe entre ellos una proximidad, miradas, gestos, que tal vez no logramos descifrar, sin embargo, lo que subsiste son sus encuentros que no tienen otro objetivo que caminar por la ciudad y observar lo que se construye o destruye a su alrededor. Conversaciones cotidianas, preguntas que frecuenta ella hacia él, quizás porque él siempre tiene muchas historias que contar, quizás porque habita un presente y un pasado que le permite a ella interrogarlo sobre experiencias que le parecen disímiles, distantes. Los paseos erráticos por distintas calles de Buenos Aires, las referencias a la falta de trabajo, las pausas en Puerto Madero, los monólogos de Danilo sobre la dictadura o la existencia misma, parecen habitar un espacio determinado por la agitación y la memoria, pero cuando Anita camina sola por la carretera, y la cámara aguarda varios minutos siguiéndola, en ese momento se construye una pausa, una prolongación de esa melancolía y vacío que se percibe al inicio de la película, dejando un rastro cristalizado y mecánico en la tierra, que avanza hacia adelante o hacia atrás, adentro o afuera.

 

¡Que vivan los crotos! Cuenta la historia de José Américo Ghezzi, el Bepo, picapedrero y anarquista que durante 25 años recorre la Argentina siguiendo las vías del ferrocarril, sumándose al silencioso mundo de los “crotos”: La palabra croto significa vago, atorrante, mal vestido, sucio, etc. En tiempos que el Dr. José Camilo Crotto (1864 – 1936), intendente de la ciudad de Buenos Aires, promulgó una ordenanza municipal que castigaba con prisión menor a todo individuo que circulaba por las calles, con aspecto de los adjetivos citados. – Parece que, dentro del marco del lenguaje carcelario, al preguntársele a algún individuo que purgaba prisión por tales problemas, por qué estaba preso, contestaba simplemente: “Por Croto”. La película comienza con el relato de Satti, amigo de Beto, quien nos cuenta por qué cree que Beto decidió ser un errante, un revolucionario en busca de libertad. Inmediatamente luego de su sentencia, le habla a Ana Poliak, con mucha incomodidad, con la petición de volver a repetir la escena. La voz de Ana aparece en más de una oportunidad cuando Satti u otro personaje la interpela, ella siempre responde con mucha calma, me gusta escuchar su voz en escena, aunque no aparezca, son como susurros de tranquilidad y seguridad a sus personajes, lo mismo ocurre cuando le hablan y guarda silencio para ver si alguno hace o dice algo más. Ella espera, y nos muestra ese quiebre en escena, la duda de los protagonistas, su inseguridad, o sentimientos de amor no correspondido. De la misma manera me cautiva el relato documental de Pascual Vuotto, de Uda, o los crotos que interpretan Hermano Lobo, del dramaturgo anarquista Rodolfo Gonzáles Pacheco. Una película ensayo, con formato documental, que también deambula por la ficción, cuando nos muestra personajes que recrean las historias de Bepo y su amigo el francés, o Bepo y Uda cuando jóvenes. Las diferentes voces que nos cuentan sobre Bepo, la historia de los linyeras, los crotos, la libertad, la revolución, los anarquistas, están trabajadas poéticamente, en la tonalidad de cada personaje, hay un modo de recitar la propia historia, tal y como se lee un poema, y que se corresponde con la utilización de intertítulos. Si les interesa conocer más sobre los pormenores de esta película, les compartimos un link con el ensayo de Cristina Flores, que aborda la historia completa sobre esta película y que fue publicada en Oropel en diciembre de 2021.

En Parapalos, su última producción, un joven llega a Buenos Aires desde una provincia del interior del país, encuentra trabajo como “parapalos”, levantando los palitroques y devolviendo las bolas en una de las pocas boleras manuales que quedan en la ciudad. Su curiosidad por los otros hace que escuche las historias y pensamientos filosóficos de sus colegas mayores del lugar. El Turco, una especie de maestro siempre de buen humor, Nippur, mezcla de hippy y heavy metal lleno de sueños y contradicciones, Daniel que irradia serenidad y calidez y Nancy, la prima con la que comparte un modesto departamento. La película se articula en dos ambientes, el trabajo y el departamento donde vive con Nancy. La salida y llegada a uno y otro lugar de destino. No hay tiempo, dentro de esa rutina, para movilizarse a otro lugar de la ciudad: la vida es trabajo, se trabaja para vivir. La película marca quizás con demasía la rutina del joven que trabaja de noche, no ve la luz del día, llega solo a dormir para luego volver a levantarse e ir a trabajar. No existe en la película los días de descanso, ni horas de almuerzo, cena o desayuno. Sin embargo, existen conversaciones con el grupo de trabajo y con su prima, en esos momentos surgen otras historias, otros escenarios posibles, otras maneras de vivir, y de pensar el trabajo, la libertad y nuevamente, la cotidianidad. La vida misma. Es dentro de ese margen donde se mueve la retrospectiva de Ana Poliak, que incorpora en cada una de sus producciones, gestos que tienden a reiterarse, por ejemplo, las dedicatorias, el sonido y el primer plano a objetos. En su primer largometraje realizado en 1995 escribe al iniciar la película: “A Lucina Álvarez desaparecida el 7 de mayo de 1976, y en su nombre a la memoria” en su segunda producción “Un film dedicado a nuestros abuelos, a sus hijos: nuestros padres y a Susi” y en Parapalos “A Pablo, mi hermano, a Mariano Betelú, nuestro amigo”. Respecto al diseño sonoro me sorprendieron profundamente las pausas, los silencios, el sonido ambiente o los sonidos metálicos que nos envuelven, como las líneas del ferrocarril, la máquina para afilar cuchillos, el movimiento del tren, las bolas cuando se deslizan en Parapalos. Lo mismo ocurre con los objetos, y el plano detalle a los que les concede bastante tiempo, y que monta con mucho cuidado para otorgarles la luz o sombra adecuada. También sucede con los rostros de todos sus personajes, y el plano medio, pero me quedo con los objetos, y el brillo que emanan cuando dispone su cámara sobre ellos donde todo se puede observar por primera vez y siempre, de otra manera.

Horarios, todos en la sala Félix Martínez:

¡Que vivan los crotos! (1995) lunes 10 a las 17:30hrs y jueves 13 a las 15:30hrs

La Fe del Volcán (2001) martes 11 a las 11:30hrs y viernes 14 a las 15:30hrs

Parapalos (2004) miércoles 12 a las 11:30hrs y el sábado 15 a las 15:30hrs

 

Por Luciana Zurita