Dice: “el que no asume el calvario de una libélula que duerma”

La antología “Orfebre del eclipse”, editada por Aparte a cargo de Gaspar Peñaloza, es un preciso y contundente picoteo de lo que ha sido la producción poética del intrépido peruano desde el 2008 al 2020. Desubjetivada para participar de lo múltiple, la poesía de Espinoza opera haciendo silencio para ser un eco perfecto, algo muy propio de aquella “poesía antena” que he visto a diversos contemporáneos practicar, una que se pasea impregnándose de las informaciones y materiales circundantes.

Si pudiéramos hablar de algo transversal a lo que la amplia muestra nos atinge, aparte de una primacía de lo misceláneo, sería la exaltación de una correlación entre masa y energía, las cuales en un contexto de indigestión, parece que le entran y salen por donde se pueda. Transmitiendo de corrido y abierto a los estímulos circundantes, se ve sometido no tanto al intelecto sino apenas al armado de pasajes que permitan la circulación de elementos. Lo que leemos es el éxtasis de un tiempo presente permanente que bien puede pensarse estrecho al satori de los budistas zen, un trance de no-mente y de presencia total. Y es que como bien dice Gaspar Peñaloza, pareciera que “para alcanzar la gracia hay que perder la conciencia”.

Habitamos una realidad falta de consistencia, demasiado leve, vivimos el momento en que todo se encuentra hecho polvo, y los poemas aquí revisados se despliegan como Heráclito imaginó: “Si todo fuese humo, toda percepción sería por el olfato. (si todo se evaporara, conversaríamos oliendo)”. Esta gran disolución se despliega sin embargo superando la solemnidad derrotera, conllevada con un permanente ánimo de maravillamiento ante la potencialidad de las formas, así los poemas se esbozan gráciles cual “colección de perfumes luego montados en un coro” (cita Peñaloza a Fresnacho).

Espinoza trabaja a partir de la impresión no asentada y la concatenación de ritmo eléctrico, es la imagen en viaje, el ojo desbordado, los datos agolpándose en armonía y fuerza con repentinos atisbos de claridad en la maraña, y luego más maraña en el hilado crespo de la percepción abierta: “Un descomunal microondas donde giran sin enlazarse ni formar cadenas”, es justamente eso y a la vez una profunda voluntad de poner en articulación aquello que se halla disperso: “(…) en un concierto / de 300.000 personas él veía un único ser con 600.000 brazos / tratando de amar desesperadamente, sin conseguirlo”.

En medio de esta manifestada impotencia, ya sea del lenguaje, ya sea del cuerpo social, entre libro y libro la disposición cronológica nos hace ver que existe una progresión, se va desde lo fragmentario acercando hacia la posibilidad de lo reunitivo (a este respecto el título de su libro “Constitución” (2009) es muy revelador). Lo que en un primer momento es una condición de completa desarticulación, propia del “poeta que se declara inoperante” (G.P.), de a poco va aproximándose al dominio del enlazamiento y la puesta en constelación. “Bifo” Berardi habla de: “Caosmosis, de la capacidad de convertir el Caos en nuevo Cosmos compartido”. Acostumbrados a perder, es difícil hacernos la idea, pero es interesante pensarlo como un primer momento de ruina social y política, que hoy por hoy progresa hacia la posibilidad de una nueva articulación incipiente, hacia la eventual toma de forma. Y si bien aún no se sabe a ciencia cierta qué es eso que se teje, es inevitable el atisbo de un encaminamiento, aquí se pasa de lo que solo se agitaba chocando entre sí, al torrente en el que se logran enganchar cada vez más cohesiones y encuentros florecientes.

Por Martín López

Orfebre del Eclipse

Rafael Espinoza

Poesía

338 páginas

Editorial Aparte

2021