Este texto lo escribí hace algunos meses.

(Este texto lo he vuelto a ver luego de más de un año.)

((lo he vuelto a revisar casi dos años después))

(Quizá ahora puedo decir que llevo casi dos años escribiendo lo mismo.)

(o llevo escribiendo, casi siempre, de las mismas cosas)

Las reflexiones iban dirigidas a un espacio en el cual llevo (ahora el verbo debería ir en pretérito, “llevaba”, no volví a escribir ahí) escribiendo poco más de un año. Fue la primera vez que me dijeron que el texto no podía ser publicado. La razón no es el texto en sí, tiene datos reales y reflexiones ¿legítimas?. Lo que me dieron a entender es que quizá el tono de las palabras no era completamente adecuado. También me dieron la opción de volver a revisar el texto, quizá reeditarlo, ¿des-polemizarlo? No lo sé.

(Re-leerse es des-escribirse.)

(Des-escribirse es volver a verse.)

(Des-escribirse es re-descubrirse en la imagen horizontal.

En los cantos ancestrales,

en el territorio latente,

en el cuerpo fragmentado.)

Al texto original se tejen fragmentos a modo de coros, reflexiones del cuerpo encerrado que nacieron recientemente (ese recientemente no es tan reciente ahora) ((ese reciente es años atrás)), ante las negativas y la duda. Ante la herida y el fragmento: las palabras (dos años después pienso que quizá las palabras no hacen tanto) ((meses después de esos casi dos años pienso que las palabras SÍ hacen mucho)).

NOTA (Junio de 2022): Hace algunos días estaba preparando comida con mis amigas. En la mesa leíamos dos noticias. La primera, la derogación del derecho al aborto en Estados Unidos y la segunda, la solicitud de suspender la ley que hace legal al aborto en Colombia (vigente desde febrero del 2022).

Según el Observatorio Feminicidios Colombia en noviembre del año pasado (ese año pasado es ahora tres años antes, 2019) se registraban 574 feminicidios en el país. Las desapariciones y asesinatos de mujeres en Colombia se enlazan con la agenda de un gobierno cuyas políticas obedecen a una inteligencia bélica y de naturaleza patriarcal (varios meses después de este escrito y un año antes de lo que estoy escribiendo ahora entre paréntesis, pegaba un cartel que decía “detengan la guerra en contra de las mujeres”) ((un año después de ese año y de ese cartel, pegaba uno que decía “esta ciudad tiene que arder)).

(El acto de analizar -de escribir-, que a la vez es amar, armar, acumular, actuar, abrir, abordar, abolir; nos reúne en la posibilidad de narrarnos como un acto de resistencia. Narrarnos a nosotras mismas es recomenzar en un camino serpenteante una historia arrebatada.)

Desde que empezó la pandemia y la cuarentena en casa, he reflexionado mayormente sobre mi cuerpo. El cuerpo lleva un buen tiempo doliéndome (esto no ha cambiado dos años después) ((esto cambió tres años después)). En cuarentena el dolor aumentó. Fui al médico y me dio tres posibles diagnósticos: una enfermedad autoinmune, fibromialgia o depresión (ya descartaron 2 de las 3 posibilidades) ((ya no creo en ninguna)).

Rita Segato precisa en que los crímenes de género son crímenes políticos que corresponden a un orden que “no se puede entender por fuera de las estructuras económicas capitalistas de rapiña, que tienen como brazo ideológico la crueldad para sostener su poder”. Ante el avance de un proyecto de gobierno violento, de la cantidad de cuerpos que ya no están y de las subjetividades rotas, surge la posibilidad de romper el lenguaje para hacer de este caminar juntas un cuerpo (ahora pienso ¿un cuerpo roto?). Acuerpar nuestra lucha es retomar la relación que planteaba Rosa Luxemburgo de la huelga como un cuerpo vivo (ya no recuerdo dónde lo leí) ((ahora pienso que quizá no estoy completamente segura de haberlo entendido)). Hacer de nuestras peleas un cuerpo que se corresponde con el cuerpo propio, sabernos en una política en donde el cuerpo de una es el cuerpo de todas (no estoy de acuerdo ya con esto. Ahora pienso en resonancia pero sé que nuestros cuerpos no son iguales y el cuerpo de una no es “tan” el cuerpo de todas) ((definitivamente el cuerpo de una no es tan el cuerpo de todas)), una política desde la cual cuando tocan a una nos tocan a todas (esto sí) ((me leo y re-pienso que debo matizar la afirmación del cuerpo común)). El cuerpo común de una marea que se alza discute con una re-dimensión de la violencia de género que pone en relieve a toda la estructura cultural, social, simbólica, económica y política. (Según las consultas públicas de personas desaparecidas ingresadas al Instituto Nacional de Medicina Legal, en 2020 hubo un total de 886 mujeres desaparecidas) ((este dato lo encontré buscando en 2021 y ahora -2022- no logro encontrarlo)). Las noticias diarias de mujeres (entre ellas menores de edad) que desaparecen en Colombia, se alimentan de una estructura que renueva jerarquías de la violencia patriarcal, nosotras estamos asistiendo a un espectáculo insostenible de nuevas formas que encuentra el sistema-mundo colonial-capital-patriarcal para re-estructurar opresiones. La escalada de hechos violentos en este país dialoga con los dispositivos de dominio de este gobierno que destruye cuerpos.

NOTA (Junio de 2022): Este texto lo escribí hace más de 20 meses, lo he revisitado en varias ocasiones. El 19 de junio del 2022 fue electo en Colombia Gustavo Petro como presidente y Francia Márquez como vicepresidenta. Del 2018 al 2022 el presidente en Colombia fue Iván Duque y la vicepresidenta Martha Lucía Ramírez. El anterior periodo presidencial fue macabro y abrumador. Violento. Paros nacionales, transmisiones en vivo de incendios, falsos positivos judiciales, miedo. Rabia. Antes de las últimas elecciones presidenciales en Colombia escuché a mis madres decir que nunca se habían sentido tan cerca de presenciar un cambio. Hoy puedo decir que Francia Márquez es la vicepresidenta del país en el que nací y en el que espero vivir el resto de mi vida y que no tengo ni idea de qué se supone que hace una con tanta felicidad acumulada. Hace algunos días, en la reunión de empalme de la vicepresidencia en Colombia se instaló un fotograma. Martha Lucía Ramírez sigue de largo mientras que Francia Márquez saluda. En su discurso, el día de su elección, Francia dijo: “vamos a erradicar el patriarcado”.

(Des-escribir los edificios gubernamentales, monumentales y masculinos,

hacerlo ladrillo a ladrillo,

sílaba a sílaba

sistema

siste

sis

plegar el papel de la historia oficial para permitirnos un camino,

mar,

manglar,

escrito en la partitura de un tiempo irreverente,

de una política de la vida que centra al cuidado.)

El médico me mandó exámenes. Pienso qué de polémico tiene todo lo que digo, sigo sin saber (el periódico que no quiso publicar este texto por “polémico” lleva publicando más de un año la columna de un escritor colombiano que insiste en que el aborto no debería ser un derecho). Yo creo que es tan real que incluso empezó a manifestarse en el dolor de mi cuerpo. Hay momentos de la vida en la que la estructura se revela ante nosotras, es tan pesada e insostenible que yo siento que nunca me voy a acostumbrar. Pienso que aunque no tenga aún los resultados de mis exámenes (ya los tengo pero no les creo), sé cual es el origen de mi dolor: la rabia (esto lo sigo creyendo) ((esto lo sigo creyendo)). Llevo casi 20 años viva y siento que los últimos 10 he estado enojada (ahora casi 22, enojada pero radicalmente viva) (ahora 22, intensamente viva).

La palabra feminicidio fue incluida en la edición número 23 del diccionario de la Real Academia de la Lengua Española, pese a ser un término usado desde varias décadas atrás. Si “feminicidio” hubiera existido desde antes como palabra, aparecería en los diccionarios de etimologías, pero no es así. Sin embargo, podríamos decir que los componentes de la palabra “feminicidio” son, por parte de “femini” femina (mujer) y por parte del elemento “cidio” caedere (matar, cortar) (creo que en realidad no funciona así el rastreo de las raíces etimológicas, pero bueno, dos años después estoy segura de que no sé hablar entonces la errata no me importa tanto) ((en mi última revisita, junio del 2022, no me importa la errata)). Si habláramos de otras raíces también podríamos decir que el feminicidio viene de un sistema enfermo cuya estructura patriarcal arraiga violencia. La palabra feminicidio tiene un diptongo creciente: io. Su cantidad de sílabas son cinco: fe-mi-ni-ci-dio. La sílaba tónica de feminicidio es la penúltima: ci, la número cuatro. El número de la letra tónica de feminicidio es el ocho: i. La acentuación de la palabra feminicidio es grave. Otras palabras graves son: Policía, crimen, apología, cadáver, violencia, machismo y patriarcado. Es grave, gravísimo. Es grave, no polémico. Es real y no es una exageración (pienso que me parece agotador que aún se tenga que enfatizar en que no exageramos).

Cuando pienso en el dolor del cuerpo pienso en las huidas en tercera persona, el dolor es como un retorno a una misma, a esos músculos que una no se acordaba que tenía (ahora lo resumiría: este mundo nos hace olvidarnos del cuerpo, por eso una solo se acuerda del cuerpo cuando le duele). No sé si me habito en tercera persona, me da terror abrazar un cuerpo vulnerable por culpa de un sistema que me causa dolor (mi amiga Frida dice algo hermoso, estamos “vulnerables y vivas, como los ríos”). Pienso y siento que el dolor nace porque no he encontrado un lugar en donde pueda volcar mi rabia sin ser ¿polémica?

NOTA (Junio de 2022): Mi amiga Jazmín me mostró una imagen de la celebración de la noche de San Juan en Dinamarca. En esta noche (que fue el 23 de junio de este año) tienen como tradición quemar una hoguera con una bruja (ahora utilizan muñecas con forma de brujas). Dicen que “en San Juan meigas y brujas huirán”. Mientras veíamos la bruja quemada y las noticias sobre la prohibición de nuestros derechos pensábamos: el mensaje es muy claro. A través de los cuerpos hablan determinados órdenes de poder y nadie nace sin que sea decidido. Nadie viene al mundo sino es por decisión. Pienso en la negación de la decisión sobre mi cuerpo. Pienso en las leyes, no importa cuantas políticas violentas y patriarcales busquen implementar e imponer sobre nosotras. Seguiremos abortando porque es nuestra decisión. El mensaje es muy claro, pienso en las palabras de Rita Segato, para que un sistema como el sistema capital pueda perpetuarse, necesita inscribir su poder sobre el cuerpo más vulnerable y a la vez más revolucionario. El feminicidio y la prohibición del derecho al aborto se trenzan como gestos violentos de la gramática patriarcal que organiza nuestra sociedad. El mensaje es claro, dicen, con sus leyes: ustedes no pueden decidir. Nos juntamos en una mesa a nombrar y a enunciar la violencia.

Nombrar las fracturas soportadas por este cuerpo colectivo marchante es re-editar la historia y las palabras que usamos para enunciarla (ahora pienso que quizá nombrar no es suficiente, la gramática no alcanza). Nombramos los actos violentos y nos nombramos juntas para repetirnos y recordarnos, para sabernos mar, para sabernos grito, para sabernos rabia. Últimamente he pensado en el afán de ser “suficiente” que he experimentado como mujer (esto lo sigo pensando). Ser suficientemente sencilla, suficientemente educada,  suficientemente femenina,  suficientemente inteligente. Si pasaba el límite de “lo suficiente” entonces era demasiado. Demasiado gritona, demasiado narcisista,  demasiado egoísta,  demasiado loca,  demasiado exagerada. Últimamente me siento triste, cansada y enojada, y no diría que suficiente sino demasiado. Por eso repito y nombro desde este cuerpo patologizado y asustado. Repetir sus nombres hasta hacerlos canto colectivo y acuerpar la lucha, repetir sus nombres, sus sonidos, hasta hacerlos mantra. María Paula, Luz Mary, Rosa Elvira, Luz Eneida, Sofía, Luz Irina, Heidis, Vanessa, Eliana, Naibel, Juliana, Yuliana, María Libia, Mary Luz, Valentina, Manuela, Gloria, Luisa Fernanda, María Bertha, Luz Elena, Nury Esperanza, María Celeste, Camila, Lina María, Lidia, Yolanda, Reina, Claudia Patricia, Katiuska, July, Rubienit, Bibiana, Yorjelis, Brenda, Olga Liliana, Natalia, María Dolores, Marelis, Keila, Angie Paola, Cindy Julieth, Loren Daniela, Esperanza, Marturi, Yahismar, Michelle, Jessica Alexandra. Linda Michelle. Y pesan todos los nombres que no caben en este texto (y tampoco en las manos que escriben, y tampoco en los carteles y pancartas, ni en las noticias ni en las cifras).

Me duele el cuerpo y me duele mucho (ahora -que se me olvida hablar y escribir- pienso en que quizá esta re-lectura/des-escritura/viaje en el tiempo, es una forma de re-entender al dolor corporal, a mi cuerpo se le sale la vida a chorros, y aún le queda muchísima). No importa lo que haga porque el cuerpo no me deja de doler. Me mencionan que siga esperando. “Otra opción es remitirte a psiquiatría, Valentina. No son normales tantos nervios a tu edad”. El doctor no entiende que el dolor lo traigo desde los pasos que preceden a los míos. No entiende que quizá yo no tengo exceso de ansiedad o de nervios sino que tengo exceso de sistema capital-colonial-patriarcal. La cura a la enfermedad del mundo no aparece en el Vademecum. Me miro el ombligo: una cicatriz, he sido arrancada de un vientre.

(Nosotras, las devenidas en mujeres que re(p)tan sobre la tierra los límites que la definen,

las andantes de la imagen,

letra,

sonido,

canto,

nos reunimos para sostener en nuestras manos un cuerpo que se disloca de la normatividad corpopolítica,

una vida que se fuga del dolor,

unas palabras que desbordan las reglas de lo imaginable.)

La cuarentena no termina y las noticias tampoco ((la cuarentena ya se acabó pero las noticias no)). El dolor y la rabia siguen. Hace días (ahora años) mi amiga Esmeralda  escribió en una carta que el amor era algo que se originaba con la rabia. Pienso entonces que de pronto el cuerpo me duele mucho porque amo mucho. Porque el cuerpo se ha vuelto una metamorfosis que se debe a otros cuerpos hermanos. Mi amiga Gineth dice que somos el resultado del amor de muchas personas. Yo siento que mi rabia no ha terminado pero que sí se ha transformado, el dolor me recordó que habito en un territorio lleno de traumas pero lleno de fuerza. Tomo las palabras de mis amigas: el dolor y la rabia nos han invitado a cuidarnos.

(Entre intuiciones nativas de este existir oprimido,

re-nacemos en los encuentros fugaces,

en las revoluciones inminentes del mundo que decidimos (des)hacer.

Des-escribirse es volver a verse,

a verla,

a vernos.

Des-escribirse es re-permitirnos,

re-comenzarnos,

re-tejernos,

re-cantarnos,

re-nombrarnos.)

Estamos juntas y estamos en estado de urgencia, nuestro cuerpo está en estado de urgencia. Este cuerpo vivo que escribe, que habita con fuerza la condición de cuerpo viviente, se reúne en la colectividad de compañeras y amigas que, resonando juntas, abren las posibilidades de romper con todo. Porque lo que nosotras decimos deja de ser promesa para convertirse en presagio: romperemos todo cada que una de nosotras desaparezca y saldremos juntas y juntas nos sentiremos seguras y quebraremos al sistema rector de desigualdades y a la estructura carcelaria que encierra nuestro devenir rebelde. Romperemos todo porque romper es renacer, es darle un nuevo cauce a al río, es amar y abrazar. Romperemos todo porque estamos cansadas. Romperemos todo porque es necesario. Romperemos todo con la fuerza y la valentía de nuestros cuerpos, vulnerables y vivos. Romperemos todo porque estamos juntas y somos muy fuertes. Romperemos todo, romperemos todo, romperemos todo. Romperemos, porque este oráculo de manos juntas trae el presagio de un movimiento que agita a la vida en su centro.

(Des-escribirnos es, pues, re-escribirnos en un nuevo lenguaje,

el lenguaje del cuerpo,

el lenguaje de la intuición,

el lenguaje de las amigas,

el lenguaje cantando-cantante-canción,

el lenguaje político-pertinente-procaz,

nuestro lenguaje,

nuestra re-escritura.)

Este coro, que es canto y es recuerdo, es un río que se golpea con las piedras que pretenden ordenar un cauce. Estas letras terminarán en otras letras que ordenarán una palabra con una maldición, un hecho y un significado: ROMPER

(Des-escribirnos es volver a vernos,

es venganza histórica que eleva el enojo al acto creativo.

Des-escribirnos, es, permitirnos unas nuevas narrativas,

nuevas formas de habitar.

Des-escribirnos, es pues, volver a vernos)

(Me veo de espaldas, con el vértigo que da estar de cara al futuro) ((Llevo escribiendo esto tres años -o quizá veintidós-, y quiero que sepan que estoy muy brava)).

NOTA (Junio de 2022): La bruja quemada y las noticias del aborto las vimos juntas reunidas en nuestra propia hoguera de afectos y al final de la noche nos leímos las cartas del tarot con Ivonne y Aida. El mensaje es muy claro. Luego de la felicidad de los resultados electorales en Colombia aparece la noticia de que el gobierno (las últimas semanas del gobierno de Iván Duque) pide derogar la ley que despenaliza el aborto en Colombia. El mensaje es muy claro porque esa misma semana derogan el derecho al aborto en Estados Unidos y queman una bruja en Dinamarca. El mensaje que es muy claro y nosotras que nos tiramos las cartas en la noche de San Juan, esa noche en la que dicen que las “meigas y brujas huirán”. Sí, el mensaje que es muy claro y nos recuerda que tenemos que estar muy atentas y muy pendientes porque una política del futuro es una política en clave feminista y porque negarnos el derecho a decidir (que, insisto, seguiremos decidiendo aunque quieran hacerlo pasar por “criminal”) es negarnos esa posibilidad.

((Las palabras y todo lo acá dicho, a las manos de mis amigas que sostienen la vida con urgencia y amor -porque lo escrito nació ((y nace)) de mis conversaciones con ellas-.))

25 / 06 / 2022: La primera noticia que leí esta mañana fue que nevó (luego de 60 años) en el páramo de Sumapaz en Bogotá. La tierra presagia y el mundo se agita. Sí, lo que nosotras decimos deja de ser promesa para volverse presagio, lo romperemos todo.

 

Por Valentina Giraldo Sánchez

Foto de Juliana Gómez Puerta