“Estoy solo en un garaje con un montón de libros. No hay un solo lugar en los estantes” Peter Orner comienza su libro con esta confesión: en su casa no hay lugar para libros nuevos porque incluso en el garaje los estantes están colmados. Esta no podría ser otra cosa que la oración inicial de un tipo que vive para leer, y que de vez en cuando escribe para poder costear aquella vida consagrada a la lectura. Cualquiera que dedique tanto tiempo a una cosa como Orner dedica a la lectura, sabrá la gran cantidad de cosas, eventos y afectos que deben posponerse por el bien de aquello que uno desea hacer todo el tiempo. El efecto de lo anterior es que aquella actividad en algún momento se transforma en foco de reproches de lo que solemos llamar círculo íntimo, y luego su ejercicio adquiere ribetes culposos cuando se identifica aquello que se pierde.

¿Qué es lo que Orner sabe que está perdiendo? Cuando avanzamos en su libro lo comenzamos a entender: la cercanía con su padre con el que nunca fueron especialmente cercanos “y de seguro mucho menos cercanos de lo que él hubiera querido”, padre al que raramente le contesta el teléfono y del que sabe más por lo que dicen sus hermanos que por lo que el padre mismo cuenta. Orner, por supuesto, tiene sus razones como todo hijo que se aleja del padre. El problema es que el padre se muere y Orner, que sabe que sostuvo una activa distancia con su padre, se siente culpable: “El luto pesa, el arrepentimiento todavía más” y sufre las consecuencias de aquella culpa “poco después de cumplirse un año de la muerte de mi padre, descubrí que, por primera vez desde que tengo memoria, no podía sentarme a escribir ficción”. El novelista no puede novelar porque “sin cierta ligereza no había forma de que pudiera crear vidas imaginarias”.

¿Qué hace entonces? Se vuelca nuevamente a la lectura obsesiva de esos libros que ocupan cada centímetro de su casa e intenta, desde ahí, el terreno firme, hablar sobre leer y no escribir, sobre la muerte del padre y el por qué de la distancia, sobre sus relaciones pasadas y las distintas ciudades donde vivió. En Orner la lectura actúa entonces como necesidad y excusa, como preparación y antídoto ante la muerte. Pero también la lectura -o el modo de vida que exige- como culpable, identificada más no padecida, de la distancia frente al mundo. ¿Hay alguien ahí? (Chai, 2020) puede leerse inicialmente como un conjunto azaroso de ensayos sobre escritores, el libro transita por grandes nombres: Cheever, Chejov, Rulfo, pero también sobre otros autores menos conocidos -por lo menos en estos lados- como Eudora Welty, Andre Dubus o Gina Berriault. Sin embargo, cuando se rasca un poco la superficie de aquel disfraz editorial que sugiere un “mapa de lecturas”, nos damos cuenta que estamos ante el esfuerzo de un hombre que necesita evadirse a sí mismo y no pensar en aquello que urge pensar -y sentir-. En este caso la muerte del padre y la culpa, siempre la culpa, de no haber hecho siquiera un poco más por acercarse a él en sus últimos momentos de vida, es el hilo que realmente hace al libro, el que junta todos aquellos trazos de lecturas y los transforma en un gesto indivisible.

De todas formas, por más que lo sugiere más de una vez, Orner, como buen evasor, esconde muy bien que se está evadiendo. Para eso tiene una receta clara -¿acaso no recurrimos a las estructuras internas cuando lo exterior parece un caos?- y la emplea todo el tiempo. Podríamos decir que la fórmula Orner parte siempre con una anécdota personal a la que le sigue una anécdota de lectura, primero las presenta como instancias separadas y luego, subrepticiamente, va uniendo vida y lectura a partir de citas textuales, datos biográficos de los autores, esbozos de crítica literaria y comentarios dirigidos al lector, para terminar con un par de párrafos en los que escribe cómo su vida, y el recuerdo de su vida, se han visto alterados por aquella lectura, eso es lo que Orner siempre parece estar buscando (y en ese sentido se parece mucho a Fabián Casas) la mutación bidireccional de la vida y la lectura. “Ficción o no: ¿no hay un momento, eventualmente, en que de una manera u otra nos convertimos en el verdugo de nuestro padre?”.

Por Miguel Ángel Gutiérrez

¿Hay alguien ahí?
Peter Orner
Chai Editora
2020
Traducción de Damián Tullio
Más info en https://chaieditora.com/hayalguienahi/