Comencé a leer el poemario mientras lo cosían y armaban las editoras de Tinta Negra Microeditorial, preparando el tiraje para su primer lanzamiento. Entonces me preguntaba sobre la figura de Joel: creando coreografías, danzando y volviendo un escenario su poemario, a la vez objeto, tan delicado en sus palabras como en el cuidado en su hechura.
Esta vez sobre el papel, micropoéticas y ausencias, poemario escrito por el bailarín y coreógrafo Joel Inzunza. Acompañan al libro, una serie de micro cápsulas, las que han sido incluidas en un mini documental producido por la editorial y la plataforma regional Butaca Los Ríos; empero, deseo enfocarme en su poemario para este escrito. Sus letras del libro-objeto se funden con la apariencia y textura del libro, este incorpora páginas desplegables y manuscritos a tinta propia del autor.
He rumiado mis pensamientos sobre el poemario: cuando se sufre por amor romántico se purga el duelo en estadios y transcurren en una consecución, tal como avanza la obra de Joel. La purga, en su definición de limpieza de entrañas, es sacar aquello que te carcome: “El invierno congeló mi corazón/ llamándote”.
Tuve que detener mi lectura, era fines de invierno y los recuerdos me impedían leer el texto sin abstraerme de las fases de duelo de mi propia vida: el silencio absoluto, la resignación dubitativa, aceptaciones irresueltas, idealizaciones sin destronar; fantasmas de amantes que nos acechan en una cama vacía. Así, Esta vez sobre el papel, es como una página borrada con letras translúcidas, propias de la confusión del arte de vivir. Joel dobla una hoja como la correspondencia que no llegará a su destino. El remitente ha difundido los mensajes en micropoéticas de libros hechos a mano. Cada poemario se condice con su tiempo colectivo, dedicación que a ratos me recuerda a las primeras vanguardias.
El amor romántico, del que nos codificaron desde el vientre, se sublima en la obra al hacerse danza, viento, montaña y agua. Herida que “confunde el dolor con el hogar”, parafraseando, tan frágil como cuando nos entrega imágenes como: “temblaba de miedo con tu cara pegada a mi rostro”. Llaga que se sutura como se cose un libro, como se unen las palabras, como se adopta la perspectiva de una vivencia que la vuelve ajena al convertirse en poesía.
Y en esa misma consideración el leitmotiv del amor: porque la herida y cada compás, esa “sequía de su boca, perder la métrica”, es una declaración de un himno a la intensidad. Allí drama queen, tan hermosa como melancólica, me conectó a su dolor con una pluma que se muestra como confesionario íntimo.
Este mal amor que se purga en el poemario demuestra lo excitante, que se mantiene a la vista como barril de desechos tóxicos, en el cual te hundes y lo sientes desde el displacer de la ausencia: “Imperante/ urgente/ necesario/ quiero/ que mi/ próxima/ banda sonora/ sea tu boca/ gimiendo/ cerca de mi oído”.
Creo que los poemarios de des-amor nos resuenan y seguirán volando mientras existan vidas que soñaron un nuevo amor. Así, me imaginé rayando en las paredes con rojo: “(…) pero el guion de este baile tiene sabor a principio cuando el final es evidente”. Se escribe, porque hay una alerta de spoilers brutal cuando se inicia un amor que no llegará a buen puerto, así “(…) somos un acuerdo de idolatría/ hicimos un pacto de melancolía”. La dependencia adictiva que finalmente logra escapar de allí, solo al fundirse con la naturaleza, a través de un proceso de soltar: ese soltar como el movimiento del cuerpo consciente de su lugar en la tierra.
Cuando se van aceptando los procesos, la danza de las palabras se mueven con la naturaleza que nos compone: “Intento llenar este agujero con mares/ con océanos/ con tempestades/ y montañas nevadas/ en mi memoria serán huracanes/ como bosques inmensos/ como amaneceres sin tu recuerdo/ el vacío es tan extenso/ como los ríos que atraviesan mis ojos”.
Bailar para escribir la tesitura, escribir para bailar, todo parece un vaivén. Se escribe porque se necesita, hay versos del poemario que son corriente de la consciencia, de la limpieza, del desamor: “(…) quise lanzarme en los acantilados de tu cuerpo/ nos dimos cuenta que ya era tarde/ saliste volando en medio de lo imposible/ te apresuraste no me esperaste/ somos una pareja de idiotas atáxicos/ asincrónicos/ fuera de tiempo y ritmo”. Autoafirmarse en la escisión de la voluntad contra la piel y la lengua. Es que ante la violencia del mundo está el refugio de la ternura de un beso y los repliegues en su claroscuro, tal como el papel, tal como la piel.
Advertí la somatización del quiebre: “Fui quitando un hilo rojo que salía por mi boca/ y aún tenía piedritas volcánicas en las entrañas/ me saqué la costumbre de tenerlas dentro”.
Aún en el suspenso del término, los cuerpos se difuminan entre el mar, neblina y melancolía, la esperanza: “(…) donde el cuerpo me baile lo perdido”. Estos versos para mí representan la resiliencia en la obra. Nuestro triunfo en el dolor: podremos estar raídas, dolientes y, sin embargo, nos tenemos la una a la otra, locas, brillantes danzando en la luz de luna: “Mi piel será de encaje/ brillante y satinado/ liberarme será por ti y por todas mis compañeras/ honraré la vida para que cantemos y aullemos/ bajo las noches de luna llena”.
Espero, que a quienes vivan la pérdida de una relación, acontezca que se levanten y concluyan en estos versos: “Lágrimas subieron por las mejillas. La lengua volvió a mi boca. Heridas cicatrizaron, la sangre volvió a mis venas y el fuego al fin, dejó de doler”.
Por algo, dicen las mujeres sabias del amor: todas las escobas nuevas barren bien, y del desamor, no hay mal que el tiempo no cure.
Por Camila Almendra
Esta vez sobre el papel, micropoéticas y ausencias
Joel Inzunza Leal
Tinta Negra Microeditorial
2021
12.000 pesos chilenos en el siguiente enlace