La experiencia de leer Geografía de la oscuridad (Katya Adaui [Lima, 1977], Páginas de espuma) evoca la de armar un rompecabezas sin tener a mano la imagen guía, especialmente si tenemos en cuenta la reflexión que hace Georges Perec en el preámbulo de La vida instrucciones de uso, aquella que nos hace ser conscientes de que la manufactura artesanal de puzzles depende de que alguien corte la figura con cuidado, anticipando los caminos que podrá tomar el jugador: “cada pieza que coge y vuelve a coger, que examina, que acaricia, cada combinación que prueba y vuelve a probar de nuevo, cada tanteo, cada intuición, cada esperanza, cada desilusión han sido decididos, calculados, estudiados por el otro”.  Así pues, a pesar de lo aparente, armar puzzles no es una actividad solitaria, pues las reacciones del jugador frente a las piezas han sido promovidas por el arte de quien creó el rompecabezas.

La autora de Geografía de la oscuridad nos sumerge, a lo largo de dieciséis cuentos, en atmósferas densas, construidas de oraciones en donde ni una palabra sobra ni falta. No se nos ofrecen descripciones detalladas de contextos, emociones o acciones. Los diálogos no están marcados por guiones, y no hay aclaraciones de quién dijo qué. En esa forma de narrar aparece una destreza similar a la del hacedor de puzzles: cada palabra, cada oración, cada párrafo generan algo en quien lee, una tensión que atrapa, la urgencia de encontrar sentido. Y, así como Perec señala que hay algo que une a quien arma un puzzle con quien lo ha fabricado,  recuerdo aquí que Katya, en un taller de escritura, nos recordaba que relato comparte raíz etimológica con relación. Quien lee un cuento entra en relación con quien lo ha escrito. Quien escribe lo hace para alguien, y, si escribe muy bien -como sin duda Adaui escribe- , logra emocionar y comprometer a quien lee.

Geografía de la oscuridad demanda atención y dejar que las imágenes que nos regala la autora iluminen las historias, tantearlas como el jugador de rompecabezas que describe Perec tantea las piezas. Y así, las imágenes hablan. Aparecen redes de pesca a la deriva, zapatos impares encallados en el mar, casas como puertos, incendios y animales como símbolos del extrañamiento dentro de la familia, de las distancias que separan a sus miembros, del desasosiego, y también de la ternura y la felicidad.

Y es que el gran tema del libro es el de las relaciones familiares. Adaui narra realidades fragmentarias. Incluso cuando usa la tercera persona, esta voz se sitúa en un punto de vista acotado, muy lejos de la omnisciencia. Padres, madres, hijos, hijas, articulando como pueden la vivencia de sus vínculos fundamentales. De esos vínculos que forjan la identidad, enseñan a amar, temer y sufrir. Cada quien traza su propio mapa, delinea su propia geografía. A quien lee le espera la experiencia de intuir las heridas existenciales que mueven a los personajes de todos los cuentos, de intentar reconstruir a partir de aquello que Adaui muestra y sugiere. Toca aprender a quedarse en las ambigüedades, en aquellas que aparecen en el lenguaje poético de Geografía de la oscuridad  y también en las que existen más allá de los cuentos.

Porque leer Geografía de la oscuridad es aproximarse a la literatura sin esperar respuestas ni certezas. La analogía con los rompecabezas de Perec tiene su límite aquí: mientras que ellos implican una imagen final, una manera correcta de armado, los relatos de Adaui proponen alejarnos de los sentidos unívocos y completos, y, de paso, hacernos aceptar que las piezas de los puzzles de las historias familiares pueden ser ensambladas de muchas maneras.

Por Soledad Sevilla Mendoza

Geografía de la oscuridad

Katya Adaui

Editorial Páginas de espuma

2021

Más información en https://paginasdeespuma.com/catalogo/geografia-de-la-oscuridad/