A propósito de Cam (2018) de Daniel Goldhaber

Pensadores como Aby Warburg y Walter Benjamin anticiparon uno de los giros epistemológicos más importantes para la crítica en la actualidad: el estudio de las imágenes. En nuestros días, la imagen se valida no solo en cuanto objeto de conocimiento estético y consideración crítica, sino también como objeto de circulación masiva. Ante la proliferación del internet, con sus “flujos de información veloces y agresivos” (Berardi 75), los dispositivos tecnológicos y los espacios digitales, la imagen-supervivencia de Warburg y la imagen dialéctica de Benjamin subrayan su relevancia teórica como discursos que legitiman el acento en el imperativo visual, lo que confirma lo planteado por la crítica argentina Margarita Martínez (2019): “El vector de toda sensibilidad . . . pasa por las imágenes” (97).

La película Cam (2018) de Daniel Goldhaber me interesa, entre otras razones, por complejizar el estatuto sobre la imagen digital y la subjetividad. El filme aborda la historia de Alice, una cam girl que ofrece servicios sexuales por medio de la plataforma digital Free Girls Live. El argumento se complejiza al momento en que la cuenta de la protagonista es hackeada y un sujeto de origen desconocido realiza shows en su nombre, haciendo libre uso de su identidad. En este contexto, ¿cómo se concatena la relación entre imagen y cuerpo? ¿Es posible separarlas en tanto entidades diferenciadas o resulta más productivo agruparlas bajo un mismo significante?

El siguiente texto tiene por objetivo explorar, por medio del concepto de ‘imagen-cuerpo’, la propuesta estética de la película Cam bajo la consideración de que la subjetividad de la protagonista se desplaza por medio de un intersticio entre lo corporal y lo digital. Dicho de otra manera, el espacio del internet posibilita nuevas bifurcaciones para pensar la subjetividad, en la medida en que la corporalidad se enuncia por medio de lo digital y viceversa. De esta forma, la imagen-cuerpo se esboza como una articulación de sentido para reflexionar en torno al imperativo visual y las nuevas formas de conocimiento que suscitan los espacios digitales.

Cam y la permeabilidad de los espacios

La primera escena de la película Cam se asemeja, en cierto sentido, al capítulo que da inicio a la novela Kentukis (2018), de Samanta Schweblin. En ambas obras, publicadas el mismo año, se exhiben los espacios interiores de la cotidianeidad y la intromisión de los dispositivos tecnológicos en el lugar de la intimidad. El plano secuencia de la primera escena de Cam muestra una habitación cubierta de luces rosadas, en cuya esquina se ubica un peluche de felpa. Luego aparece Alice, la protagonista, iluminada por una luz que emite la pantalla de su computador. Excusa la tardanza de su llegada y explica a sus seguidores que estaba en el baño, para luego iniciar uno de sus shows en vivo.

De acuerdo con la pensadora argentina Margarita Martínez, las nuevas máquinas tecnológicas “inducen terceros estados” (93) y se constituyen como espacios abiertos por la técnica, al romper con las dicotomías clásicas de lo real. La imagen inaugural de Cam da cuenta, precisamente, de una fractura en la dicotomía de lo público/privado y lo real/virtual. Estos espacios, más que esgrimirse en tanto pares antitéticos, se unen en una compleja concatenación, en la medida en que la protagonista comparte con sus seguidores el escenario de su habitación y ofrece servicios sexuales sin que su corporalidad se haga presente como materia concreta. Las tensiones dicotómicas, por ende, se muestran como permeables: lo público se nutre de lo privado y el cuerpo físico se proyecta por medio de la computabilidad digital. Es decir, estamos ante lo que Paula Sibilia denomina ‘extimidad’: “una intimidad que ha nacido para ser pública” (Martínez 94).

Bajo el cauce de esta extimidad, es posible rastrear, además, la permeabilidad de las dicotomías en el ámbito de la subjetividad. La protagonista de Cam se presenta a su familia y amigos como ‘Alice’. Lleva una vida normal y realiza las actividades cotidianas de una joven de su edad. En el espacio digital y, concretamente, en su lugar de trabajo, se presenta con el nombre de usuario Lola_Lola. Bajo esta identidad trabaja en Free Girls Live y ofrece shows en vivo. Pese a que en un comienzo ambos lugares permanezcan diferenciados, durante el transcurso de la película se observa una tensión que imposibilita la separación entre el mundo de lo real y el mundo de lo virtual. Al momento en que Alice es víctima del hackeo de su cuenta y pierde el control de Lola es cuando se disuelven las categorías e irrumpe lo raro.

La irrupción de lo raro

Un día, Alice intenta ingresar a su cuenta, pero descubre que la han hackeado. Llama al servicio técnico de la empresa para la que trabaja, pero no le ofrecen ninguna solución. A continuación, ingresa a su perfil en Free Girls Live y se sorprende al verse a sí misma montando un show en vivo. Frente a la pantalla, en la interfaz del sitio donde realiza sus shows, es testigo de la espectacularización de su cuerpo, sin poder dar, por medio del lenguaje, una explicación lógica de lo que ocurre.

La propuesta teórica de Mark Fisher (2018) sobre lo raro me permite pensar críticamente el conflicto argumental de la película Cam. Para Fisher, “lo raro es aquello que no debería estar allí” (12), figurándose como una experiencia que “trae al dominio de lo familiar algo que, por lo general, está más allá de esos dominios y que no se puede reconciliar con lo ‘doméstico’” (12). Lo raro habita los lugares íntimos, “cerrados, domésticos y habitados” (13) y se plantea como una perturbación particular que “Conlleva la sensación de algo erróneo” (19). Desde un sitial de intimidad y en la contemplación de su identidad digital, Alice es víctima no solo de un posible hackeo, sino también de la experiencia de lo raro.

En la película de Goldhaber, la desfamiliarización de lo doméstico ocurre en su intervención al lugar más íntimo del ser humano: el cuerpo. La experiencia de lo raro acontece, en específico, por la ocupación de un cuerpo digital, el de Lola, sin embargo, resulta imposible pensar en esta intervención sin la consideración de que ese cuerpo halla su lugar también dentro de la experiencia de lo real. El cuerpo físico de Alice se reproduce, como en una copia idéntica, en el sitio de la interfaz digital, y desde este lugar, un sujeto desconocido controla lo que este cuerpo realiza y lo que no. Por esta razón, la escisión real/virtual no actúa como un compartimento de unidades independientes; más bien, se posiciona como un lugar móvil en donde se da lugar a un desplazamiento de la subjetividad. Lo digital funciona, por ende, como una “prótesis subjetiva” (Martínez 94) y el sujeto “se percibe como un conjunto de fragmentos tempo-informacionales disponibles para entrar en conexión” (Berardi 79). El conflicto fundamental ocurre cuando la protagonista pierde su agencia en lo virtual, lo cual repercute de manera significativa en su realidad material.

La pérdida de la agencia es lo que desemboca el sentimiento de lo raro, fundamentalmente porque Alice pierde acceso al control de su enunciación digital. Observa el perfil de Lola como una espectadora de sí misma y no puede explicar lógicamente cómo es posible que sus shows en vivo puedan seguir efectuándose sin ningún ápice de su presencia en cuanto sujeto material. La recuperación de esa subjetividad digital y el deseo por concatenarla a su experiencia de lo real es la lucha de la protagonista durante el resto de la película.

La política de los tokens

La propuesta estética de Cam resulta interesante no solo por brindar nuevas luces sobre el estatuto de la subjetividad digital, sino, además, por abordar la problemática del trabajo sexual. Sin embargo, es necesario considerar que esta labor se realiza no desde la experiencia material del cuerpo a cuerpo, sino a través de una relación digital entre la cam girl y sus espectadores o seguidores. La mediación entre ambos se da a través de los tokens, algo así como monedas digitales asociadas a datos bancarios que los usuarios utilizan para pagar por los servicios de la cam girl. Asimismo, en la plataforma Free Girls Live, donde Alice exhibe sus shows en vivo, hay otras cam girls que, según el número de espectadores, son posicionadas en un ranking virtual: a mayor número de observadores, mejor es la posición de la cam girl.

Asimismo, los tokens determinan las acciones a realizar por las cam girls en cada uno de sus shows en vivo. Una de las escenas más significativas de la película ocurre cuando desde la cuenta hackeada de Alice realizan un show en vivo con una pistola. Los tokens, en este contexto, son unidades de medida para las acciones a realizar con el arma: “10.000 tokens para que la chupe. 50.000 para que la cargue. 100.000 para que la dispare”. De esta forma, los tokens son constitutivos de una política asociada a la competencia que se enmarca bajo la forma de un capitalismo postindustrial. El objeto de la transacción entre productor y espectador es el cuerpo mismo de la cam girl, que se computabiliza y se transforma en una imagen digital que tiene la capacidad de reproducirse en los dispositivos tecnológicos de miles de usuarios. La corporalidad, en este sentido, sigue el principio de la representación numérica advertido por Lev Manovich (2005): “Todos los medios se traducen a datos numéricos a los que se accede por ordenador . . . se vuelven computables; es decir, conjuntos simples de datos informáticos” (71). El yo real, por lo tanto, también tiene el potencial de reproducirse como imagen y su materialidad se presenta, en su forma digital, como el conjunto de números traducidos por un computador.

En relación con este punto, Margarita Martínez advierte el devenir del cuerpo material al estatuto de mercancía: “mientras que mi cuerpo pasa a ser una suerte de mercancía social que hay que visibilizar, mi cuerpo deja de ser una unidad, incluso una propiedad” (95). Esto conlleva a pensar el cuerpo, además, como un “nuevo tipo de materia prima” (95). En el contexto de Cam, esta consideración se subraya al considerar el intercambio de tokens por determinadas disposiciones corporales de las cam girls. Asimismo, el hecho de que en la película el espacio del trabajo sea el equivalente al lugar de la intimidad confirma la suposición de Berardi de que “La distinción entre tiempo de trabajo y tiempo de ocio ha sido progresivamente cancelada” (27). El sitio donde se ejerce el trabajo es, por ende, el mismo espacio donde se practica el ocio y se desenvuelve la intimidad.

Apuntes finales

Anteriormente, planteé que el conflicto de la película Cam ocurría por la experiencia de Alice con lo raro. Ahora, vale preguntarse por el desenlace: ¿quién estaba detrás del hackeo y cómo era posible que el cuerpo de Alice/Lola pudiera ser reproducido y controlado por alguien más? Quizás este sea el punto más ambiguo de la película, en tanto no se da una explicación concreta que aluda de manera específica al usuario o la entidad responsable del hackeo. Una de las posibles hipótesis que podría responder a esta presentación ambigua del desenlace lo constituye la inteligencia artificial. En la película, Alice descubre una página paralela, Girls4Download, en la que los shows de las cam girls son grabados, guardados y distribuidos de manera libre. La página mencionada funciona como un archivo digital en el que es posible tener acceso a cada uno de los shows ofrecidos por las cam girls.

¿De qué manera se relaciona este archivo con la inteligencia artificial? Recordemos lo planteado por Manovich: para este, una de las consecuencias de la conversión computable es que “Un objeto de los nuevos medios está sometido a manipulación algorítmica” (72); es decir, las imágenes pueden alterarse por medio de una codificación particular. En el caso de Cam, se puede inferir que el hacker involucrado manipula las imágenes del sitio Girls4Download y las presenta como reales. En una escena de la película, Alice descubre que una frase emitida en uno de sus shows se repite de manera exacta en uno de los shows de otra cam girl, lo que confirma esta suposición. La película induce a pensar, por ende, que el hacker interviene algorítmicamente las imágenes de las cam girls y emite shows que simulan estar en tiempo real. Ninguno de los espectadores duda de lo que observa, lo que confirma la suposición del filósofo francés Éric Sadin (2019): la inteligencia artificial se convierte en un “nuevo régimen de verdad” (95). La denominada aletheia algorítmica no necesita de una comprobación o verificación, porque en sí misma se concentra su autentificación. La imagen-cuerpo, en este sentido, se presenta como una realidad que no necesita de una comprobación particular.

El estatuto de verdad de la inteligencia artificial hace que los cuerpos de las cam girls se supediten a los de las imágenes que se reproducen. En este sentido, resulta imposible separar imagen, subjetividad y corporalidad en conjuntos diferenciados, porque se constituyen como fragmentos o fractales de un mismo continuum. Esta consideración, explorada a lo largo del texto, es la que yo entiendo por ‘imagen-cuerpo’: un nuevo estatuto para pensar en torno a la subjetividad digital y las formas de enunciación en los espacios del internet.

En una de las escenas finales de Cam, Alice se enfrenta a su doble digital y le advierte: “Me robaste la cara y ahora voy a recuperarla”. La conjunción entre humano y máquina permite adscribir la imagen-cuerpo a la inscripción de una subjetividad relacional, que, en palabras de Carolina Gainza (2018), “se establece en las redes de relaciones que construimos entre agentes humanos y no humanos . . . en términos de agentes actantes” (230). Desde mi perspectiva, la consideración de la imagen-cuerpo es solo el inicio de un largo camino para reflexionar en torno a las posibilidades de la subjetividad en el espacio del internet y me conduce a explorar otros objetos estéticos que problematicen o dialoguen el lugar del cuerpo en la digitalidad.

  

Por Joaquín Jiménez Barrera

 

 

Obras citadas

Berardi, Franco. Generación post-alfa. Patologías e imaginarios en el semiocapitalismo. Buenos Aires: Tinta Limón, 2007.

Cam. Dir. Daniel Goldhaber. Netflix, 2018.

Fisher, Mark. Lo raro y lo espeluznante. Barcelona: Alpha Decay, 2018.

Gainza, Carolina. Narrativas y poéticas digitales en América Latina. Santiago: Cuarto Propio, 2018.

Manovich, Lev. El lenguaje de los nuevos medios de comunicación. La imagen en la era de lo digital. Barcelona: Paidós, 2005.

Martínez, Margarita. “El derrame de lo subjetivo y la construcción de un real asistido”. En Speranza, Graciela (comp.), Futuro presente, perspectivas desde el arte y la política sobre la crisis ecológica y el mundo digital. Buenos Aires: Siglo XXI, 2019.

Sadin, Éric. La inteligencia artificial o el desafío del siglo. Buenos Aires: Caja Negra, 2020.

Schweblin, Samanta. Kentukis. Barcelona: Penguin Random House, 2018.