“Aquellos actos que se condicionan en forma simultánea dentro de nuestra consciencia, junto a los actos auténticos o propios, o sea los que integran y manifiestan nuestra personalidad, aún aquellos actos ajenos, dependían de mis deseos.” (Teófilo Cid)

Es probable que hayamos escuchado la palabra mandrágora en múltiples textos y películas de cualquier género. Sin embargo, su trasfondo apunta principalmente a prácticas mágicas y brujeriles, aquellas que entran en el campo del misticismo, la brujería, y lo que posteriormente se conocería como el ocultismo. Es en este campo donde se hace énfasis al uso de determinadas plantas, por ejemplo para fines mágicos como rituales, apareciendo de manera transversal en todo tipo de culturas. Uno de los ejemplos principales ocurre en el canto X de La Odisea cuando Odiseo y sus hombres, llegan a la isla del mar Mediterráneo llamada Eea, donde habita la hechicera Circe quien, a través de un preparado de hierbas mágicas, convierte en cerdos a los hombres de la tripulación.

Existen muchas teorías respecto al tipo de hierba o planta que esta hechicera utilizó; pero una de las teorías más comunes apunta a que esta hierba pertenecía nada más y nada menos que a una raíz de mandrágora. A esta planta se le atribuyen una gran cantidad de propiedades y poderes, como la capacidad de engendrar la locura. La mandrágora también es famosa porque existe la creencia popular de que, al arrancarla, podía emitir un chirrido espeluznante que provocaba la muerte inmediata de quien intentase sacarla de su estado natural.

Desconocemos por qué el grupo de poetas surrealistas chilenos usaron el nombre de dicha planta para definir a su grupo. Pero, para el desarrollo de este texto, nos vamos a quedar con la segunda parte de este mito: el ruido que emite esta planta al ser extraída de la tierra se puede traducir o interpretar como el lenguaje poético. Y es que más allá de la analogía entre ruido y poema, existe un trasfondo político que envuelve a toda la historia del grupo de la Mandrágora, quienes buscaban sobreponerse frente al panorama político de Chile de entre los años 30 y 40. Luis G. de Mussy en Mandrágora la raíz de la protesta o el refugio inconcluso menciona que en esta época se había generado un contexto cultural dominante destacando el carácter heterogéneo de sus participantes y lo homogéneo de sus propuestas, estos participantes apelaban a la necesidad de la renovación, de la búsqueda y la consolidación de lo nuevo. Así es como Enrique Gómez Correa, Teófilo Cid, Braulio Arenas, Jorge Cáceres e incluso Humberto Díaz Casanueva y Rosamel del Valle, formaron uno de los principales, si es que no el primordial, impulso del surrealismo poético en nuestro país.

La poesía negra y el ocultismo

Para hablar de los poemas de La Mandrágora es necesario remitirnos a la cosmovisión que poseen respecto del quehacer lírico. En el primer número de la revista La Mandrágora, Braulio Arenas define a la poesía como un elemento negro como la noche, como la memoria, como el placer, como el terror, como la libertad, como la imaginación, como el instinto y como la belleza[1].  Para Arenas, la labor de quien escriba poesía se basa en la desesperación, ya que supone una fuga, una especie de escape que se contrapone con los sentidos físicos, sea de manera consciente o inconscientemente. De esta alquimia nace lo que él denomina: la llama arrebatadora del dictado profético, es decir, el poema.

Bajo esta definición de la poesía nace el concepto de lo negro, la poesía entendida como una especie de razón dialéctica entre símbolos sexuales, el deseo y diversas coerciones filosóficas que apuntan a la necesidad de dispersar el pensamiento y expresar el descontento interno de la imagen lírica. Con base a ello, Teófilo Cid menciona en su texto “Lámpara a ojos, notas sobre Poesía Negra”, que el deseo es la base del humor y éste es capaz de condicionar a la poesía, por lo que nos da a entender que el deseo es un tópico transversal no solo en el poema ya finalizado y pasmado en la hoja, sino en el proceso de creación poética. El quehacer lírico se configura como una especie de ritual arcano para decretar intenciones, voluntades y deseos. Y es justamente en este punto donde se crea el nexo entre el mundo de lo poético y lo brujeril; se abre la puerta de una corriente ocultista llamada La Magia del Caos.

Esta rama del ocultismo nace como un movimiento cuya génesis se remonta a fines de los 70s en Inglaterra, posicionándose como una especie de respuesta al creciente interés del ocultismo inglés, el cual estaba dominado por tres pilares teóricos fundamentales: la brujería tradicional, la cábala occidental y la filosofía de Thelema propuesta por Aleister Crowley.  No obstante, la Magia del Caos basa sus prácticas principalmente en una mezcla entre el chamanismo, el taoísmo, el Tantra, los postulados respecto de la magia ceremonial de Crowley y El Libro del Placer de Austin Osman Spare; cuya conjunción deriva en la importancia de la práctica mágica por sobre la cantidad necesaria de teoría e intelectualidad. Es decir, el practicante de la magia del caos se enfoca principalmente en la experiencia más que en lo que está escrito en los libros. De este modo, la magia puede ser empleada como un mecanismo para generar cambios en una determinada circunstancia o contexto.

Ahora bien, si nos adentramos en los preceptos rituálicos de la Magia del Caos, las palabras como: deseo, voluntad e intención, resultan pilares fundamentales del quehacer brujeril caóta. Phil Hine, una de las figuras fundamentales de esta corriente ocultista, plantea que la brujería requiere la habilidad para ser capaz de separar, identificar y focalizarse en deseos específicos, mientras que al mismo tiempo debemos mantenernos muy cerca de ellos ya que, en palabras de Hine, “cuando [los deseos] han sido separados, exteriorizados y posteriormente olvidados, logran manifestarse y generar algún tipo de modificación, tanto en la persona, como en lo que desea conseguir”[2]. Acá es donde encontramos nuestro primer paralelismo con la poesía de Mandragóricos, y no hay mejor ejemplo que lo planteado por Enrique Gómez-Correa en su obra “Intervención de la poesía”, la cual cito:

La poesía actual limita con la metafísica y la mística; pero no es la fusión del hombre con la divinidad ni pretende desentrañar el universo. Hay sí, de común en todas ellas, los opuestos hombre y mundo. / La metafísica y la mística consideradas en sí mismas, no pasan de ser otra cosa que síntomas de la poesía. / El poeta, más bien, fija puntos estratégicos en lo indefinido, en la substancia. (Gómez-Correa 61)

La concepción poética de los integrantes de la mandrágora se configura de la misma forma que un ritual. Dentro de los parámetros de la Magia del Caos, existe un propósito que apunta a la necesidad de cambiar el entorno, es decir modificar el contexto en que estos autores se desenvolvían. El poema, en este caso, opera como una especie de conjuro declarativo, capaz de abrir un portal entre lo sublime y lo terrenal.

Estas características resultan transversales entre los diversos autores que componen este grupo surrealista, figuras como el espejo, las velas, el erotismo, el sol, la noche y el agua; son recurrentes en cada poema. Lo que nos llama la atención, es que dichos elementos poseen una connotación casi adivinatoria, cuyo paralelismo con las prácticas de la Magia del Caos recae en el hecho de recurrir a un estado alterado de la conciencia, concentrarse en una vela o frente al espejo en una posición incómoda hasta el agotamiento físico, lo que permitirá al inconsciente conectarse con determinadas visiones, ya sean del futuro, el pasado e incluso el presente mismo. Este estado alterado de la conciencia es denominado Percepción liminal, la cual consiste alcanzar un estado limítrofe de vigilia, es decir, posicionarse en estar medio despierto-medio somnoliento, producto del agotamiento físico y espiritual. Como ejemplo de ello podemos basarnos en el poema “Mandrágora-Hombre” del mismo autor, quien hace referencia a la quiromancia y a la capacidad de penetrar en un estado alterado de la conciencia y su analogía con la ensoñación como mecanismo develador de lo oculto, cito:

           Yo leí mi destino en las líneas de tu mano/ Penetré los elementos con la seguridad/ Del que sueña las veinticuatro horas del día/ Supe de la lascivia, la muerte, la noche y el amor/ Y aquí permanecimos -tú lo sabes-/ Todo amor es substancia y elemento de la misma noche. (Gómez-Correa, 79)

Cabe destacar que, para el grupo La Mandrágora, la simple noción de semejante realidad hace retroceder al ser humano hacia los ocultos sentidos de los fenómenos irreales, hasta que “un día esta perpetua oscilación de los caracteres de la vida, habrá que llegar a su punto de máxima ruptura, y se luchará dentro y fuera del organismo humano, como una especie de reflejo sobrenatural” (Arenas, 58). Esta dicotomía entre lo sobrenatural y la realidad misma,  se posiciona dentro de la Magia del Caos como la interacción entre dos tipos de trance: el inhibitorio, el cual apunta a la reflexión silenciosa, observar una vela hasta pulverizarse la vista, al diálogo interno, a la deprivación sensorial, entre otras prácticas; y el trance excitatorio, el cual apunta a la hiperventilación, al canto, el orgasmo, el sonido de los tambores en un ritual chamánico o cualquier otro contexto que genere una determinada estimulación. Estos estados de trance fundamentan los procedimientos rituálico-mágicos que permiten que la persona practicante sea capaz de adentrarse en el terreno de los sentidos ocultos planteado por Braulio Arenas.

La conclusión iniciática

Finalmente, podemos concluir que el lenguaje poético y, en específico, los poemas creados por el grupo de La Mandrágora, nos permite analizar desde el campo del ocultismo y la brujería un lenguaje que es capaz de construir sistemas complejos, llenos de símbolos y de líneas metafóricas que operan como conjuros para develar nuestra voluntad, o para hacer plausible el deseo de generar alguna especie de cambio. Los poemas de la mandrágora nos permiten presenciar una batalla entre la voluntad y el deseo, la necesidad de liberar absolutamente toda la energía contenida y convertirnos en una sola totalidad con el cosmos y el inconsciente. De este mismo modo, la Magia del Caos considera que la palabra, sea escrita o hablada, tiene la capacidad de manifestar la voluntad de una persona y cuanto menos seamos conscientes del deseo, y cuanto menos pensemos en él, nuestro lenguaje logrará manifestarse más allá de sus limitaciones normales. La magia del caos pone énfasis en olvidar esa voluntad y ese deseo.

En este caso, La Mandrágora formula sus deseos, los lanza ritualmente como hechizos vestidos de poemas negros y luego quedan ahí, olvidados.

Por San Chris Atherton

 

Bibliografía

Arenas, Braulio, Enrique Gómez-Correa, and Jorge Cáceres. El A G C De La mandrágora. Santiago de Chile: mandrágora, 1970. WEB

Carroll, Peter J. Liber Null. Keighley. Inglaterra: Morton Press, 1980. Impreso.

Hine, Phil, and Peter J. Carroll. Condensed Chaos: An Introduction to Chaos Magic., 2010. Impreso

Nomez, Nain. La Mandrágora: Surrealismo Chileno, Talca, Santiago Y París. Talca: Universidad de Talca, 2008. Impreso

[1] Arenas, Braulio. “Mandrágora, Poesía Negra”, Revista Mandrágora N°1, 1941.

[2] Hine, Phil. Chaos Condensed: an introduction to chaos magic. The Original Falcon Press, Arizona, 2010. P.79