“La vieja viga maestra que se vino abajo estaba apoyada sobre una canción” dice León Felipe en un epígrafe a este libro de conversaciones con catorce poetas que publicaron —o que comenzaron a publicar— luego del golpe militar. Se termina de leer con la sensación de haber visitado archipiélagos o estudiado constelaciones, cada exponente firme en su modo de comprender la escritura, oscilando desde el más radical ombliguismo a un comprometido sentido comunitario, pero la mayoría reivindicando al lenguaje como un último reducto de libertad y de percepción sin ataduras.
En sus páginas dan testimonio Carmen Berenguer, Diego Maquieira, José Ángel Cuevas, Rosabetty Muñoz, Elvira Hernández, Bruno Vidal, Raúl Zurita, Thomas Harris, Claudio Bertoni, Carlos Cociña, Gonzalo Muñoz, Cecilia Vicuña, Soledad Fariña y Marcelo Redolés. Poesía escrita en dictadura, la mayoría en el inxilio. Si bien la curatoría por momentos parece redundar en la escena ochentera de Santiago, hacia el final del volumen se abre; Bertoni, Harris y Rosabetty, le dan una necesaria vuelta de tuerca a un engranaje algo gastado por la insistencia metropolitana del canon autocumplido.
Si bien es una muestra diversa, para ser un “mapa de época” como pregona la contratapa editorial, faltan nombres y situaciones; la poesía en el exilio, la mapuche, la vasta provincia, y sobre todo faltan los muertos, pienso en Aristóteles España, en JL Martínez, en Jorge Torres, en Rodrigo Lira, entre otros y otras, claves de ese período, pero claro, no se puede entrevistar a los muertos, a no ser vía espiritismo, tampoco se puede hacer una operación rastrillo como la impresionante Selva lírica del novecientos, sin ser una lata indigerible, hay que acotar, de acuerdo. Pero si se propone como mapa, es necesario que aparezcan los caminos pavimentados y también los interiores, mostrar quizás alguna ruta nueva, un mapa de lugares ya visitados corre el riesgo de apilarse junto a los anteriores.
Esto no quita en un gramo la calidad del trabajo periodístico, ni interfiere la impecable documentación en torno a las y los entrevistados, tampoco merma el diálogo que se logra generar entre las distintas voces. Hay pasajes memorables, verdaderas artes poéticas en la fluidez de la conversación, fragmentos iluminatorios sobre los mecanismos y modos de comprender la escritura poética. Hernández y Cociña hacen verdaderas clases sobre cómo el lenguaje trabaja sobre el instante, cómo captura el presente huidizo que erosiona la percepción y dónde la escritura vendría a ser el sedimento fértil donde se desarrolla una mirada sobre el mundo.
El contrapunto cruzado, el dime y direte entre los distintos entrevistados tiene sus ventajas así como sus peligros, pues por un lado dinamiza las interacciones, ofreciendo una trama narrativa paralela al desarrollo de las conversaciones; por otra parte fija la atención en la lucha de poder que presupone el desarrollo de una voz en el campo cultural, con su capacidad de legitimar o desautorizar otras estéticas o personas, en todo caso la brevedad de esos momentos de contrapunto sirven de justo aliño y no desvía el relato hacia el cahuín personal, hacia donde lamentablemente se desvían con frecuencia los contenidos en el campo cultural, en desmedro de las obras.
Un libro útil para comprender los procesos sociopolíticos en que se desarrolló una parte importante de la poesía en la década de los setenta y ochenta, los modos de producción, de resistencia y las formas de relacionarse, cumple con informar y poner en valor una serie de obras que se complementan entre sí, así como evidenciar la evolución o estancamiento de sus creadores.
Dan ganas de que obras de este tipo fueran más frecuentes, que no hubiera una especie de abismo entre la poesía y el ensayo duro, donde la complejidad de las obras poéticas permitan un modo de acercamiento al lector de narrativa, de biografías, de historia, de crónica, ampliando de ese modo el alcance de la poesía y de las ideas que contiene. Además demuestra una valoración y cariño por el corpus seleccionado, ya que la amenidad en la cual se desarrollan las temáticas, habla de la importancia que tiene para los autores el contenido y su manera de mostrarlo es la fluidez con que se deslizan las 228 páginas, obsequiando una puerta de entrada a un período histórico complejo que produjo obras ídem, con fricciones en el campo cultural, como todo organismo vivo que se precie de serlo.
Una viga maestra en una construcción está puesta en el lugar preciso y debe tener la resistencia necesaria para soportar el peso que se le echará encima, el hecho de que esté puesta sobre una canción, como dice el epígrafe de León Felipe, habla de la confianza en la densidad que puede lograr el lenguaje poético en la construcción de los discursos en el campo de la cultura, si la viga se vino abajo es porque algo en el alma popular se debilitó hasta romperse, si aún se sostiene con parches, ya la pudrirá la humedad o la trizará un terremoto, en estas tierras sabemos que ninguna construcción dura para siempre, y las culturales no son la excepción, sabemos que las nuevas constructoras están siempre deseosas de instalarse luego de la demolición.
Por Felipe Mondaca Mijic
La viga maestra – Conversaciones con poetas chilenos 1972-1989
José Tomás Labarthe y Cristián Rau
Ediciones Universidad Diego Portales