Una de las inesperadas contradicciones del estallido social de octubre, son aquellos lugares que comenzaron a blindarse, a tapiar sus puertas y ventanas, a cubrirse, alambrar, cercar, a quitar sus logos, la publicidad de sus paredes y marquesinas, pero seguir ofreciendo sus mercancías. Un repliegue que nos invita a pensar más allá de este acto de protección. El centro y el barrio alto se acoraza y se camufla en una mezcla estética propia de sectores industriales y películas postapocalípticas donde el gusto por exhibir y mostrar queda obsoleto bajo la premisa de proteger. Porque pareciera que la vitrina y sobre todo las fachadas vidriadas dan cuenta de cierta fanfarronería que podemos adjudicar al orden público ganado en la transición a la democracia, pero como una alegoría hollywoodense, el brillo y la transparencia escondían su fragilidad en la superficie.
El vidrio recubrió nuestras ciudades desde mediados de los 90, y se vuelve parte del paisaje donde podemos reconocer un ideal de Chile que coquetea con el crecimiento y una democracia estable. Enseñábamos al exterior un discurso de libertad, progreso y prosperidad. Pero la vitrina tenía una fisura, a la vista de todos. Y de pronto la grieta ya no resiste más y todo esto se desploma de una manera estruendosa y espectacular.
“El miedo cambió de bando” leo en las vitrinas blindadas de un banco. Así parte esta serie de fotografías que van dando cuenta de ese miedo, que se materializa entre planchas de zinc, acero y terciado estructural. Las clases altas de nuestro país fueron creando una trama invisible un muro inmaterial que nos ha separado por décadas. Intrincadas operaciones y discursos que se han acumulado en un imaginario colectivo. Crímenes económicos, cohecho, apropiaciones, malversaciones, colusiones, un sin número de actos delictuales que no vale la pena enumerar, pero que operan también dentro de un campo simbólico. Durante estos años hemos presenciado cómo la clase política y empresarial puede librarse de la justicia con desfachatez y arrogancia, la misma que hoy reclama paz y sentido común para incentivar un diálogo.
Desde 18 de octubre, estamos viendo un reordenamiento del juego político. En la calle se ha puesto en escena el fuego, el baile, los gritos, las percusiones, la sangre, un acto pagano que nos devuelve una imagen primaria que creíamos extinta en nuestro progresista y moderno Chile. Y en contraposición a la performance colectiva, la clase política y empresarial devuelve como una imagen espejada; el blindaje y represión policial. Ambas dimensiones parecieran atravesar planos de la realidad tan distantes que es difícil ver una solución inmediata.
El gobierno de nuestro país optó por un camino inmunológico para enfrentar el estallido. Desde su forma de leer la grieta, ha construido una otredad a la que puede combatir. Un virus que se esparce y que infecta nuestro ideal de sana democracia y que debemos exterminar lo antes posible. Volvimos al imaginario cancerígeno, según el General Besaletti, quien en sus desafortunadas declaraciones nos afirma que para erradicar un cáncer: “se matan células buenas y células malas”.
El otro siempre intimida; la mujer, el indígena, el gay, el pobre, el inmigrante, el trans, siempre es en principio una amenaza, que podríamos tolerar, pero antes de ser aceptado es un sujeto sospechoso. Bajo esta premisa podemos deducir que el blindaje siempre ha estado ahí, ha sido la forma en que las clases altas se han relacionado con el resto de Chile. Ellos pueden ir a sus universidades y colegios, a sus clínicas, a sus plazas y parques, a sus playas, a sus estadios, evitando el contacto con esa otredad, que molesta e interrumpe la sensación de seguridad, orden y progreso.
Durante estos 30 años se construyeron fachadas vidriadas, que vestían nuestros edificios corporativos creando la ilusión de un distrito económico pujante y exitoso. Oficinas y centros comerciales aspiracionales que no son coherentes con una realidad social que se estaba desbordando. Ese tipo de transparencia que permitía ver, pero no tocar. Chile ostentaba libertad y prosperidad exhibiéndose al resto del mundo con orgullo. En palabras de nuestro presidente; “En medio de esta América Latina es un verdadero oasis, democracia estable, economía creciendo”. Pero en el desierto también hay espejismos.
“El dinero, que todo lo hace comparable con todo, suprime cualquier rasgo de lo inconmensurable, cualquier singularidad de las cosas. La sociedad de la transparencia es un infierno de lo igual” (1) según Byung – Chul Han. Chile postdictadura se transforma en un extraño engendro liberal, que trata de esconder al otro y busca la semejanza. Quedamos a medio camino entre problemáticas del XX y del siglo XXI. En principio nos rige una visión inmunológica, descrita por Byung – Chul Han como una época, “mediada por una clara división entre el adentro y afuera, el amigo y el enemigo en entre lo propio y lo extraño”(2), pero al mismo tiempo estamos sometidos a una sociedad del rendimiento, que va dejando atrás a la sociedad disciplinaria. Según el mismo autor, “estos sujetos son emprendedores de sí mismos”. Y esto nos dio la confianza para construir nuestros edificios de vidrio.
Entonces esta sociedad embriagada de emprendimiento y progreso llevaba también una fisura por donde asoma una sociedad disciplinaria que privilegia el orden público por sobre otros derechos. Del paradigma inmunológico rescatamos el miedo al otro, y del imaginario del rendimiento rescatamos la autoexplotación. Así lo advertimos durante el estallido, Chile no podía darse el lujo detener las máquinas, no podíamos perder el tiempo. Tras los primeros días de enfrentamientos ya estaba instalado en la prensa la idea de la reactivación económica, subsidios a las pymes y el desempleo, como las grandes preocupaciones del gobierno. Después el comercio se blindó y colgó carteles afuera de sus fachadas que decían: “Seguimos atendiendo”.
La búsqueda de la seguridad siempre me ha causado extrañeza, quizás sea porque nací el 85 y hubo un terremoto, y luego el gran terremoto del 2010 y derrumbó la casa en que vivía y con esto pude abrazar la incertidumbre. Todo lo que hoy tenemos no significa nada, que la seguridad no es algo que podamos poseer. En estos 30 años se ha construido un país/oasis, progresista y cómodo para quienes lograron entrar, un espejismo para otros y un desierto para el resto.
Veo a quienes quieren cambiar de modelo, quienes quieren cambiar la constitución, como gente que está dispuesta a abrazar la incertidumbre, a caminar sin miedo por un terreno desconocido y ver qué pasa. Y veo por otro lado a gente que actúa desde la seguridad y con resistencia al cambio porque implica un riesgo. Sé que nuestro modelo económico pretende evitar el peligro. Pero lo cierto es que nuestro modelo económico, como cualquier otro, está lejos de poder darnos alguna certeza. Por eso cuando veo los blindajes, no veo sólo miedo, veo a gente aferrada a una ilusión, que es siempre inútil frente al futuro. La seguridad no es algo que se pueda poseer, comprar o mantener. Por eso prefiero a esa gente que esté dispuesta al salto al vacío. Como dice Hölderlin: “allí donde asoma el peligro se encuentra lo que salva”.
1 Han, Byung – Chul. “La sociedad de la transparencia”, editorial Herder, 2013
2 Han, Byung – Chul. “La sociedad del cansancio”, editorial Herder, 2017
Fotografías y texto por Samuel Sebastián