A Bob le golpean. Le golpean la espalda rítmica e hipnóticamente. Ahí fue donde paré la película por primera vez, no por cansancio sino por noche. La mano de Sheree queda suspendida en el aire. Bob espera. Al otro día vuelvo y mi televisor recuerda donde quedó la última vez. ¿No es la espera del golpe parte fundamental del circuito sadomasoquista? La mano de Sheree baja y hace pum! pum! de nuevo en la espalda de Bob. Hemos visto a Bob tosiendo y escupiendo durante toda la película, sabemos que este ritual es parte de su enfermedad. La espalda de Bob desaparece y aparece su cara que tose. Escupe en un vaso de plástico. Carraspea su garganta. Kirby Dick, el director, hace un juego entretenido de montaje al juntar varías tomas de Bob tosiendo en una gran y larga tos que podría nunca acabar.

La paradoja puede describirse así: un enfermo de fibrosis quística, crónicamente ahogado en su propio exceso de fluido, siempre enfermo, siempre con dolor, también goza sexualmente del dolor y la exploración del dolor. Es un sadomasosquista-súpermasoquista como él mismo decide declararse en la canción que abre la película. Su enfermedad lo ha condenado a la muerte (más bien: a la concreta posibilidad de que morirás de esto y no de otra cosa) y como un buitre Kirby Dick vuela en círculos acechando distintos momentos de la historia de Bob Flanagan, incluyendo, como era de esperar, su muerte.

Vemos a sus padres hablando en la entrevista que dan juntos y preguntándose “¿Cómo no sabíamos? [que era un sadomasoquista]”. La cara del padre hace pensar que su hijo le da asco. Ahí salta la ambigüedad del título de la película: Sick, enfermo. La ambigüedad es obvia más adelante cuando nos ponen el primer plano del pene de Bob a toda pantalla, esperando que un clavo lo atraviese. El acto termina con la pantalla llenándose de la sangre que gotea desde la orilla de su pene, al ritmo de una animada canción cristiana. Aplaudo la existencia de la cuarta pared, desde las sombras de mi autocensura de brazos y dedos. En contraposición, el padre de Bob se enorgullece de que su hijo sea un tipo duro, el más duro que conoce.

Una forma de entender el documental de Kirby Dick supone que Bob a su vez se carroñizó a sí mismo: Sick correspondería a la realización de ese proyecto artístico en el que uno de sus acaudalados coleccionistas tendría derecho a observar a través de una pantalla la evolución de su cadáver una vez muerto. Los espectadores acompañamos a un hombre enfermo en un desfiladero hacia algo que le es desconocido y que cuando llega es terrorífico. Ahora, se trata de un hombre que puede exponer las torturas de su cuerpo fragmentado en diversas pantallas como objeto artístico, o gozar de una bola de acero insertada a la fuerza en su culo, o manipular la carne de su miembro como plastilina en manos de la gravedad. Por ello la secuencia de la muerte de Bob nos enseña que nada nos prepara para enfrentar la propia muerte. Allí sus ojos van llenos de terror. En la agonía, vuelve de vez en cuando para decirle a su esposa que la ama. Pero se encuentra solo. Otra imagen que me retorna es Bob expirando oxígeno, el cansancio de Bob, los tubos plásticos siempre acompañando sus fosas nasales. Bob, a la vez, canta, grita, hace melodías, canciones irónicamente alegres sobre el sufrimiento de la enfermedad. Canta con una cámara encima, como en su féretro, mirando al público que a veces se ríe. Bob me recuerda a alguien que no puede soportar los muchos chistes que le quedan por contar. Y después encontramos a Bob recalcitrante a la cámara en manos de su esposa. Hay cosas que no quiere hablar. Su esposa no sabe qué decir cuando Bob dice que se está muriendo, pienso que se está haciendo la dura también, tratando de conservar la estampa de dominatriz que debe desear la aniquilación de su objeto. Ahí la vemos hundida en el asiento trasero del auto que Bob conduce asustado hacía el hospital en el que será su último viaje.

Bob entonces deja de respirar. O se ahoga. Queda su pulmón, un pedazo final de su cuerpo en las manos propietarias de su esposa. Queda Bob en una foto junto a otra persona con Fibrosis Quística el día en que la acompañaron a hacerse un piercing en el seno. Queda Bob cantando en los créditos como un espectro burlón que dejó a los buitres, nosotros, carroñándole a lo que nos duele.

Por César Castillo