1. EL DESFILE DE LOS CUERPOS

A. Eva Perón muere a las 20:25 del 26 de julio de 1952. Horas después, el doctor Pedro Ara inicia el proceso de embalsamamiento del cuerpo. Es velada durante 13 días. Tres millones de personas hacen interminables filas para despedirla. Hay procesiones y marchas de antorchas en todo el país. Las florerías se quedan sin flores. El cuerpo permanece en la capilla de la CGT hasta la finalización de la que sería su tumba definitiva: el “monumento al descamisado”. Con la Revolución Libertadora, en 1955, el cuerpo es secuestrado y desaparecido durante 16 años. En ese periplo, viaja en camión los primeros días, sin destino fijo. Durante el tiempo que permanece en la casa del mayor Eduardo Arandía, confundiéndola con el fantasma de Evita, la esposa embarazada del militar cae muerta de un tiro. En el despacho del coronel Moori Koening, permanece en posición vertical en una caja y es mostrada, manoseada, como trofeo de guerra. El hombre borracho que decía que esa mujer era suya, como narra el cuento de Walsh, fue relevado de la tarea y trasladado a Comodoro Rivadavia. En manos del coronel Héctor Cabanillas, se inicia la Operación Traslado, diseñada por el coronel Lanusse. El 23 de abril de 1957 el cuerpo es despachado en barco bajo el nombre de María Maggi de Magistris y enterrado en el cementerio de Milán. Tras el secuestro y ajusticiamiento del general Aramburu que realizara Montoneros en 1970, se inicia el proceso de restitución. En 1971 el cuerpo mutilado, golpeado y vejado es devuelto a Perón en Madrid, en Puerta de Hierro, donde es alojado en una buhardilla. Hay quienes cuentan que López Rega, “el brujo”, hacía rituales con la momia con la finalidad de transmigrar el espíritu de Evita al cuerpo de Isabel. En 1974, el cuerpo retorna a la Argentina. Es restaurado, puesto en exhibición y guardado en la cripta fúnebre de la Quinta de Olivos, mientras se proyecta la construcción del mausoleo en el que sería depositado junto al cuerpo de Perón. En 1976, la dictadura militar decide restituirlo a lxs Duarte, que lo colocan en la bóveda familiar del cementerio de la Recoleta. ¿Eva Perón muere a las 20:25 del 26 de julio de 1952? 

B. Juan Domingo Perón muere a las 13:15 del 1 de julio de 1974. Durante tres días, es velado y saludado por las cientos de miles de personas que logran ingresar al Congreso, y por las millones que llenan las calles. Su cuerpo es embalsamado, llevado a la cripta de Olivos y más tarde, trasladado al cementerio de la Chacarita. En junio de 1987 la tumba es profanada: cortan con una sierra las manos de Perón y las roban junto con su gorra y su sable militar, la bandera que cubría el féretro y un poema de Isabel. La investigación incluye una carta enviada al Partido Justicialista exigiendo el pago de 8 millones de dólares para su restitución, firmada por “Hermes Iai y los 13”, pistas falsas, la desaparición de documentación y la muerte de personas vinculadas a la causa, hipótesis esotéricas que incluyen logias nacionales e internacionales. En 2006, el cuerpo es trasladado a la Quinta de San Vicente, en una jornada no exenta de enfrentamientos, disparos y heridos. ¿Juan Domingo Perón muere a las 13:15 del 1 de julio de 1974?

C. Durante la llamada Campaña del Desierto, el Estado autoriza y lleva a cabo el mayor exterminio de comunidades indígenas en nuestro país. Los pueblos que se resisten son asolados, apresados y arrastrados en las peores condiciones a distintos destinos de la provincia de Buenos Aires. Los mayores contingentes llegan a la Isla Martín García, donde son esclavizados, entregados como servicio doméstico o enviados como material de estudio vivo a modernos centros del saber, como el Museo de La Plata, donde más tarde encuentran la muerte. La apropiación y el reparto de cuerpos y tierras abarca también la profanación de tumbas y el envío de miles de restos óseos a museos nacionales e internacionales. El crimen continúa bajo otras formas a lo largo del siglo XX, en nombre de la ciencia, del agro, de los negocios inmobiliarios. En vida, lxs indígenas apresadxs son maltratadxs, paseadxs y exhibidxs como animales exóticos. Sus restos no gozan de mejor destino: acaban en las vitrinas de los museos o guardados en cajas y depósitos, como material antropológico. En 1994 se realiza la primera restitución ordenada por la ley. Inacayal fue un cacique tehuelche nacido en Tecka, Chubut. Secuestrado junto a Foyel y sus familias, fueron llevados al Tigre y de ahí al Museo de La Plata, a pedido de su director, Francisco P. Moreno, donde poco más tarde murieron. En 2014 se completa la restitución iniciada en 1994, con la devolución de su cerebro, su cuero cabelludo, y los restos óseos de su mujer.

Cuando Kryygi tenía un año, quedó huérfana en medio de la masacre a un campamento Aché por parte de un colono en el Chaco paraguayo. Fue secuestrada, llevada a Samoa, bautizada como Damiana y criada por los asesinos de su familia. Dos años después fue entregada a la familia Korn, que la tomó como sirvienta. De allí pasó al hospicio de Melchor Romero, que dirigía Alejandro Korn, donde fue fotografiada desnuda y en estado avanzado de enfermedad por el investigador alemán Lehmann-Nitsche. Dos meses después, murió de tisis. Su cuerpo fue desmembrado, estudiado y expuesto en vitrinas. La primera restitución, de 2010, es completada en 2012, con la devolución de su cráneo, que permanecía archivado en un laboratorio de Berlín, enviado por Lehmann-Nitsche. 

El proceso de restitución de los restos identificados, continúa hasta la actualidad. Un breve repaso: en 2013, la restitución de trece hombres, mujeres y niños mapuches-tehuelches en Gaiman, Chubut; en 2015, la restitución de Margarita Foyel en Las Huaytekas, Río Negro; en 2016, la del ona Capello, guerrillero Selk’nam y otros tres integrantes del mismo pueblo, sin identificar, en Tierra del Fuego, la del lonko Gervasio Chipitruz, el lonko Gherenal, el machi “Indio Brujo” y Manuel Guerra en Trenque Lauquen; en 2017, la de seis catrieleros a la comunidad Cacique General de Las Pampas Cipriano Catriel de Azul, la de cuatro araucanos de Tapalque a la comunidad Peñi Mapu de Olavarría; en 2018, la del Lonko Cipriano Catriel en Azul, la de nueve hombres Qom en Napalpí, Chaco, la del tehuelche “Sam Slick” en Gaiman, Santa Cruz, la del tehuelche “hombre de Yanquenao” en Chubut; en 2019, la de la niña Nivacle en Nivacle, Formosa, la del cacique qom Polvareda en Las Toscas, Santa Fe. Quedan aún por identificar y restituir miles de restos óseos.

D. Durante la última dictadura militar, se persiguieron, secuestraron, torturaron y asesinaron a miles de personas en centros clandestinos. Se incautaron sus bienes, se cuentan alrededor de 500 bebés, niños y niñas apropiadxs, nacidxs en cautiverio o secuestradxs con sus padres, que fueron entregadxs a otras familias y privados de su historia, de los cuales se restituyó la identidad de 137 hasta la fecha. El Equipo Argentino de Antropología Forense recuperó más de 1400 cuerpos e identificó a más de 800 personas. Una minoría fue entregada durante la dictadura a quienes reclamaban por su paradero, como fue el caso, en 1978, de los restos de Laura, hija de Estela de Carlotto, presidenta de la asociación Abuelas de Plaza de Mayo. Prácticas sistemáticas como los “vuelos de la muerte”, la incineración, el uso de fosas comunes y tumbas NN, y el silencio cómplice de los militares y la sociedad civil que fue testigo de estos crímenes, mantiene aún en condición de “desaparecidxs” a miles de personas. La búsqueda y el reclamo de lxs familiares y los organismos de derechos humanos, continúa. En Aparecida, Marta Dillon cuenta sobre el momento en que son identificados y restituidos, en 2011, los huesos de su mamá, Marta Taboada, militante del Frente Revolucionario “17 de octubre” y del Partido Revolucionario de los Obreros Argentinos. En el libro, publicado en 2015, escribe: “¿La encontraron? ¿Qué habían encontrado de ella? ¿Para qué quería yo sus huesos? Porque yo los quería. Quería su cuerpo. De huesos empecé a hablar más tarde, frente a la evidencia de unos cuantos palos secos y amarillos iguales a los de cualquiera. (…) Chasquidos de huesos, bolsa de huesos, huesos descarnados sin nada que sostener, ni un dolor que albergar. Como si me debieran un abrazo. Como si fueran míos. Los había buscado, los había esperado. Los quería.”

E. En un informe de la Procuraduría de Trata y Explotación de Personas, perteneciente al Ministerio Público Fiscal, que va de 1990 a 2013, se cuentan 3231 niñas, adolescentes y mujeres adultas cuya condición continúa siendo la de desaparecidas. A la fecha, otros informes elevan el número a unas 5000, cuyo paradero aún se desconoce. El tráfico de personas y la trata son una de las causas principales de estas desapariciones. Si a este número agregamos el encarnizamiento con los cuerpos de mujeres, niñas, adolescentes y travestis, cometidos en casos de femicidio y travesticidio, la destrucción o desaparición de sus restos, el número se eleva.  

F. En La locura de Onelli (2012), de Leopoldo Brizuela, Salvatore Onelli, hijo ficticio de Clemente Onelli (1864-1924), y ahora director como su padre del Zoo de La Plata, ante la muerte de Oo, su criada indígena, roba el museo de La Plata, vacía las jaulas y parte en tren con el cuerpo de la niña, varios animales y dos ayudantes, el naturalista Igor Alboff y el taxidermista Kim Yung Ha, hacia la Patagonia. La novela narra esta procesión fúnebre que acontece durante el cincuentenario de La Plata, en 1932, a partir del testimonio de Igor, escriba en el tren, personas que lo ven pasar con asombro, y habladurías generales. Onelli no habla. Las únicas palabras que pronuncia a lo largo de la novela, son “¡Asesino, asesino!”, en la primera página, preso de lo que identifican como su locura. El viaje de esta barca de Noé moderna, nave de los locos, finaliza al tocar el punto más austral del continente, el Cabo de Hornos, ante lo cual lo único que puede decirse es “¡Ah!”. Oo es un enigma, una niña sordomuda cuya identidad se reduce a esa vocal duplicada que se le oye como toda forma de enunciación ante el mundo extraño que la secuestra y la ve crecer. Su cuerpo en tránsito durante la novela se confunde con el de una santa. Es un viaje hacia el origen, una restitución que no acaba de consumarse y una pregunta por el horror que como el nombre secreto de Dios, no puede decirse. Sobre el final de la novela, Igor escribe: “¿Qué palabra venimos a decir a esta arena remota (…)? ¿Qué palabra somos -el perro pila y yo, después del largo viaje ahora que el terror nos cierra la garganta y empezamos a oír, en alas del ‘viento-que-aquí-pega-la-vuelta’, palabras de otros días -cacerías de indios, fusilamientos de peones, incontables naufragios? ¿De esas gradas o barrancas, qué fantasmas nos miran? Vamos, perro pila, vida mía, vamos. Todo está en guerra aquí, aún. Todo es la guerra.”  

G. En 2017 se publica en la editorial platense La Comuna, de forma póstuma, la novela de Gabriel Báñez, Jitler. El autor se quita la vida en 2009, y según cuenta Luis Chitarroni en el prólogo, la novela le es entregada por su autor ese mismo año. Con recursos de la novela policial, de investigación, donde el detective ha sido reemplazado por el periodista, Jitler narra muchas cosas. La historia comienza en el contexto de una democracia recién recuperada, cuando para no hablar de Malvinas, el periodista es invitado a escribir una “nota de color” que pueda sortear la papa caliente. Al enterarse de la existencia del “Diccionario erótico del Río de La Plata: ensayo lingüístico sobre textos sicalípticos de las regiones del Plata, en español popular y lunfardo” (1923), compilado y escrito por Lehmann-Nitsche, director del Departamento de Antropología del Museo de La Plata, entre 1898 y 1930, el periodista se reúne en el depósito de un local de papelería en Caballito con un hombre que tiene un ejemplar a la venta. A partir de este momento, se inician las bifurcaciones de una investigación que viaja hacia el pasado entre pistas falsas y la búsqueda de unas identidades trastocadas que nunca llegan a establecerse del todo. En este viaje, una emboscada, nos enteramos  que a través de la figura de Lehmann-Nitsche y pasando por el médico Aribert Heim (1914-1992) y el profesor Oswald Menghin (1988-1973), los nazis comienzan a estudiar la Argentina como enclave político para su establecimiento en el sur. De estos estudios, en donde Lehmann-Nitsche se bambolea entre la vida científica y la prostibularia a través de su alter ego, Victor Borde, como un Jekyll y Hyde platense, se deduce la hipótesis de un Hitler y unos jerarcas nazis homosexuales que ven en la conducta erótica de los indígenas estudiados por el antropólogo alemán y en la de los ciudadanos de la noche, una población afín. El romance con la Argentina, que se encauza en el libro con la llegada de nazis al país, especialmente durante el primer gobierno de Perón, desarrolla el asunto y la intriga principal a partir de la pregunta por el paradero de Hitler y las sospechas en torno de su muerte. El libro coquetea con paralelismos y borramientos entre el peronismo, a través del cuerpo embalsamado de Eva, y el nazismo, a través del cuerpo embalsamado de Hitler. Así nace Jitler, la forma acriollada ya no del canciller exiliado y vivo, sino de sus restos, una deformación. La novela es no sólo un viaje hacia el pasado, en el que late desde el comienzo la idea de Victor Borde de que “el gerundio es lo que padecemos”, sino también el viaje de un cuerpo sin sepultura, disfrazado bajo otros cuerpos. Ya en Argentina, Jitler ingresa al museo de La Plata, donde es reconstruido bajo la figura de un cacique indígena, en la cual se superpone la figura de Inacayal, y puesto en exhibición como momia. Más tarde, su cuerpo viaja con Oswald Menghin al museo de Chivilcoy, y luego su paradero se pierde. En la novela, de nadie puede decirse que sea quien dice ser, la identidad es un problema que nadie logra resolver. “Lo que quedaba: miserias de una melancolía política fraguada entre las evidencias, las páginas más ajadas de una trama que nunca, sin embargo, llegó a ser leyenda, ni siquiera en esta ciudad de fascismo grado tres (tomar nota: grado uno para Bahía Blanca, dos para Mar del Plata). (…) En todo caso, si alguien alguna vez accedía a sus pormenores, podría leerla o interpretarla, mejor dicho, con la pasión del engaño, con el fervor necrófilo que hace del pasado un motivo para el presente. No se trata de exhumar creencias, porque no las hay, sino de confirmar lo que alguna vez creímos ser. Testigos de nada, protagonistas de mucho menos” (Jitler, Gabriel Báñez).

H (la letra invisible). Antígona es un personaje de la obra griega que lleva su nombre, escrita por Sófocles, en el 442 a.C. Durante el asedio a Tebas, sus hermanos Polinices y Eteocles se enfrentan y mueren. Creonte, rey de Tebas decide enterrar con honores a Eteocles por su defensa de la ciudad y privar de sepultura a Polinices por su traición. Antígona desobedece a Creonte y decide enterrarlo, por lo que es castigada: es encerrada viva en una tumba, donde se ahorca. En Argentina hay dos reescrituras célebres del mito: Antígona Vélez (1951) de Leopoldo Marechal, que transcurre en el contexto de la campaña del Desierto (su hermano Ignacio se une a los indígenas y muere al enfrentarse a Martín, estanciero), y Antígona Furiosa (1986), de Griselda Gambaro, que repone el contexto de la última dictadura militar para reclamar por lxs desaparecidxs como lxs sin sepultura. 

2. DESTIERRO-DESENTIERRO

En El erotismo (1957), Georges Bataille se refiere a la interdicción sexual y a la de la muerte, como el origen de la represión. Me interesa hablar de las prácticas en torno de la muerte, de eso que se precisa para su asimilación represiva: la sepultura de los cuerpos. Pienso en las palabras destierro y desentierro, en su origen común y en la importancia de tener una tierra. El destierro, vivido desde la antigüedad como uno de los mayores castigos de la ley humana (condenada al destierro por Jasón, la venganza de Medea cobra fuerza), puede ser leído en correlación con el desentierro de los cuerpos o su no entierro, como infracción a una ley divina. El tabú de los cuerpos circulantes, de los cuerpos sin descanso, parece una especie de maldición y esa maldición se parece a la locura. El lugar de los cuerpos, parece decirnos la historia a través de la continuidad de los rituales mortuorios, es la tierra. Un cuerpo fuera de la tierra o sin tierra, es una aberración, un desquiciamiento. El trauma reúne los éxodos humanos de poblaciones desterradas por el hambre y la guerra, con lxs miles de muertxs sin sepultura, perdidxs o privadxs de su identidad en aniquilaciones colectivas. Quienes permanecen entramadxs a esa falta de tierra de los cuerpos, arrastran el peso de una avería crónica. La pregunta es sin embargo, no qué hacer con nuestra locura, sino para volver a su punto desencadenante, qué hacer con los cuerpos. La historia argentina, nuestra literatura también, podría leerse desde esa clave. De cara a la historia, somos una sociedad necrófila. Hablar del deseo es una forma vital de encarar el tema, pero como tema se parece a un desvío. La pregunta es por los cuerpos. 

El plan sistemático de secuestro y desaparición de personas que llevó a cabo la última dictadura militar, se potencia como respuesta y horror por esa corriente subterránea que venía de manera dispersa haciendo de los cuerpos sin tierra la encarnadura de un poder sobrenatural. Lxs desaparecidxs no son cuerpos ausentes sino cuerpos perdidxs. ¿Dónde están?, nos preguntamos todxs. Los dictadores se arrogan el derecho de decidir sobre el final descanso y establecer un castigo divino: no serás enterrado, no tendrás paz. En esta usurpación se sustenta su poder. No hay dictador que no sea también megalómano. Los verdaderos tiranos no solo buscan aniquilar a quienes consideran sus contrincantes, sino que además hacen escarnio público de sus cuerpos, desentierran sus huesos, los exhiben, los manipulan, los guardan para sí, como si fueran de su propiedad, en el propósito de disolver identidades. Esos tiranos pueden ser figuras públicas, o también, personas anónimas capturadas por una caricatura desmesurada: femicidas, tratantes, mafiosos. El vacío que abren donde hubo un cuerpo vivo, es lo aberrante en la historia del siglo XX argentino. 

3. EL ORIGEN DE LA PATRIA

El historiador Javier Trímboli distingue entre periodos para pensar la relación de nuestra sociedad con la historia. Del ‘76 al 2001, el fenómeno paulatino de borramiento o clandestinización del pasado como cosa viva desde el ámbito de lo público, coincidía con una mirada de la historia cristalizada en sujetos (el prócer) y acontecimientos estancos (las fechas del calendario patrio), con una demonización de la participación política y una berretización del discurso y la vida pública encarnada por los gobiernos de Menem. Los primeros movimientos de recuperación del pasado reciente con el retorno democrático en los ‘80 y la primavera alfonsinista, asumieron la forma de un sello de cierre, de algo definitivo, el nunca más del “Nunca más”. Después, el tabú, la marginalización de las organizaciones de familiares y los pactos espúreos. El pueblo politizado se hizo punk, la vida animosa, rebelde. El rock fue la expresión cultural de una nueva resistencia. Quienes crecimos durante esas dos décadas e hicimos nuestra experiencia de escolarización, recibimos la marca de un fuerte rechazo a las instituciones, la militancia como estigma y el miedo a la policía, a las racias, a las desapariciones en democracia. Todo esto se parece a la expresión social de un trauma. Cuando el horror te respira en la nuca, pocxs se animan a girar la cabeza. Una forma de sobrevivir. 

Con la llegada del nuevo siglo, a partir de la crisis del 2001, su no va más, y luego los gobiernos de Néstor y Cristina Kirchner, un nuevo aliento nos sacudió los huesos, expandiendo el ánimo social hacia atrás. Sospecho que cada momento histórico refunda su pasado, necesita inventarse un origen. Durante este periodo, la pregunta por la violencia desplazó el origen de la patria del momento independentista, o de los enfrentamientos entre federales y unitarios, a la Campaña del Desierto. Las restituciones de restos óseos a los pueblos originarios, el paulatino y aún inconcluso reconocimiento de sus identidades, el reconocimiento de otras identidades hasta entonces perseguidas, el interés por las mal llamadas “minorías”, incluidas las mujeres, las trans, las lesbianas, los gays, la incorporación al Estado de varias organizaciones ligadas a los derechos humanos, toman envión en este contexto. Los textos literarios de Brizuela y de Báñez atrás mencionados, que piensan la historia como continuidad y ubican el origen de la patria en la Campaña del Desierto, también pertenecen a este periodo. El libro de Brizuela es escrito entre el 2001 y el 2005, el de Báñez en 2009. 

Si el movimiento que desencadena el primer peronismo necesita pensar el origen de la patria retornando a la figura de Rosas, a la lucha entre unitarios y federales; el movimiento iniciado por el 2001, vuelve a la figura de Roca y al primer genocidio en nuestro país llevado a cabo por el Estado. Las violencias que narran son distintas: en el primer caso, dos facciones enfrentadas, desarrollando su lucha a través de los años, pero conviviendo en suelo argentino, más allá de la asunción de conquistas y derrotas, de exilios y retornos; en el segundo caso, un sector encarnado por el Estado cae sobre otro sector encarnado por una parte de la población reconocida como espúrea, asumida como enemiga, no en una guerra, como quisieron también contar los años ‘70, sino en un movimiento de usurpación, despojamiento y aniquilación. Quizás la pregunta que buscaba refundar la patria en el nuevo milenio haya sido cómo volver de una aniquilación.   

4. CUERPOS VIRTUALES

A la pregunta por los cuerpos, el movimiento antropófago de Andrade en Brasil, le introdujo una variante latinoamericana. Los cuerpos no se entierran, se incorporan como alimento en función sagrada. La metáfora cobra significado en el contexto de la colonización, como una resignificación de la muerte y ante el exterminio de los pueblos indígenas a manos de españoles y portugueses. La tierra son los cuerpos, los cuerpos de los vivos, de quienes sobrevivimos como argamasa de la historia. La identificación del cuerpo con la tierra, dará lugar a las corrientes de pensamiento latinoamericano. 

Pero el momento actual histórico es otro. Cuál, aún no sabemos. El proceso iniciado en el 2001, parece haberse interrumpido o debilitado por el peso de los acontecimientos que tienen como centro la pandemia mundial del COVID-19, en 2020 y 2021. Durante ese periodo, millones de cuerpos debieron ser aislados y los muertos privados de sus rituales de sepultura. El enfermo era separado y si moría, lo hacía en un espacio aséptico e impersonal, lejos de familiares y seres queridos, para ser más tarde entregado, con idéntica asepsia, bajo la forma de cenizas. Una descorporalización de la muerte, materia para el aire, se complementaba con la prohibición de velorios u otros rituales públicos y colectivos, de socialización de la experiencia fúnebre.  

Esta desrealización de los cuerpos, encuentra su entorno ideal en la virtualización de la vida que trajo aparejada el avance de las nuevas tecnologías y de las redes sociales, el nuevo tipo de subjetividades que se han formado en su uso, y ahora la inteligencia artificial. Entre miles de imágenes, la muerte parece haber perdido su peso disruptivo, y la vida haberse convertido en un espectáculo efímero. ¿Qué soportan hoy los cuerpos? ¿Qué es hoy un cuerpo? Deja de latir un corazón, pero una red social con el nombre de la persona que lo identificaba, continúa en funcionamiento, recibiendo y enviando señales más allá de la muerte. El algoritmo como nuevo latido. La inteligencia artificial usurpando una voz, recreando imágenes de lo vital para la fantasía colectiva. 

¿Seguimos siendo una sociedad necrófila? ¿Nuestro destino continúa unido a los cuerpos sin sepultura? ¿Siguen siendo los cuerpos el vacío en torno del cual giramos produciendo imágenes y sentidos para la historia? ¿Siguen convocándonos los cuerpos como nudo fundamental de nuestro devenir histórico? ¿Siguen siendo los cuerpos un símbolo de la vida social? ¿Es posible una historia sin cuerpos? ¿Cuál será el hito de origen que nos sirva para ver y contar lo que hoy nos pasa, lo que vivimos a diario y su relación con el tiempo que dejamos atrás? ¿Reemprenderemos los caminos de la política? ¿Volverán los cuerpos, su experiencia material, a enhebrar sentidos? ¿Lograremos enterrar a nuestros muertos?

  

Por Tamara Rutinelli

Fotografía de Trent Parke