Nunca falta un roto para un descosido. O al menos eso se suele decir, haciendo referencia a que la persona desdichada o en una situación de marginación o rechazo, puede hallar consuelo en alguien que se encuentra bajo circunstancias similares. Habrá personas que crean que hay casos sencillamente irreparables y perdidos, que nunca podrán crear una conexión significativa con otro ser humano, que son, y siempre serán, unos desadaptados. Pero lo que a todos nos gustaría pensar, creo yo, es que efectivamente siempre habrá un roto para cada descosido. Películas que traten con esta idea o similares, hay por montón, pero, hasta el momento, realmente pocas lo han hecho como lo hace Titane.
La película de Julia Ducournau abre furiosamente con dos escenas imposibles de olvidar. En la primera, vemos a una pequeña niña sentada en la parte de atrás de un auto que maneja su papá. La niña no para de hacer un odioso sonido imitando a un motor y de patear el asiento delantero. El padre, ya harto, se voltea para hacerla parar, pierde el control del auto y se estrella. Momentos después nos explican que a esta niña le han tenido que poner una placa de titanio en la cabeza por el impacto, pero que no debería de afectarle neurológicamente, aunque aun así, sus padres deberían de prestar especial atención por cualquier cosa. La segunda escena, varios años después, captura por medio de un espectacular plano secuencia a la ahora joven mujer en un evento de autos de colección.
Sin entrar en mayores detalles, a partir de ahí la película se maneja con una enajenación fascinante, al mismo tiempo que nuestra que la directora francesa tiene una mano firme que sabe guiar el camino de su narrativa para evitar que se descarrile entre tanta locura. No le permite a su audiencia adelantársele ni por dos segundos, lo cual la vuelve tan encantadora como terrorífica ante los ojos de pánico de quien no sabe qué va a suceder, pero consciente de que puede suceder todo. Y así es como se desarrolla de principio a fin, abrazando su naturaleza bizarra y llevándola hasta su máximo potencial. Ese es uno de los elementos más admirables que posee la ganadora de la Palma de Oro: la seguridad con la mantiene su compromiso por lo absurdo. Un absurdo provocador, pero bien construido y justificado, y que nunca se vuelve gratuito. Que da la impresión de querer predecir (¿o tal vez advertir?) la llegada de algo desconocido, de una transición alienígena ultraviolenta.
Otro de los aspectos que hacen de Titane una maravillosamente seductora y extraña creación es su inesperada pero abundante comedia. Dentro de toda la repulsiva transgresión que maneja, Ducournau encuentra espacio para inyectar un humor negrísimo —en ocasiones no sabes si te estás riendo por las ocurrencias narrativas, o si se trata de una risa nerviosa como reflejo fisiológico reactivo a la excesiva rareza— que termina desbordándose en un filme en el que abunda el pavor y la incertidumbre. La crítica la ha clasificado como cine de terror o como un thriller, y probablemente estos sean los dos géneros que más se le acercan a una película tan única en su forma como en la combinación de sus temáticas. Sin embargo, poco se ha mencionado lo increíblemente chistosa que es. Y lo más impresionante es que, a pesar de su elevado nivel gráfico de violencia, los gags físicos jamás se basan en la explotación de la misma, sino en la disparatada y divertidísima yuxtaposición de componentes tan arraigados dentro de la historia, que no podrían funcionar en ninguna otra.
Hasta ese momento, el horror enajenado y la comedia absurdista conforman los ingredientes que dan como resultado una historia de frenesí terrorífico de asesinos seriales, robo de identidad, parafilias, y monstruosidad. Pero conectada a esta narrativa, existe otra. Una mucho más subtextual pero que es en realidad el núcleo de la película. Es en este centro donde la cineasta añade el más extraño, pero más poderoso, de todos sus componentes: la relación entre dos seres que lo único que buscan es cariño y aceptación. “Quizás nuestro amor se originó en la soledad que ambos habíamos conocido antes.” menciona la actriz Liv Ullman respecto a su matrimonio con Ingmar Bergman en el documental Liv & Ingmar (2012). Una frase que parece encajar a la perfección para describir de dónde surge la dinámica entre los dos protagonistas de la película. Una dinámica que para muchos será viciada y enfermiza, pero para otros, intensamente romántica.
Las brillantes y desatadas actuaciones de Vicent Landon y Agathe Rousselle, complementadas por el oscuro y retumbante score de Jim Williams, que le brinda un toque de electro-paranoia mecánica, le imprimen a la película un surrealismo que no llega a serlo como tal; una suerte de microcosmos en el que los elementos opuestos se complementan entre ellos y todo lo que normalmente no funcionaría en ningún otro sitio, funciona. Desde el primer instante que los dos personajes comparten miradas, podemos sentir la descarga de adrenalina al instante, y un miedo que contradice nuestros mismos instintos básicos porque nos aterra, pero nos pica con el anzuelo del misterio, arrastrándonos irremediablemente hacia el mar de las ansias por saber qué es lo que va a suceder después. Y dicha relación de tremenda intensidad no solo se mantiene durante el resto de la película, sino que va in crescendo hasta alcanzar su clímax que es por demás glorioso.
En su forma, Titane no es menos ambiciosa que en sus conceptos. Al igual que en Raw (2016), su largometraje debut, se nota una dirección tan ostentosa como inteligente, pero a diferencia de su primera obra, aquí la autora europea da rienda suelta a su ímpetu creativo que resulta en una puesta en escena que resalta de sobremanera. Tiene la misma confianza para mostrar tanto secuencias de acción enteras sin un solo corte, como escenas casi oníricas de baile y delicadeza que en el caso de cualquier otro director, contrastarían, pero aquí son casi paralelas. Una fluidez pictórica que rara vez se logra en el cine y que propicia un ambiente de deleite puro frente a luces neón, metales brillantes y noches infinitas que convergen en una sola entidad. Es por esto también que en ningún momento se siente que la película se alarga de más, a pesar de su maníaco desenvolvimiento.
Finalmente, es la suma de sus partes lo que hace de esta historia sobre transmutación y el inexorable camino de la evolución y en lo que estamos destinados a convertirnos, en algo profundamente humano. Una premonición psicofísica del cuerpo que, por la convicción y particular calidez con la que es abordada, hace de Titane una obra maestra. Poseedor de una perversión sexual y de identidad delirantes, y forrado de gruesas capas de sangre y metal, el pasmoso relato sobre colisiones infernales de afección platónica de Julia Ducournau es una de las películas más originales y atrevidas de la década. El demencial salvajismo incontrolable de la metamorfosis y el amor.
Por Andrés Garza desde el Festival Internacional de Cine de Morelia (FICM)
Titane podrá verse en el próximo Festival de Mar del Plata.