La trama comienza con Cintia dando vueltas en su cama durante la noche. El pasado, o al menos los pedazos de memoria que la acosan, no le permiten conciliar el sueño. Tal como Proust, quien abandona su libro para adentrarse en sus recuerdos, Cintia repasa algunas fotografías a modo de refugio, como si las imágenes tuvieran, en su interior, alguna propiedad farmacológica. No es que Cintia se “dirija” hacia los sueños. Al contrario, los sueños van hacia ella, al igual que los otros horizontes ineludibles que propone Rodolfo Reyes Macaya en su primera novela.
En principio, Crin se instala derechamente en el territorio de la novela de aprendizaje. A lo largo de las 88 páginas que la componen, podemos observar rápidamente la transición que sufre Cintia, la cual se ve obligada (como todo lo que está vivo) a despedirse de su infancia. De todos modos, lo que me parece interesante es que el leitmotiv, el motivo con el cual se articula el relato, es el de la violencia o al menos el de la crueldad.
El primer evento que moviliza la acción es el tópico del abandono. La madre de Cintia, quien sueña con salir de su pequeño pueblo, se enfrenta de pronto a la terrible crueldad de la urbe: luego de pedir trabajo en un salón de belleza, descubre que su maternidad imposibilita cualquier proyecto de vida. Y así como el mundo la ha abandonado a su suerte, así como dios la ha castigado con la enfermedad de su hijo, así también decide marcharse y abandonar a su familia, aunque no a modo de venganza, sino como una forma de redención. En ocasiones, la única posibilidad de sobrevivir es la crueldad, y de algún modo, la novela lo confirma. Todos los eventos que afectan la vida de Cintia se reúnen, acaso, bajo el mismo conflicto: el abandono como ruta hacia la autonomía. La protagonista del relato observa, una y otra vez, como los habitantes del pueblo la abandonan, directa o indirectamente. Mientras todos se marchan, Cintia decide quedarse, o más bien, se resigna a la imposibilidad del viaje.
Ahora, cuando hablo de la crueldad no me refiero a las consecuencias éticas del abandono. Lo cruel, que es una partícula de la violencia, es el verdadero rostro de la vida. Estar vivo implica siempre “la muerte de alguien” (Artaud), de algún otro. El avance del tiempo es una figuración de la crueldad. Y así lo entiende Cintia durante su adolescencia, luego de observar el paso lento de los caballos viejos: “Comprende que la vida es injusta, que el envejecer es cruel.” (44). Detrás de cada segundo, de cada letra, la muerte, el final de todas las cosas, aparece como una sombra inminente. Por ello, cada abandono que sufre la protagonista es una ramificación de esta violencia: para que otro viva, yo debo morir. Su experiencia de género funciona de un modo similar: los hombres son crueles, viven a sus anchas. Las mujeres, en cambio, mueren a diario, entregadas como sacrificios al ciclo de la crueldad. De aquí, entonces, el conflicto con su madre. Para que ella viviera, fue necesario su propio abandono.
Cintia, retenida en el campo, solo puede observar el paso de los años al interior de la botillería de su padre. Esto explica la personalidad del yo protagónico, en tanto se desarrolla como una voz interior. En medio de la tormenta, los animales se refugian entre las rocas o los árboles. Del mismo modo, Cintia se adentra en sí misma luego de cada rechazo, de cada golpe que le asestan. Los caballos del criadero, las polillas que rodean la botillería por la noche, lo saben. En sus manos, las criaturas del campo encuentran refugio: “en vez de matarlas, la han visto tomarlas entre sus manos e ir a soltarlas afuera del local.” (41). En su diario vivir no hay rastro de lo cruel. Cintia, a pasos de la adultez, sufre en secreto, como lo hacen la mayoría de los animales que están a su alrededor. Esto podría ser el punto crítico de la novela: Cintia deberá, en algún momento, aprender de la crueldad para seguir existiendo.
A su vez, el acelerado desarrollo de la novela dialoga con este mismo concepto. Después del abandono, del crimen, de los golpes, de la vejez, ¿Qué otra cosa se puede decir? ¿Cómo continuar la escritura luego de la crueldad? A mi parecer, la extensión de la novela, un relato corto, le hace justicia a la experiencia de lectura que he estado tratando de hilar. Es necesario que los micro-relatos, los capítulos, el texto por completo, se acaben o al menos desaparezcan. La vida no puede continuar, en tanto el mundo ha sido configurado de este modo. La crueldad es estricta, inapelable. El tiempo, la memoria, la propia Cintia, debe extraviarse como lo hacen las sombras al momento de despertar: “Los sueños no terminan, pero se desvanecen, como una foto vieja descolorida por el sol.” (31).
Por Víctor González Astudillo
Crin
Rodolfo Reyes Macaya
Overol
2021
88 pp.
$10.000 pesos chilenos.
Se puede comprar aquí