“¿sabes que significa esto? Significa que tienes alma”. Joi – Blader Runner 2049

La historia de Phillip Dick titulada ¿Sueñan los androides con ovejas eléctricas? (título que se presta mucho más a la imaginación que Blade Runner) fue adaptada al cine en 1982 por Ridley Scott, trayendo el eterno debate sobre los límites de lo que significamos como vida humana a través de una pareja con nombres propios: Rachel y Deckard. En la secuela de 2017, la premisa central es que esta pareja tuvo unx hijx, lo cual era considerado imposible hasta entonces para los cyborgs creados por la empresa Tyrell. Cuando el personaje central de esta trama, el agente K (un replicante de nueva generación más dócil que la anterior) se entera de que puede ser el hijx producto del “milagro”, queda profundamente abrumado por la posibilidad de haber nacido. Su compañera Joi (un programa holográfico también diseñado por Tyrell) le dice: “¿sabes que significa esto? Significa que tienes alma”.

Este tema fue tachado de religioso y mítico (como si fuera algo terriblemente malo) por algunas críticas. Esto porque alma es una palabra que, como señala Éttienne Souriau, quedó reservada para literatos y poetas; y yo agregaría para religiosos y profetas. Del alma se habla poco y nada en psicología y filosofía, pero en áreas de la literatura y el cine parece haber un uso más libre sobre esa palabra prohibida.

Algo toca la sugerencia de que para tener un alma es necesario haber nacido.

En La invención de Morel de Adolfo Bioy Casares el protagonista se refiere muchas veces al alma de las imágenes, a veces con desesperación, otras con esperanza, o simplemente con curiosidad filosófica. La novela es, en sí misma, un experimento acerca de las posibilidades de existir por fuera de los binomios vivo/muerto, objetivo/subjetivo, imaginario/real. Las imágenes que pueblan la isla ¿tienen pensamientos y sentimientos? ¿Repiten las sensaciones que tuvieron las personas al momento de ser grabadas? y si así fuera ¿tienen alma?

Tanto en la imaginería androide de Dick como en la fantasía imaginaria de Bioy Casares, el cuerpo, sus sentidos, sensaciones y emociones parecen estar íntimamente entrelazados con eso que llamamos alma. “Congregados los sentidos, surge el alma” decía Morel intentando explicar su invento a sus amigxs. Sin embargo, mientras en la película la pregunta va más dirigida a la formas de vida y presencia, la novela se orienta en el sentido de las ausencias y muertes.

¿Dónde vive Faustine?… ¿vive Faustine?

Vinciane Despret en su libro A la salud de los muertos. Relatos de quienes quedan, trabaja con las formas de existencia de lxs muertxs en nuestras vidas, en una forma de presencia ausente que recuerda a la espacialidad imaginal de La Invención de Morel: “No es imposible que toda ausencia sea, definitivamente, espacial… en una parte o en otra estarán, sin duda, la imagen, el contacto, la voz, de los que ya no viven (nada se pierde…)” dice el fugitivo de la isla.

Con la pérdida de un ser queridx se abre inmediatamente la pregunta por su espacialidad, por su lugar: ¿Dónde está? ¿Adónde fue? ¿Por qué se lo llevaron? ¿Dónde estoy yo ahora que él/ella no está? Despret ofrece en su libro muchas imágenes y relatos para tratar con esa forma de existencia que no es ni del todo inmaterial, ni del todo material; ni totalmente mágica, ni completamente escéptica: magia vacilante, presencia ausente[i].

¿Tiene un cuerpo mi madre muerta? ¿Está en sus cenizas o en su imagen?

Carl Jung es uno de los pocos psicólogos que no dejó de hablar del y al alma. En una conferencia de 1936 dijo que “en algún lugar, el alma es en definitiva un cuerpo viviente, y el cuerpo viviente una materia animada; y de algún modo y en algún lugar se da una inequívoca unión de cuerpo y alma, que debería investigarse tanto somática como anímicamente, es decir, concibiéndola el investigador como en la misma medida dependiente del cuerpo que del alma”. Esta interdependencia del cuerpo y el alma se da “en algún lugar”, tiene espacialidad –y más adelante podríamos decir que se da en algún grado–.

Cuando no hay tal interdependencia, y el alma abandona el cuerpo (como se dice, en el último suspiro-soplo del cuerpo), el cuerpo sin alma se vuelve inmediatamente un cuerpo: un cadáver; pero también zombies, cyborgs o monstruos son entidades conocidas por tener cuerpo y vida pero no alma. Observemos por caso a esos extraños seres mitológicos, las mujeres, que hasta hace poco más de un siglo tenían menos estatuto de existencia que los ángeles ya que estos, sin dudas, tenían alma.

Los límites biomédicos, religiosos y psicológicos entre la vida y la muerte no están para nada claros en un sinnúmero de situaciones. Aunque nos olvidemos convenientemente de esto, los estados comatosos, los estados moribundos, catatónicos entre tantos otros ponen en suspenso la idea de una diferencia dicotómica tipo blanco/negro, para ponernos en un modo de pensamiento gradual. ¿Grados de existencia? Aunque sin dudas, también hay un momento en donde ese grado se desborda a sí mismo y estalla: lo llamamos nacimiento, lo llamamos muerte.

Si para tener un alma hace falta nacer, quizás sea necesario morir también. Los cyborgs de Blade Runner no mueren, son desactivados o eliminados. La mayoría de los seres monstruosos (es decir: no humanos, casi humanos, más que humanos) no tienen un vínculo tan directo como los animales humanos y no humanos entre la vida y la muerte. Hay formas de existir por fuera de ese binarismo y –por tanto- hay formas de dejar de existir por fuera de ese binarismo también.

La ciencia ficción y la fantasía enseña lo borroso (o poroso) del límite con el que creemos diferenciar la vida y la muerte, así como la vida humana y la vida no-humana (vegetal, animal, espectral, cyborg, extraterrestre). Cuando el Dr. Frankenstein de Mary Shelley descubre que su criatura ¡está viva!, que fue insuflada de vida (de nuevo: el soplo) por medios que se nos mantienen oscuros; él, que durante años se había dedicado a esta obra abominable, siente horror. La criatura se transforma rápidamente en un demonio sin nombre, de tan horrible que era no podría ser nombrado. Ese cuerpo monstruoso está vivo, pero no es digno de vida, no es digno de nombre, no es digno de alma.

Según muchas tradiciones, el otorgamiento del nombre o bautismo es el momento de “entrega” del alma. El nombre delimita a un individuo y lo diferencia del conjunto, hace de un cuerpo un ser con capacidad de sufrir, sentir, merecedor de cuidado, de alojo, de piedad. Para tener una lápida o una necrológica, para ser recordadx, también es necesario tener un nombre. Es por eso que los cyborgs no tienen nombre y cuando acceden a uno (lo instauran) lo guardan con el mayor celo.

Lxs niñxs nos enseñan mucho sobre esto: no hay objeto o ser que bajo su mirada no merezca nombre propio.

La ciencia ficción, o mejor, la fantasía –siguiendo a Ursula K. Le Guin–, no puede ser distracción mercantilizada. La potencia de la imaginación y su ejercicio reside en las realidades que pueden crearse a partir de ella. “Puede pensarse que nuestra vida es como una semana de estas imágenes y que vuelve a repetirse en mundos contiguos”, dice el personaje de la isla Bioy Casares. ¿No son nuestras vidas una sucesión de imágenes? ¿No necesitamos también de la imaginación para saber de dónde venimos y darle un sentido al hacia dónde vamos?

Las imágenes de la fantasía son capaces de mostrarnos mucho más realistamente que la realidad quiénes y cómo somos. En Blader Runner hay una lucha por quién detenta la capacidad de establecer los límites entre lo humano y lo no-humano. Los agentes guardianes de Lo Humano y de La Humanidad son el tema central de la historia, y la cuestión de tener o no tener alma es una forma de entrar o no en esos límites. Es una fórmula de inteligibilidad, una epistemología espiritual, si se quiere. Así que sí, es un tema religioso, en tanto hace entrar a la religión (re-ligare) en el corazón de lo hasta ahora llamado «humano». El tema del relato no es que los replicantes quieran ser asimilados a los humanos (de hecho, desprecian esta idea) sino que, básicamente, quieren tener derecho a vivir-con.

Las preguntas que abre esto son de un sentido práctico y político enorme: se trata de los grados de existencia e inteligibilidad de la vida humana. «Humano» no es una categoría evidente ni universal, sino que es una construcción histórica. Como lo hacen en el plano teórico las teorías queer y crip, la ciencia ficción en cine y literatura nos permite reflexionar acerca de los límites no siempre claros entre la vida y la muerte, lo humano y no-humano, la realidad y la virtualidad, y –lo que me interesa aquí- sobre las fórmulas normalizantes y disciplinantes de las formas de (in)existencia que activan las imágenes del cuerpo y del alma.

Quienes luchan/mos por muertes dignas y auto-determinadas y por los derechos de las personas LGTBIQ+ tenemos una especial relación con monstruos, cybors y muertxs. Nos sentimos en parentesco con ellxs. En nuestra cultura cientificista y profundamente cristiana y monoteísta, los guardianes de Lo Humano se presentan como médicos, sacerdotes, jueces y científicos. Con los argumentos necesarios (científicos, religiosos, legales), van determinando las maneras correctas de vivir y morir, la forma que debe tener tal o cual cuerpo, cómo tratar un cuerpo muerto o moribundo, cómo hacer el trabajo de duelo “saludable”; mientras también se dicta el carácter y grado de existencia de la identidad de género, los modos de relación y amor, las formas aceptadas y prohibidas de intervenir el cuerpo y, básicamente, (casi) cada aspecto de nuestras vidas y muertes.

En un mundo cada vez más virtualizado y mediado por imágenes heroicas del éxito y el fracaso, conducido por corporaciones con tentáculos tan largos que pueden llegar hasta nuestros pensamientos más profundos (convenientemente cargados en el smartphone para uso y consumo del mejor postor), recurrir a la fantasía es una forma vital de abrir otras formas de Presencia y Existencia, de habitar una espacialidad a-espacial con otrxs, en el aire de nuestras existencias virtuales: para no confundir fantasía y realidad. Se ha luchado y se debe seguir luchando por el derecho a la identidad, al nombre, el derecho a decidir sobre el cuerpo propio y de seres queridxs moribundxs o muertxs, sin olvidarnos de luchar por el derecho al alma que es el derecho a la singularidad de nuestra imaginación.

La ciencia ficción no sólo nos muestra cómo somos, también tiene la potencia suficiente para hacernos imaginar formas de fugarnos de los regímenes de poder, de la opresión, de la explotación, de la marginalidad, de la soledad. Los Replicantes se rebelan contra la dominación y explotación, luchando por el derecho a tener un alma, un nombre y un cuerpo propio; la Máquina abre preguntas sobre los grados de existencia, la dignidad y realidad de las imágenes; la Criatura tiene un momento donde, olvidándose de su soledad, se atreve a ser feliz.

 

[i] Este tema lo examiné en: https://www.elsaltodiario.com/el-rumor-de-las-multitudes/el-cultivo-del-duelo-pensamientos-porosos-para-hacer-lugar-a-nuestros-muertos

 

Por Valeria Kierbel