La sensibilidad del relato en filmografía de Naomi Kawase puede generar distancia en un primer encuentro. El ritmo lento de la historia, sumado a las pausas en la acción, ocasionan a veces cierta confusión en el relato global. Una vez que se establece este ritmo, empieza a surgir lo interesante de Kawase: lo simple y lo bello del cotidiano, la soledad de sus personajes, la sutileza de la historia.

Desde una mirada occidental, Japón representa (y en general, la cultura oriental) la mediación entre lo espiritual y lo tangible. Entender el arte japonés es adentrarse en distintos lenguajes donde lo esencial tiene que ver con la vida misma. Este concepto no sólo engloba el arte, sino también, la filosofía, las religiones; es el sentido que rodea a Japón, está arraigado en lo más profundo de su cultura.

Es justamente esta concepción nipona en la cual está sumergido el cine de Kawase, quien materializa con imágenes tangibles lo indecible.

La presencia de la naturaleza es el elemento conector entre lo implícito y lo mostrable, convirtiéndose en el espacio de respiración de su cine, el que justamente funciona como elemento motor de la película. La naturaleza es la nota al margen en su filmografía, y al mismo tiempo la protagonista, es el espacio donde se revela la esencia misma de sus personajes, sus soledades y donde la exteriorización de su interior tiene lugar.

En la película Sharasôju, la naturaleza está siempre presente desde un inicio de la película. Es lo primero que se escucha, y lo que complementa el setting. Le otorga dimensión a la película y la hace posible en el verosímil. Instaura la presencia de algo que es más poderoso que lo que está en el plano terrenal y así lo va desarrollando Kawase en la unión entre imagen y sonido.

La película parte mostrando una casa típica nipona, donde ya se establece una presencia mayor. La cámara va revelando de forma poco inusual la espacialidad, acentuando el peso dramático de esta. El sonido también va acorde la imagen, ambos se dedican a establecer una presencia mayor.

A medida que la cámara va paseando por la casa, se produce un in crescendo del sonido extradiegético que establece un quiebre con lo que la imagen muestra: dos hermanos jugando que empiezan a correr, salen a la calle, uno persiguiendo al otro, perdiéndose entre esquinas, casas vecinas y naturaleza. De pronto, el hermano que era perseguido desaparece. Luego de eso, la película se sitúa cinco años después, con la pérdida del hermano, la ausencia de este y cómo el cotidiano debe continuar pese a nada ser igual.

En esta película se establece otro de los elementos claves de su filmografía: la presencia de los ausentes como parte del duelo. Pero va a ser en la película Mogari No Mori, donde se aúnan de forma magistral sus obsesiones.

Aquí el tema de la vida y la muerte está presente en todo momento, se pone en palabras esta relación, además los protagonistas han sufrido una pérdida que los marcó profundamente: la chica perdió a su hijo, y el anciano, a su esposa. Ambos llevan el dolor en su esencia y es parte de lo que los mueve.

Por otro lado, la naturaleza es el escenario donde se abre espacio a la exteriorización del mundo interno de los personajes. Sus emociones dialogan con la luz, con el viento, con los árboles y el agua. Esos sentimientos le otorgan una dimensión a la espiritualidad entre ellos con los ausentes, es una conversación sin palabras que no tiene cabida en lo físico y que Kawase logra retratar de forma sublime.

Para Naomi Kawase la película se construye en su totalidad. No es la puesta en escena lo que está marcando el ritmo de su historia, ni la actuación, sino la concepción global de su película que permite la prolongación melancólica que está siempre presente en su filmografía. La realizadora sabe cómo filmar y qué filmar para provocar lo que su cine evoca. Logra captar el momento justo de la naturaleza como instancia efímera, situando a los humanos en ese instante. La luz que los baña, la presencia del agua como detonante interno, el viento como mensaje, son elementos esenciales para la cultura nipona, donde la vida misma se encuentra en los detalles de la naturaleza.

En esta filosofía donde lo bello es lo que se encuentra de forma natural, Kawase es una especie de senpai[1]  que lleva la reflexión a través de la imagen, donde lo mostrado posee una carga simbólica que está en otro plano. Por ejemplo, a través de un plano que pareciese ser simple de Machiko y Shigeki[2] caminando entre las plantas y árboles del bosque, la realizadora lo trabaja con el sonido, pero al mismo tiempo se retroalimenta cada elemento puesto en el plano. Todo adquiere un simbolismo en relación al diálogo de sus elementos. La respuesta de esa sumatoria de elementos, da por resultado un plano que calla en palabras lo esencial, al mismo tiempo que lo refleja la inmensidad de la naturaleza y la pequeñez del humano. Y en ese gesto, está la mirada de Naomi.

Por otro lado, en An, la realizadora se distancia de la inmensidad de la naturaleza, para situar la historia en un apartado lugar en Tokyo. Sin embargo el gesto melancólico está siempre presente. Aunque el escenario sea una ciudad, Kawase se da el tiempo de mostrar los cerezos en flor, de ser un objeto de contemplación para el espectador, como también de la mirada omnipresente de los cerezos. E incluso, construye a través del verosímil de la historia, un espacio para abrir el imaginario al viento en las ramas, al sol bañando la naturaleza.

An se estructura según esas pausas. Una tienda de dorayakis[3] atendida por un solitario hombre (Sentarou) que acepta tener una ayudante de trabajo 73 años (Tokue), quien le enseña el secreto de la receta para el relleno de los dorayakis.

En la dinámica de estas dos personas, Kawase logra instaurar lo que antes la naturaleza tenía en su discurso, el cotidiano como instancia única y efímera. Si bien en sus otras películas, la naturaleza ocupa el principio de no movimiento, donde la quietud de los elementos logran generar ese espacio que engrandece al espíritu, en esta película, es logrado a través del movimiento abarcado por estas dos personas en un instante que no volverá a ser el mismo. La naturaleza funciona en su rol secundario, ya no como fauna omnipresente, sino que esta vez como una dimensión infinita al contiene todo: el sol, la luz entrando por la ventana, el rostro de Tokue iluminado de una determinada forma, etc. y todo, mientras los cerezos se mecen y los pájaros cantan.

Kawase ahonda tanto a través de la sutileza entre estos dos personajes, que logra instaurar lo cotidiano como un poema fílmico, escribiendo con imágenes la historia única de los dos personajes. Y no solo los narra, sino que los elementos que establece en imagen funciona como una metáfora de la vida de ellos mismos, mientras lo vincula con la instancia efímera de la situación en particular: la cosecha, las soledades pasadas, los cuidados, las inseguridades, etc.

En esta película, se ve un estilo más desarrollado de la autora, donde crea una atmósfera similar a la anterior, pero con gestos mucho más sutiles. Además se aleja un poco de la temática vida y muerte[4] para dar paso a otros temas como el dolor del pasado, la soledad, el aislamiento, el paso del tiempo y la discriminación, tratados con la misma sensibilidad.

La película funciona como una cápsula de tiempo que se detiene y explota, las tomas cerradas parecieran ser pausas eternas en el paisaje, que van más allá de la misma imagen, transportando al espectador a un lugar donde el tiempo fluye de manera cíclica. Por otro lado, cuando la cámara se abre, no hay metáfora, la composición acompaña al personaje sumido en la soledad.

A medida que acontece la película, se va fusionando el lenguaje visual que al mismo tiempo se retroalimenta de la historia, evolucionando la película en su conjunto, fluyendo en sí misma y en el relato.

El estilo de Naomi Kawase reflejado en estas películas -a lo largo de 12 años-, va teniendo una evolución que solo se supera a sí misma, la técnica que en un comienzo utilizó, funcionaba por sí sola, evocando justamente lo que se proponía, sin embargo, mientras Kawase sigue haciendo películas, la perfección de los elementos utilizados en su cine, logra desprenderse de su contexto para ir narrando una historia casi en paralelo, un metarelato que Kawase indujo desde el momento que configuró un plano.

 

Por Erika Muchas Cosas

[1] En Japón existen títulos y honoríficos. Senpai es el honorífico que designa a una persona con mayor experiencia y conocimientos.

[2] Machiko y Shigeki son los protagonistas de Mogari No Mori.

[3] Dulces japoneses, a base de harina, son una especie de alfajores con masa de panqueque.

[4] Si bien no ahonda en la vida y la muerte, es un tema que abarca pero desde otro prisma. Ya no es la presencia de los que no están, sino que lo desarrolla desde lo terrenal, en la relación con los vivos.