“Ulises debe retornar a sus tierras con el fin de reclamar su corona”. Simple premisa que resume tanto la trama de La Odisea (VIII a.C.) de Homero como de Ya no estoy aquí (2019), largometraje dirigido por el mexicano Fernando Frías. Ambos Ulises, el primero rey de Ítaca y el segundo rey de los Terkos, pandilla perteneciente a un movimiento contracultural de cumbia rebajada denominado Kolombia, deben emprender un largo viaje (uno desde Troya, el otro desde Nueva York) de vuelta a su hogar. Ya no estoy aquí se comprende entonces como una odisea contemporánea, marcada por idiosincrasias que confluyen e identidades que se pierden, recuperan y reedifican.

A pesar de compartir una línea argumental, existen ciertas disimilitudes abismales entre ambos protagonistas. La mayor de todas es el reemplazo de la autoridad tradicional y concreta del rey de Ítaca por una autoridad simbólica, rebelde y tácita, válida únicamente en la comunidad terka de Monterrey. Esta nueva concepción de la figura de poder es representada a través de la adopción voluntaria y expresión física de una identidad marginal, la habilidad para bailar, siendo una divisa valiosa que Ulises posee en abundancia.

La manipulación del cabello en elaborados peinados que se distancian de las convenciones tradicionales de belleza, adopta una carga figurativa importante: la del ritual de bienvenida a la pandilla y el sello de pertenencia a una comunidad explícitamente contracultural. Es decir, la manifestación de esta peculiar estética es en sí un acto político de rebeldía, y la autoridad que Ulises encuentra a través del baile es representada físicamente en su pelo. En el acto de fijarlo hacia arriba y teñirlo de rubio, su cabello se asemeja a una corona que lo distingue visual y jerárquicamente del resto.

El peinado se utiliza como un dispositivo simbólico, elemento central en la alegoría visual que establece las dinámicas de poder decretadas entre los Terkos, pero inexistentes fuera de la comunidad. Por ello, al llegar a Nueva York su peinado se desordena, pierde la rigidez otorgada físicamente por el gel y simbólicamente por la confianza de sus compañeros. Éste corresponde a un primer signo de la inestabilidad interna y externa que Ulises experimenta al verse enfrentado a las numerosas y arduas pruebas del exilio.

Como mencionamos anteriormente, la autoridad de Ulises es tácita, la relación con sus “súbditos” es una de familia encontrada, fundada en las Kolombias pero sostenida con ternura filial y verdadero cariño. La película se enmarca en el contexto de la guerra contra las drogas en México, representa a una juventud habituada a la violencia, muchas veces el único método para sobrevivir. El protagonista, interpretado magistralmente por Juan Daniel García Treviño, protege a sus Terkos e intenta mantenerlos alejados del peligro, no liderarlos en la batalla.

Si bien nos encontramos frente a un Ulises creativo e increíblemente ingenioso como el original, éste no es un hombre (o más bien un niño) de la guerra. De hecho, este Ulises moderno es subversivo en su radical intención de no participar del conflicto y mantenerse al margen, lo cual le es imposible. No lo mueve tanto el deber como la nostalgia, la terquedad y la mala suerte. Al fin y al cabo, Ulises huye a Estados Unidos únicamente por encontrarse en el lugar y momento equivocado, no movido por la honra, el orgullo ni la ambición.

Su corona corresponde a una no burocratizada, inútil fuera de su propio territorio. Al ser un signo de autoridad que vale sólo para algunos, el desarraigo implica no sólo la ausencia física de un lugar determinado sino también una invalidación de la potestad que éste le confiere. La película retrata un mundo sumamente distinto al que presenció Homero en su época, y cuenta una historia de migración desde la perspectiva de un narrador condicionalmente poderoso y a la vez sumamente vulnerable. Es importante recalcar que el Ulises de Homero no era pobre ni parte de una comunidad altamente estigmatizada a nivel global, y gozaba además del amparo (bastante útil) de la diosa griega Atenea. A través de un montaje asincrónico, Frías acentúa la añoranza de Ulises por volver a su hogar pero también enfatiza las difíciles condiciones de vida de los Terkos.

Si bien ésta puede considerarse una posición de poder más bien frágil, no por ello es menos profunda o compleja. Frías toma la decisión de enmarcar a la pandilla a través de múltiples planos fijos, incluyendo varios planos de sus pies, representando  visualmente la solidez y aparente carácter fundacional de su vínculo. Aún así, aquellas certezas de la niñez van desapareciendo con el paso del tiempo, viéndose afectadas por las circunstancias adversas en las que los chicos se ven obligados a crecer. La ausencia de Ulises solamente aceleró ese proceso. Hacia el final de la película, él mismo se corta el cabello, renunciando deliberadamente a todo aquello que le era significativo previo a su partida, sabiendo que no lo volverá a encontrar en su retorno.

En conversación con Alfonso Cuarón para Netflix, el director mexicano Guillermo Del Toro plantea que el filme explora la idea de un exilio del ser. Argumenta que cuando un personaje va a otro lugar, éste deja de ser la misma persona. No quiere decir que no sea nadie, pero se convierte en “algo más”, un ser visto con curiosidad, como una singularidad que hay que retratar. En este nuevo espacio, no se tiene el cobijo de la cultura ni de un lugar particular. Como consecuencia, su peinado se transforma en un signo de otredad que no tiene con quién compartir; la expresión de un lenguaje que sólo él conoce. Ulises no es comprendido ni siquiera en la comunidad latina que lo asila al llegar, agravando la sobrecogedora sensación de soledad.

Cuarón, por su parte, plantea que Ya no estoy aquí es la experiencia del acto de transcurrir en un espacio y un tiempo muy específico. Manteniendo ese mismo tiempo, los espacios chocan. Es una historia sobre cómo construimos y protegemos nuestras identidades, pero también qué tanta flexibilidad ésta debe conllevar. Este último punto es ejemplificado en la identidad más moldeable de Lin, quien siente un fuerte deseo de familiarizarse con la cultura de su nuevo amigo. Ulises, por el contrario, intenta mantenerse fiel a su origen, incluso cuando éste se está transformando en su ausencia. Corresponde a un acto de lealtad hacia los valores que adoptó en su infancia y adolescencia, de los cuales no está listo para desprenderse.

Del Toro lo resume maravillosamente: lo hermoso de esta película es su retrato de la desobediencia y la terquedad como virtudes fundamentales para la supervivencia. Para el Ulises de Frías, la supervivencia finalmente significó regresar a los pictóricos recovecos de Monterrey. A diferencia de La Odisea, no lo hace como rey sino como mero plebeyo. Los Terkos desaparecieron uno por uno y con ello, despareció también la corona.

Por Fernanda Lagomarsino