“Luciana: (…) Es como cuando una se pega en un brazo o en una pierna siguiendo a los animales, con el calor de la carrera no se da cuenta y puée pasar too el día sin sentir ná; pero cuando una se saca la ropa en la noche y se ve la hería, entonces l’entra too el dolor y el mieo (…)”.

Juan Radrigán

Una onda es una perturbación que se propaga como resultado de una vibración inicial. La imagen que asocio a esta definición es la de una piedra cayendo al agua, que crea círculos que se amplifican a medida que se alejan. Pienso en cómo esta imagen encapsula la sensación que deja la lectura de Pueblos de tacto (Gramaje, 2021): una perturbación que se expande por kilómetros, territorios, cuerpos y que alcanza al lector como una vibración que conmociona.

El primer poemario de Francisco Cardemil Pérez (Santiago, 1995) es la errancia de una voz infantil quebrada e inocente que contempla, inquiere y calla. Pequeño Saltamontes, Pedazo de Cielo. Con ella vemos hundirse botes de papel, el paso por sitios de tierra, hojas arrancadas. Nos hacemos cómplices de su forma de habitar el paisaje y del secreto que subyace a su vínculo con otras figuras presentes en la obra. A poco andar entendemos que esa voz no refleja la candidez de una infancia ensoñada, más bien proyecta las sombras que le agarrotan aun cuando existe un movimiento continuo: “Como una planta mis gestos / sin ruidos, sin gemidos que delaten / hojas caídas, tallos rotos. / En qué resulta el esfuerzo de no ser visto.”

Distribuido en cuatro secciones —Lonquén, Chillán, Palmilla y Santa Cruz— y una suerte de epílogo —Matta Sur—, acompañamos el desplazamiento de la voz principal por distintas zonas del valle central. El autor construye imágenes que nos remiten a este espacio geográfico, sin limitarse a su mera descripción, sino que a partir de ellas teje un ambiente que deslumbra por su belleza y a la vez inquieta por lo que esconde: “Ensució las ropas y conoció el corte / Pedazo de Cielo contempla la nieve / imagina lava ardiendo desde un camión.” De este modo, Cardemil sugiere el enfrentamiento con elementos ineludibles de nuestra idiosincrasia: la cultura de la omisión y la naturalización del trauma. Mediante un diestro manejo del lenguaje figurado, el abuso, la violencia y el desarraigo quedan expuestos de manera brutalmente bella y honesta.

Dos de las figuras que habitan el poemario son la Mamá y el Cazador, quienes dan forma a un hogar más de añoranza que de realidad, de más peligro que protección. En particular, la figura del Cazador nos remite a los cuentos tradicionales, en cuyas tramas, el rol de este personaje permite abrazar un desenlace de paz que en Pueblos de tacto es imposible. Aquí, la alarma se enciende ante la aparición de hermanos imaginarios, amores tempranos y adultos atentos, todos alejados por la manifestación de los daños que el Cazador ha dejado inscritos en el cuerpo del hablante, ante los cuales Mamá es indiferente. Esto crea un abismo entre ambas figuras. Un desapego que se manifiesta. Mamá Linda, Mamá Triste, Mamá Cansada, Mamá Ciega, Mamá Vieja. La madre se nos presenta aferrada a una idea de familia que se desmorona y de cuyo derrumbe huye empacando, envolviendo objetos, recorriendo caminos y habitando nuevas casas. “Nos llevas a otras casas para deshabitarnos”, señala el hablante, sobreviviente, pero ajeno. El desarraigo aquí emerge como un medio de resistencia.

En términos paratextuales, resulta llamativa la decisión de no titular la portada. Esto desliza desde el primer acercamiento a la obra que la publicación es concebida en forma y contenido como un gesto poético. Por ejemplo, contrasta la cercanía con los espacios que se nos describen con las imágenes de ellos. Capturas satelitales que sitúan desde lejos, como un acto intencionado de mantenernos a distancia. Estas dos decisiones estéticas dialogan con nuestro silente hablante, cuyas cicatrices se hacen palpables a los lectores a través de lo no dicho, de los espacios vacíos que se hacen cada vez más visibles a medida que este se aleja de la figura materna. Lo mismo queda en evidencia en las fotografías: meras aproximaciones a la idea de partir y habitar; o en el tabulado de determinados versos entre los poemas, que incluso ofrecen la posibilidad de ser leídos a través de combinatorias, pero que demuestran una intención poética significativa de aproximar y espaciar.

Pueblos de tacto, en definitiva, es una invitación a una experiencia poética que, desde lo estético, y como una piedra en el agua, deja expandir ondas que, más que debilitarse, amenazan con ser telúricas. Porque resuenan, trizan la superficie y deja aparecer las verdades incómodas que conviene callar y de las que es mejor alejarse. Abrumador, oscuro, necesario.

 

Por Camila Hormazábal M.

 

 

 

 

Pueblos de tacto
Francisco Cardemil
Gramaje
2021
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