Carlos Droguett (1912) nació en Santiago, Chile y pronto se dedicó al periodismo que alternó con la creación de novelas que en la actualidad han sido reeditadas en distintos países, así como traducidas a varios idiomas: Los asesinados del Seguro Obrero (1940), 60 muertos en la escalera, (1953), Eloy (1959), 100 gotas de sangre y 200 de sudor (1961), Patas de perro (1965), Supay, el cristiano (1967), El compadre (1967). En 1968 fue miembro del jurado de Casa de las Américas que premió el libro de Antonio Skármeta, Desnudo en el tejado, y en la revista chilena, Punto Final, levantó un acta de acusación acerca de Pablo de Rokha y sus asesinos. El cineasta argentino Humberto Ríos realizó en escenarios chilenos la versión cinematográfica de Eloy que incluye una canción con música y letra de Ángel Parra.

Hace algún tiempo, Alberto Perrone conversó con Carlos Droguett en Chile especialmente para Los Libros.

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En verdad, las palabras no son cosas sino signos. Pero, si esos signos que la literatura ordena, no llegaran a constituir una organización que por darse en el mundo lo contuviera, no ya por identificación pero sí por homología, se caería en una pretendida inocuidad de la fabulación. Y es justamente el intrínseco poder referencial de los signos como la sobredeterminación de la dependencia económica de Latinoamérica, lo que lleva al aislamiento a determinados escritores. Carlos Droguett es, en Chile, el escritor que luego de sufrir un general rechazo, un intencional olvido (Panorama de la novela chilena, R. Silva Castro, Ed. Fondo de Cultura Económica 1956) adquiere una notoriedad imposible de soslayar.

—Europa continúa consagrando. Cuando Eloy fue finalista del Premio Biblioteca Breve, de Seix-Barral, comenzaron mis compatriotas a interesarse en mí. Porque esta “consagración” que “el mundo civilizado” reenvía sobre Sudamérica, es tenida por la santificación de una obra cuyas asperezas, es conveniente que sean asimiladas por el régimen, para lograr una digestión final del escritor en cuestión…

Droguett, cronológicamente, pertenece a la llamada “generación del 38”, que entendió la literatura como un compromiso social. Pero habrá de distanciarse de ella al desentenderse del neutralismo y acentuar los conflictos con el lenguaje como una conciencia de la realidad.

—Mi primera novela, Sesenta Muertos en la Escalera, es la proyección de un cuento que escribí con motivo de un crimen político de los que caracterizan a nuestros “gobiernos democráticos”. Ocurrió en 1938, bajo el gobierno de Arturo Alessandri, padre del actual candidato. Fue una matanza a base de estudiantes. Sesenta hombres que habían vislumbrado la posibilidad de cambiar la situación que corroía a todo el pueblo, fueron tomados prisioneros y…

Se detiene, baja los ojos como buscando ciertos indicios que no se han borrado de su memoria y dice:

—En aquella época yo era un estudiante y muchos de los muertos fueron. compañeros míos. La impresión de ese crimen cruel e injusto me obligó a escribir.

Se sirve agua. Veo su cara angulosa, sus pequeños y vivaces ojos.
—Pero hablemos de otros autores, no tanto sobre mi obra.

Sonríe con ironía.

—Me gustaría que me preguntara sobre Neruda o Nicanor Parra.

Su voz se pierde acentuando una expectativa. Conozco sus animadversiones y trato de zafarme:
Al leer Patas de perroEloy, sus cuentos, y como contraste con la narrativa de otros autores, podría afirmar que el paisaje, la geografía chilena pierde gravidez frente a la historia.

—Nuestra historia es riquísima en sugerencias para un escritor. Creo que apegarse a la geografía de Chile es una frivolidad.

Mira hacia afuera. Es de noche, al fondo las estribaciones de los Andes han ido perdiendo su contorno. Como siguiendo su pensamiento agrega:

—Sí, una frivolidad como toda la obra de Parra. Malas traducciones de Prevert. Además, no sé de qué se queja. Aceptó el Premio Nacional, y al mismo tiempo se dedica a hablar mal del premio, a justificar una aceptación de algo que considera sin sentido, una mugre.

Le ofrezco un cigarrillo y volvemos a hablar de su obra:

—Eloy no es un personaje canallesco. No creo que lo sea más que los “pacos”, los “flics” que lo persiguieron. En cambio digo que la sociedad inventa a los bandidos en los que trata de plasmar sus propias lacras. En la peripecia real, Eloy llegó a ser un hombre totalmente solo, totalmente derrotado, pero que peleó su muerte hasta lo último, acorralado por treinta policías. Eloy fue un poeta popular; cuando investigué su vida, resultó ser un hombre sin instrucción alguna.

Y con un ademán que quiere significar su admiración, afirma:

—Y sin embargo se dio el lujo da enamorar, allá por el año veinte, a la primera actriz de un importante teatro del centro de Santiago. La enamoró y juntos huyeron para Buenos Aires. Un hombre así no puede haber sido un simple canalla.

Creo que su novela Eloy es un salto en la literatura chilena.

Droguett asiente y continúo: De este modo, ¿qué es lo que Eloy cuestiona, implícitamente como obra literaria a la literatura chilena?

—No quiero caer en lo de Neruda comentando las críticas de Amado Alonso. Porque Neruda hacía el ridículo intentando explicar en términos que le son ajenos, su propia creación. Pero le diré que cuando yo tenía veinte años, ya poseía este estilo que luego en Eloy aparece más maduro. Si usted quiere, a lo mejor más apasionado. Cuando recién comenzaba a publicar, en una reunión una señora me dijo: “Me alegro de conocerlo, creía que los cuentos publicados en el diario eran traducciones del francés”. Me sentí halagado al oír confirmada la intuición personal de que mis trabajos no tenían nada que ver con lo que se escribía en Chile. Si el cáncer es salud, yo me sentía un cáncer en la literatura chilena.

Es decir que, mientras por un lado orienta su búsqueda temática, por el otro delimita una necesidad diferencial de formalización…

—Sí, porque al elaborar mis historias incorporo, inconscientemente, a todos los personajes dentro de mi pasado real. Pero cuando siento que estos personajes, sus vivencias, se alejan por la imprescindible mediación del lenguaje, me debato para que suprimiendo convenciones de la escritura, permanezcan cerca de mi. Y para que estos personajes emerjan de su profundidad en la que se consumen inútilmente, lucho con las púas del lenguaje y mediante un estilo angustioso, logro, en parte, retenerlos.

Es tarde. El silenció abre un espacio, el humo de los cigarrillos se aquieta en el cenicero. Droguett ha partido cuando recuerdo algo que afirmó con convicción:

“Si pienso y araño y busco y me pierdo en mis recuerdos, no podría decir cuándo se me ocurrió escribir… Me parece, me pareció desde que sentí mis primeros terrores, mis primeras angustias impregnadas de dudas, que la literatura es una maldición que se debe asumir hasta las últimas consecuencias, como un vicio atroz, esperando todo de ella, entregándoselo todo, pero conservando siempre una cuota de lucidez, si se quiere, una lucidez también contaminada”

Por Alberto M. Perrone
Recuperado del nº10 de la extinta revista argentina Los Libros, conservada y archivada gracias al invaluable trabajo del Archivo de Revistas Argentinas (AHIRA) que recomendamos encaricidamente consultar. 
https://ahira.com.ar