Ayer me pasó ese reiterado fenómeno lingüístico de escuchar una palabra y luego verla repetida en cosas distintas, como si la palabra, que antes no necesariamente estaba dentro de las que escuchamos o ejercemos cotidianamente, se esparciera por el aire colándose en cada cosa que escuchamos o leemos. Quizás se debió a que por primera vez en mucho tiempo escuché un podcast para variar el sonido de chorros y platos al lavar la loza, quizás simplemente es una palabra que se repite bastante en estos días. Los del podcast hablaban del fenómeno de los coachs, tipos que sustituyen a terapeutas, nutricionistas, sacerdotes y hasta a veces a los amigos, contaban que hay gente que confía su vida a los coachs para que les digan qué y cómo hacer las cosas que en teoría necesitan. Es un fenómeno que viene de la cultura empresarial, incluso gran parte de la culpa la tiene la psicología laboral. Pero esto no es de lo que quiero hablar.

La segunda vez que se repitió la palabra fue leyendo Ojo Crítico – Las peores críticas a los mejores autores editado por Constantino Bértolo para Ediciones UACh. El prólogo escrito por Bértolo tiene la particularidad de ser tan bueno como el contenido del libro, quizás hasta mejor, allí habla ampliamente sobre la crítica, la diferencia del crítico y el lector, su historia, cambios, discusiones y actualidades, sobre estas últimas surge lo del coach, otorgándole dicha característica a aquellos críticos que mantienen pequeños nichos de elitismo disfrazados de sensibilidad estética, donde el crítico se convierte en un “consejero de consumo” en contraposición a la crítica que se asume directamente de mercado, sobre la que también piensa ampliamente.

Ojo Crítico es una carta de amor a la crítica como ejercicio, Bértolo asume que su libro podría llamarse tanto Antología del disparate como Miseria de la crítica, los detractores de la crítica como institución se quedarán en el hecho de que las peores críticas a los mejores autores es un conjunto de síntomas de que algo anda mal con la crítica desde hace siglos, y que si fuera por dichas críticas, muchxs de los mejores escritores de la historia pasada y reciente no hubiesen tenido éxito. Pero Bértolo para en seco esa posibilidad, señala justamente que el papel de la crítica ni ayer ni hoy ha destruido ninguna carrera literaria -ofrece cientos de ejemplos-, y que además todo crítico por lo menos “se ha atrevido a tener opinión, a decir lo que piensa”, pues “quien tiene boca se equivoca. Peor es mantenerla cerrada”, por lo tanto para los críticos que incluye en su libro queda “la miseria que supone el no acertar” pero también “la gloria que conlleva el atreverse a fallar”. Y aquellos críticos que incluye no son gente cualquiera, muchas veces se trata de escritores famosos lanzando dardos a otro colega, incluso hay cierto goce en el morbo que nos genera leer, por ejemplo, que De Rokha decía que la poesía de Huidobro era “un producto de farmacia”, o que a Borges un crítico lo señaló como “turiferario a sueldo, vendido y envilecido”, o un comentario sobre Cumbres Borrascosas que es para sacarse el sombrero de tanta maldad: “es un misterio cómo un humano pudo lograr escribir un libro como este sin suicidarse antes de terminar una docena de capítulos” y siglos antes los versos de Lope de Vega dedicados a Cervantes “Y ese tu don Quijote baladí/ De culo en culo por el mundo va” que además decía que no había poeta tan malo como él ni persona tan necia que alabase a Don Quijote. Como ven, los ejemplos son muchos, algunas críticas son mas sutiles que otras, pero muchas tienen bastante maldad y eso puede ser muy entretenido, como escuchar a alguien con talento para el cahuín disparando para todos lados.

Más allá de las críticas escogidas el prólogo es para leerlo unas cuantas veces, hay reflexiones realmente brillantes sobre el estado de la crítica literaria (y podríamos extrapolar aquello a la cinematográfica, teatral, etc.), me permito una cita larga pero espectacular:

“El crítico, que no es ni tiene por qué ser un santo, sabe consciente o inconscientemente (en este último caso o es tonto o se hace) que su quehacer se produce dentro de un mercado y que, por lo tanto, le es necesario convertir su trabajo en mercancía y, lo que es más importante, él mismo, en cuanto productor, como crítico en este caso, se verá constreñido a convertirse en mercancía, es decir, a adquirir prestigio, legitimidad, reconocimiento, valor de uso y valor de cambio. La tentación del crítico es intentar conseguir estas metas que el propio mercado le impone por medios ilegítimos: halagando a los poderosos, subiendo el tono con los débiles, alabando el sol que más calienta, no molestando a quien no se debe molestar, mezclando el interés espurio con la amistad o callando cuando el silencio sea lo más diplomático, es decir, teniendo miedo, o peor, haciendo rentable ese miedo. Identificando la objetividad con el nadar y guardar ropa, la imparcialidad con el cinismo o el oportunismo, la falta de criterio con la servidumbre y el acomodo, o la argumentación con la defensa de su propio estatus. Jugando a ser incoloro, inodoro e insípido para poder servir de mezcla a todos los vinos que se sirven en la mesa. Disfrazando el juicio de prudencia social. Llamando humildad al temor de perder el poder. El riesgo del crítico es el miedo, el miedo al poder, al suyo, que es poco pero es poder, y al de los otros, que siempre es mayor que el suyo.”

Mejor definición del campo de la crítica y su relación con el mercado no había leído. En Chile, por ejemplo, está lleno de críticos en los grandes medios que contra las obras chicas sacan todo el arsenal y cuando hay que criticar alguna película o libro “grande” miran para otro lado o sacan el manual de adjetivos para elogiar. Por otro lado también están los críticos que quieren llegar al lugar que tienen ellos, y para pavimentar ese camino hay que hacer lo que dice Bértolo, volverse insípido, incoloro, que todas las micros te sirvan, que ninguna te deje botado. Así hay mucha gente que cuando algo le parece malo prefiere no escribir nada, ya sea porque le gustó a los amigos, o conoce gente metida en el proyecto, o simplemente no cree tener las ideas para entrar en una argumentación del mal trago. Finalmente casi todo depende de la relación que establezca el crítico con el mercado. El mercado editorial multinacional, por ejemplo, raramente facilita las cosas a los críticos que no escriben en un medio conocido, algo que las editoriales independientes sí hacen -aunque como siempre, hay excepciones-. En el cine, por otro lado, muchas veces las grandes distribuidoras dejan fuera a los medios independientes que podrían hacer críticas negativas para privilegiar a los mismos de siempre, con regalo de merchandising y cafecito incluso. El mercado hoy los prefiere coachs, influencers, es decir, reseñistas cuyo talento es hablar bien de algo, lo que es igual a vender, ya lo decía Bértolo -respondiendo de pasada a los que señalan que el crítico es un artista frustrado-, que el verdadero peligro es convertirse en crítico frustrado “en un mero apéndice del aparato cultural establecido, en un rampante más de la escalera del prestigio, en la boca agradecida del mercado editorial. En un crítico que no critica”. De todas formas el campo de la crítica es mucho más complejo y diverso de lo que menciono en estas breves líneas, incluso lo que hace falta es una discusión dentro de la crítica, sobre el ejercicio mismo, Ojo Crítico, sin ser ese su propósito, aporta varios materiales para esa discusión.

Por lo anterior y mucho más, Ojo Crítico no se agota en la primera leída sino que parece ser material inflamable sin caducidad, es un libro que permite pensar y al mismo tiempo reírse de la crítica y de los críticos, manteniendo como máxima siempre que el que tiene boca puede equivocarse, pero por lo menos tuvo la valentía de abrirla, el problema, ahora, es de quien las lee.

Por Miguel Ángel Gutiérrez

 

Ojo Crítico – Las peores críticas a los mejores autores
Introducción, selección y edición de Constantino Bértolo
Ediciones UACh – 2020