Al fondo de mi ventana se distinguen amapolas rojas. No es Valparaíso, es Madrid. Primavera en el hemisferio norte. La imagen de Nelly Richard en el 2018 posicionándonos en la importancia de encontrarnos, en ese momento, en el edificio consistorial de la municipalidad de Valparaíso: 50 años después del mayo 68, hoy somos el mayo feminista. Éramos tantas personas que no cabíamos. Imagen lumbre para los fríos de ese otoño.
Y acontecieron otros mayos. Uno en particular fue el del 2021. Una despedida transmitida por streaming desde la página de una funeraria. No sé cuántos cineastas pueden decir que se despidieron en una toma en directo, y que en ella estaba Ismael Oddó cantando Vamos Mujer para las personas que asistíamos presencial y telemáticamente. Sí Sergio, hablo de ti.
Hablo de ti porque el presente reanuda oídas de mi primer año de escuela (2017). Me acuerdo de la analogía que nos hiciste del fordismo y el proceso en cadena de la producción en cine. Que una fórmula-forma podía superponerse a la otra con la sola réplica -la sola distancia- que otorga la técnica a la hora de generar algo. Querías hacer esa distinción para que pudiéramos pensar -y desear– otras formas de producir imágenes que no fueran fordistas. No fue necesario situarnos desde el texto luminoso de Miriam Hansen. Había que primero hablar del marco ideológico imperante con el que se hicieron las imágenes que conocíamos.
Fordismo. El caucho de la amazona. Los modelos extractivistas de materias primas del continente latinoaméricano.
Triada de imágenes para pensar la producción en serie. Para sugerir que el cine tiene para sí la capacidad de montar y desmontar las narrativas que lo anteceden. Para decir Modernismo Vernáculo. Para situarnos sin distancias en los estragos sociopolíticos muteados por las narrativas del progreso. Porque esos estragos nos hablan de una certeza clásica. Como sí formalmente existiera una única manera de dirigirnos a estos otros territorios.
Y no era dramatismo político. Era el compromiso inherente que nos reportan las lecturas con las que vamos urdiendo. Recuerdo que bien pudiste haber dicho “la autora…” pero preferiste ensayar con las imágenes que movilizaban el flujo de tu discurso. Ahí distingo una decisión pedagógica y un par de preguntas: ¿De qué manera la instrumentalización teórica es funcional a nuestra sensibilidad si no desarrollamos un compromiso previo con lo que hacemos? ¿Cómo pensar causas y consecuencias sin los cauces propios y afectivos que este fenómeno convoca en quienes lo pensamos/hacemos/escuchamos/miramos? ¿Por qué decir Modernismo Vernáculo si podemos ir a la realidad más cercana de las zonas de sacrificio que nos asolan?
Días antes de este escrito, le confesé a alguien que una parte de mi seguía sentada en el aula de mi primer año de la escuela de cine. Si bien han habido otros espacios de formación, yo permanecía ahí. Ese 2017 me tensa anacrónicamente: los 120 años del cine chileno que nadie celebró, el encarcelamiento de la Machi Francisca Linconao, las ausencias historiográficas de Alice Guy o Eliana Jara en la enseñanza formal de la historia del cine. La llegada a mi vida de Alicia Vega (sí, el visionado que hicimos de 100 niños… una mañana fría de invierno).
Tensa también con otros eventos que no viviste pero de seguro intuiste:
¿Te imaginaste un proceso constituyente?
¿Y la reaparición de El realismo socialista tras 50 años?
¿Soñaste alguna vez con que Carmen Bueno pudiera correr el cerco para alcanzarnos gracias a Esperando a Godoy?
¿Era posible para ti que los gestos de una estudiante buscaran invocarte cerca del Río Manzanares?
Mayrit son seis letras, lo mismo que Sergio.
Por Nina Satt Castillo