En marzo de este año, la poeta y performista Eli Neira estrenó su primer documental: “En el vertedero de la historia”. Preguntas reiteradas a diferentes personas sin hogar, de género diverso, que responden sobre la dictadura, los 50 años del golpe de Estado, su realidad actual y sobre cómo llegaron a vivir en la calle. Todo en una película que da bastante sorpresas con las respuestas y con las historias de sus protagonistas.

La película va acompañada de un poemario homónimo al documental, en el que aborda diversas temáticas personales y sociales vinculadas, según explica Sandra Flores Ruminot, a: “dos barricadas estéticas o energías. Una de barricada, que interpela al contexto opresor, donde el cuerpo mujer está sometido al extractivismo patriarcal y capitalista, pero también a las nuevas opresiones que vienen de la mano de un ‘deber ser progresista y correcto’”. A continuación, profundizamos en ambas creaciones que se reúnen bajo el título: “En el vertedero de la historia”. 

¿Cómo surge la idea de ingresar al mundo del audiovisual?

Bueno tanto desde el ejercicio del periodismo como desde el performance uno está siempre trabajando con códigos del audiovisual, finalmente solo es un código más, un lenguaje más, disponible para decir aquello que uno quiere decir.

En mi caso creo que siempre estuve cerca del cine, pensando imagen, texto y sonido, a veces por separado, a veces juntos. Las artes vivas son un poco eso, volver al cuerpo presente con todas sus posibilidades dimensionales, imagen, palabra, tiempo, movimiento y yo agregaría música. Por ejemplo en el caso de “En el vertedero de la historia”, la alianza con Araceli Catora potenció mucho la película.

¿Te gustaría seguir trabajando al respecto? ¿Podríamos decir que se abre una nueva veta en tu línea de trabajo?

Claro que sí. Es como un brote en una planta. No es que uno deja de ser o hacer todo lo que te constituye: poeta, performera, periodista, etc. Sino que agregas un nuevo recurso que contiene a los demás porque una película te permite muchas cosas, como desarrollar una poética, una estética y mucho cuerpo presente también, en el caso del documental como me lo he planteado.

¿Cómo te enteraste de la Escuela Popular de Cine y de qué forma te apoyaron?

Todavía hay algunas cosas gratis en Chile. Me enteré por internet y porque algunas personas que conozco habían participado de la Escuela Popular de Cine, que como toda instancia popular entrega herramientas provenientes de una visión de la educación popular artística, promoviendo mucho la autogestión y el hacer con lo que tienes a mano, es decir, desde la urgencia del mensaje y no desde la industria. 

Eso me gustó mucho, creo que pensar todo en términos de “industria” nos ha hecho bastante mal culturalmente hablando. Yo lo hago desde la resistencia. No me interesa ingresar a ninguna industria aunque eventualmente siempre tienes que lidiar con eso.

¿Qué fue lo que más te impactó al trabajar el formato documental?

Que es muy performático. En un documental, al igual que en una performance, tienes muy pocas seguridades. De alguna manera es una zona de riesgo también. Tienes una leve idea de por dónde iría la peli, pero no sabes lo que puede ocurrir en el camino o con qué te vas a encontrar porque estás trabajando en el momento presente que es siempre cambiante. Tampoco sabes cómo va a terminar. 

El documental es como un viaje por la realidad; la performance también, solo que es un viaje más corto y la narrativa es diferente. Es muy interesante y muy completo todo lo que va ocurriendo en el cine documental porque vas descubriendo la película a medida que la vas haciendo y no al revés. Es bastante descolonizante.

Respecto a “En el vertedero de la historia”, ¿cómo fue tu reacción inicial al ir escuchando las respuestas de los entrevistados? Considerando las nociones de apoyo a la dictadura, libertad y violencia de género.

Mi primera reacción fue un rechazo enorme, casi físico, pero a poco andar me di cuenta que algo había ahí. Esas respuestas eran piezas del rompecabezas que yo estaba buscando armar, que tenía que ver con el país y los 50 años del golpe de Estado. Con el país del despojo, pero no sólo del despojo material sino también el país del vaciamiento de las conciencias, de la historia, de la memoria. 

De alguna manera esas respuestas también eran parte de esa herida que yo quería descubrir para explicarme a mí, en primer lugar, este Chile de los 50 años.

¿De qué manera proyectabas originalmente la temática y qué cambios sufrió?

No cambió mucho. Desde un inicio yo quería escuchar esas voces que jamás son escuchadas ni menos legitimadas, las voces de esas personas que habitan el margen total.

De alguna manera, en algún momento me he sentido más cerca de ellos que de las personas que habitan con privilegios. Lo que fue cambiando es que inicialmente pensé hacer una o tres entrevistas, máximo, a los habitantes de los rucos próximos a la casa donde yo estaba viviendo, pero terminé haciendo once entrevistas y en dos ciudades diferentes: Santiago y Valparaíso (ciudades por donde habito regularmente), lo cual enriqueció precisamente el retrato.

¿Cómo esperas que circule el documental?

Ni idea, supongo que es una obra lo suficientemente densa para no ser deseada por el circuito tradicional del arte, pero siempre guardo la esperanza de que hay nichos de pensamiento crítico donde mi trabajo es bien leído, incluso en el “arte contemporáneo chileno”, con todos los pro y contra que la categoría “arte contemporáneo” implica hoy para una creadora como yo, que ha trabajado más bien en la trinchera de los “contrahegemónicos”. 

Ahora bien, la circulación de una obra tampoco es algo que dependa tanto de uno. Yo, por supuesto, quiero que la vea la mayor cantidad de gente posible, pero estamos en un momento muy confuso y delicado con respecto a los contenidos y también existe cada vez más censura con respecto a las obras que plantean temas sociales. Así que, por mi parte, ocuparé mis canales, por fuera de Google; mi página web y visionados dirigidos a grupos específicos, pero dejo la obra abierta a ser mostrada en todas las instancias que la requieran.

En el poemario, vinculado a la película, también se presentan cambios sobre tu línea escritural, quizás hay menos denuncia y mucho más humor. Se aliviana un poco el mensaje, pero aún hay quejas y se evidencian realidades, ¿sientes estos cambios en tu poesía y a qué crees que se deba?

A la edad sin duda.

Porque si a los 50 años no aprendiste a reírte de ti misma y de la realidad pues no has aprendido nada valioso. Creo, igualmente, que en toda mi escritura siempre ha habido mucho humor. Humor negro claro está, pero en ese sentido yo siempre me he sentido cultora de una suerte de antipoesia feminista y popular donde mi referentes es más Condorito que los poetas del canon, si bien, conozco ambos universos. 

Yo creo que el humor y el humor negro es una de las riquezas de la cultura popular porque los oprimidos siempre han tenido que crear formas para sobrellevar la realidad y esa sea tal vez la mejor herencia cultural de las clases trabajadoras y empobrecidas: el humor. 

Lo vemos desde Violeta Parra hasta nuestros días, el humor es un poderoso antídoto contra la angustia de la opresión en la historia de los pueblos. También me parece que es un rasgo muy de nuestra colonialidad, decir todo por el desvío. En sociedades muy controladoras no puedes decir las cosas de frente, tienes que usar la ironía. Y la ironía ha sido considerada siempre en la escritura de los hombres, pero no en las mujeres. Así que tiene que ver con ocupar esos territorios masculinizados también.

 

 

Por Elisa Massardo

 

Fotografía de Marketa Luskacova