¡Tan feliz que hace la marcha!

Me ataranta lo que veo 

lo que miro o adivino 

lo que busco y lo que encuentro.

G.M., “Hallazgo”

En una carta de 1951 a Doris Dana, Gabriela Mistral declara: “Vagabunda, eso he sido yo, llámenme hasta gitana, viciosa de rumbos locos, o bobos de puro azar”, acaso como una declaración de principios de una escritora que hizo del desplazamiento una forma de vida que comenzó con el siglo xx en su primera juventud. Desde 1905 hasta 1921 vive en distintos lugares de Chile, de norte a sur recorre el territorio en su labor docente, esquivando a paso sostenido las flechas de sarcasmo de los bandoleros de toda laya del enclenque ambiente literario chileno, y de no pocos puristas asombrados con la renuncia de la poeta a todo sedentarismo y una determinación a toda prueba.

En 1922, ya instalada en México, en su andar misionero por una nación postrevolucionaria, anota: “Yo recorría el suelo todavía garabateado de sangre luchadora. Llenaban nuestras rutas los camiones de maestros misioneros cargando bancos y pupitres escolares y las nuevas cartillas para enseñar a leer a la infancia los nuevos principios”. Invitada por José Vasconcelos a formar parte de las Misiones Culturales de alfabetización de la población indígena, Mistral llegó a Veracruz el 21 de julio de ese mismo año para dar conferencias sobre literatura hispanoamericana y componer himnos para las escuelas. Acompañada de Palma Guillén viajó en tren y en camiones por Hidalgo, Morelos, Puebla, Guerrero, Michoacán, Oaxaca, Jalisco y Querétaro.

Pulsión por la autonomía y el desplazamiento que siempre levantó sospechas en el agobiante páramo literario nacional. En su “Cuaderno de Veracruz” deja constancia de los ataques de los compatriotas: “Es posible que aquellos chilenos tengan razón en detestar mi errantismo. Pero errante viví allí mismo en Chile. Solo la cordillera me retuvo siete años, siete, en Los Andes”. 

En sus diarios y cartas, la poeta escribe sobre las razones de ese “destierro que parece enteramente voluntario, pero que no lo es”. Y es en esa distancia de la tierra natal que escribe la mayor parte de su obra, en la que surge como una cicatriz o el recuerdo de un tiempo ya ido su Poema de Chile (titulado originalmente como “Recado de Chile”). 

“Una necesidad vital”

Escrito pacientemente a lo largo de los años, su proceso acompañó a Mistral por diversos destinos de su vida errante y finalmente fue publicado por Doris Dana en 1967, diez años después de la muerte de la poeta. En aquella primera edición publicada en Barcelona por editorial Pomaire, Dana señala: “Es necesario dar a conocer cómo llegó a publicarse este libro póstumo de Gabriela Mistral. Ella, al morir, dejó inconclusa la obra. Durante los últimos veinte años de su vida tuvo una preocupación continua: escribir poemas sobre toda suerte de asuntos relacionados con su país: cantar sus plantas, animales, los ríos, el mar, los lugares y sensibilizar los problemas del campesino y la reforma agraria; escribir para ella estos poemas no fue un afán literario, sino una necesidad vital”. 

Una escritura en movimiento: escribe y reescribe permanentemente entre viajes, destinos y estadías, como un exigente y preciso ejercicio de memoria, la que se va erosionando con el paso del tiempo. En una carta a su amigo, el escritor mexicano Alfonso Reyes, le cuenta: “Con los años nos vamos reduciendo a escombro. ¡Cuánto temía esto yo cuando era una muchachita elquina que no se cansaba de trepar los peladeros buscando flores y piedras! Y cómo echo de menos los ojos de gavilán con que deletreaba las briznas más lejanas y hasta el temblor del pelaje de un conejo al otro lado del Valle. Tuve ese surco de surcos, mi Elqui patrio, más conocido para mí que mis versos o el mapa de mis manos, y me lo tuve por rebose de unos sentidos certeros y alertísimos. Nada de eso vuelve, querido. Ahora, escribiendo estrofas de mi “Recado de Chile”, huelo en el aire frío, atrapo el frescor de la nieve, un aroma llega roto por los pinares, y en el que reconozco, pobre de mí, las manzanillas que mi madre ataba para sus infusiones. Y me acude un aroma a brasero que es toda mi vida de maestrita pobre en escuela más pobre aún”. 

Mistral viaja de un lugar a otro con sus cuadernos y papeles y, desde distintos rincones del mundo, les pide a sus amigos que nutran esa necesidad de bibliografía y datos varios sobre la geografía o la botánica de Chile para incluir en sus poemas. En sus diarios deja registro de la imposibilidad de corregir y concluir su Poema de Chile debido al olvido de todo tipo de antecedentes y hasta de la toponimia del territorio chileno. En su “Cuaderno de Nápoles” –fechado en 1952– abundan las referencias sobre el proceso de escritura del Poema… y los problemas que se le van presentando en la escritura, como el daño que el “idioma extraño” produce en la lengua propia: “Se acaba hablando ‘en libro’, porque solo se lee y no se oye alrededor del idioma propio. Así y todo, aquí he hecho el Poema de Chile: sesenta estrofas de seis versos cada una”. 

Mistral parece trabajar con la añoranza de la tierra natal, sin la mediación de otros o de los libros. En su diario anota: “Mi mayor interés de ir a Chile, después de ver a los pocos míos de frontera adentro y hablar con ellos unas semanas, es la necesidad de acabar un larguísimo recado descriptivo sobre Chile. Pero sé que no me dejarán verlo. Sé que tengo que entregarme a la gente por no herirla. Sé que solo veré hoteles y casas de señores. No el paisaje, no los pastos cuyos nombres me faltan, no las cosechas, no la Cordillera a la cual no puedo subir, no los indios, no mi Patagonia querida, no las minas de carbón, no el desierto de la sal”. Un reencuentro que se dará en la escritura, sustitución imaginaria frente a la imposibilidad del retorno, de volver a recorrer ese país hostil que habita en su memoria. 

La poeta imagina (¿o anticipa?) su retorno al país convertida en una fantasma o un alma en pena y recorre el territorio de norte a sur acompañada de un niño atacameño y un huemul. Estado espectral en el que se envuelve con palabras como “niebla”, “vaho” o “aliento”, un camuflaje que le permite moverse, como en un segundo cuerpo que le otorga la escritura, libremente sin ser vista por otros en ese país ingrato. Inicia su recorrido con el poema “Hallazgo”, en el que declara su propósito y anuncia su llegada:

Bajé por espacio y aires

y más aires, descendiendo,

sin llamado y con llamada

por la magia del deseo,

y a más que yo caminaba

era el descender más recto

y era mi gozo más vivo

y mi adivinar más cierto,

y arribó como la flecha

éste mi segundo cuerpo

en el punto en que comienzan

Patria y Madre que me dieron.

Como si buscara recuperar esa tierra natal esquiva que parece diluirse en la memoria, y con ello enseñarla a otros; los elementos que la componen y las formas de vida que allí habitan. Así, como poseedora de un poder o cualidad fantástica, la caminata le otorga a esta ánima en pena otra corporalidad capaz de sentir y palpar. En el poema “Flores”, escribe:

No me duele el que no vean 

en cuerpo a la que es de sueño 

que se hace y se deshace 

y es y no es al mismo tiempo. 

Lo que importa es que los miro, 

que los palpo y me los tengo 

felices como en los cuentos.

Un sentir y palpar que extiende un circuito sensorial que pronto es invadido por los olores que emana del territorio natal. En su recorrido junto al niño y el huemul, el aroma de la tierra, de las plantas y las frutas salen a su encuentro activando su memoria olfativa en poemas como “Aromas”, “Balada de la menta” o en “Frutillar”, en el que anota: 

 

Vuela un olor delicado 

y tímido y placentero, 

delgado como la brisa, 

íntimo como el aliento. 

Lo había olvidado andando 

campos de olores violentos

que se dicen y declaran 

casi, casi como un grito. 

Sí, sí, ya no recordaba 

este aroma de embeleso.


Con su palabra siempre viva, que vitaliza la lengua –la tuerce, la expande–, Mistral recuerda, recupera y muestra (enseña) su país y sus formas de vida a otros, a los que encuentra en su errancia por el mundo. Su recorrido le da cuerpo a esa ánima en pena capaz de sentir y palpar; un peregrinaje que parece ser una búsqueda de lo espiritual a través de lo corporal y lo material, como en una
pedagogía de los sentidos

Así, caminar es también salirse de la ruta establecida, perderse en sus desvíos y bifurcaciones; una característica que la pedagogía de los sentidos de Mistral estimula como una metodología educativa de la indagación, opuesta a los rígidos sistemas de enseñanza y disciplinamiento que agobia a estudiantes y profesores, y que atraviesa poemas como “Autorretrato” de Nicanor Parra, o “Nunca salí del horroroso Chile” de Enrique Lihn, por nombrar algunos. En Poema de Chile sucede lo contrario: el aprendizaje no es solo una fiesta de los sentidos, sino también un andar y descubrir con otros, con sus variados ritmos y siempre abierto a volver a lo ya recorrido; dispuesto a lo impredecible del camino. 

Mistral toma distancia de las formas tradicionales de enseñanza, y le da una especial atención al vínculo con la naturaleza y el propio cuerpo. Y siempre adelantada a su tiempo –antes que cualquier teoría posthumanista–, su recorrido poético da vida a una comunidad multiespecie, compuesta por humanos y animales, por viejos y niños, por indígenas y mestizos, como una forma posible de imaginar un futuro siempre incierto. 

Por Felipe Reyes F.