1.

 

Esta reedición de Palabrarmas reúne dos experiencias diferentes y conectadas a la vez, adivinar y palabrar.

 

Las adivinanzas se presentaron en una sola noche de verano en Santiago de Chile, en 1966.

 

Yo vivía al pie del Plomo, estaba escribiendo en mi pieza y de pronto “vi” una palabra armarse y desarmarse, bailar y mostrarme sus partes, como si viniera de otra “realidad”, la de su propia creación.

 

Cada palabra es el registro de su creación.

 

Adivinar fue para mí la entrada en un inverso verbal.

Quizás toda adivinanza sucede al interior de una palabra que la contiene como un espacio.

Desarmarlo en chanza, inventando lo que no es, es jugar al re-vés, crear un espejo que no refleja lo que es.

 

Voy a la primera anotación de la niña, al archivador rojo que aún tengo guardado, y ahí está su letra redonda. Está escribiendo con tinta roja y lápiz bic:

 

                         Adivinaciones de Relación Insólita.

 

                        ¿quién hace un retrato conjunto de la foca,

                        el topo, las gradas y la fiambrería?

 

                                                         la fotografía

 

Siento su risa gozando la composición. Está entrando en el hueco, el espacio fecundo entre son y son donde nace el silencio y la asociación.

 

Está oyendo el vacío, jugando con él, como el vacío juega consigo mismo.

Sintiendo el ruido: sonido con sonido haciendo el amor en el vacío.

 

Me levanto y abro un libro recién llegado, dice:

 

                          El cuerpo entra en resonancia consigo mismo en el

                            punto quieto entre la inhalación y la exhalación.

                           Itzhak Bentov estima que en ese instante el

                           cuerpo emite una onda de 7,8 ciclos por segundo.

                           Exactamente la frecuencia de resonancia de la

                           tierra.

 

JONATHAN GOLDMAN

Healing Sounds

 

El espacio negativo como la fuente del crear siempre fue el meollo de la cosmovisión andina, un reflejo remoto de una visión ancestral del poder creador de la oscuridad, lo femenino de la creación, que llegó a América con las primeras

migraciones desde Asia, diez, veinte mil o más años atrás.

Un pensar que en Asia dio lugar al taoísmo y otras visiones poéticas del vacío creador, y en los Andes al lenguaje de la Pachamama/Pachacamac.

 

Vuelvo al imaginar de la niña. Encantada con su invento, está haciendo otras más:

 

               ¿cuál es la belleza antigua realizada con

               perfume, gala y el masculino de una mina?

 

                                                    el pergamino

 

¡Irresistible variar! A la tercera ya aparecen otras culturas,

 

              ¿qué bebe un hombre nórdico cuando ve pasar

              una balsa con un samoyedo?

              

 

                                               un bálsamo

 

y a poco andar, está mezclando lenguas y conceptos:

 

 

             ¿qué planeta nos ve desnudos en francés?

 

                                              Venus

 

             ¿cuál es el auto inglés alimentado?

 

                                               el carcomido

 

Como en sueños y sin parar, hace sesenta y dos adivinanzas de un run.

 

Un gozo indescriptible emergía de ahí. (Me reía tan fuerte que mi padre vino a ver qué pasaba, le dije “estoy viendo palabras”, sacudió la cabeza, como diciendo “¡esta niñita!”)

¿Quién jugaba con quién, ellas conmigo, o al revés?

 

El cuerpo de las palabras se abría para dejarme entrar y yo sentía su interior como ellas me sentían a mí. Cambiábamos de lugar con la fluidez de un gozo corporal.

 

                  ¿qué nace cuando la mitad del lago va al baño?

 

                                             un lápiz

 

¡Un lago que hace pis!

 

¡Yo era el lápiz de las fuerzas, cada persona lo es!

 

Mi cuerpo era el lago que hace pis, el océano de amor del lenguaje escribiendo en mí. Un “mí” que no era yo, sino la nota del encuentro.

 

El habla nos siente y el “sentido” emerge del mutuo sentir-nos.

 

Veinte años después encontré el eco de mi experiencia en un ensayo de Billie Jean Isbell y Fredy Amilcar Roncalla Fernández sobre las adivinanzas andinas.

Hablaba de un ritual, o juego callejero llamado Vida Michiy, “pastorear la vida”, realizado en 1975 en el altiplano dentro del centro-sur del Perú. Niños y niñas adolescentes se “pastoreaban” por el pueblo atrayéndose unos a otros con insultos, cantos y desafíos verbales, hasta formar una barra. Luego se iban todos juntos al cerro a hacer “la vida”: pastorear las llamas, adivinar y hacer el

amor a la vez.

Billie Jean y Fredy teorizan que el juego verbal es decisivo en el desarrollo del conocimiento del ser. Para ellos, experimentar la formación de una metáfora en carne propia es el nacimiento de la conciencia y la libertad, la “identidad” individual. Para mí el juego es la evidencia de una poética del lenguaje que busca crear un efecto simultáneo en la vida y el ser. Una visión que vincula la lengua

a la fuerza vital y participa en su mantención (o destrucción), que viene probablemente de una época muy anterior a los incas, y que ha sido teorizada entre otros por Robert Randall. En esta perspectiva, la combinación de competencias sexuales, insultos y adivinanzas del Vida Michiy, sería un gozo destinado a incrementar el placer y la potencia, la fertilidad de los cerros, las aguas, los niños, las llamas y la poesía, todo a la vez, en una cópula universal.

Fredy y Billie Jean no lo dicen así, pero sí dicen que las niñas casi siempre son mejores en el pastoreo de las palabras, la invención de adivinanzas, porque pasan más tiempo con las llamas.

 

                                            ¿Imalla hayka asá?

                                            ¿solo qué, solo cuántos, qué será?

 

                                            ¡Asá!

                                            ¡Así y asá, se aceptó el desafío!

 

 

                                            Qaqata wichiykusaq

                                            voy a caer en el abismo

 

                                           ¡Arí. Wichiykuy ya!

                                           ¡cáete ya!

 

                                           ¡Ya… Bundún! Ya’sta

                                           ¡Listo… ya caché, ya’stá!

                                           (mi traducción)

 

Adivina buen adivinador el origen del chilenísimo “así y asá” y el “ya’stá”.

 

La coincidencia es un alcance milagroso del azar dice el poema.

 

Vuelvo al espacio negativo, a la niña inventando su Tribu No en el No manifiesto, leyendo al Tao Te Ching y creando a partir de ahí el concepto de “lo precario” como una variante local, una suerte de “taoísmo chileno”.

 

Veo las antiguas correspondencias, el converger en el meollo del “es no es”.

La realidad del juego que las palabras no van a nombrar.

 

Al otro día, le mostré las adivinanzas a la Tribu pero no se rieron, ni le encontraron ningún sentido al adivinar.

 

Entonces las guardé en el olvido.

 

2.

 

Palabrar comenzó en Londres, en mi casa ocupa, unos meses después del golpe militar del 11 de septiembre de 1973 en Chile. Estaba en el último piso en mi taller con ventanas de plástico y vi una palabra en el aire:

 

                                           Ver dad

                                         Dar ver

 

Seguida de:

 

                                          Men tira

                                         Tirar la mente

 

Y luego las palabras se armaron de un nombre:

 

                                          Palabrarmás

 

Labrar las palabras como quien labra la tierra, es armarse de la visión de las palabras: las palabras son la única arma permitida.

 

El golpe militar en Chile había instalado una gran mentira para matar y torturar no solo a las personas, sino al universo gozoso del que yo venía, la cultura democrática de una revolución sin violencia. Las mentiras, —que ahora llamamos

Fake News— eran el arma destructora para aplastar a los pueblos que buscan su autodeterminación.

 

Frente a la violencia, las palabrarmas eran la voz del lenguaje defendiendo su verdad.

 

                                        Las palabras quieren hablar

                                        Y escucharlas es la primera labor.

 

Palabrar o palabrir era ver lo que querían decir.

 

Las palabrarmas querían trabajar al servicio de la liberación del lenguaje revelando los códigos éticos y poéticos creados en su interior a lo largo de miles de años.

 

Ese día vi cerca de veinte y casi todas están en esta edición. Otras siguieron, en un proceso que continúa hasta hoy.

 

A los pocos días, encontré el ensayo de René Daumal, “Para aproximar el arte poético hindú”, escrito en 1941, narrando una práctica vigente en la India del siglo V de nuestra era:

 

… en los comentarios a los textos

sagrados, se emplea aún otro resorte

del lenguaje. Es el nirukta “explicación

de las palabras”… El nirukta no tiene

la pretensión de ser una etimología

científica, si es que puede existir

una etimología científica. El nirukta

explica las palabras desarrollando los

sentidos en sus partes constitutivas y

las asociaciones verbales que pueden

ayudar a fijar en la memoria el

contenido de la palabra y los diversos

aspectos de la idea que esta significa.

Así la etimología de upanishad por

la raíz sad, sentarse, “reunión de

discípulos sentados a los pies del

maestro” es científicamente exacta,

pero nos enseña mucho menos que

la etimología fantasiosa dada por

Yankara: “lo que corta completamente

a ras (el error)” (comentario al

Katha Upanishad). Esta disgresión

me ha parecido útil para subrayar el

valor espiritualmente práctico (y no

intelectualmente discursivo) de las

elaboraciones verbales de los hindúes.

 

El nirukta me hizo ver que adivinanzas y palabrarmas no eran un juego de niños, sino una forma antigua de llegar a la realidad vacía al interior del hablar.

 

Comencé a trabajar en un conjunto de poemas, dibujos y textiles. Hice charlas con diapositivas, mapas y diagramas. Hice propuestas para armar un “taller de palabrarmas”, primero en Londres y después en Bogotá, imaginando el palabrar como un complemento del trabajo de Paulo Freire (hoy diría, también de Simón Rodríguez), pero ninguno de esos proyectos se realizó. Siempre recibía la misma respuesta: “Latinoamérica no está lista”.

3.

 

Dí,

 

   vida

 

La vida es divina porque se divide y multiplica a sí misma.

 

Ser vivo es ser parte de la divinidad.

 

 

  visión

 

La adivinanza es la palabra “poesía”.

 

¿El hacer de la nada haciéndose?

                                                       poiesis

 

¿El aliento del espaciotiempo?

                                                      pachacamac

 

¿El no hacer no haciendo nada?

                                                      wu wei

 

¿La nada creatriz, un movimiento circular?

 

Una palabra comienza y termina en el aire.

 

Nace del silencio y vuelve a él en una espiral dis/continua asociada desde siempre al hilo.

 

Continua: el “con” es lo “tenue” de un hilo.

 

El niño colgando de un cordón umbilical.

El nudo en un quipu.

 

“Hazme una con la ley del amor, causa y efecto de la vibración” dice la primera línea del Sutra del Loto (el hilo del loto), las últimas palabras del Buda (mi traducción).

 

Incontables músicos de jazz en Nueva York y otros seres en el mundo entero cantan esta línea en traducción al japonés de Nichiren: nam myoho renge kyo como una forma de llegar a la luz y entrar en el órgano vacío, el corazón de la unión, el lugar de la relación.

 

Cada ser ya está ahí, si lo desea

                                                       ver.

 

El deseo es lo sideral del estar. La oscura luz del brillar.

 

Lo que ya es

                     tá

                        y cada palabra es una clave, un destello del brillo inicial, el instante que le dio lugar.

 

En la poesía una palabra recuerda su propia disolución.

Entrar en ella es volver a tocar la creación.

 

El cor que vuelve a ser, sucede y sucederá cada vez que alguien vuelve a tocar la vibración del intento inicial.

 

El deseo actúa como la luz, sabe destruir o crear.

La claridad del desear, tomar conciencia de su poder es el paso crucial, el sine qua non de la transformación.

 

No hay palabras viejas o gastadas (nunca las hubo), sólo hay modos de ver las.

 

Palabrir es vivir en las palabras, experimentarlas como si fueran recién nacidas, y ellas y nosotros llegáramos al encuentro por primera vez.

 

En un sentido profundo, así es.

 

Todo acontece siempre en primera, dicen los maestros, desde Heráclito a Almaas, si estamos presentes para verlo.

 

¿La palabra está herida porque no la oímos, o porque la hemos separado de la vida?

 

    visión

 

El tiempo desacelera al entrar en la luz.

Palabrar es ralentizar a esa celeridad.

 

Al interior de cada palabra hay un Big Bang.

 

En el Tíbet, una explosión de conciencia es el nacimiento de una deidad.

 

Lo divino del dar,

                           la unión total de la división.

 

El lenguaje de la ciencia de hoy se acerca cada vez más a la poesía, al empujar el borde de lo desconocido al interior del conocer.

 

La hipótesis de la física cuántica ya no distingue

entre “realidad” e “ilusión”.

 

Ambas serían proyecciones del observador, y lo único “real” sería la relación, el proceso creador, el creer/crear del que ve.

 

“La realidad es una ilusión muy persistente”, dijo Einstein.

 

Lo que llamamos “real” descansa en la fugacidad de una definición.

 

¡Lo inaprehensible y tenaz de su dulzor!

 

“La poesía es la realidad”, digo trastocando a Enrique Gamoneda, que dice: “La poesía es una realidad”, una realidad social en sí misma”.

 

Un poema no cambia el “mundo”, pero sí puede cambiar la visión del mundo.

 

El creer/crear que mantiene la realidad como está la podría cambiar.

 

La conciencia de la visión es nuestro material.

 

Cierro esta reflexión con el primer poema que publicó la niña, en 1965:

 

                        Tugar tugar

                        salir a buscar

                        las huellas cons

                                                 (ciente)

                        si no la hallas hoy,

                        la hallarás mañana.

Por Cecilia Vicuña 

 

Sobre:

 

PALABRARmas

Cecilia Vicuña

Editorial USACH

114 páginas