El supuesto carácter universal de las imágenes poéticas de reptiles es constantemente puesto en duda cuando un sujeto se encuentra frente a situaciones cuyo impacto cultural causa una desestabilización tan potente de la visión de mundo que fomenta una revisión y re-construcción del imaginario que posee. Las obras poéticas son un ejemplo clave sobre cómo un poeta puede sumergirse de tal modo en una cultura extranjera/extraña y hacer una reinvención de conceptos que, en su época, eran considerados universales.

Tal vez por influjo de la contemplación de la decadencia súbita o la destrucción de un imperio económico que evidenció cruelmente cómo subyugaba a sus ciudadanos, Federico García Lorca nos presenta una visión crítica no sólo de la ciudad de Nueva York, sino de sus habitantes. Todo ser viviente, ya sea animal humano o animal no humano, árboles y plantas, se encuentra sumergido en la misma podredumbre emanada desde el centro de la ciudad. Observa Ricketts cómo la mayoría de los cuerpos manifiestan una “violación de la integridad biológica por medio de lesiones, enfermedad y aún la muerte” (7), añadiendo más abajo que los organismos sufren signos de fragmentación puesto que estos, al igual que la ciudad, se deterioran, física y/o mentalmente (8). Todos los cuerpos vivientes se encuentran fragmentados, lastimados, heridos, moribundos, porque es la ciudad la gran devoradora de Vida que imparte dolor sobre todo aquello que domina y que está condenado a servirle; en este sentido señala la autora, citando a Roselyne Rey, que el dolor es una experiencia universal de la condición no sólo humana sino también animal (13-14), entregado a todo habitante de la ciudad como el “pan de cada día”, lo que forjaría una hermandad entre todo quien lo padezca; de este modo, entonces, las imágenes poéticas tradicionales de algunos animales reptiles, como la serpiente/sierpe, el cocodrilo y la iguana, son desarticuladas y reformadas por Lorca al desdibujar las categorías de lo “animal” y lo “humano”.

Organismos vivos según Lorca

Como antecedente hay que señalar que los animales lorquianos tienen una variedad amplia que podemos ver a lo largo de casi toda su obra poética e incluyendo su teatro[1]. Por ello algunos autores, como Miguel García-Posada y Francisco Hernández Quezada, han postulado la existencia de un bestiario construido por el propio autor, que recoge no sólo animales tradicionalmente usados como imágenes poéticas (el caballo, la serpiente, el perro) sino también otros más mundanos a quienes nuevos sentidos, como son algunos insectos, ardillas o las iguanas. En Poeta en Nueva York, postula Hernández, existe un nexo productivo entre la violencia y el animal (entendido como todo cuerpo viviente no humano), en tanto permite al poeta entender “el caos general de las cosas y, de paso, subrayar el sufrimiento del ente fáunico, visto como parte de ese conjunto de seres vivos que soportan el acoso de la humanidad” (9). Los animales en su obra neoyorquina responderían a la necesidad de establecer un orden en el pandemonio que es la gran metrópolis para un extranjero, ignorante de las reglas que lo configuran, y a las cuales Lorca critica profundamente por su crueldad sistematizada. En este sentido, su bestiario neoyorquino intenta evidenciar la crisis del animal, sometido y anulado, antes que otorgar un orden a la representación de éste: “cada vez que el granadino alude al ser no humano alude —en realidad— al ser diezmado, al ser sometido, que aparentemente carece de importancia en el desarrollo cotidiano de la ‘civilización’” (Ibid. 11, la cursiva es mía). No es el carácter del “animal” el que interesa al poeta, sino cómo éste es consumido por la ciudad al igual que los hombres y las mujeres que la habitan.

 

De dragones a sierpes: serpientes en Grecia y el cristianismo

No es de sorprender que gran mayoría de los escritos de Lorca estén influenciados, en mayor o menor medida, por la cultura católica, puesto que él era reconocido como creyente. Pero ello no significa que la interpretación simbólica que tenía de los reptiles deba estar sujeta a lo bíblico, la cual a su vez tiene rasgos de la cultura griega. La palabra δρᾰ́κων, que los romanos tomaron como préstamo (en latín es draco), hace referencia a las serpientes reales, pero también a las míticas (Nilsson 302); en la antigua Grecia existía la deidad Asclepio, dios de la medicina, quien poseía una vara envuelta por una serpiente[2] que, con el paso del tiempo, se transformó en un símbolo que personificaba al dios (Ibid. 308). Por otro lado, en los templos de Asclepio existían cofres adornados con serpientes donde se almacenaban las dádivas de sus peregrinos, lo cual creó la creencia de que las serpientes/dragones eran cuidadores de tesoros y de templos, consiguiendo expandirse desde Grecia hasta Egipto (Ibid. 305) y, más tarde, hacia Roma[3].

Fue con la llegada del cristianismo que la concepción de la serpiente comenzó a tornarse paulatinamente más oscura, puesto que en el antiguo testamento existían serpientes que obraban según designios de Dios, similar al dios griego. Chevalier observa cómo el ser humano y la serpiente son “opuestos, complementarios o rivales” (925), y que estos dos aspectos del símbolo son testimoniados en los textos sagrados del cristianismo (935). En Números, por ejemplo, cuando Yahveh envió una horda de serpientes que asesinó a muchos israelitas, fue una misma serpiente de bronce modelada por Moisés quien salvó a su pueblo[4] (Ibid.). Sin embargo, la concepción que ha perdurado fue la de la serpiente del pecado que tentó a Eva y fue condenada a reptar, cuyo peso en la cultura católica surgió en la Edad Media y se ha extendido hasta nuestros días. También existe la visión apocalíptica que San Juan de la Cruz da a la serpiente, concebida nuevamente como dragón “cósmico” (Ibid.).

La serpiente ciertamente ha estado sujeta a diversas transformaciones, pero podemos concluir que la mayoría de ellas están ligadas con a lo divino y a la moralidad cristiana. Su carácter dragontino, por otra parte, se vincula estrechamente con el otro reptil usado por Lorca: el cocodrilo, el que es un “símbolo de las contradicciones fundamentales” de modo similar al de la serpiente. Chevalier observa que el cocodrilo aparece en la Biblia con el nombre de Leviatán y es descrito como uno de los monstruos del caos primitivo: “el cocodrilo se emparenta con el dragón en cuanto a su significación, pero encierra una vida aún más antigua, más insensible, capaz de destruir despiadadamente la del hombre.” (AEPR, 275; citado por Chevalier 314). Sumado a esto está su carácter de animal semiacuático, que lo ubica tanto en el agua, donde existe fecundidad de la vegetación, como en la tierra, en la que imparte muerte y destrucción: “es el demonio de la maldad, el símbolo de una naturaleza viciosa. Fecundidad, crueldad […] es el amo de los misterios de la vida y de la muerte” (Ibid.). Aunque la serpiente y el cocodrilo son asociados al dragón, pareciera ser que este último se ensalza frente al otro por su gran poder aparentemente indomable por el ser humano. Es esta grandilocuencia de los reptiles y su vinculación profunda con lo religioso la que será clave a la hora de observar el juego que hace Lorca, donde estos animales perderán gran parte de su poderío.

Lorca y los reptiles:

a) La cuchara del Rey: “Oda al Rey de Harlem”

En la segunda parte de su libro de poemas, hallamos una de las dos odas que Lorca escribe, dirigida directamente pueblo afroamericano y que envía un potente mensaje político, incentivando a que recuperen y honren su herencia cultural africana. En la oda el Rey de Harlem es el representante de esa africanidad que yace en los barrios afroamericanos de Nueva York, y por ello está envuelto de animales africanos, como los cocodrilos:

Con una cuchara

arrancaba los ojos a los cocodrilos

y golpeaba el trasero de los monos.

Con una cuchara. […] (García Lorca vv.1-4)

 

En primera instancia el Rey pareciera estar lastimando a estos animales sin motivo aparente, aunque puede notarse cierta agresividad en el verbo “arrancar” y “golpear”; es clave cómo resalta el poeta el uso de la cuchara (que más adelante nuevamente mencionará dos veces, agregándole el adjetivo “durísima”), un objeto mundano usado para ejercer una violencia casi ritualizada sobre un animal tan poderoso como el cocodrilo. Más adelante volverá a mencionar que “[…] Aquella noche, el Rey de Harlem […]” (Ibid. v. 43) lastima a los cocodrilos y a los monos con una cuchara. No hay que leer entrelíneas para darse cuenta de que en estos versos el Rey de Harlem está posicionado por encima de los cocodrilos, quienes podrían representar a la muerte, por lo que “al hacer ciegos a los cocodrilos […] el rey simbólicamente vence la muerte” (Ricketts 36). Sin embargo, nos centraremos en el comportamiento de los cocodrilos, quienes parecieran estar sometidos al Rey. ¿Podríamos interpretar que los cocodrilos, estos dragones poderosos, se someten voluntariamente al Rey de Harlem, simbolizando la superioridad de la africanidad de Nueva York por sobre estos míticos animales? ¿O, más bien, están ambos sumergidos en la podredumbre de la ciudad (recordemos que éste es un “rey prisionero con un traje de conserje”) (García Lorca v. 35) y los cocodrilos han perdido su instinto animal debido al dolor que la ciudad inflige sobre ellos? Ricketts propone que los cocodrilos sufrieron un proceso de domesticación, por lo que confían en los seres humanos a pesar de que estos malogren su integridad física, “impasibles frente a cualquier signo de socorro que el animal sacrificado hace y ‘duermen en largos filas’” (90). Por influjo de la ciudad, los cocodrilos han perdido sus cualidades casi divinas de bestias indomables para estar sujetos al designio del Rey de Harlem como animales sacrificiales. Aunque, por otro lado, si incluimos el sentido del dolor como fuerza que iguala a todo ser viviente, pareciera que el Rey es el único a quien los cocodrilos permiten que les infligiera daño con el fin de introducirlos en esta “confraternidad” mediante el dolor (Rodríguez Herrera 377); de este modo se conforma una convivencia animal no humano y animal humano.

Por otro lado, esta convivencia entre los cocodrilos y el Rey de Harlem no se da con el resto de los humanos. Rodríguez Herrera, quien vincula el símbolo del cocodrilo con el caimán, observa cómo este último, más frecuente en Poeta en Nueva York, persigue y busca devorar a la gente, emanando “de su ataque a los débiles e indefensos, a los que no pueden o no saben luchar” (377). Aunque este vínculo nos parece un poco sospechoso, pues, si bien ambos animales representan fuerzas destructoras de la Naturaleza, la procedencia territorial de estos animales es clave para interpretar lo que nos quiere comunicar el poeta[5], la relación “confraternal” pareciera no estar compartida por todos. Mientras los cocodrilos parecieran estar “domesticados”, los caimanes están desatados, indómitos como una fuerza dragontina del pasado, apoderándose en otros poemas “de las calles de Nueva York” (Ibid. 377)[6]. Desde los versos 92 hasta el 98 se observa una clara asociación de la imagen del río (fuerza de la naturaleza) lleno de caimanes y “el gran sol del centro” (García Lorca v. 92), aquel astro que el poeta exhorta sea buscado por los negros: a diferencia de los cocodrilos, el caimán aparece libre, en su hábitat acuático, persiguiendo el sol:

El sol que se desliza por los bosques

seguro de no encontrar una ninfa,

el sol que destruye números y no ha cruzado nunca un sueño,

el tatuado sol que baja por el río

y muge seguido de caimanes. (Ibid. vv. 94-98; la cursiva es mía)

El otro reptil que se menciona en el poema es la sierpe o serpiente, la cual aparece en la mayoría de los poemas del libro, aunque en este caso se asoma sólo en un verso: “[…]Jamás sierpe, ni cebra, ni mula / palidecieron al morir. […]” (Ibid. vv.100-101). La aparición casi anecdótica del símbolo en el poema no nos permite hacer una interpretación muy profunda, aunque llama la atención que el poeta haya puesto a la serpiente junto a dos animales cercanos a los caballos a nivel taxonómico, pero no simbólico. Es probable que sea vista como un animal silvestre del África, pero también con un aura heroica, pues acepta la muerte sin temerle. Si sumamos a esto el segundo verso de “Vuelta de paseo” (“[…]entre las formas que van hacia la sierpe […]”) (Ibid.), el símbolo se nos presenta estático, donde el movimiento de masas[7] van hacia ella, lo que se repetirá nuevamente en “Ciudad sin sueño”

b) La quietud de los reptiles: “Ciudad sin sueño”

En el poema “Ciudad sin sueños” son manifestadas las relaciones entre los reptiles y los seres humanos mundanos, es decir, carentes de poder alguno. El poema es una desoladora descripción del ambiente de la ciudad, donde los seres humanos residen harapientos, famélicos, incapaces de dormir, pero tampoco de soñar: viven sin esperanzas de un mañana distinto. Además, están condenados a convivir con estos animales igual de maltratados que nacen de la podredumbre, pero son enemigos de la gente. Los animales de este poema parecieran estar usados “para castigar al hombre, para demostrar que la mayor bestia es precisamente la humana presuntamente más civilizada” (Díez de Revenga 43; citado por Hernández Quezada). En este poema es donde se evidencia de mejor manera la atmósfera de dolor que envuelve a la ciudad de Nueva York y también cómo los cuerpos tanto de animales no humanos como humanos se encuentran despedazados y bajo el acecho de algunos reptiles.

Retomando a las serpientes, éstas nuevamente aparecen una sola vez en el poema, ahora unidas a las iguanas:

[…]A los que guardan todavía huellas de zarpa y aguacero,

a aquel muchacho que llora porque no sabe la invención del puente

o aquel muerto que ya no tiene más que la cabeza y un zapato,

hay que llevarlos al muro donde iguanas y sierpes esperan, […]

(García Lorca vv. 31-34)

Nuevamente se retoma el carácter estático de la serpiente, quien “espera” a su presa para devorarla, lo cual nos sitúa en torno al círculo semántico del erotismo, cercana a la simbología de la líbido freudiana (Rodríguez Herrera 390) aunque alejada un poco de la concepción pecaminosa medieval. Sin embargo, llama la atención cómo, al igual que la sierpe de la “Oda al Rey de Harlem”, ésta aparece acompañada de otros animales: la iguana, en este caso, que estaba en un verso anterior.:

 […] Vendrán las iguanas vivas a morder a los hombres que no sueñan

y el que huye con el corazón roto encontrará por las esquinas

al increíble cocodrilo quieto bajo la tierna protesta de los astros. […] (García Lorca vv. 4-6)

La iguana, del mismo modo que el caimán, es de origen americano, por lo que está distanciada de la concepción dragontina de los reptiles. En primera instancia pareciera sentir enemistad hacia “los hombres” al agredirlos, pero hay que destacar cómo la iguana sólo “muerde” y no “devora” o “desgarra”; si bien existe la posibilidad de que estemos en presencia de un castigo de las fuerzas de la naturaleza corrompida de la ciudad hacia los hombres, como señala Diez de Revenga, no podemos pasar por alto que las iguanas no se devoran la carne. Rodríguez Herrera observa cómo la visión del hombre mordido por las pasiones bajas de la carne es una metaforización erótica común en el léxico amoroso lorquiano. Según este autor la iguana representa las pasiones sexuales, lo cual no bebería directamente de la concepción medieval, sino más bien de la poesía moderna de Baudelaire[8] (375), asemejando, nuevamente, a la serpiente con la iguana. Por otro lado, el autor también señala que es la dureza de la piel de la iguana lo central en su simbología, puesto que está vinculada con la redención carnal de una especie “en peligro de incomunicación ante la hostilidad del medio” (Ibid. 375). No estamos hablando de meros reptiles, sino de cuerpos que se han encapsulados a sí mismos, escondiendo su “verdadera naturaleza” para evitar la contaminación, el dolor que imparte la ciudad sobre sus habitantes. Estos seres incapaces de hablar, incapaces de sentir contacto corporal, sólo pueden comunicarse a través del primitivo medio de las mordidas, similar al jugueteo de los perros o de los lobos.

Y por último hay que observar cómo Lorca reutiliza al cocodrilo en su poema, ahora envuelto por los adjetivos “increíble” y “quieto”; del mismo modo que con la iguana, no es explícito si aquel sujeto con el corazón roto (símbolo quizás del despecho amoroso, o también de alguien que perdió su pasión vital) sufre daño al encontrarse con este cocodrilo. También aparece de nuevo el concepto del movimiento, ¿acaso el sujeto, en su huida, se topa con el cocodrilo en cada esquina, que lo espera estático, o es el cocodrilo quien lo persigue interminablemente con una “quietud increíble”? Sin duda lo central es el “cocodrilo quieto” entendido como imagen,  pues Rodríguez Herrera, citando a García Posada, observa cómo el cocodrilo se comporta como “la objetivación del desinterés, la alienación ante el sufrimiento ajeno”, puesto que la insolidaridad “está hecha de una piel muy dura”; en los versos 5 y 6, entonces, se vería “el encuentro del que huye de sí mismo con su propio temor, la cobardía reflejada en el espejo de la inacción, de la alienación moral” (378). En estos versos ya no estaríamos hablando de los cocodrilos desde una visión simbólica tradicional, atribuyendo el sentido a las construcciones dragontinas de los griegos o de los cristianos antiguos y medievales, sino que es su cuerpo endurecido, insensible al dolor, donde radica el valor que el poeta le otorga: es su piel lo que los aleja de la confraternidad del dolor que la ciudad crea. Esta alienación de los sujetos “de corazón roto” los separa de los demás, pero al verse al espejo ven horrorizados a este cocodrilo, que les persigue igual como perseguiría la culpa.

 

Conclusiones

Sin duda la interpretación de cualquier símbolo o imagen presente en esta obra de Lorca está perfectamente integrada a la atmósfera de la ciudad de Nueva York, tema central del libro. Por ello llama la atención el excelente uso poético de los símbolos que hace el poeta al incluir estos reptiles tan marcados culturalmente en occidente, y muchas veces negativamente[9], y hacer una revalorización a partir del sufrimiento y alienación de la ciudad. El carácter dragontino de estos animales le otorga un sentido interpretativo tan potente, que ayudan a hiperbolizar los demás elementos de los poemas: la fuerza y el poder del Rey de Harlem es tan grande que es el único habitante de Nueva York capaz de amansar y agredir a estas bestias; también los impulsos carnales son tan fuertes son corporeizados y están dispuestos a perseguir a los hombres para morderlos, o la propia personificación animal de la alienación de los sujetos de “corazón roto” que los persigue en cada esquina. El único símbolo que rompe un poco con esto es la sierpe/serpiente, puesto que su aparición es anecdótica en los poemas revisados, aunque suele aparecer a lo largo de todo el libro, a diferencia de los demás reptiles. Respecto al uso que Lorca le da podemos concluir que su vinculación con otros animales más mundanos, como las cebras, las mulas o las iguanas, y con elementos arquitectónicos como el metro de Nueva York, claramente rompen con el sentido dragontino griego y con el del Pecado cristiano; las interpretaciones que podamos hacerle deberán regirse por los atributos biológicos del animal (su piel endurecida, su capacidad de reptar) y de su hábitat (la tierra, agujeros subterráneos o árboles). En definitiva, los símbolos de reptiles antes observados como magníficos y temidos dragones son fragmentados y alejados de su hábitat mítico para situarse en una ciudad en la que nadie se salva del dolor, conformando una hermandad que a veces se enemista, pero a veces se alía para buscar la luz del Sol.

  • Bibliografía

  • Chevalier, Jean; Gheerbrant, Alain. Diccionario de símbolos. Barcelona: Herder, 1986.
  • García Lorca, Federico. Poeta en Nueva York. Barcelona: Lumen, 1966.
  • Hernández Quezada, Francisco Javier. “Notas sobre un Bestiario en Poeta en Nueva York”. http://www.argus-a.com.ar octubre 2014. http://www.argus-a.com.ar/publicacion/695-notas-sobre-un-bestiario-en-poeta-en-nueva-york.html
  • Nilsson, Martin P. “The Dragon on the Treasure”. The American Journal of Philology. Vol. 68, No. 3 (1947): pp. 302-309.
  • Ricketts, Marcia. “La biología del animal quebrado en Poeta en Nueva York de Federico García Lorca” Tesis de magister. Universidad de Calgary, 2011.
  • Rodríguez Herrera, José Luis. “La vida, un insomnio doloroso: Interpretación de ‘Ciudad sin sueño’, de Poeta en Nueva York”. Revista Hispánica Moderna, año 47, No. 2. (1994): pp. 367-393.

[1] Un ejemplo claro sería El público, en la que varios de sus personajes son caballos que hablan. Miguel García-Posada (citado por Hernández) señala que el caballo ocupa un lugar excepcional en la obra literaria de Lorca, “sintiéndose su galope” en Romancero gitano, Poeta en Nueva York, entre otras (5).

[2] No confundir con el Caduceo, símbolo del comercio, que es una vara con dos serpientes envolviéndola.

[3] Existe una larga data de escritores y poetas romanos que escribieron sobre serpientes/dragones que custodiaban tesoros. (303) La serpiente era símbolo de buena fortuna, aunque también de avaricia en algunos casos, como en Fedro, quien en su fábula “Vulpes et Draco” critica la avaricia de aquellos que guardan sus bienes y patrimonios sin gastarlos ni compartirlos con nadie. También está el gramático Macrobio quien afirmaba que el dragón era usado como guardián de los templos por “his very acute sight and his wakeful nature” (Nilsson 303).

[4] “Moisés intercedió por el pueblo y Yahvéh le respondió: Hazte una serpiente abrasadora y ponla sobre un asta; así, todo el que haya sido mordido y la mire, vivirá.” (Números 21, 7-8; citado por Chevalier)

[5] No es casual que sean los cocodrilos y no los caimanes quienes sufran el perjuicio del Rey de Harlem, siendo que estos son oriundos de África y los otros de América.

[6] Véase el poema “Danza de la Muerte” de Poeta en Nueva York: “[…] El mascarón. ¡Mirad el mascarón! / ¡!Arena, caimán y miedo sobre Nueva York […]”. O también “Iglesia Abandonada”: “[…]Si mi hijo fuera un oso / yo no temería el sigilo de los caimanes […]”. (Ambos citados por Rodríguez Herrera)

[7] Ricketts recoge algunas citas de autores que interpretan que “las formas que van hacia la sierpe/el metro” y “las formas que van hacia el cristal/los rascacielos” son hombres y mujeres (28). Sin embargo, en “Oda al Rey de Harlem” es evidente que la sierpe es vista como un animal.

[8] […] les chacals, les panthères, les lices,

Les singes, les scorpions, les vautours, les serpents,

Les monstres glapissants, hurlants, grognants, rampants,

Dans la ménagerie infậme de nos vices, […] (Baudelaire 5-7; citado por Rodríguez Hernández)

[9] Recordemos que en Andalucía hay una superstición que considera de mal agüero toparse con una serpiente, para lo cual debían extenderse el dedo meñique e índice de ambas manos y decir: Lagarto, lagarto, lagarto. Sabemos que Lorca conocía y usaba esta tradición, porque antes de regresar a Granada, meses antes de ser asesinado, encontró a un “Un diputado por Granada. Un gafe y una mala persona”, a quien consideraba un bicho/serpiente (Gibson 803). Para más información véase el capítulo veintidós de Vida, pasió, y muerte de Federico García Lorca (1898-1936) de Ian Gibson.