¿Qué es una obra? ¿Es lo que se construye o aquello que los demás conciben como el trabajo de alguien? Hace poco tiempo, por ejemplo, Catarina Spinetta anunció en redes sociales una colección digital de dibujos de su papá disponible como NFT’s. Una obra siempre está en construcción. Por el artista, por los herederos o por la crítica. El trabajo del artista nunca está terminado: siempre opera la intervención de criterios ajenos en la mediación que se da entre público y creador.

En una plataforma como Twitter, por ejemplo, no habría tal mediación. La lectura es inmediata y el texto efímero. Carlos Busqued, un escritor genial fallecido en 2021, era también un tuitero con la lengua afilada. Su escritura breve se armaba sobre un laconismo mordaz, irónico, ácido y políticamente incorrecto. Con un cinismo casi fogwilliano, criticaba todo y a todos, sin filtros ni piedad. Hubo una vez una conferencia de Michel Foucault en 1969 que se llamó “¿Qué es un autor?”, donde el francés se preguntaba:

Cuando se emprende la publicación de las obras de Nietzsche, por ejemplo, ¿en dónde hay que detenerse? Hay que publicar todo, ciertamente, pero ¿qué quiere decir este ‘todo’? ¿Todo lo que el propio Nietzsche publicó?, de acuerdo. ¿Los borradores de sus obras? Ciertamente. ¿Los proyectos de aforismos? Sí. ¿También los tachones, las notas al pie de los cuadernos? Sí. Pero cuando en el interior de un cuaderno lleno de aforismos se encuentra una referencia, la indicación de una cita o de una dirección, una cuenta de la lavandería: ¿obra o no obra? ¿Y por qué no? (la negrita es mía).

Si todo es obra, ¿cómo distinguir lo que debería quedar afuera? Esto nos hace preguntarnos si los tuits de Busqued, por tomar un caso, serían parte también de su obra literaria o nada más posteos en una red social que no tienen ninguna relevancia artística, sino que funcionan como un comentario humorístico. Pensando en este escritor, hace poco tiempo la revista “Clarice” publicó sus cuentos completos como forma de homenaje. Algunos, meros ejercicios de juventud, nunca antes publicados por su autor. Este proyecto fue pensado por sus amigos y colegas, sin ningún tipo de intención comercial, sino de difusión. Aunque alguien podría calificar esta publicación como una “traición” similar a la de Max Brod a Franz Kafka, lo interesante es reflexionar sobre el valor literario de esos textos. ¿Valen en sí mismos o valen en tanto fueron escritos por un autor que ya tenía cierto prestigio por obras tales como Bajo este sol tremendo y Magnetizado? De cualquier manera, sería posible pensar en un hipotético libro que compile sus mejores tuits a partir de una curaduría que implique una lectura atenta y una selección entre miles de tuits, para hacer un recorte de aquellos que puedan ser considerados literatura. Entre el aforismo y el haiku, en este caso hablaríamos de “tuiteratura”, un término ya viejo, usado hasta el desgaste, pero que es operativo para dimensionar la escritura en Twitter con una intencionalidad estética.

¿Y cómo definir “lo literario”? Los críticos literarios que pertenecieron al formalismo ruso a principios del siglo XX hablaban de literaturnost (literariedad o literaturidad, según la traducción): aquello que hacía literario a un texto a partir de su trabajo con el lenguaje. Si bien el criterio puede resultar ambiguo, se podría aplicar en los casos que lo escrito conlleva cierto nivel de artesanía, conciencia del ritmo y pliegues de sentido que produzcan un efecto en quien lee.

¿Qué pasa, entonces, con todas aquellas páginas escritas por autores y autoras que no fueron, inicialmente, pensadas para su publicación en libro? El poeta Roberto Juarroz, por ejemplo, escribió reseñas de libros y de películas como crítico de cine durante los años ’50. Su escritura “periodística”, ¿cuenta como una escritura en formación, que sirve para el desarrollo de su visión y su poética posterior? Habría que investigar y estudiar a fondo esas páginas para empezar a pensar una posible respuesta.

¿Es importante leer las noticias policiales que redactaba otro poeta, Joaquín Giannuzzi? Alguien podría plantear que después de esa experiencia puede llegar a escribir versos como estos: “La noche nos incluye y hay todavía un último disparo / distanciado e irónico: allá afuera / alguien se ha tomado su tiempo / para liberar nuestro juicio atascado”. El poema en cuestión se titula “Tiroteo en la noche”.

¿Tienen relevancia las piezas periodísticas del joven Hemingway, en las que cultivó su estilo que después derivó a la “teoría del iceberg”? ¿Hay, en estas primeras escrituras, alguna genealogía del tono y el ritmo de un escritor?

Sin ir más lejos, el tres veces presidente Juan Domingo Perón es considerado dramaturgo por distintas fuentes a partir de dos obras teatrales escritas durante su juventud, cuando era subteniente en el Regimiento 12 de Infantería de Paraná: “Silvino Abrojo” y “Máscara negra”. No obstante, según se puede rastrear, esas obras son de José M. Casais y Ricardo Cappemberg, respectivamente. El error se arrastró por años y el mito solamente siguió creciendo.

O el caso del multifacético escritor Roberto Arlt, autor de una correspondencia interesantísima, que no es puesta en consideración al pensar en el conjunto de su obra. ¿Es su escritura privada una parte de su obra literaria? ¿Hay que compilarla y publicarla, como ocurrió en otros casos (Pizarnik, Kafka, Rulfo, Pessoa, etc.)? ¿Por qué? Leerla puede incentivar una respuesta.

Otro género que pertenece a la escritura privada y oscila entre lo que puede ser considerado obra y lo que no serían los diarios. Una vez más, los ejemplos sobran: Pizarnik, Kafka, Pessoa, Pavese, etc. Si estas páginas son escritas con un estilo propio, de alguna manera sus creadores y creadoras tenían conciencia de que existía la probabilidad de que fueran publicadas. Hay diarios que se conocen, pero no fueron leídos. Es el caso de Melpómene, el que escribió el narrador Enrique Wernicke por más de treinta años y todavía sigue inédito por decisión de sus hijas. Apenas algunos fragmentos aparecieron en la revista Crisis en 1975, seleccionados por Jorge Asís. Otro caso es el diario de Rodolfo Walsh, donde analiza y problematiza la época, su escritura y su militancia, desde lo singular hasta lo social. La mayoría de estos papeles están perdidos porque fueron robados: memoria cultural saqueada por el fascismo y el terror durante la última dictadura cívico-eclesiástico–militar.

Según qué entendamos por literatura, esa concepción impactará directamente en las políticas culturales y en las políticas de archivo: ¿qué valorar, qué guardar y por qué?

Por Julián Berenguel