PREÁMBULO

Este texto no es una novela ni un ensayo; por supuesto, tampoco una biografía.

Es el relato fragmentario de mi vínculo con Chris Marker, desde mi nacimiento hasta su muerte.

No hablaré del cineasta, ese trabajo se lo dejaré a sus comentaristas. No puedo hacer más que reconstruir algunos instantes que compartí con él, en la medida que me vienen a la memoria: son más de cincuenta años de recuerdos.

A penas salí de la infancia me di cuenta de que él dividía sus relaciones. Esto le permitía tener un intercambio privilegiado, una relación singular con el otro, construir un círculo donde él era el centro, pero un centro en movimiento. Por ese motivo hoy cualquiera puede hablar de «su» Chris.

Mi punto de vista (o vital) se constituye de muchos aspectos. El de una niña que busca un padre; el de una adolescente rebelde, pero impresionada por este hombre que parece una fiera enorme; en fin, el de una mujer adulta, comprometida con su propio recorrido artístico. Este último aspecto es posiblemente el más crítico. Sin embargo, como sea que se defina, nuestra relación nunca se alejó de una forma de reconocimiento mutuo. Se podría decir que nuestro vínculo estaba en y más allá de las palabras, así como estaba fuera de toda regla y convención.

Chris Marker era un personaje complejo, sus múltiples pseudónimos son también una prueba de su excepcional capacidad de adaptación; siempre me ha sido difícil dibujar los márgenes. Paradojal, contradictorio, imprevisible… Son solo palabras. Escapaba, inevitablemente, de cualquiera que quisiera encerrarlo en una definición.

LA ÚLTIMA MORADA

«El día de la resurrección te preguntarán

cuáles son tus actos, no quién es tu padre.»

Saadi, La cama de rosas

Un pequeño grupo espera frente a la capilla. Miran los relojes. ¡No es tan tarde! Entiendo que la mayoría está ahí para cumplir con la formalidad. Al paso reconozco algunos rostros que descubrí hace años; también hay otros más nuevos. Algunos abrazos; miradas, signos de connivencia y algunas pocas sonrisas que se insinúan y se enfrían.

La verdadera ceremonia funeraria fue durante la cremación en Père-Lachaise. Las cenizas ya se enfriaron bastante. Me acerco a un hombre que se mantiene un poco distante, un amigo de hace mucho tiempo; como tal tiene un privilegio: es el único al que Chris le permitía que lo fotografiara. Me habló repentinamente del profundo apego por su amigo, después de que preparara un filme sobre un fotógrafo brasileño.

Entonces recordé que no había terminado: me tocaba ahora dejar la urna en el espacio previsto dentro de la capilla refaccionada como columbario. Es muy profundo, no tengo los brazos tan largos; le pido ayuda a un empleado del cementerio. Al fin la entrada está sellada. Frente a la puerta, un gato-que-saluda se supone que debe asegurar de ahora en adelante la tranquilidad eterna de Christian Bouche-Villeneuve, de Chris Marker.

Después de un breve discurso, la asamblea se dispersa y se dirige en pequeños grupos hacia la calle Daguerre, donde una amiga de Chris organizó amablemente un «picnic».

Me escapo rápidamente por las calles del cementerio, cuando una voz interior se eleva espontáneamente sobre mi pecho, como para dirigirse a un interlocutor invisible: «¡a ti me parezco, Chris!». Una voz molesta, «no es lo que hago mejor, hija mía». Acelero el paso, apurada por encontrar una salida y perderme en la turbulencia de las calles de París.

RUSIA

«¿Por qué amo tanto a los rusos?», se pregunta Chris Marker en Si tuviera cuatro dromedarios.

¿Encontró la respuesta? No lo sé. Me hablaba con frecuencia de los rusos, con un tono medio divertido, medio serio. Creo que en verdad le daba a Rusia un rol protagónico en la evolución espiritual del mundo. Escuchaba realmente con sinceridad el alma eslava. Sin estar comprometido con la ortodoxia, buscó una pasión real en los cantos litúrgicos y en los íconos. Desde Moscú, donde iba a manudo, siempre me enviaba una pequeña imagen santa. Tiempo después, un curioso concurso de circunstancias quiso que yo fuera bautizada en la Iglesia ortodoxa. En Pascua, cuando yo estaba en la Iglesia de San Sergio de París, nunca dejé de encender una vela por él.  Estaba contento. Un día me pidió que encendiera también una vela por el gato Guillaume.

En 1991 yo estaba en Moscú cuando se produjo el Golpe. Al volver, por supuesto, me llamaron para entregar mi reporte. Me escuchó con cierta febrilidad. Le mostré las fotos que hice y me dijo con algo de reprobación: «¡¿por qué no bailaste sobre los automóviles?!».

Es conocida su casi-devoción por el cineasta ruso Andréi Tarkovski, del que hizo un retrato absolutamente brillante. Cuando murió en 1986 me pidió que lo acompañara a la ceremonia fúnebre que se celebró en la catedral de San Alejandro Nevski de la calle Daru en París. Pocas veces lo vi tan conmovido.

Por respeto al alma que no dejó de habitarlo hasta el final de su vida terrenal, intercedí ante mi amigo, el padre Nicolas Ozoline, para que ofreciera una panikhida, una ceremonia especial que entre los cristianos ortodoxos celebra el primer aniversario de la entrada del difunto en la vida eterna. Se desarrolló el 29 de julio de 2013, en la Iglesia se San Sergio.

LAS TARJETAS POSTALES

Encontré entre los libros que me confió muchas reflexiones, artículos, notas que tenía la costumbre de recortar de los periódicos. Marker siempre estaba rodeado de escritos que guardaba y revisaba.

No sé mucho de sus viajes. Me enviaba tarjetas postales, usualmente intervenidas, siempre con timbres selectos, de Moscú, de Tokio o de Suecia. Cada envío llevaba un mensaje evidente, y al menos dos o tres mensajes ocultos.

En la edición original de su Giraudoux por sí mismo, encontré tres tarjetas postales de Bellac, la patria de su maestro, escritas el 19 de septiembre de 1978 con su famoso rotulador rojo. Curiosamente, la dirección indicada es su propia casilla postal en el distrito 12 de París.

De la misma manera, en otra carta enviada en 1982 desde Combray, que estaba en Proust por sí mismo, había una señal que podría ocultar otra; ¡encontré el pequeño papel de embalaje de una pastelería donde debía comer alguna dulzura local! La dirección del establecimiento que tuvo el cuidado de recortar era la calle Léon-Ferré número 8. Intentó borrar la «n» porque se lee Léo-Ferré, que además era uno de nuestros motivos de desacuerdo. Él sabía que yo amaba mucho a ese poeta cantor.

            «¿Cómo puedes amar a ese tipo, a ese viejo mono, no lo soporto».

EL BAILE

«Bailar es descubrir y entretener, sobre todo cuando el baile es un baile de amor.

Es, en cualquier caso, la mejor forma de conocimiento».

Léopold Sédar Senghor

No puedo evocar a Chris sin hablar de mi baile.

Siempre me acompañó en ese camino.

Su primer consejo fue que si tenía realmente algo que decir, no necesitaría de ningún artificio, ni en la decoración ni en el vestuario, el que se redujo a una prenda muy simple que él me diseñó.

En cuanto a la decoración, me incitó a no utilizar más que el espacio circundante. Eso es lo que siempre hice. Mi trabajo de improvisación de nutrió de esos preceptos.

Me presentó músicos de todos los horizontes: al danés Knud Viktor, que compuso a partir de sus extractos de la naturaleza y de sus propios arreglos, sobre los cuales creamos tres espectáculos; o también a Yasuaki Shimizu, el inigualable intérprete de las Suites para violoncelo de Bach en saxofón. Con él improvisé en Tokio bajo la lluvia, dos menes antes de la muerte de Chris.

Cuando era niña, él imaginó que me filmaba con un gato. Nunca lo hizo. Decidí hacerle ese regalo dos años antes de su muerte. Así nació Patas de dos, el título que él propuso para este cortometraje de diez minutos en blanco y negro. Esas dos no habrían visto la luz del día sin la complicidad de Laurence Braunberger, Etienne Sandrin, Antoine Miserey y del gato Djaleng de Paleodia.

Venía a ver mis espectáculos, siempre llegaba último y se iba primero después de un beso.

Una de las últimas presentaciones a las que asistió eran dos piezas de baile, una en homenaje al pintor Nicolas de Staël y la otra con un vestido original de Sonia Delaunay. Me llamó al día siguiente; mi baile lo había conmovido. «Mi lechuza, me dijo, fue formidable; casi bailo en el andén de la estación. Me produjiste la misma emoción que cuando vi bailar a Jean Babilée en El joven y la Muerte. Estaba feliz».

 

 

LOS ARREPENTIMIENTO DE UN GATO

«¿De qué arrepentirse? Por aquí cualquiera es un vagabundo.

El viento pasa para salir de la casa otra vez.»

Serguei Esenin, Poemas.

A pesar de sus nueve vidas, Chris-Guillaume no se fue sin arrepentimientos. Me lo dijo muchas veces durante nuestros últimos encuentros.

En primer lugar, me comentó –como consecuencia de Erik Satie– su sensación de haber nacido muy joven en un mundo muy viejo.

El campo de la cibernética se abrió muy tarde, le hubiera gustado explorarlo mejor.

Se arrepintió de haberse encontrado con ciertas personas, pero todavía más de no haberse encontrado con otras. Es el caso de Hélène Grimaud, a la que admiraba como mujer, como pianista, pero también como protectora de lobos.

Poco antes de su muerte, les habría confesado a algunos cercanos que se preocupaba por mí y que se arrepentía de no haber hecho más.

Durante mi juventud no me ahorré ninguna dificultad. Fui la única responsable. Todo lo que Chris podría haber hecho por mí, lo hizo. Le estaré siempre agradecida.

AZUL CHRIS

Chris era coqueto en secreto. Realmente amaba combinar sus camisas, chaquetas y otras prendas con el azul de sus ojos. Elegía siempre un gris azulado que nosotras llamamos, mi madre y yo, el azul Chris.

ORTOGRAFÍA

Siendo estudiante, el joven Marker fue durante un breve periodo secretario de Antonin Artaud. Puede que de esa experiencia venga su exigencia de una ortografía correcta. La menor falta de ortografía lo enfurecía.

SEDUCCIÓN

Si bien Marker fue conocido por su entorno casi exclusivamente femenino, ¡yo tengo una visión diferente del asunto! Su ideal era un ser híbrido.

Le hubiera encantado tener el rostro de Louis Jouvet; la voz y el cuerpo de Yves Montand; el éxito de Gérard Philipe con las mujeres. En cuanto al premio a la seducción masculina, le pertenece a Jorge Semprun, y la palma de la elegancia a Jean Cocteau. Pero es con Alain Resnais que compartió la cualidad más esencial: la dignidad.

Un día me preguntó cuáles eran para mí los hombres más seductores. Le respondí que Buorvil, Orsen Welles… y tú por supuesto, riéndome.

Me respondió desanimado: «definitivamente nunca entenderé nada de las mujeres».

EPÍLOGO

«para ti no soy más que un zorro,

parecido a mil zorros.

Por si me domesticas,

nos necesitaremos el uno al otro.

Para mí, serás único en el mundo.

Para ti, seré único en el mundo.»

Antoine de Saint-Exupéry, El principito

En neerlandés, Vossen es plural de zorro.

Por Maroussia Vossen 

Traducción de Angelo Narváez León 

Chris Marker (le livre impossible)
Maroussia Vossen
Le Tripode
2016