“La nostalgia se abandona por autodefensa”
Gonzalo Millán
En términos generales, un animal doméstico es aquel que, mediante la selección artificial, se adapta a condiciones que facilitan su interacción con seres humanos, lo que permite —en teoría— la obtención de un beneficio mutuo. En oposición, el animal salvaje no es susceptible de ser domesticado, aun cuando se le someta a cautiverio. Dicen que el comportamiento errático de las palomas en las ciudades responde al abandono al que el ser humano las condenó a favor de especies más productivas como abejas, gallinas o vacas. Aunque podría buscar información que desestime o apoye esta tesis, la inquietud que me despierta la sola posibilidad de que esto sea cierto disuade cualquier deseo de chequearlo. Habité una conmoción similar tras la lectura de Animal doméstico (Bisturí 10, 2023), una melancolía insistente y difusa que desembocó en algunas dudas: ¿fue el despojo lo que hizo a las palomas olvidar su vínculo con las personas? ¿Cuáles son los mecanismos de ese olvido? O la que podría ser la pregunta clave que las subyace: ¿de qué está hecha la memoria?
Animal doméstico es el primer poemario de la escritora y artista Andrea Alzati. Publicado en México (Juan Mala Suerte, 2017), cuenta con reediciones en España (Ediciones Liliputienses, 2020) y recientemente en Chile. Los textos que componen la obra tienen como eje la memoria del cuerpo y sus alcances en la observación del presente y la evocación de un tiempo remoto que, desprendido de la palabra, emerge a modo de pulsión ante estímulos cotidianos. Mediante repeticiones, juegos de palabras y encabalgamientos que experimentan con la sintaxis y el ritmo, Alzati construye una obra que invita a les lectores a inquirir el comportamiento de los recuerdos: si estos se acopian uno sobre otro o se ramifican como micelio a través de una superficie.
Estructurados en tres segmentos cuyos títulos remiten a alimentos de origen animal, los poemas discurren entre escenas familiares, vivencias íntimas y reflexiones sobre el pensamiento y el lenguaje. El hablante posee la particularidad de presentarse como un observador activo que se acerca a las cosas y las vivencia, lo cual puede anticiparse en la dedicatoria que abre el conjunto: “a todo lo que ha / tocado mis manos”. La vida de los recuerdos se camufla entre objetos y personas, lo cual le otorga una condición dinámica: “mi cuerpo produce y reproduce la idea de sí mismo una idea / que / se adhiere a las paredes del panal / que / no soy”. Ante esta condición viva de la memoria, es el cotidiano el que mejor atestigua su presencia.
La primera parte de Animal doméstico, “miel” —que es, además, la sección más extensa y, probablemente, la que contiene gran parte del sentido del libro—, se compone de poemas que rodean la memoria afectiva, en la que es posible reconocer la presencia de miembros de la familia como la abuela o el padre, pero también de espacios que remiten al asombro de quien experimenta una vivencia por primera vez: “volví al patio donde / me quemé con los tubos del pasamanos / donde entonces / decir voy a jugar al patio / es decir voy a salir a / quemarme las manos”. No obstante, la ingenuidad del descubrir se complejiza al constatar que la memoria desarrolla una capacidad más o menos consciente de selección: “me identifico con los pájaros más que con las rocas / no porque puedan volar sino por cómo brincan en las / banquetas con sigilo / por la forma en que recogen las migajas del suelo con el pico”.
Otro de los ejes de “miel” se relaciona con el lenguaje y cómo se empalma con la memoria. Es en este encuentro en que, sospecho, aparece uno de los aspectos más interesantes de la obra, que es la tensión a la que Alzati somete a las palabras como portadoras del recuerdo: “las estrellas tienen nombres / no me interesan / los nombres de las estrellas / puedo verlas / puedo señalarlas con la punta de la lengua sin decir”. En este punto, me gustaría retomar la inquietud planteada al comienzo y aventurar una respuesta. En Animal doméstico, la memoria está hecha de vestigios que anteceden a la palabra, por tanto, están indisociablemente unidas al cuerpo: “no recuerdo cómo era mi cuerpo, pero / recuerdo bien cómo acercaba las cosas a mi cuerpo / mi cuerpo a las cosas”. Los detalles pierden sus formas, transmutan, y en esa metamorfosis, las palabras se vuelven comunicativamente inútiles: “crees que escucho tus palabras, pero escuchando tu voz el / sonido de tu lengua entre tus dientes la / resonancia de tu paladar / y cómo inclinas la cabeza al verme mientras hablas, / todo esto / me interesa más que las palabras que dices”.
La siguiente sección, “huevo”, indaga en el despertar a la conciencia y la forma en que los recuerdos encauzan experiencias que perduran como rastro indeleble y se asimilan: “habría que pensar / en el huevo / como un hábito / inalterable”. Por su parte, “leche” —título que, indefectiblemente, remite a la madre— contiene un único texto, extenso y con un despliegue técnico hábil y conmovedor, explora en la ruptura con el origen y la búsqueda constante de un camino que, no obstante, está trazado sobre una memoria corporal: “frente a una madre / blanquísima / el padre dijo: / -hija, si no fueras mi hija, me casaría contigo”.
Mientras escribo esto, Santiago, el gato que vive conmigo hace siete años, duerme plácidamente como suele hacerlo: de espalda. Desde que vivimos en esta casa, no ha visto palomas con recurrencia, pues estas no se acercan a nuestro balcón. Me pregunto si su cuerpo olvidó el arqueo que solía acompañar sus merodeos a la espera del confuso batir de alas. Nuevamente me inunda esa extraña nostalgia. Alzati me consuela: “pero es quizá el olvido / una forma más hermosa del recuerdo”.
Por Camila Hormazábal
Sobre:
Animal doméstico
Andrea Alzati
Bisturí 10
2023