Cuando la película se estrenó en 1968, Francia acababa de convulsionar atravesando la huelga general más grande de su historia, lo que se dio a llamar históricamente como Mayo Francés. A causa del descontento casi total de los franceses, al entonces presidente, Charles de Gaulle, no le quedó más remedio que adelantar las elecciones y, al año siguiente, retirarse definitivamente de la política. De Gaulle murió en 1970, un año después, a causa de un aneurisma cuando se sentó a ver televisión. 

La Chamade hoy protagoniza el afiche del próximo Festival de Cannes, dedicándole su edición número 76, con una Catherine Deneuve brillante, registrada por Jack Garofalo en una playa de Pampelonne, cerca de Saint-Tropez, en la Costa Azul. Según el comunicado oficial, su hija, Chiara Mastroianni (hija que tuvieron con el actor Marcello Mastroianni), será la maestra de ceremonias del certamen dedicado a su madre. 

Alain Cavalier dirigió La Chamade entre París y la Costa Azul. Además de Deneuve (vistiendo a Yves Saint Laurent), contó con Michel Piccoli y Roger Van Hool para los co-protagónicos. Él mismo Cavalier co-guionó la adaptación del libro homónimo, escrito tres años atrás, en 1965, por la indescifrable Françoise Sagan, una mujer enigmática, brillante, ludópata y adicta al palfium (un opioide fuertísimo). Sagan trabajó en enormes proyectos del momento y siempre vivió en el filo de la vida, aun cuando la muerte pretendió llevársela temprano. Coherente con su búsqueda por satisfacer el deseo y la tristeza (su primera novela, Bonjour tristesse -Buenos días tristeza-, fue publicada en 1954 cuando ella tenía 18 años, lanzándola a un reconocimiento extraordinario), según testimonio de quienes la conocieron, Françoise vivió para el derroche y el consumo, producto de lo que a la distancia puede leerse como un cuadro de profunda depresión desde muy temprana edad. Se hizo de deudas millonarias que dejó como herencia. Se casó y tuvo un hijo, pero su gran amor fue Peggy Roche, la mujer que la contuvo hasta que murió. Sagan no resistió su ausencia y pasó sus últimos años en el refugio que le concedió una amiga y cientos de libros. 

Curiosidades sobre Florence Malraux, su padre y la relación con Argentina

Hay muchas curiosidades del tipo vincular dentro del equipo de La Chamade. Como autora de la adaptación, Sagan formó equipo con su amiga, hermana, alma en otro cuerpo, Florence Malraux, quien hizo la asistencia de dirección de La Chamade, junto a Jean Françoise (señor que trabajó junto a Jaques Demy y Gordard) y compartió muchas de las maneras de Sagan para sobrellevar la vida. 

A lo largo de su carrera, Florence asistió en las direcciones de películas de Cavalier y François Truffaut (otra de las parejas de Catherine Deneuve). Estuvo casada con Alain Resnais, uno de los más grandes referentes de la historia del cine, siendo también su asistente. En sus inicios, Alain trabajó junto a Chris Marker, fue montajista de muchos de los films de la nouvelle vague y dirigió la adaptación de Hiroshima mon amour de Marguerite Duras. Entre otros, realizó El año pasado en Marienbad, un film inspirado en la Invención de Morel de Adolfo Bioy Casares

Como indica su apellido, Florence era hija del escritor y político gaullista André Malraux (aunque sus ideas sobre Francia discrepaban con las del General). El escritor de La condición humana, anti nazi, amigo de Paul Nothomb (tío abuelo de una de las escritoras más leídas en la actualidad, Amelie Nothomb), cuatro años antes del estreno de la película de Cavalier, acompañó a de Gaulle a la Argentina como parte de su gabinete en un viaje oficial. El nombre de Perón y de Gaulle se escribían juntos en los carteles de recibimiento.  

Malraux (padre) y Argentina ya estaban unidos a través de la amistad con la escritora, editora y traductora Victoria Ocampo, con quien compartió innumerables encuentros e intercambio epistolar. Además, los unía otro amigo en común: Pierre Drieu La Rochelle. Un tipo enigmático y contradictorio, como muchos de estos personajes de la época. Se suicidó en 1945, en su tercer intento, esta vez exitoso. Drieu fue el director de una de las revistas literarias más importantes de Francia: La Nouvelle Revue française y amigo de Jorge Luis Borges (presentados por Victoria). 

La Chamade, la película 

El argumento de la película podría enmarcarse dentro de los formatos telenovelescos latinoamericanos de hace treinta años atrás. Un contraste arquetípico de empresario/intelectual, rico/pobre, deber/deseo, significantes antípodas que formaban parte del universo de Sagan. 

Lucille (Catherine Deneuve) es una mujer inquieta, desafiante y, en apariencia, libre. Un perfil que suele mezclar a la infantilización o la ingenuidad con un cierto tipo de femineidad que goza de una belleza física desmedida, seductora, natural. Su vida está dedicada a los placeres de las lecturas, de los teatros, de las cenas lujosas con los amigos empresarios de su marido Charles (Michel Piccoli), a quien quiere y respeta. Así pasa el tiempo: deleitándose con vestidos de alta costura y con la bondad del tiempo y de los libros. Pero, como suele repetirse en el género, ese equilibrio comienza a resquebrajarse con la aparición de un joven intelectual (interpretado por Roger Van Hool), quien la flecha con su frescura, su disposición para el amor y la pasión, aspectos que encienden el interés de Lucille que ya nos viene dando señales del aburrimiento que amenaza dentro de la monótona superficie de los ricos. 

Antoine se vuelve amante de Lucille. Sin embargo, con el tiempo su relación se transforma, y lo que en un comienzo era pasión y encantamiento se transforma en el deseo de cambiar a Lucille por parte de Antoine, un impulso por ser héroe, por “salvarla” de ser cosificada en un mundo de opulencias. Un intento inconsciente de repetir exactamente el mismo patrón de conducta que su contrincante, con mejores o peores intenciones. Cuando Lucille va a dejar a Charles obligada por Antoine, él le dice: “Antoine está enamorado de vos por él mismo, pero yo lo estoy por vos. Antoine quiere ser feliz con vos, pero yo estaría sin vos para que seas más feliz”. Los dos la ponen contra la espada y la pared, la obligan a decidir, le explican cómo son las cosas, cómo es ella, cómo es el otro. La confunden, la hacen dudar de su deseo. 

Antoine la obliga a ser otra y sus celos llevan a Lucille a circunstancias que no fueron del todo decididas por ella: dejar definitivamente a Charles, conquistar la independencia económica, entre otras cosas. Pero ¿quería dejar a Charles? ¿deseaba la independencia económica? No. En verdad, no lo había pensado. Lucille sólo busca regocijarse con el placer, la contemplación de lo bello, un verano de amor y basta. No le interesa construir cimientos, dejar descendencia, ocuparse de la revolución estudiantil, planificar una vida. Charles no representa un obstáculo para alcanzar las cosas por las que vive Lucille, Antoine, sí. Su amante (ahora pareja) no comprende cómo puede elegir ser mantenida frente a la posibilidad de tomar las riendas de su vida económica (recordemos que este es un periodo de intensa lucha feminista en Francia). 

Antoine duerme rodeado de libros, en un monoambiente con chimenea en el centro de París. Charles en un piso de espejos y sillones de cuero. Si bien en un primer momento el guion recae en la romantización de los bajos recursos del artista/intelectual (en comparación a los de Charles), este aspecto se desintegra con pinceladas de machirulaje. A medida que avanzamos, comenzamos a ver que aquella “libertad” que habitaba con Charles no era tal, no representaba en sí misma un estado de bienestar para Lucille. Nosotros ya lo sabemos y ahora ella también lo entiende: Lucille está presa de sus gustos, de su dejarse ser, de su ocio. No pretende cambiar de vida, habitar horarios laborales, ingresar a cines en soledad; al parecer, prefiere los espejos que le ofrece Charles, elige un lugar en donde reflejarse y reconocerse (aunque ese reconocimiento se manifieste en la invención de un otro); prefiere los veinte vestidos esperándola en el placard, tener tiempo para leer recostada en el sillón y los autos de alta gama. Como respuesta fiel a su arquetipo de amante, Antoine responde violentamente, llega a la máxima tolerable para Lucille. Y hasta los minutos finales pensamos que qué cosa, nena, cómo vas a volver con Charles. Pero, no. Bah, no sabemos. Quizás vuelve, es probable que vuelva. Pero, por unos segundos, Lucille camina por el medio de la calle. Se va, se aleja de los dos. Camina sola por una calle húmeda de París en invierno, digiriendo la decisión que acaba de anunciarle a Antoine por el contestador: la de dejarlo. Y ese momento, esa conquista, valió toda la película. Toda. Porque hasta entonces no nos entraba en la cabeza (para los que no leímos el libro de Françoise) cómo podía ser semejante acto de injusticia feminista en un mayo del 68. Lucille camina decidida, perturbada, por una calle desierta. Está ella con sí misma, haciéndose cargo, quizás por primera vez, del rumbo de su vida. No sabemos hacia dónde se dirige, quizás vaya a la casa de Charles, quizás no. Pero va sola.

Por Carla Duimovich