Hoy soy quien corre, limpia y barre. En un cuartel, en un cuartel.

Hermética 

 

Por algún lado hay que empezar, por ejemplo, por el año 1965 cuando Héctor Libertella gana el primer premio novela de Primera Plana con La hibridez, hasta hoy nunca publicada. O quizás el año más apropiado para comenzar es 1968 cuando gana el primer puesto del Premio Paidós, haciendo la colimba (Servicio Militar) con 22 años. El jurado lo integraban Leopoldo Marechal, David Viñas y Bernardo Verbitsky. El premio incluyó una bonificación de quinientos mil pesos y la publicación de 20 mil ejemplares de la novela (que se vendieron). En realidad creo que la mejor forma de ubicarlo hoy en día es diciendo que era el marido de Tamara (Kamenszain) o el padre de Mauro (Libertella). 

Quilombo en lugar de colimba llamaba Gombrowicz a un miembro del grupo que lo rodeó en Tandil. Es el término que toma el propio Héctor Libertella para definir su estadía por el Quinto Cuerpo del Ejército, a donde llegó retrasado, sin entrenamiento, sin consignas llevando a cuestas costumbres civiles.

El primer día, entró en la sala de guardia y se sacó el birrete de la cabeza “con un ampuloso gesto de reverencia” en señal de respeto al sargento por lo que le propinaron un cuerpo a tierra (ejercicio que le costó también le costó descifrar). Sucedió que cuando debía guardar la bandera, lo hacía con total prolijidad, “como una sábana o una frazada”. Pobrecito el colimba que llegó a destiempo, no sabía que de lo que se trataba era de hacer un bollo lo más rápido posible, pues era un simulacro guerrero. Del pobre colimba de veintidós años Fogwill dirá más tarde que su característica más admirable era la virilidad.

Después de todo parece que fueron cuatro meses nomás en donde hubieron, también, cosas gratificantes. Por ejemplo, los discursitos herméticos que armó, donde oficiales y suboficiales le pedían que hablara breve y rápidamente sobre cualquier cosa que se le pusiera adelante (sobre borceguíes, hilera de fusiles). Entonces contaba con treinta segundos para “relucir el léxico más neológico”, para decir lo más que pudiera sobre el tema en cuestión. Como contraparte recibía favores o favorcitos: zafaba de una guardia nocturna tan solo mirando al cielo y hablando de la luna de Virgilio, o conseguía mejores comidas destinada únicamente a oficiales si explicaba la diferencia entre causa eficiente y causa final en un plato de canelones.

La noticia de la conquista del Paidós salió en la tapa de todos los diarios lo que motivó al capo máximo de todos los generales y el más intelectual de todos los militares, el General Guglialmelli, a que lo llamara a su despacho para felicitarlo y mostrar su orgullo corporativo de la mejor manera: “¿Qué podemos hacer por usted soldado?” a lo que el soldado respondió “Mi General le pido la baja. Tengo que viajar por el país promoviendo mi libro”. Guglialmelli no dijo nada. Al soldado con la decepción a cuestas se le acercaron coroneles y capitanes intrigados por la situación y el soldado les habló “El General me licenció hasta la baja”. Antes de hacerla efectiva -porque nadie consultó con el Guglialmelli- fue la revista Gente a hacerle una entrevista al ganador del Paidós y al General en la sede del Comando del Quinto Cuerpo del Ejército. El que encabezó el ingreso del grupo de Gente fue el propio Libertella, vestido de soldado. En la sala de reuniones los periodistas querían grabar lo antes posible y se lo comunicaron al Teniente Coronel. Sí, pero hay un problema dijo el Teniente Coronel, “el General no está en la ciudad y el soldado Libertella está promoviendo su libro en el interior del país”. A lo que el soldado Libertella, que había recibido al grupo de Gente responde lo obvio, que era él y el Teniente Coronel se puso como loco pero la gente de Gente supo pilotear el asunto y todo resultó bien.

 

Corre

El catorce de octubre de 1968, fue al Gran Hotel Buenos Aires a recibir el Premio Paidós vestido de soldado. Con él llevaba una columna de cartón y al llegar el momento de su discurso sacó de la columna un muñeco con su propia cara que dejó en su reemplazo y salió corriendo por la calle Florida.

Más corridas cuando veía muñecos de sí mismo en las vidrieras de las librerías. La editorial que le dio el premio había llevado adelante otro concurso, ahora de vidrieras de librerías, centradas en el libro ganador: el paroxismo. Entre las más de 450 librerías de entonces muchas contrataron diseñadores. Muñecos con la cara de Libertella colgando. 

En un intercambio con el jurado le consultaron por su experiencia dada la madurez que mostraba en lo que se creía su primera novela. Los jurados recibieron su respuesta: no es mi primera novela. Escribo desde hace mucho tiempo. Sus dos primeras novelas fueron leídas por sus compañeros de escuela, cuando tenía doce años. Las escribió, diseñó y encuadernó: Tarde para llorar y Agentes de venganza. Consultado exclusivamente para este perfil, Mauro Libertella confirmó la existencia de estos ejemplares.

Pero su compañero de banco en el Colegio Nacional de Bahía Blanca Guillero Quartucci delata una adición temprana por los concursos literarios. Requiem ad aeternam es el nombre de uno de los textos fundacionales presentado en un concurso de carácter religioso; Patricidio (sic) presentado para un concurso realizado por la Universidad del Sur. La transformación de un cuento gauchesco en poema para un concurso del diario La Nación. Un cuento policial presentado para la revista Vea y Lea. Argumento Capital es el nombre de un texto que recibió la mención especial por la Asociación Bibliorama. La Hibridez, ganadora en Primera Plana. Hasta entonces, según Quartucci, todos los textos con fuerte sabor borgeano hasta El camino de los hiperbóreos.

El nombre de la novela lo sacó del Anticristo de Nietzsche. (Mirémonos a la cara. Nosotros somos hiperbóreos. Sabemos muy bien cuán aparte vivimos. Ni por tierra ni por agua encontrarás el camino que conduce a los hiperbóreos; ya Píndaro supo esto de nosotros.) Con componentes de road movie, propio de sus amados beatniks y procedimientos de filmación tipo nouvelle vague. De la reflexión ensayística pero narrada a la prosa fluida. De la referencia al “Gran Profesor” que “presenta” de un modo patético y acartonado la novela del narrador de nombre Héctor Cudemo, en un happening donde se repartirán caramelos y luego se quemará la novela para nunca ser leída. Del espesor reflexivo a la poesía, “al sin sentido de la poesía”. Todos estos elementos, aunque se exponen en un espacio definido confluyen y se mueven en el éter, en la nada.

Limpia

¿Qué es esta adicción del pregonero máximo del hermetismo por los concursos literarios? Porque hay que agregar el premio Monte Ávila en 1971 con Aventura de los misticistas, la beca Fullbright, además la conquista del Juan Rulfo con Paseo internacional del perverso en 1985, la dirección editorial de la Universidad Autónoma de México y la Gerencia General en Argentina del Fondo de Cultura Económica. Blanco sobre negro hay un contraste muy marcado sobre su literatura que va contra el mercado, pero más que evidentemente logra colarse. En 1977 postula por primera vez esta idea en Nueva Escritura en Latino América. Es el famoso Caballo de Troya que retomó hace poco Tabarovsky en La arquitectura del fantasma. La idea, mejor aún la política de meterse en el mercado (donde hay un lector se constituye un mercado) y hacer estallar desde dentro la noción de que el lenguaje es un instrumento comunicativo.

 

La reescritura (diferente es la corrección que modifica una versión previa, acorta diferencias) es definitivamente el rasgo más distintivo de su intervención como artista y Rafael Cippolini (su albacea) dice que una de las formas de esa reescritura era la poda. Sustraer paradojalmente, dado que todo lo que se quita de algún modo queda. En este sentido operando de modo opuesto a su amigo César Aira (Cesarín, Cesarito), el que no corrige y sigue adelante, donde cada novela es un capítulo que corresponde a una gran novela.

El particular sentido literario del que nació el mismo día que Borges cumplía 44 años, está en muchos lados pero sobre todo en la idea de que se reescribe hasta el último día. Es por eso que se enamoró de aquella anécdota que le contó Cippolini sobre Pierre Bonard el pintor nabí que a los setenta años, con sus obras ya instaladas en Louvre, se hacía pasar por pintor aficionado en aquel museo y retocaba sus propias obras hasta que era frenado por algún guardia. De ese mismo modo operó Héctor Libertella, en contraste con la idea borgeana de que la publicación era un buen momento de abandonar el libro (aunque sabemos que en las Obras Completas se ocupó de limpiar y barrer con aquellos “excesos barrocos”). Por el contrario consideraba los libros como soporte, aún publicados. Dos o tres ejemplos: el cuento Nínive rescrito en la nouvelle Diario de la rabia. Vemos que no sólo la poda era un método de reescritura, sino también el injerto. Nuevas Escrituras en América Latina se transformó en Ensayos o pruebas sobre una red hermética. O el relato de ¡Cavernícolas! La historia de historias de Antonio Pigafetta que se transforma en El lugar que no está ahí.

Pero así como los libros resultan un soporte circunstancial, también le otorga total importancia al objeto original. En la década del setenta, por medio del poeta cuba José Kozer retoma en New York su bibliomanía, es decir la compulsión por armar un libro. Es así, me cuenta su hijo Mauro en exclusiva para este perfil, que el trabajo de recuperar originales para la publicación de sus obras completas fue un trabajo detectivesco. (Hecho que se viene posponiendo por lo menos desde 2016). Ya que escribía, diseñaba, encuadernaba y repartía entre su ghetto (amigos, editores; amigos editores).

 

Barre

Pero dónde ubicar este verdadero vanguardista, a este nuevo tipo de vanguardista que pudo ejecutar lo que escribía y escribir lo que ejecutaba; que anunció que la vanguardia se encontraba en lo más íntimo (ya cuando las llamadas posvanguardias habían muerto) y las fue a buscar atrás con la consigna “EL FUTURO YA FUE”. Aunque treinta y cinco años antes en “Aventuras de los misticistas” ya había hecho una formulación similar (”toda tradición es posterior a mí”). es en el árbol de Saussure, su anteúltimo libro donde primero afirma que el futuro fue y luego se interroga ¿EL FUTURO YA FUE?. Este libro fue escrito con el método del remero, tomado de su juventud como maratonista. Durante cuarenta y cinco días —tiempo que demoró en escribir este libro— Héctor Libertella se desentendió de la famosa prescripción médica de dormir ocho horas. Ni cuatro ni dos. Cada cuatro horas dormía quince minutos, de este modo distribuía el sueño durante los días. Ponía sobre su mesa de trabajo dos resmas: una para mecanografiar originales, la otra para envolver cigarrillos de los que fumaba apenas la mitad. Para saber cuánto había escrito había que revisar el tacho de basura que tenía al lado. 

¿Cuánto tiempo se necesita para llegar tarde? se pregunta el narrador de Memorias de un semidiós. Lo que nos lleva nuevamente al cuartel del colimba que llegó tarde al aprendizaje militar, pero se preparaba para lanzarse al mercado como un infiltrado, un espía complejo y ridículo que mira por el agujerito del papel que borronea reescribe. Responde en otro lado que el tiempo de la literatura es otro. Como el Marqués de Sebregondi que retrocede o se excede, pero la clave es que nunca está en su lugar. De nuevo, la vanguardia no es tanto descolocar, provocar a otro como sí lo es descolocarse. Lo mismo con relación al mercado. Va al centro para salir. No se queda. Su hijo Mauro lo definió exclusivamente para este perfil como un nómade. 

 Hay que remontarse a la antigüedad de Hermes, dios de lo secreto pero también de las comunicaciones y del comercio para comprender los movimientos físicos y literarios de Héctor Libertella. Es, una vez más, bien atrás donde se cifran todos los sentidos de sus textos. La propuesta de un lenguaje hermético contra la idea del lenguaje comunicativo, práctico, instrumental: transparente. Ese lenguaje al que le arma un sistema crítico (más vigente que nunca) pero es el que él mismo el más consecuentemente emplea. Le inscribe a la literatura hermética una tradición: Osvaldo Lamborghini, Manuel Puig, Reinaldo Arenas, Salvador Elizondo, Germán García. Enrique Lihn, Josefina Ludmer, Más atrás: Sor Juana Inés de la Cruz, Góngora, Lezama, Macedonio. Más adelante: Chitarroni, Bizzio, Guebel. 

¿Podríamos preguntarnos qué hace Josefina Ludmer colada si es (con muchísimo sarcasmo) tan sólo una crítica? Sí, podemos preguntarnos pero sólo para que responda Piglia: es que Libertella como Borges o Calvino, era un escritor conceptual que no distingue crítica y ficción, escribe para pensar, entrevera lo que sabe con lo que sueña y postula una intensa poética de la literatura. 

Los chicos/los chichos

Su última camada de lectores, su último ghetto, su centro de la literatura estaba compuesto por Rafael Cippolini (albacea a cargo de la publicación de las Obras Completas), Ricardo Strafacce, Marcelo Damiani, Laura Estrin, Eduardo Stupía. 

Luego estaba “los chicos”, que formaban una suerte de tipo ideal de lector éstos eran Luis Chitarroni, Sergio Bizzio, Daniel Guebel y por último, sus preferidos: los chichos; Martín Kohan, Damián Tabarovsky y Daniel Link. 

El ghetto siempre tuvo nombre y apellido. 

Obras completas

A mediados de los noventas Héctor Libertella comenzó a delinear no una sino varias propuestas de obras completas. Llegado el 2004 había delineado cuatro propuestas de obras completas. Todas diferentes entre sí. Cuatro versiones diferentes que suman catorce libros definitivos entre comillas que suman cinco tomos. Dice Cippolini que sus últimos años cada vez que le pedían un libro para publicar llevaba uno o varios tomos de sus obras completas. completas y en proceso. Las obras completas que no concluyen nada. Hasta la muerte se sigue reescribiendo. 

Según se pudo saber por medio de Mauro Libertella que tan gentilmente accedió a dar un testimonio exclusivo para este perfil, esas obras completas comenzarán a publicarse en septiembre de 2023 por la editorial Adriana Hidalgo. 

Por Joaquín Montico Dipaul