No sé qué es un terremoto blanco, investigo. Llego a una página de la armada de Chile donde se describe lo ocurrido en el invierno de 1995: A comienzos de agosto, el invierno se tornó aún más severo en Chile Sur y Austral, decretando el Gobierno el 7 de agosto de 1995 Estado de Emergencia en la zona entre la Región del Maule y la Región de Magallanes y la Antártica Chilena. Sin embargo, la situación climática se complicó aún más con el temporal más fuerte de aquel invierno y que fue nombrado por los medios de comunicación como “Terremoto Blanco”, debido a su gran magnitud.  Caminos cortados y buses con pasajeros atrapados en voladeros de nieve. Aislamiento de muchas localidades durante varios días. Pérdidas de la producción ganadera y paralización de las actividades forestales. Suspensión del cruce marítimo a Tierra del Fuego y tránsito internacional terrestre a Río Gallegos. Contaminación de la costa a causa del derrame de hidrocarburos tras el varamiento de embarcaciones. Daños de envergadura en la infraestructura portuaria.

A la mañana siguiente, el clima seguía exactamente igual. En itv Patagonia se anunciaba un tal Terremoto blanco, el peor nevazón en cuatro décadas. En las estancias de Tierra del Fuego amanecieron miles de ovejas muertas, congeladas bajo el hielo. El viento derribó casas y las carreteras se bloquearon. No era un invierno común. En estos términos se describe la catástrofe en el relato que da título al libro. No era un invierno común, dice. El rigor de ese invierno extremo, aún para los magallánicos habituados a estas dificultades, parece recorrer la trama de estos relatos. Las vidas de sus personajes, las escenas narradas en este libro, parecen azotadas por la nieve, el frío y la ventisca. Parecen estar atravesando el momento más crudo del invierno.

La relación orgánica entre el paisaje y las historias contadas en este libro, me parece central aquí. La fuerza de la naturaleza, la magnitud de su potencia, se engarza en estos relatos con escenas y personajes que parecen vivir bajo su reverberación. La violencia del paisaje es también la violencia ejercida o sufrida por los protagonistas de estos cuentos. Sus vidas, sus historias de abandono, olvido y muerte, son duras como es duro el invierno en el que viven. El terremoto blanco es también su terremoto íntimo, interior. Me parece muy interesante cómo este libro urde esta relación entre territorio y subjetividad. Cómo narra la experiencia personal de habitar un territorio. Un territorio extremo en un invierno nada común como es también la situación vital de estos personajes, la historia de sus vidas a la intemperie. Del poeta Rolando Cárdenas, de un poema llamado Mensaje de piedra para Magallanes, estos versos que podrían ayudar a definir la poética de este libro:  Y el viento, sólo el viento / que no le importa nada y galopa/ llevando ateridas historias de sangre y fantasmas. 

Dos breves apuntes de estilo. El primero sobre la precisión chejoviana con que están escritos estos relatos. Una precisión que denota un largo trabajo de corrección y pulido que ha dado como resultado un conjunto de relatos breves y contundentes. El segundo apunte es sobre el trabajo de montaje que opera en la construcción del conjunto. La autora cuenta en una entrevista que varios de estos relatos fueron, en algún momento, proyectos de novela. Habla también de cómo cada relato, cada escena, es un fragmento de una historia que pudo ser más larga, tener un antes y un después de lo narrado. Y cómo la selección de un pasaje, de un momento de esa historia, es uno de los procedimientos centrales de su escritura. Me parece que esta forma de construcción, cercana a la narrativa de montaje propia del cine, es una de las características centrales de este libro. Su trabajo con la elisión y el silencio. Un trabajo que da a estos relatos, más allá de su singularidad, una atmósfera común. Una atmósfera inquietante, perturbadora. Escenas que dejan el lector como suspendido en un vacío comparable al silencio profundo y desolador de los primeros minutos después del terremoto.

Termino con una cita de Carlos Droguett, la crónica se titula Chile y lo sísmico: Lo interesante para nosotros, los chilenos, es que el tiempo del terremoto, ese día siguiente de la catástrofe lejana en que no funciona el telégrafo y la radio está cortada, y parece que las ciudades afectadas han desaparecido, hundido su vida en el silencio, lo interesante, digo, es este tiempo del terremoto, ese día siguiente de la catástrofe que nos dará la atmósfera, la temperatura para nuestra vida, lo invisible, a pesar de nosotros, que tendremos que respirar.  Terremoto Blanco de Natacha Oyarzún es un libro que se hace cargo de nuestras vidas terremoteadas, de los rigores de la tormenta blanca en que nuestros días transcurren. Sus relatos son metáfora de esa vida permanentemente interferida por el ruido blanco. Para comprender esa vida, la inclemencia en que muchos viven o sobreviven, es necesario hacerle frente a la catástrofe. Es lo que intentan estos cuentos, el mundo real e inhóspito que despliegan y nos hacen visible. Ayudarnos a entender el viento blanco que enfrentamos no sólo fuera sino también dentro nuestro. En nuestros cuerpos y nuestros corazones. Enfrentarnos al terremoto blanco para poder imaginar ese día siguiente a la catástrofe. Para encontrar, como escribió Droguett, la temperatura para nuestra vida. En medio de la tormenta, aprender a respirar.

Valparaíso. Noviembre 2022

Por Jaime Pinos

 

 

 

Terremoto blanco

Natacha Oyarzún Cartagena

Alquimia

2022

80 pp.

Más info en https://alquimiaeditorial.cl/producto/terremoto-blanco/