Barthes, en sus Fragmentos de un discurso amoroso, habla del “pequeño punto en la nariz”, de aquel momento en que la imagen del ser amado se ve corrompida por algo dicho o hecho. Fogwill, a razón de este libro, decía no entender cómo Barthes se volvió paradigma del amor dado que sólo retrata el “vínculo servil, perruno, baboso y masoquista que suele ligar a los maestros entrados en años y entrados en carnes con sus esquivos y encarecidos muchachos”, y si bien esta discusión podría parecer accesoria, el caso es que ese “pequeño punto en la nariz” para referir al primer momento en que se nos va el encanto del amor es una gran metáfora. Otra metáfora posible pero no tan buena es la de “una grieta en la pared”. No funciona tanto por lo obvio de la imagen, pero sí funciona en tanto primer movimiento de aquello que eventualmente se volverá ruina. Por supuesto que puede arreglarse en el medio y la metáfora deja de funcionar, pero mientras nadie haga algo en su beneficio (como sucede en casi todas las parejas en crisis) eso devendrá aquello. Y de las ruinas sí podemos hablar. Ahí hay una buena metáfora. Hablan de una historia tanto pasada como perdida y de una posibilidad por recuperarla o transformarla en algo más. También pueden echarse a perder y ya, sin que nadie se detenga jamás en ellas. En las ruinas viven fantasmas que narran historias para aquellos que quieran y puedan detenerse a oirlas. También sirven de campo de juego para los niños, entre otras posibilidades.
Ahora bien, ¿qué pasa cuando todas esas instancias (el punto en la nariz y/o grieta y eventuales ruinas) suceden aún en el marco de la relación? ¿Cómo se define aquello?
Cuando Alice se subió a la mesa, de Jonathan Lethem va de una pareja de profesores universitarios cuya relación comienza a deteriorarse cuando ella se enamora de su experimento: un agujero negro a posibles nuevos universos. Ese disparador high concept podría haberse quedado en una metáfora más bien boba de un tercero en discordia pero con convenciones sci-fi. Por suerte no es lo que sucede: Lethem hace uso de un método muy eficaz que luego repetirá en Chronic City a mayor escala, pasa del campus universitario a la ciudad de Nueva York en donde mecha la cotidianeidad más ínfima con tópicos extraordinarios. Así es que podemos leer una descripción muy precisa sobre cómo el protagonista piensa en Alice mientras limpia unas tazas y observa la borra del café caer empujada por el chorro de agua de la canilla, e inmediatamente después lee qué nuevos objetos han sido tragados por el agujero negro llamado Vacío. Este método fue explicitado por Lethem en una charla que dió en el marco del FILBA hará unos años. En ella se preguntaba por qué en las novelas los personajes jamás van al baño, o duermen (mal o bien), o lo que sea. Planteaba que es en esas pequeñas actividades donde mejor se puede describir a los personajes y, de cierta forma, justificar el proceder que luego van a tener en los puntos claves del relato.
Respecto al uso de la metáfora, Lethem a lo largo de la novela va mutando el sentido de Vacío. Es decir, aprovechando la diégesis en la que nadie sabe bien cómo explicar el proceder del agujero negro, el lector va cambiando de opinión junto a los personajes. Así, al principio puede leerse como una metáfora sobre el agobio de ella en relación a la pareja, luego como el tercero en discordia, hasta que eventualmente terminamos en el punto en que el agujero negro pasa a ser el protagonista (cabe aclarar, posteriormente a meterse en dicho agujero).
En general, a toda obra de arte de género se la intenta leer en clave metafórica. Aquello fantástico que sucede debe poder ser razonado, debe estar en pos de querer representar algo de la vida real. No creo que todo aquello que escapa a una lógica realista deba leerse en clave metafórica, pero es algo que sucede y no se puede hacer mucho contra ello. Se debería intentar evitar, sin embargo, y en esta novela esa mutación constante de sentido ayuda a impedir que se lea en esa clave más bien obvia. Porque sería aburrido si sabemos desde la página 20 que Vacío representa el final de la relación y todo lo que queda es ver eso acontecer. También hubiese sido un poco vago si se recurría a una estructura cíclica en la cual entendemos que el protagonista, ahora vuelto Vacío, por algún vericueto espacio-temporal fue siempre él allí dentro. Nada de todo esto sucede. En cambio, el final es más bien trágico, ya que Alice entrando al agujero negro que se volvió su pareja permite dos posibilidades: la finitud de ambos al mejor estilo pacto suicida cósmico, o una existencia total sin limitaciones en la que sólo existen ellos en un vacío absoluto. Ambas me parecen más bien tristes. Se van y con ellos su historia. Nada de ruinas, nada de reconstrucciones. Intimidad absoluta.
Por Ramiro Pérez Ríos
Cuando Alice se subió a la mesa
Jonathan Lethem
Caballo Negro editorial
2022
Traducción de Alberto Rodríguez Maiztegui
244 pp.