Enunció alguna vez Sigmund Freud (1919), a propósito de la noción de lo siniestro en la subjetividad psíquica del ser humano, que dicha sensación se define por una tensión intrínseca y ambivalente de extrañamiento dentro del orden cotidiano. Es decir: la experiencia íntima, a menudo imposible de expresar en palabras, de un acto de distanciamiento y mezcla de horror y fascinación en el reconocimiento de un objeto o experiencia que en primera instancia resulta consabido y familiar. La repetición turbulenta en el objeto fecundo, cuya pureza se resquebraja y nos devuelve un reflejo distorsionado de nosotros mismos… ¿cuántas veces hemos atravesado semejante experiencia en el reconocimiento de un rostro familiar en el marco íntegro de una fotografía?

En La cámara oscura (2008), de María Victoria Menis, la realizadora y dramaturga argentina toma como punto de partida un relato breve homónimo publicado por Angélica Gorodischer. El proceso de transposición desarrollado por Menis a través del cuento, resulta absorbente y cautivador desde su replanteamiento argumental y la puesta en escena. La directora toma uno de esos conceptos elementales del texto fuente, la fotografía como receptáculo de recuerdos brumosos e inconclusos, y elabora un film en donde el dispositivo fotográfico desvela sus funciones originarias implícitamente humanas.

Menis se detiene en gestos y expresiones, comportamientos y actitudes, que no hacen más que revelar ese otro propósito último, solapado y subterráneo, que define a la fotografía como ente discursivo del nuevo siglo (XX): es el soporte artificioso que encapsula fragmentos de identidades, retazos de memorias de rostros que pasan a multiplicarse y fracturarse, siendo condenados al congelamiento por la perdurabilidad del tiempo en un marco frágil de cristal. Tal vez, hacia aquellos tiempos, cuando la familia de Gertudris (Mirta Bogdasarián) migra a Entre Ríos y se establecen en un ritmo de vida monótono pero acorde a los ideales de la época, la función simbólica-intrínseca de la fotografía, era pasada por alto. No sería entonces más que un pretexto para el registro inmediato, para la captura neutral y objetiva, transparente y translúcida, de una realidad escenificada y constituida para ese único momento crucial (la foto familiar, la foto escolar). Pero lo que discursivamente Menis procura desentrañar es acaso esa otra función simbólica: la del dispositivo fotográfico como encarnación implícita del estigma social, del filtro cognitivo, del precepto instaurado, del supuesto básico subyacente.

Hay en este posible abordaje, arriesgada lectura, una crisis acuciante; pues solemos comprender desde la actualidad al proceso creativo que rodea a la fotografía como un procedimiento íntimo y subjetivo. Muchas veces de introspección personal, a modo de suspensión catártica y de autorreflexión, de interpelación a unx mismx y de hallazgo de contrariedades internas. Precisamente: un proceso que circunscribe en sí misma la sensación preeminente de lo siniestro enarbolada por el padre del psicoanálisis. Ahora bien… ¿no es acaso también este mismo interrogante el que María Victora Menis elige plasmar en su película? ¿No refiere a la comprensión de un nuevo vínculo posible, íntimo y privativo, con el objeto fotográfico, concebido en la manera de observar al mundo a través del lente vanguardista del francés Jean-Baptiste (Patrick Dell’Isola), el encantador fotógrafo que revela por fin una realidad extrañada y libidinal a Gertrudis? ¿No se trata acaso de la visión subjetiva de la fotografía en contraposición a la perspectiva ideológica como un ideal común, encarnado en ese tipo de manifestaciones mecanizadas, como el trazado de una sonrisa maquinal ante un estallido de luz instantáneo? ¿No es acaso el mencionado fotógrafo el ente que, en vínculo indisociable con su aparato de registro de subjetividades distorsionadas, viene a quebrantar la rutina familiar y, precisamente, a extrañar lo cotidiano? Podríamos llegar a entenderlo como un planteo análogo al del extraño y enigmático intruso en la célebre Teorema (1968) de Pier Paolo Pasolini: un joven interfiere en el ritmo de vida de una tradicional familia burguesa para sembrar un nuevo orden de índole impuro. Aparece el deseo sexual, y acaso el amor verdadero: exactamente lo mismo que sucede en La cámara oscura.

En este sentido, la obra transpone y aborda una pregunta tan crucial que, si nos proponemos desglosarla, la cuestión parece muy simple: ¿por qué no podemos entender a la visión fotográfica como un acontecimiento verdaderamente extraño, tensionante, siniestro, que no hace otra cosa que subvertir el orden aparentemente cotidiano, familiar y normativizado de las cosas? ¿Por qué persiste la concepción de la fotografía como un proceso edificador de realidades objetivas? ¿Tiene sentido seguir concibiendo al suceso fotográfico de este modo?

Recordemos otra concepción psicoanalítica: en el encuentro con nuestro doble, nos transformamos en la personificación del objeto que el sujeto rechaza y se rehúsa a ser. ¿No es acaso esto mismo a lo que nos enfrentamos cuando nos encontramos con nuestros rostros en una fotografía (nuestros dobles), de un recuerdo fecundo y feliz, que se subvierte en catastrófico y extraño? ¿No es acaso esto mismo lo que atraviesa Gertrudis, en el sinfín de capturas fotográficas que afronta antes del arribo del francés como subversión del orden? ¿No resguarda acaso la fotografía un desdoblamiento inminente que negamos, procuramos muchas veces desconocer, pero no podemos hacerlo dejar de existir?

En la fotografía, no somos más que un reflejo retorcido de nosotrxs mismxs, y esto Menis lo aborda con minuciosidad en sus planos aletargados pero por momentos anclados y filtrados al punto de vista del personaje; en los registros fotográficos y en el vaivén huidizo de la mirada de Gertrudis. Pero ella no se reconoce a sí misma como extraña, ni se rechaza. Ella es presa de la universalización del discurso fotográfico, y precisamente por eso, enceguecida por los mandatos y la supremacía de una ideología machista y un moldeamiento social preconcebido, no es siquiera capaz de reconocer el rechazo a sí misma en esas fotos. En su mirada esquiva no hay rechazo, sino resignación y padecimiento tácito. Sin dudas, necesitaba de la fotografía como extrañamiento de lo cotidiano, como alteración de las miradas furtivas que pueblan el mundo, y como distanciamiento de esa realidad monótona en la que se encontraba inmersa, para pasar a otra dimensión enteramente nueva y promovedora de nuevas intimidades. La fotografía como proceso íntimo… pero de a dos.

A lo mejor, en eso consiste la historia de amor que nos ofrece María Victoria Menis en La cámara oscura, a partir de la fotografía como concepto humano.

 

Por Juan Velis

La cámara oscura (2008). Disponible en: https://www.youtube.com/watch?v=eUlp7aUht9w

– Freud, S.: Lo Ominoso (1919). Obras completas, Volumen XVII, Amorrortu, Buenos Aires, 1988.