La noche es siempre sáfica
María Moreno

 

Desinstalo las aplicaciones del celular que me puedan distraer. Releo mi bloc de notas, edito algunas cosas y borro otras tantas. Elimino todas las fotos del celular, incluso las de la gata. Reviso los mensajes uno a uno, conservo para mi recuerdo los de una nostalgia que me alivie. Me doy un par de vueltas en la cama, busco la posición exacta para dormir, pero es imposible. Vuelvo a tomar el celular y estoy a punto de hacer lo mismo con los correos. Me detengo unos minutos y caigo en cuenta de las infinitas veces que le escribí a alguien por mail, de la imposibilidad de conciliar el sueño con calma, incluso del despertar fatal tras una noche en conflicto con mi dormir. Hoy podría atribuir esta imposibilidad de dormir, dormir de largo, sin interrupciones a media noche, a un acontecimiento particular, pero la verdad es que no es inusual que no pueda dormir y, haga lo que haga con el celular, con las luces, con las puertas y las cortinas, el insomnio está conmigo. Otra vez.

Es una noche gélida de un mayo que se supone otoñal. Me levanto a revisar los libros. Ahí está Insomnio, de Marina Benjamin, traducido por Florencia Parodi, publicado por Chai editora el 2020. Este libro fue un regalo de esa bandeja de salida a quien le confié unos cuantos poemas, canciones y mensajes de tedio y amor entre desvelos. El libro tiene una dedicatoria que finaliza así: “mayo otoñal, 2021”. No solo me impacta, me impacienta saber que hace un año este libro fue un regalo a circunstancias no tan adversas como hoy. Hace un año el frío de la capital acechaba, pero sin la violencia con la que nos abraza hoy. Estoy divagando entre la dedicatoria, el frío y el malestar. Estoy enojada con mi insomnio y busco conciliarme con él a través de las palabras de Marina.

Para la autora, estar sin dormir es “desear y ser descubierta deseando” (pág. 14). ¿Qué estoy deseando? Esta es la principal disconformidad con mi insomnio. Esta noche –y hace varias– no logro concentrarme en la lectura (y es algo que quisiera), y mi problema de leer en las mañanas es que me levanto con la alarma abajo el trabajo sonando rimbombante. En fin, continúo leyendo. Algunos pasajes del libro me son infinitamente familiares, no solo porque los leí hace un año, sino porque son un diálogo constante (en estos momentos dudo de si he logrado concentrarme o imagino que converso con el libro, ahora que he vuelto a vivir sola). “¿Cómo se ve una mente prendida de fuego? Como un piloto de Fórmula Uno rompiendo la pista” (pág. 21). Envidio a Marina. Mi mente insomne en estos momentos no se prende, más bien se ahoga, se asfixia. Lo extraordinario y alentador de Insomnio es que también se sofoca en este estado y logra convocarnos en su comunidad de insomnes-lectores-pensadores. Consigue, en algún punto, amistarse con esta vigilia. Yo, todavía no.

Me levanto por más libros. No me consuela la posibilidad de amistarme con mi insomnio esta noche y este quisquilleo insistente. Como relata Marina, este estado también ha convocado a otros autores. Voy por ellas, las posibles –otras– insomnes de mi biblioteca y me las encuentro. “Vamos a calentar la máquina de escribir que, al no tener sexo, no traiciona”, dice María Moreno. Caliento mi máquina de escribir, me resulta menos lamentable que hablar sola con los libros a esta hora.

“¿Por qué nos gustan las escritoras que parecen escribir con la soga al cuello, haberse corrido el rimmel con sus lágrimas e ir por el séptimo whisky para ganar fuerzas y elegir la viga más adecuada para ahorcarse? Inconsolables, locas, borrachas, afiebradas, comparten mi cama de insomne […] Que el lugar para leerlas sea precisamente la cama no es casual, ya que muchas fueron escritas en ese mueble fuerte donde se nace, se da a luz, se echa el último resuello y, sobre todo, se pasan los largos períodos de postración con los que estas autoras terminales se suelen regocijar.”

(pág. 63, Panfleto, erótica y feminismo, María Moreno)

Escribo esta crónica rodeada de libros esparcidos en la cama. No me levanté por un libro, sino cinco: Panfleto, erótica y feminismo, María Moreno; El poema acecha en los intervalos, Nadia Prado; En el lugar de la mano el ímpetu de un río, Julieta Marchant; Estudio sobre la distancia, Florencia Smith; La llegada a la escritura, Hélène Cixous. Este último tiene otra dedicatoria. A estas alturas me quiero ahorcar (no en sentido literal). ¿Por qué estos libros? Ya los he leído, algunos tienen apuntes de otros desvelos. La noche se -me- vuelve sáfica, como dice María Moreno, y acompañada de todas ellas me invento mi propia comunidad insomne:

CONFUNDO MEZCLO TODO

no tengo capacidad de disolución

cae la tarde convertida en noche

la naturaleza y obscena sabiduría

de máscara insomne

si pudiera convertirme en otra

sin tener que dar explicaciones

sin tener que preferir un color

o un daño

simplemente cambiarme

preguntarme desde dónde vengo

y cómo es eso de ver la noche

adentro de un cuarto que se habita

cae la mano

la sombra

caigo yo toda al centro

de una lámpara invertida

perdida en su luz de escombros

asomada apenas a la pérdida

de un nombre que contagia

(pág. 19, Estudios sobre la distancia, Florencia Smith)

El insomnio es tal vez un ejercicio sobre la distancia, poner en jaque a ese estado de ausencia con el que se encuentra un cuerpo y la noche. ¿Cómo se habita una casa vacía? El cuarto propio que antes era compartido. El cuarto es la casa en su totalidad. ¿No sobreviven dos cuerpos en un espacio de cincuenta metros cuadrados? Esta casa no está vacía de objetos, está vacía de recuerdos, se difuminan en el insomnio y dudo de lo que fue real o imaginado. Dudo de los recuerdos y si acaso los leí antes en estos libros y me los inventé propios. Si el teléfono aguardaba una memoria que pudiese reconstruir un recuerdo, la he vaciado.

“Somos equilibristas en los contornos del otro”, mientras “se afana el cuerpo en quedarse”, escribe Julieta Marchant en En el lugar de la mano el ímpetu de río;

una manera de soportar que me quedo
sin siquiera saberlo
en el lugar y en el tiempo

en que tú te retiras.

Dónde quedan los registros de un cuerpo que ya no está, otro que se afana en quedarse, más allá del cuarto, más allá de la casa. Nadia Prado apunta a otro lugar, que no es tan distante: “Nos acostumbramos día a día a perder a quienes amamos y sabemos también que, quizá antes que nosotros, tendrán que acostumbrarse a nuestra falta”. Ese lugar es el de la costumbre. Costumbre es el insomnio. Como si fuese otro aprende a quedarse en el cuerpo que lo padece y, aunque se retira, el cuerpo se equilibra en el transcurso de la noche. El insomnio es también una constante de divagaciones que se anclan en el quisquilleo. Llamo quisquilleo a ese lugar de ir y venir del pensamiento, en el padecer que se asimila con el placer. Este insomnio podría tener un nombre esta noche, y las anteriores tuvo otros. No apunto solo a la bandeja de salida que es un otro, sino también al exterior, el afuera y todas esas otras insomnes conmovidas en la noche por otros padeceres que se anidan ahí, que se encuentran y convergen en este lugar/comunidad de insomnes.

“9 de junio, segundo año pandémico”, sentencia la dedicatoria al libro de Hélène Cixous. Es 7 de junio, estoy escribiendo esta crónica con los resabios de dos semanas insomnes, dos semanas de lecturas acudiendo a los libros que se volvieron favoritos. Cobijan la nostalgia, la ausencia y también traen consigo parte de esa compañía que ya no está –no solo en las dedicatorias–. Los libros y sus lecturas nunca son ni serán ausentes. No dejarán de estar. Encontrar en cada rincón de estas re-lecturas un nuevo lugar donde re-leer-nos, divagar la impresencia de la impermanencia. En medio de estas noches vuelvo a tomar un libro y me sumerjo en el placer sadomasoquista del que escribe María Moreno; en el velar, vincular los gestos y la costumbre de Nadia Prado; en el sostenerse en los bordes de Julieta Marchant; en el despertar en un cuerpo fragmentado entre presente y pasado de la distancia de Florencia Smith, porque así es mi relación con los libros y la lectura en el insomnio. Despertar condenada pero a la escritura, como sentencia Hélène Cixous. Ya no me estoy ahogando; estoy escribiendo, leyendo y re-leyendo, quemando la noche prendida de fuego, como diría Marina Benjamin.

Por Carla Renata

Foto por Cristina Daza