No lo sabías, yo tampoco me lo esperaba. El efecto hipnótico que produce Caminito al Cielo (1989) en los infractores de ley es algo inconmensurable. “Chicota”, “ascurria”, “era guiña pa’ la ropa colgá”. Resonancias de otros decires que encontraron la pregunta por la permanencia: «Mamita ¿Usté cree que esos machucaos de la película estén vivos?».
Y la espesura del tiempo, Navarro.
Tengo certeza que todo el devaneo sobre la chacalización y la escritura de mi tesis de pregrado fueron las responsables de que haya llegado hasta ahí. Al igual que tú, disputé el espacio del aula con todo lo que tenía: cine. Llegué hasta la cárcel de menores de Limache cargando los mismos equipos y las mismas películas de años y visionados anteriores. El lugar es popularmente conocido como Lihuen, significa luz en mapuzungun.
La empresa de la chacalización que alguna vez formulaste como interrogante se transformó para mí en una persecución simbólica al femicida que ultimó a Rosa y a sus hijas en la película sobre José Valenzuela. En esa persecución –en esa perse– di de frente con el canaquita, con el niño andariego que tuvo que salir de su casa a ganarse un espacio en el mundo. Recuerdo la pena inmolada al detenerme en esa imagen. Recuerdo haber vuelto a tus caminitos buscando algo y resolví con el tiempo que había linealidad entre ese canaquita del nuevo cine chileno, en los cabros de La Pincoya de fines de la dictadura, en los cabros bolsitas de neoprén del novísimo cine chileno documentados por Lavanderos y Vergara, y en lxs infractores de ley que eran parte del taller de cine que me encontraba impartiendo.
Y vale la pena mi insistencia. El efecto de Caminito y su hálito de permanencia en las preguntas por los vivos y los machucaos guarda relación transhistórica con la poética que fuiste a encontrar en la Villa Wolf de la Pincoya. Y la espesura del tiempo, Navarro: ¿Cuán importante es mirarse, a lo menos una vez, de forma simétrica con la imagen cinematográfica? Tú lo sabias, yo vine a entenderlo cuando se vino a negro la última escena de tu película en el primer visionado del taller, en la lumbrera de preguntas que aparecieron cuando me paré a prender la luz. Todavía se me eriza la piel al recordar la pregunta sobre si los que aparecían en la película podían seguir vivos. Esa presuposición de coexistencias me notificó el hecho de que los cabros al preguntarme eso, también preguntaban por las similitudes que podrían encontrarse con su realidad más inmediata: preguntas de sospecha y de tacto.
No es menor que hayas establecido un grupo de imágenes del ocaso dictatorial y que 30 años después sirvan como postas para evidenciar el andamiaje que hace posible las similitudes. Al pensar en esto, visualizo como montaje las otras evidencias que nos preceden: el fuera de campo de las infancias del angurrientismo de Godoy (1939), el ir y venir de los pelusas de ese puerto que bien conocías de Mendez Carrasco (1954), el mapa de trayectos levantados por Gomez Morel en El Río (1962), el andar del Canaquita en la película dirigida por Littin (1969). Evidencias como potencias, como caminitos y señuelos que movilizan nuestros estados de sospecha. Imágenes como pirotecnias en ese cielo negro de la infancia pobre.
Hay que decirlo, el Coa y su performática se traducen en una gruesa poética. Hay referentes, exponentes de réplica, visualidades definidas, lenguajes, códigos específicos. Una ética y una estética que se subrayan en lo performático. Una redefinición geopolítica de los diseños de la carencia. Una perse evasiva con la propia condición vulnerable. Un desplazamiento compulsivo a lo largo de estos puntos cardinales.
A veces pienso que todo busca responder al calco de la herida histórica, que el ejercicio de saqueo es replicable en tanto geopolitización. Que, si una cárcel se toca de cerca con los estragos hídricos de las comunas aledañas a las que les saquearon sus recursos hídricos, entonces la sequía también puede transformarse en una condicionante del todo. Que quienes fueron los primeros saqueadores llegados del viejo continente reclaman para sí los actos de su futuro. Si el presidente anterior es un delincuente impune ¿Qué podemos esperar de un cabro que a sangre fría fue a reparar un dolor atávico?
Y la espesura del tiempo, Navarro.
Por Nina Satt Castillo