La película Sud pralat (AKA, Tropical Malady, 2004) del cineasta tailandés Apichatpong Weerasethakul comienza con una cita del cuento Poeta Tigre de Atsushi Nakajima:
Todos nosotros somos bestias salvajes por naturaleza, y nuestro deber como seres humanos es volvernos domadores que mantienen a sus animales bajo control, e incluso les enseñan a realizar tareas ajenas a su bestialidad.
Sat praalat está ambientada en una provincia del norte de Tailandia, Isaan, y relata un romance entre un soldado y un joven del campo. Pero como sucede con otras películas de Apichatpong, la película está plegada en dos partes. La primera relata la cotidianidad de los dos hombres, el progresivo avance de su atracción, mientras pasean por el pueblo o por templos escondidos en cavernas, y tienen conversaciones mundanas con distintos personajes, sin muchos atisbos de algún conflicto o tensión dramática, sino al contrario, registrando la alegría y la timidez de un romance en ciernes. Algo cambia durante la segunda mitad. El joven campesino desaparece, y un corte a negro abre paso a un texto impreso sobre el dibujo de un tigre: La vía del espíritu, inspirado en las historias de Noi Inthanon. A partir de entonces la película nos muestra la incursión del soldado en la selva, en busca de su amante que se ha convertido en una bestia salvaje.
Noi Inthanon fue el seudónimo con el que Malai Chupinit, un prolífico escritor Tailandés escribió varios relatos de gran popularidad conocidos como las novelas de la jungla, que buscaban imitar El mundo perdido de Arthur Conan Doyle. Malai era él mismo un aficionado a la caza y la exploración de la selva, que alcanzó a conocer antes del proceso de deforestación que mermó una gran parte de la extensión y la condición salvaje de la jungla Tailandesa. Es de suponer que Apichatpong leyó estos relatos en su juventud en la provincia, antes de la llegada del cine y la televisión a su pueblo, y con la presencia cercana de la naturaleza en la vida rural. Con el paso de los años, creció sintiendo un gran desprecio por la ciudad capital Bangkok, y por el proceso de homogeneización cultural que había sido propiciado por la formación de la nación, y luego instalado como un fenómeno de larga data, ignorando la multiculturalidad propia de la vida rural del norte, la inmigración China y la influencia conflictiva de sus vecinos de Laos. De adulto, luego de haber pasado por las carreras de arquitectura y artes visuales, Apichatpong se establece en la provincia y dedicándose a registrar su cotidiano, haciendo actuar a la gente del campo, permitiéndoles contar sus propias historias que implicaban un contacto constante con lo sobrenatural, los fantasmas, demonios y bestias salvajes.
El resultado podría haber sido el de una visión occidentalizada del folklore de Isan, en un momento en que los contemporáneos de Apichatpong recorrían el mundo con el denominado Nuevo Cine de Terror Asiático. Apichatpong no era él mismo un campesino, su paso por la universidad lo había hecho un ávido consumidor de arte visual de todo el mundo, y en sus listados de películas favoritas podemos encontrar desde La masacre de Texas de Tobe Hooper a Toute une nuit de Chantal Akerman. Pero su particular sensibilidad y la honestidad con la que aborda su material, su gente y sus lugares, produjo un cine con pocos precedentes. Hoy es probablemente el cineasta experimental más relevante de lo que llevamos de siglo, y ya lleva casi una década instalado en el mainstream del ámbito cinematográfico, con Palma de Oro en Cannes inclusive.
Apichatpong subvierte nuestra concepción de lo cotidiano en una estrategia que no está exenta de connotaciones políticas: si no es posible hacer un cotidiano de la selva que incorpore como cotidianidad la convivencia con el mundo de los espíritus, entonces eso es señal de que lo que comprendemos como cotidiano no es más que la vida banal que proyecta occidente dondequiera que ponga la mirada. Por otra parte, la construcción de un cotidiano de la selva requiere de la ruptura de todo tipo de normas que parecen regir los imaginarios cinematográficos. Cuando el crítico Alongkot Maiduang recorrió Tailandia intrigado por la recepción que las audiencias locales tendrían del cine de Apichatpong, descubrió que los espectadores de la capital, la mayor parte jóvenes universitarios, lo consideraban un cine difícil, lento y confuso, en el que era imposible saber qué era lo que realmente estaba sucediendo. Pero cuando mostró la película en zonas rurales y cercanas a la selva, las audiencias
decían comprender todo lo que veían en la pantalla, y que se trataba, de hecho, de historias sencillas y comunes. Tampoco tenían reparos en que se mostrara una relación homosexual (el cine de Apichatpong no ha estado excento de censuras por parte del gobierno tailandés), y decían conocer personas que llevaban el mismo tipo de vida. El contraste entre capital y provincia era profundo, y la brecha que separa ambos mundos, pese a todos los esfuerzos gubernamentales y mercantiles, parece imposible de cerrar. El cine de Apichatpong se nutre de esta brecha.
El relato Poeta Tigre de Nakajima, citado al comienzo de Sat Praalat, aunque ambientado en China, también recorre las distancias entre la ciudad y la provincia, entre la civilización y lo salvaje. Nakajima introduce elementos autobiográficos en su personaje protagonista: como él, su principal trabajo fue como funcionario del gobierno. Sus padres eran ambos profesores y eruditos de la cultura China. Tuvo contacto con la literatura occidental, tradujo ensayos de Aldous Huxley y fue un lector ávido de Kafka. Se le ha emparentado con este último autor, principalmente por causa de este relato y de su devenir animal, que han sido leídos como su interpretación de La metamorfosis. En vida, Nakajima era reacio a pronunciarse respecto a asuntos políticos, y rehuyó una escritura militante. Lo que parecía preocuparle más eran los llamados problemas ontológicos, que en este relato son abordados con una profunda inventiva filosófica expuesta en la voz de un tigre. ¿Impide esto que haya una posible lectura política de este relato? ¿Y por qué la cita de Apichatpong? El entramado social que subyace en el relato de Nakajima, y en la búsqueda cinematográfica de Apichatpong, es aquel que pone en tensión lo civilizado y lo salvaje, y que propone una recuperación, un regreso a lo bestial, como vía de resistencia, pero también como lugar de revelación de las verdades profundas. En este sentido, pareciera imposible disociar una vía política, es decir una concepción de cómo se organiza al mundo, de una vía espiritual.
Poeta Tigre
por Atsushi Nakajima
traducción de Diego Soto
a partir de la versión en inglés de Ivan Morris
Li Cheng era un gran erudito. A una edad temprana, aprobó los exámenes para ser funcionario del gobierno con las mayores distinciones, y su nombre fue incluido en la lista del ejército. Al poco tiempo fue nombrado capitán de guardia en la parte baja del río Yangtsé.
Aceptó el cargo pero, a causa de su naturaleza orgullosa e independiente, comenzaron a irritarle las restricciones de su nuevo puesto, que desdeñaba y consideraba indigno de sus talentos. Ya que era poco probable que lo ascendieran en el corto plazo, Li Cheng pronto renunció a trabajar para el gobierno. Cortó lazos con sus antiguos amigos y colegas y se retiró junto a su familia a su pueblo natal de Kuolüeh, decidido a dedicarse por completo a escribir poesía. En vez de pasar año tras año como oficial subordinado del servicio civil, denigrado por sus supuestos superiores, pensó: ¿No sería infinitamente preferible vivir la vida digna e independiente de un hombre de letras y dejar su nombre en la posteridad como un gran poeta?
Por desgracia, se requiere mucho más que determinación para ser un escritor exitoso. Muy pronto, Li Cheng había agotado sus ahorros. Desde entonces, pasaba sus días luchando con las exigencias de la vida práctica. El apuesto joven de mejillas redondas que había aprobado los exámenes del servicio civil con tanta brillantez se había esfumado por completo, y en su lugar apareció un hombre demacrado de comportamiento severo, en cuyos ojos era posible ver la mirada punzante e impaciente de alguien cuya meta se aleja constantemente.
Luego de algunos años ya no pudo aguantar la aplastante pobreza a la que la búsqueda de la poesía lo estaba condenando. Se dio cuenta de que tenía que tragarse su orgullo y buscar un trabajo que al menos le proveyera a él y a su familia de comida y vestimenta. Postuló a la junta de servicio civil y en poco tiempo recibió un puesto como asistente del oficial de distrito en una provincia del este. Para entonces la mayoría de sus antiguos colegas habían ascendido a altos cargos, así que Li Cheng se enfrentaba ahora a la humillante situación de tener que obedecer órdenes de hombres que habían aprobado los exámenes muy por debajo suyo, la mayoría de los cuáles él había desdeñado como palurdos e idiotas. La constante humillación de este nuevo rol, luego de sus difíciles años como poeta, volvieron a Li Cheng cada vez más hosco y amargado, al punto en que a veces parecía estar al borde de la locura.
Un año después de su regreso a las labores de funcionario, se le ordenó viajar al sur por asuntos oficiales. En el camino, se alojó en una posada junto al río Ju, y ahí fue que enloqueció repentinamente. En medio de la noche se le oyó emitir un grito incomprensible. Con el rostro desfigurado y los ojos resplandecientes, saltó por la ventana y, antes de que nadie pudiera detenerlo, se precipitó de cabeza a la oscuridad. Un grupo de búsqueda salió la mañana siguiente, pero, aunque registraron las colinas y campos en todas direcciones, no hallaron ningún rastro de Li Cheng. No volvió a aparecer, y ni siquiera su familia supo del extraño destino que le había acontecido.
Al año siguiente, Yüan Tsan, un supervisor de auditorías del circuito de provincias, viajó al sur bajo órdenes imperiales y se detuvo a pasar la noche en Shangyü, cerca del río Ju. Estaba por partir a la mañana siguiente, antes del amanecer, cuando el dueño de la posada le advirtió de que un tigre come hombres había sido avistado en el camino que se dirigía al sur.
“Se le ha indicado a los viajeros que eviten el camino durante la noche”, dijo el posadero. “¿Puedo sugerir respetuosamente a su señoría que espere hasta que amanezca?”.
“Gracias”, dijo Yüan Tsan, “pero tengo a mis valientes hombres para protegerme”. Sin más preámbulos, se montó en su caballo y dejó la posada, seguido por su comitiva.
Al poco rato se abrían paso a la luz de la luna a través de un denso bosque. De pronto un enorme tigre saltó desde unos matorrales junto al camino y, rugiendo salvajemente, se precipitó hacia Yüan Tsan. La bestia estuvo a punto de abalanzarse sobre él cuando abruptamente se volteó y brincó de vuelta a los matorrales.
Por un momento nadie habló. Luego, desde el interior del matorral surgió una peculiar voz: “¡Santo cielo! ¡Eso estuvo cerca!”.
A pesar de lo conmocionado que estaba, Yüan Tsan reconoció la voz al instante. “Seguramente esa es la voz de mi viejo amigo Li Cheng, ¿No es así?”, dijo entonces.
Yüan Tsan y Li Cheng habían rendido sus exámenes finales en la capital al mismo tiempo y habían sido amigos cercanos por muchos años. Solo un hombre de temperamento ligero como Yüan Tsan podría haber tolerado al severo y obstinado Li Cheng.
Por un largo rato no hubo respuesta desde el matorral, solo el extraño sonido como de un sollozo apagado. Finalmente una voz rasposa dijo: “Si, soy de hecho Li Cheng de Kuolüeh, a quién alguna vez conociste”.
Olvidando todo miedo, Yüan Tsan se bajó de su caballo y caminó hacia el matorral. “Sal de ahí, viejo amigo”, dijo, “y conversemos un rato.” “Pobre de mí”, respondió la voz, “¡Estoy horriblemente desfigurado! Por vergüenza no puedo permitir que me veas nuevamente en mi presente forma. Sé que con solo verme te llenarías de horror y asco. Aún así, ya que nos hemos encontrado tan azarosamente, te ruego que te quedes y hablemos, aunque no podamos vernos el uno al otro”.
Más tarde, cuando Yüan Tsan reflexionó respecto a lo acontecido, todo parecía imposiblemente extraño, pero en el momento lo sintió como algo casi normal, tal como en los sueños uno es capaz de aceptar sin reparos los eventos más disparatados. Le ordenó a su comitiva que esperara y, sentándose valientemente junto al matorral, comenzó a hablar con su amigo invisible.
Primero le contó noticias de la capital, los últimos chismes sobre sus antiguos colegas, y las circunstancias de su exitosa carrera. En un tono doloroso, la voz de tras el matorral lo felicitó por sus ascensos. Luego de esto hubo una penosa pausa. Finalmente Yüan Tsan se atrevió a preguntar: “¿Y qué te ha sucedido a tí?”.
Tras los altos arbustos, la voz de Li Cheng contó la siguiente historia:
“Hace alrededor de un año fui despachado al sur con algún mezquino encargo. De camino pasé la noche junto al río Ju. Me acosté temprano y me dormí casi inmediatamente, pero luego de lo que pareció un corto lapso, me despertó una extraña voz del exterior que decía mi nombre. Me levanté, abrí la ventana y miré hacia fuera. Desde la oscuridad la voz desconocida me convocaba, y un impulso irresistible me llevó a obedecer.”
“Sin dudar, salté por la ventana y me precipité hacia la noche, corriendo como en un delirio, sin pensar en qué dirección. Antes de que me diera cuenta, estaba en un camino que se adentraba hacia el bosque. Para mi sorpresa, me descubrí corriendo con ambas manos en la tierra, y parecía ser capaz de moverme mucho más rápidamente de esta manera. Mientras corría, sentía una extraña fuerza llenar mi cuerpo, y brincaba con ligereza sobre rocas y troncos. Entonces noté que un grueso pelaje había crecido alrededor de mis dedos, mis brazos y hombros, de hecho, sobre todo mi cuerpo. Para entonces ya me había olvidado de la voz, pero seguía apresurándome, corriendo por correr, por así decirlo.”
“Cuando comenzó a amanecer, paré junto a un arroyo de la montaña y miré en el agua clara. De golpe ví que me había convertido en un tigre por completo. Luego del shock inicial, me dí cuenta con alivio de que debía estar soñando. Sabes, a menudo había tenido sueños, particularmente pesadillas, en las que había estado perfectamente consciente de que estaba soñando. Pero a medida que pasaron las horas y el amanecer se convirtió en la luz del día, finalmente tuve que admitir que estaba totalmente despierto. Ahora por primera vez me encontraba horrorizado y en un estado de pánico. Lo más aterrador de todo era mi sensación de que las reglas normales de la vida habían sido rotas, y de que de ahora en adelante cualquier cosa podía suceder, por horrible que fuera.”
Me agazapé sobre la densa yerba junto a una roca e intenté pensar las cosas con tanta claridad como pudiera. ¿Por qué había sucedido esto? Me pregunté, pero no surgió ninguna respuesta posible. Mientras pensaba junto a la roca, se me ocurrió que nadie podía estar seguro de por qué las cosas le sucedían. ¿No estaban todos los hombres, a lo largo de sus vidas, controlados por fuerzas de las cuales entendían muy poco o nada? La sabiduría consistía en aceptar esta total ignorancia y en no luchar constantemente contra la propia suerte, como yo había hecho. Ahora era demasiado tarde. Mi vida como ser humano había sido un entramado de conflictos y rebeliones, la iluminación había llegado solo cuando ya no podía ser de ninguna utilidad. Miré mi cuerpo de tigre y deseé haber podido morir.
“Justo entonces una liebre pasó corriendo, a unos cuantos metros de donde yo yacía. En un sólo instante me abandonó todo rastro de humanidad. Cuando regresaron los pensamientos humanos, descubrí que mi boca estaba teñida de sangre, y que habían mechones de pelaje blanco esparcidos alrededor. Esta fue mi primera experiencia real como tigre. No me atrevo a recordar los horrores y brutalidades que he cometido cada día desde entonces.”
“Mi espíritu humano retorna a mí solo por un par de horas cada día. Durante esos momentos, puedo hablar como te estoy hablando ahora, puedo de hecho ponderar los pensamientos más complejos. Sí, incluso puedo recitarme a mí mismo páginas completas de los clásicos. Entonces también recuerdo las terribles cosas que he hecho como tigre, los gritos de mis víctimas reverberan en mis oídos y me lleno de vergüenza, miedo e indignación ante mi naturaleza animal.”
“A medida que pasan las semanas, estas horas de lucidez humana se vuelven más escasas. Hasta hace poco solía preguntarme cómo pude convertirme en un tigre. Ahora la pregunta que me atormenta es una diferente: ¿Cómo pude alguna vez haber sido humano? Esto es una terrible señal, ¿no crees? Pronto todo recuerdo de mi pasado habrá desaparecido y lo que queda de mi espíritu humano se habrá desvanecido, como los cimientos de algún palacio antiguo finalmente cubiertos de tierra y arena. Entonces no seré más que una bestia salvaje, el azote de estos bosques, el cuál, de llegar a encontrarse contigo, Yüan Tsan, te despedazaría miembro por miembro y te devoraría sin ningún remordimiento…”
La voz se disipó y por un momento Yüan Tsan sólo pudo oír un fuerte jadeo. Entonces la voz continuó, pero con mayor dificultad:
“Por estos días un cierto pensamiento sigue regresando a mí, no muy original, de seguro, pero que aún así nunca he comprendido del todo. ¿No fuimos todos nosotros, tanto animales como seres humanos, en algún momento, otra cosa? En nuestra infancia podemos recordar difusamente nuestra existencia anterior, pero en medida que nos acostumbramos a nuestra forma presente, caemos en la ilusión de que hemos sido siempre como somos ahora.”
“Bueno, sea como fuere, tan abstractas nociones pronto serán ajenas a mi mente. De cierta forma, seré sin duda más feliz cuando mi lado humano haya desaparecido, y aún así es esta última desaparición de mi humanidad lo que más temo. La idea de volverme una bestia salvaje sin recuerdos de mi yo anterior es indescriptiblemente insoportable. Tal es mi destino, por desgracia, y ahora no hay nada que pueda hacer para escapar de él…”
Nuevamente la voz se apagó. Durante un momento hubo silencio en el bosque. Yüan Tsan y su séquito contuvieron el aliento, sobrecogidos por el increíble relato. Entonces oyeron la voz una vez más:
“Antes de que deje la realidad humana para siempre, tengo una petición que hacerte”.
“Dila”, dijo Yüan Tsan. “Y será cumplida”.
“Mi petición es la siguiente. La ambición de mis días pasados fue ser reconocido como un gran poeta, pero antes de que esto pudiera suceder llegué a mi situación actual. De los numerosos poemas que escribí, ninguno, espero, se ha conservado. Sin duda han desaparecido del saber humano como humo disipado por el viento. El único vestigio restante de mi arte son alrededor de una docena de poemas que he memorizado. Escríbelos, te lo ruego, y asegúrate de que no sigan a su autor al olvido.”
“¡Pero no pienses, mi buen amigo, que con la fuerza de estos pocos versos ahora espero consagrarme como un gran poeta! Mi única motivación es que no puedo soportar dejar este mundo sin saber que al menos algunos de mis poemas, que me costaron mi carrera, mi fortuna y finalmente mi cordura, serán transmitidos en la posteridad.”
Yüan Tsan ordenó a uno de sus asistentes que tomara un pincel y registrara las palabras del ser del matorral. Con claridad, la voz de Li Cheng recitó cerca de treinta poemas de elegante estilo y admirable sentimiento. Pero mientras Yüan Tsan escuchaba, se le reveló la triste verdad de que su amigo nunca habría podido alcanzar su ambición literaria, por mucho que hubiera vivido. Aunque Li Cheng era un escritor hábil y erudito, claramente carecía de la chispa de genialidad que por sí sola da vida a la poesía.
Cuando Li Cheng terminó de recitar sus poemas, se detuvo por un momento, y luego continuó en el tono duro y autoflagelante tono que Yüan Tsan recordaba de sus días de estudiante:
“Es realmente absurdo, pero a menudo cuando me refugio en mi cueva de noche, sueño con mis poemas recopilados, bellamente encuadernados, sobre el escritorio de algún académico en la capital. Él toma el libro con un aire venerable y comienza a leer… ¡Qué estupidez! ¡Anda y ríete! ¡Ríete del pobre tonto que aspiró a ser poeta y en vez se convirtió en un tigre!”.
Yüan Tsan estaba lejos de reírse mientras oía la amarga voz de su amigo. Recordó cómo en el pasado aquellos accesos de autodesprecio habían casi siempre seguido a los momentos de arrogancia de Li Cheng.
“Si, soy un hazmerreír”, Li Cheng, continuó, casi escupiendo las palabras. “Y aquí hay un último poema para que ustedes me recuerden. Lo he compuesto sobre la marcha… un poema sobre un pobre iluso como yo.”
Yüan Tsan indicó a su asistente que siguiera escribiendo, y Li Cheng recitó:
Infortunio tras infortunio
Hasta que por fin mi mente sucumbió
La furiosa enfermedad del espíritu
Me redujo a esta forma horrenda.
Ahora habito tenebrosas cuevas
Mientras ustedes conducen carrozas doradas.
Anoche me erguí sobre ustedes en la cima de la montaña
Y encaré a la luna plateada.
No fue el temido rugir del tigre lo que
retumbó entre las colinas,
Sino aullidos de abyecta miseria.
Mientras tanto, la desvaneciente luz de la luna, el rocío sobre el pasto y la fresca brisa anunciaban la llegada del amanecer. Yüan Tsan y sus asistentes se habían recuperado de su shock inicial ante la metamorfosis de Li Cheng. Habían llegado a sentir lástima, en vez de miedo hacia el poeta tigre.
“¡Qué lamentable y trágico destino!”, murmuraban. “Con todos sus dones y su conocimiento… haber llegado a esto”.
Entonces la voz de Li Chen continuó:
“Antes les he dicho que ignoraba la causa de mi transformación. Y al comienzo así fue. Durante el año pasado creo haber llegado a percibir al menos un destello de la verdad.”
“En mis días de humano, me retiré a mi pueblo, como ustedes saben, y rehuí de la compañía de los hombres. La gente pensó que mi comportamiento era arrogante y altanero, sin darse cuenta de que, en gran parte, surgía de mi timidez. No pretendo decirles que yo, el reputado genio del pueblo, estaba completamente desprovisto de orgullo. Pero el mío era un orgullo tímido, el orgullo de un cobarde. Aunque había decidido ser poeta, rechacé estudiar bajo un maestro o compartir con otros escritores, y esto por cobarde timidez. Porque inconscientemente temía que, de llegar a relacionarme con otros poetas, la joya de genialidad en mi interior llegaría a revelarse como hecha de engrudo.”
“Al mismo tiempo, tenía la esperanza y a medias creía que la joya era real, y rechazaba mezclarme con gente común cuyas vidas no estuvieran ocupadas en búsquedas literarias. De este modo, me sustraje del mundo exterior y viví aislado junto a mi familia. Despreciaba cada vez más la vida corriente de los hombres, y las dificultades financieras sólo lograron aumentar mi desdén por el mundo de los hacedores de dinero. Pero todo ese tiempo aumentaba el miedo de que yo estuviera, en realidad, lejos de ser un genio poético. Orgullo y timidez, ambos se asentaban en mi interior hasta que se convirtieron en casi todo mi ser.”
“Se dice, me parece, que todos nosotros somos bestias salvajes por naturaleza, y que nuestro deber como seres humanos es volvernos domadores que mantienen a sus animales bajo control, e incluso les enseñan a realizar tareas ajenas a su bestialidad. Mi orgullo tímido era una bestia salvaje y, a pesar de toda mi inteligencia y cultura, a fin de cuentas fui incapaz de mantenerla bajo control. Fue este orgullo el que me impidió volverme un gran poeta. Se bien que muchos hombres bastante menos talentosos que yo han alcanzado fama como poetas a través del estudio humilde de los trabajos de otros y la dedicación. ¡Sí, mi orgullo fue lo que hizo la vida de mi familia una miseria y la mía un tormento! Ese orgullo rabioso finalmente me volvió una bestia salvaje tanto en forma como en espíritu.”
“Ahora, por desgracia, no hay tiempo para arrepentirse. Mis días humanos han acabado y los últimos vestigios de mi humanidad desaparecerán gradualmente. ¡Oh, el desperdicio! ¡La lástima! A menudo de noche me yergo solitario sobre aquellas rocas y aúllo hacia los valles desiertos. ¿Acaso nadie que me oiga comprenderá mi sufrimiento? Los animales más pequeños me oyen y en sus guaridas quedan postrados de miedo. Las montañas y los árboles, la luna y el rocío, me oyen y se maravillan ante la ferocidad del rugido del tigre. Saltando en el aire y lanzándome a la tierra, aúllo hacia la noche. Pero nadie, nada, comprende la desesperación que hierve en mi interior. Y del mismo modo sucedía en mis días como humano…”
La oscuridad estaba a punto de disiparse. Desde la distancia venía el lastimero sonido de la trompeta de un cazador.
“Ha llegado el momento de irse”, dijo Li Cheng. “Se acerca la hora oscura en que nuevamente me convertiré en un tigre en mi mente así como en mi cuerpo. Pero primero permítame hacerle una última petición. Cuando regreses al norte, te ruego que vayas con mi familia en Kuolüeh. No digas nada de este encuentro, en vez de eso
cuéntales que en el curso de tus viajes oíste sobre mi muerte. Y si están faltos de comida o refugio, compadécete de ellos, te lo imploro.”
Cuando Li Cheng había terminado de hablar, se oyó un llanto desde los matorrales. Profundamente conmovido, Yüan Tsan respondió que cumpliría a cabalidad los deseos de su amigo. Entonces la voz de Li Cheng retornó abruptamente a su tono severo y autoflagelante:
“Sin duda estás pensando que debería haber hecho esta segunda petición antes de la primera. Estás en lo correcto. Es precisamente porque fui el tipo de hombre que se preocupaba más de que la gente pusiera atención a sus mediocres poemas, en vez de proveer a su hambrienta esposa e hijos, que terminé como una bestia salvaje. A propósito, permítame sugerirle que en su viaje de regreso tome otro camino. Para entonces probablemente sea incapaz de reconocer viejos amigos, y odiaría pensar en la posibilidad de despedazarle y comérmelo. Si tiene deseos de retomar nuestro contacto, le ruego que se detenga cuando alcance la cima de aquella colina y mire hacia atrás. Podrá entonces verme por última vez, y aquello disipará en usted cualquier deseo de volver a encontrarme.”
“Me despido de tí, mi querido amigo”, dijo Yüan Tsan cortésmente en dirección al matorral. Con un aire solemne, se montó en su caballo y se alejó cabalgando seguido de su comitiva. Desde tras los matorrales vino el sonido de un amargo sollozo.
Cuando la comitiva llegó a la cima de la colina, Yüan Tsan se volteó a mirar el bosque del que provenían. De pronto un tigre saltó desde la densa hierba hacia el camino. Por un momento se quedó quieto, luego miró hacia la pálida luna blanca y aulló tres veces. Cuando el último gemido reverberaba en el valle, el tigre saltó de vuelta a los arbustos y desapareció en el bosque.