A veces pienso en el porno, casi no lo veo, pero me gusta pensar en sus imágenes. En general me gustan las imágenes. Me gustan los íconos religiosos, el cine, la literatura y el porno. Una de las cuestiones que me han llevado a pensar de vuelta el porno es la falta de escenas sexuales en las películas de los últimos años -por ejemplo, no puedo recordar una escena de sexo en alguna película del 2020 o 2021-, y si pienso en alguna película que me haya parecido interesante en su tratamiento sobre el deseo vuelvo una y otra vez a Lust, Caution (Ang Lee, 2007) que se filmó hace más de 10 años.
Lust, Caution me hizo darme cuenta de la diferencia entre fantasía y deseo; y amor y deseo, pero también me hizo pensar en cómo todas estas emociones están ligadas por la pasión y la emoción. El drama de la película es como si actualizara a Shakespeare, el deseo nos mueve, pero también el egoísmo o la necesidad de supervivencia. En la película están presentes, también, varias de las escenas de sexo más excitantes que haya visto en mucho tiempo, me recuerdan a cuando en el porno las actrices muestran su deseo: gimen y gozan y subvierten ese rol pasivo en el que se encuentran en la mayoría del porno mainstream.
Y es justamente en este “mostrar” -en oposición a un “simular”- que el cine erótico, pero en específico el porno, se conecta con varias discusiones a propósito del cine de no ficción. Declarar que el porno es un género cinematográfico es provocativo, pero copio un poco la dinámica de un profesor que en clase de cine mexicano nos preguntó si el cine en súper 8 de los 70’s podía ser un género. No lo es, pero en las películas hay rasgos similares que llevan a pensar tanto en el formato como en los temas compartidos.
¿Cuáles son los rasgos similares del porno? Me atrevo a decir que es que, en general, sus imágenes abren la reflexión sobre nuestra relación con la realidad. Antes escribí que en Lust, Caution la actriz muestra el deseo, y es que en el cine de no ficción la relación con la realidad -se supone- es directa independientemente del punto de vista del o la cineasta. El documental pretende mostrar una realidad mínimamente intervenida, el documental muestra, no representa, como sí lo hace el cine de ficción que construye su propia realidad.
Hay que tomar con cuidado todas estas definiciones porque hay matices pero creo que no es complicado entender el tratamiento de la realidad a partir de un grupo de directores como Georges Méliès, por un lado, y los hermanos Lumière por el otro. En una primera distinción ambos parten de la realidad pero el primero la trastoca y juega con el dispositivo cinematográfico para crear otra realidad diferente: la del mundo de la magia y la fantasía; los segundos la registran y aunque también la intervienen, está más cercana a nosotros, todavía podemos reconocerla.
¿El porno registra la realidad como un documental? No, pero hay algo del mostrar en juego, lo pienso más en relación con la teoría de la ontología de la imagen de André Bazin y aquí la distinción entre Méliès y los Lumière sirve poco porque para Bazin toda imagen muestra, no representa. El realismo cinematográfico refiere a esa cualidad del cine como realidad, el viento en los árboles no es otra cosa más que la capacidad del cine de hacer presente todo aquello que existe en la realidad efectiva. Según Bazin, el cine participa de la realidad, no la imita.
¿El porno participa de la realidad? No lo sé, lo que sí sé es que ayuda a construir una idea sobre la sexualidad, porque, como el cine y como cualquier objeto audiovisual, el porno está en diálogo con un público y con su tiempo; ambos, a su vez, inciden en él. No somos espectadores pasivos y las imágenes no son inocentes, ellas también nos miran y nos escuchan, como sostiene Didi-Huberman.
Y esta especie de intervención del público en el porno me llama mucho la atención porque cuando le he preguntado a mis amigos varones qué “categorías” les llaman la atención la mayoría ha respondido “amateur”. La explicación es la misma que he intentado esbozar anteriormente: para ellos se trata de la cercanía con las imágenes, la identificación con el punto de vista del que filma o la forma en la que ésta categoría se abre camino en el mundo de lo posible. ¿Qué tan diferentes son estas ideas de un género como el cine diario, por ejemplo? En ambos está la cámara subjetiva, el punto de vista en primera persona que se corresponde con la experiencia personal y que, aunque pueda suscitar o no una identificación con su público, es posible identificar que la materia de las imágenes es la realidad efectiva.
Conocer la relación de mis amigos varones con el amateur me hizo entender que mi preferencia por todas aquellas categorías que están ubicadas en el extremo opuesto tiene que ver con que yo prefiero las imágenes construidas, las coreografías preestablecidas, porque al no poder reconocerme en el punto de vista de quien ve sólo me queda la fantasía; y ahí está todo el mainstream y los tópicos más burdos: interracial, fake taxi, gang bang; se trata de la puesta en escena de la fantasía total, la realidad efectiva distorsionada, exagerada, caricaturizada. Si veo lo más convencional no es para identificarme con lo que se me muestra, es porque, precisamente, reconozco la distancia con esa identificación. Si yo no puedo ser la que mira, sólo me queda imaginar.
Y, sin embargo, hay algo del orden de lo real presente también en la ficción que borra toda división posible entre los géneros cinematográficos. Yo digo que no me identifico con el punto de vista del amateur y que el mainstream me hace imaginar, que en general, el porno me hace imaginar y sin embargo existe una presencia en cualquiera de las categorías que me apela; se trata de la forma en la que las actrices muestran -no representan- el placer. El gesto del placer, el éxtasis del cuerpo y el gemido, es para mí, ese viento en los árboles del que habla Bazin, por un momento me hace olvidar que estoy ante una recreación de lo real; para mí, se trata de algo que también puedo sentir -porque siento excitación-. Yo participo de las imágenes, me representen o no.
Creo que, quizás, el «gran tema» con las imágenes, para mí, no es tanto en qué medida me es posible encontrar una identificación con ellas -una de la discusiones más populares últimamente en el cine-. Empecé a pensar el porno en términos de representación pero mi experiencia me ha hecho comprobar que no necesito esa identificación para sentir placer. No me gusta pensar el porno en términos de lo posible, como mis amigos varones con el amateur, prefiero valorar la capacidad de sentir placer con ciertas imágenes. En ese sentido, ese «gran tema» puede ser el mismo del que se han ocupado a algunos teóricos de la imagen: la materialidad o la posibilidad de mostrar además de representar. Hay una discusión que tiene que ver con el tratamiento de lo real que ocupa a cualquier medio audiovisual, que puede alcanzar las reflexiones sobre el porno; porque, finalmente, el porno también es una imagen.
Por Karina Solórzano