laika

cuando la nave estaba a punto de despegar te preguntaste
si de verdad alguien te amó las últimas horas que viviste
en la tierra, contrajiste tu cuerpo
pequeña de pelo rizado y con tu instinto
de lobita siberiana sabías
que lo que había allá fuera sería lo último
que habría para siempre, pero igual
sonreíste
para las cámaras soviéticas, coronada
heroína espacial del socialismo, la primera
perrita que fue astronauta y que fue cometa.
contrajiste tu cuerpo, pequeña, por el recuerdo
de las calles frías de Moscú quemando
levemente tus patitas, convencida
de que la tierra te queda chica,
la pionera y la mejor en recorrer
la forma elíptica que rodea el planeta.
quisiera pensar que en el camino de ida intentaste
comerte alguna estrella, que el calor
no apagó tu cuerpo que el miedo
fue menos que la curiosidad, pero no
el mundo es más cruel de lo que esperamos
que sea, solo nos queda encontrar
resonancias de ternura entre los astros,
qué tal si te digo
que las manchas de la luna siguen esperándote
para jugar cuando atardezca,
qué tal si pensamos
que la tierra gira alrededor del sol imitando
tu orbitar en busca de tu cola,
qué tal si imagino
que en realidad sí llegaste
y que siempre estuviste
esperando del otro lado de la puerta

 

la ballena encalló muerta en la playa de monte hermoso
y nos trepamos al auto rapidísimo esperando
vivir una aventura única, vos y yo las primeras
nenas del mundo en montar una bestia
marina, pero cuando pensamos en la muerte
nos olvidamos que huele terrible, claro
y que ya desde la entrada que está en la ruta sentíamos
ese olor dulzón y agrio que nunca habíamos olido pero
no podía confundirse con ninguna otra cosa.
en la nueva provincia hay una nota de 1859
en la que los vecinos de la fortaleza protectora argentina piden
por favor
que se haga algo con el pelotón de cadáveres de indios
amontonados en el medio de la plaza rivadavia, que el olor
no estaba dejando dormir, que por favor estomba
o quien sea mande a construir la pira funeraria para
el cacique cafulcurá, guayaquil y antenef
junto a sus tres mil lanzas, la nueva roma nacería
de las cenizas de los cuerpos quemados justo
en el centro de la plaza, y nosotras apoyaríamos
nuestras orejas en el cemento para sentir
la posible vibración de los caballos fantasmas,
creceríamos sabiendo que crecíamos
en una tierra completamente maldita, el olor
a muerto nos perseguiría hasta la playa.
la ballena no va incendiarse hoy
ni mañana: alguien que no es nosotras se trepa
al monumento desde arriba y corta
su cuerpo a pedazos, porciones
que van a enterrarse en la arena, mientras
los médanos van cambiando de lugar
la tierra seca va a comerse la carne
muerta de un animal gigante, y no sé si sabías
pero de cerca el olor es peor, las ballenas eyaculan
cuando mueren ¿sabías vos lo que es eyacular?
yo tampoco en ese momento y sonaba como
algo a lo que deberíamos tenerle miedo, el olor
en serio, era terrible. en este recuerdo
que no es mío pero aunque estoy sola
no puedo dejar de pensarme en plural, miré
directo el ojo muerto de la ballena, debe ser curioso
pensé, morir en el agua:
debe ser curioso ser ballena y que sea el agua
la que se encargue de llevarte a donde tengas que llegar,
abandonar el cuerpo en el medio del atlántico
y que tu destino último sea una playa
perdida en el sur argentino
donde curiosamente el sol amanece
y atardece siempre sobre el mar

 

 

último domingo del otoño, y atardece

 

algo me interpela a esta hora de la tarde
que ya no es de día
pero tampoco tan la noche.
la luz de a poco se va y ya no vemos nada
pero el foquito en el techo cuelga raro,
es como un fósforo que todavía
no se anima. lo gris te obliga a levantar
la cara del papel
y la ventana: vos no lo sabés
pero los atardeceres donde vivimos
asoman rosas, rosísimos. es hermoso,
como sí dijeran “tomá
en el medio de todo lo feo
algo bonito; por ahí
lo más bonito del mundo”

lenta me voy a quedando sin nada más
para decirte lo que queda del domingo
las hojas de las plantas se van cerrando sobre sí mismas
como los huesos de una liebre que se chispea luz mala
el foquito empieza a teñirte la cara de azafrán
y queda en la hornalla eso que dijiste que te diga.
las cañerías ya te cantan una canción de cuna
la heladera ya te canta una canción de cuna
y mientras todas nos quedamos dormidas
mi corazón empieza a sentirse como un churrinche
al que pronto le toca migrar al norte

quizá demasiado al norte.

 

 

rosita entró a tu casa y te buscó
por todos lados pero no,
vos ya no estabas, o más bien te expandiste
por toda la cocina, te volviste cientos
de ollas enlozadas con dibujos de flores
pintadas, sábanas almidonadas hasta ser
de cartón, un pelo anaranjado que quedó
descansando sobre un peine desdentado, sí,
rosita olfateó de punta a punta la casa, pero no,
no estabas en el galpón ni mirando
la ventana, no te encontró
en los miles de suvenires de porcelana
que guardaste por años y que ya
a nadie más que a vos podrían
recordarle nada, no te vio
y con su maña de nena chiquita
buscó el lugar seguro y se acurrucó
dulce debajo de tu silla.

entiendo que eso va a pasarme
a mí también: voy a buscar tu olor desorientada
voy a esperarte del otro lado de la entrada
voy pensar que escucho pasos cortos
que se arrastran y que llegan hasta mí
para abrirme cada puerta:
primero, la reja verde
después, la puerta roja
por último el mosquitero y ahí estás vos
de nuevo, repetida,
guiándome y recibiéndome
voy a comer y acostarme en una de las camas
en la otra vas a acostarte vos
mientras cantás algo suave en un idioma
que no conozco porque no puedo
desaprender tu lugar entre las plantas,
porque no entiendo que todo siga igual
cuando algo que existió toda la vida
en el mismo lugar se volvió niebla y tal vez
rosita sea bastante más astuta
soñando con vos debajo de tu silla,
sabiendo que la muerte sos vos de nuevo
en tu casa de siempre sentada
con la pava en el fuego y esperando
que tu perrita te vuelva a encontrar

 

Por Valeria Mussio