“ya no me invitan a leer a ninguna parte      me invitan a        hablar porque eso es lo que hago       hablar”
David Antin

 

Lo primero que observamos en la preciosa portada creada por Ricardo Mendoza (editor de Kultrún) es que posee un diseño retro, ochentero, como de revista académica vieja, plasmado en tapa dura y tamaño oficio, es decir, de entrada no estamos frente a un libro común. El primer título de la colección Caballo de Proa (llamada así por la revista cultural homónima que circuló por casi cuarenta años desde Valdivia) reúne algunos de los poemas hablados de David Antin, inéditos en nuestro idioma, con traducción y prólogo a cargo de Andrés Anwandter. De entrada llama la atención que los largos poemas hablados qué estoy haciendo aquí?, qué significa ser de vanguardia y cuán largo es el presente, están titulados, tal como el libro, sin mayúsculas. Rápidamente, con la lectura del excelente prólogo de Anwandter, se entiende que la poética de Antin está tan anclada a la oralidad que en su lenguaje las mayúsculas simplemente no existen, tampoco los signos de puntuación, y en caso de que las mayúsculas se hubiesen impuesto, se estaría atentando justamente contra la singularidad de la poética que con este libro se pretende relevar, una poética de la oralidad, un habla convertida en poema.

Antin es un personaje atípico, pelado al ras, alto, de ropa generalmente suelta. Tiene cierto parecido de silueta con Mario Bellatín, por ejemplo, y una presencia extraña, sobre todo excéntrica, que provoca un desajuste inicial que es el fundamento de su inmediata performance, el poema hablado, el talk poem, es un personaje que se pueden haber cruzado Mekas, Paul Morrisey o Barbara Rubin en aquel Nueva York de los 60’s, me los imagino filmándolo al pasar, intentando fijar aquella performance en una imagen y, por supuesto, tal como algunos videos de youtube donde se lo ve a Antin hablando sus poemas, fracasando en el intento, porque el tipo huye de la representación, o más bien, de la permanencia que sugiere, como si estuviese frente al olvido o la inmortalidad. Quizás por eso sus poemas hablados cambiaban día tras día, hasta que los grababa y luego transcribía, mutando cortes de versos y espacios entre sintagmas, porque no es que dichos espacios se traduzcan en alguna respiración, o en una pausa propia de la oralidad, son muchas veces antojadizos, azarosos, qué importan aquellos espacios propios de la escritura. Lo principal es la palabra y su oralidad, si hay dos, cinco o diez espacios entre ellas es lo de menos. Para Anwandter lo que Antin intenta plasmar es el “pulso del decir en la página” y al hacer eso, lograr “llamar la atención sobre la arbitrariedad de cualquier forma de representación escrita de un discurso oral”. Es como si Antin estuviese adelantado al giro lingüístico, como si la relatividad de la palabra y el análisis del discurso fuesen compañeras de ruta de su obra poética. Antin aparece como una figura casi mitológica de una escena artística-cultural que ya no existe, porque el poeta hablante, a la usanza de Antin, del Lihn performativo o incluso Lira, son figuras del pasado, vestigios de una práctica en desuso. No es que ya no existan aquellos poetas predominantemente hablantes pero ya no trascienden la esfera pública -aunque esto último puede deberse a que es la poesía misma la que ya no trasciende, por sus propios medios, la esfera pública-.

A propósito de lo anterior, escribe Antin:

hablar y pensar puede que no sean la misma cosa             pero yo veo       el pensar como hablar       lo veo como responder          a una pregunta        que puede dar lugar a otra pregunta        y puede abrir algún terreno y perder algún terreno      y las respuestas surgen     pero no son las mismas respuestas         he aprendido algo por hablar

La obra, el poema hablado, está siempre en construcción, no termina cuando se transcribe, porque en ese momento ya existe una nueva versión del poema hablado que mutó la anterior. Todo parece partir de esa constatación: “he aprendido algo por hablar”, cada vez que se abre la boca, como decía Constantino Bértolo en Ojo Crítico (también parte del catálogo de Ediciones UACH), se toma una decisión importantísima, un riesgo que probablemente tendrá un aprendizaje, Antin encarna eso a la perfección, lleva la máxima de Bértolo “Quién tiene boca se equivoca” al extremo, y decide abrir tanto la boca que rara vez se calla para dar paso a la escritura, por eso quizás sentencia, absorto en dicha comodidad de la oralidad: “soy un animal parlante y tengo cosas en mi mente        y no voy a tener problema en decir lo que quiero decir”, es que la palabra escrita te hace preso de su enunciación pero la hablada no, y la palabra escrita pareciera tener una censura superyoica bastante más estricta que la hablada -no es casual que el lapsus del psicoanálisis sea hablado, no escrito-, y Antin comprende a la perfección que en cuanto hable, será libre, “al menos en mi tipo de poesía       cuya intención es abrir un discurso y no cerrarlo      un discurso       que puede seguir sin mí una vez que he contribuido a él”, y aquí justamente nos aproximamos a la poética de Antin, a su propia concepción de la poesía, una que puede seguir sin él, una corriente: “una vez le respondí a alguien que preguntó <<qué es poesía?>> le dije <<discurso ininterrumpible>>”

Pero tampoco Antin se casa, por más que el acto de hablar y la poesía tengan varias similitudes, “lo admito     admito que no todo hablar es poesía      y que no toda poesía es hablar      admito la poesía del grito       admito la poesía mamífera       de michael mcclure     rugiente que va con el <<aieeeee ignacio!>> de lorca          admito eso           y no es mi tipo de poesía         hoy en día        y yo       admito que        hay un tipo de habla que        es reactiva         directamente reactiva       y en general diría que no es el hábito de la poesía”. No toda poesía es hablar, no todo hablar es poesía, pero cuando la poesía hablada echa andar su motor se transforma en una inquina a la realidad establecida, por ejemplo:  “qué es lo que estoy haciendo       aquí?      estoy tratando de descubrir     cómo podría descubrirlo      y lo que estoy tratando de descubrir es haciendo          esencialmente haciendo lo que pienso hace el hablar”, el ejercicio de situarse a sí mismo como el sujeto, no solo enunciando el poema, sino también poniendo al pensamiento como objeto del mismo, crea una investigación flotante, una escultura efímera del mundo próximo. El habla abre los discursos que la realidad, material y simbólica, tienen sepultados. La corriente improvisada del poema hablado crea los surcos, las grietas por donde pasa aquello que no estaba pensado, ni siquiera por el autor, y que transforma inmediatamente la escena. Que nosotros podamos leer a Antin y sentirnos parte de ese público reducido que lo observa con la mirada fija en el fondo de la sala, es un privilegio que tenemos que agradecer. Pero también, que sea gracias a una editorial universitaria, con un diseño tan precioso y una edición bien cuidada, es algo que amerita un reconocimiento, que por modesto que sea, es un gesto que en algo puede cambiar nuestra muchas veces triste realidad, después de todo “este es un libro pensado para desafiar lo que yo siempre he pensado como el     modelo anglofílico de la poesía americana” y claro, una vez terminado el libro, se siente que todo ha cambiado un poco de lugar y que podríamos hacernos la pregunta “qué estoy haciendo aquí?”, a ver si nosotros también empezamos a hablar.

Por Miguel Ángel Gutiérrez

David Antin
qué estoy haciendo aquí? y otros poemas hablados
2021
Traducción de Andrés Anwandter
Colección Caballo de Proa
128 pp.
$13.000 CLP
Se puede comprar en este enlace