A propósito de la publicación de Trato de ir todos los días me dispuse a escribir sobre las largas conversaciones que sostuve con amigxs tras las manifestaciones -compartiendo una cerveza y un tabaco en alguna plaza del centro- sobre nuestro rol en la revuelta y el futuro de la fotografía como un arma de denuncia.
¿Cuál es la importancia de las imágenes hechas por “fotografxs profesionales” en instancias como estas? La nitidez o el momento decisivo son cuestiones técnicas y de oficio que no podemos pasar por alto cuando hablamos de ir a tomar fotos a las marchas. Denunciar el nefasto actuar de los pacos mediante un registro visual siempre ha sido fundamental para que podamos emitir juicios en contraste a lo que nos muestran los medios de comunicación. Por esto la figura del fotógrafo en las manifestaciones y conflictos es tan relevante.
Haciendo una revisión de las imágenes y videos icónicos de la revuelta -lo más compartido por RRSS, las portadas de los afiches, flyers y todo ese mar de información digital- en su mayoría no parecen hechas con grandes cámaras sino con un celular, y probablemente por una persona que no tiene mayores conocimientos de fotografía ni mucho menos, dejando en una especie de zona gris la labor histórica del fotógrafo que reportea in situ las manifestaciones. La “democracia de la imagen” ha entregado las herramientas para que la labor se expanda siendo la persona que aguanta en la primera línea a punta de piedra y escudo la misma que registra, quien denuncia en primera persona en un acto impulsivo.
Tal necesidad de convertir el conflicto en una cuestión tremendamente definida, de fijar el momento exacto del impacto me parece ha quedado en segundo plano con las nuevas posibilidades de denunciar un hecho de forma inmediata sin tener que cargar una cámara profesional. La foto que denuncia gana desconfianza si su estética tiene fines artísticos.
Claramente el fotolibro Trato de ir todos los días de Diego Urbina, publicado por la editorial Metalibro en Mayo del 2021 no tiene como primer objetivo esa urgencia de denuncia sino más bien apunta a retratar a paso lento una diversidad humana que inundó la plaza dignidad durante la revuelta. Los testimonios acompañados de imágenes ayudan a orientar el discurso general, la razón por la que esta masa de gente decidió salir a la calle y hacer de ella un espacio de manifestación constante, personificando una figura de resistencia a través de herramientas y elementos que muchos utilizaron para defenderse del actuar de los pacos o simplemente para evidenciar aún más el enojo que todxs sentimos en el momento.
Es interesante la detención que hace Diego sobre el “estilo” de los manifestantes. La ropa, los peinados y los tatuajes que aparecen en el libro son el Santiago que se puede ver todos los días camino al trabajo, en el paradero, las calles, los centros comerciales. No solamente el poleron negro con gorro, capucha y bototos son sinonimo de rebeldía. Por eso no me parece extraño ver a un joven que lleva tatuada la marca Nike -símbolo del capitalismo- en el oblicuo izquierdo mientras posa con una honda -símbolo de insurgencia- en posición de disparo. O ver un detalle de la cartera a cuadrillé imitando la marca Louis Vuitton en un chico que quizás espera su momento para entrar a la primera línea. Cuestiones que podrían tildarse como superficiales o cualquier persona de derecha las llamaría inconsecuencias no son más que el reflejo de una cotidianidad transformada en rabia. Ellxs son el rostro de la revuelta y Diego Urbina hace un retrato acertado junto a la editorial Metalibro. La materialidad brillante de la portada y los colores de los textos apoyan esa idea estética.
Además, hay una cuestión atractiva en la publicación del libro casi a dos años de la revuelta y es la nostalgia de un pasado reciente. Quizás es también una sensación realzada por la pandemia. Sentir el olor a la calle, el ruido de manifestaciones masivas, las caminatas post plaza, esa convulsión general a medida que avanzan las páginas me dieron unas exageradas ganas de salir y encontrarme con una barricada a la vuelta de mi casa. Ese aspecto romántico que a ratos genera el recuerdo del 18O no me parece debe tomarse como algo negativo (entendiendo que los muertos están muertos y los presos siguen presos), sino como una motivación extra para manifestarse. El libro deja clara esa especie de contradicción asegurándose con los testimonios y el librillo adjunto que denuncia las violaciones a los DDHH durante los días que siguieron al 18 de Octubre porque recordar es una acción ética.
TDITLD no es una publicación que se alimente de la revuelta para figurar en los anales de la historia inmediata ilustrada como un registro oficial y hambriento de aceptación, o al menos no de la manera salvaje que lo hicieron otrxs autorxs inmediatamente post 18O, lo que me pareció, por lo bajo, cuestionable. La justificación constante en TDITLD, como por ejemplo el marco teórico al inicio que de cierta forma trata de guiar la reflexión, o el testimonio final de Diego Urbina donde quiere dejar constancia de que su registro fue honesto funcionan como un andamiaje necesario para la construcción del libro, pero su ausencia en él no habría afectado su lectura.
Hay diferentes maneras de estimularse con una imagen que no contenga el dramatismo evidente de una revuelta. Eso es lo que hace de TDITLD un buen libro, se detiene y observa, conversa e intenta empatizar con cada imagen acompañándola de un relato. No hay un arrojo al drama, como dice Susan Sontag: nadie puede pensar y golpear a alguien al mismo tiempo. Y al final, sin las fotos todo se siente más remoto.
Por Rodrigo Vergara
Trato de ir todos los días
Diego Urbina
Texto curatorial: Mónica Salinero
Texto Obra: Diego Urbina
Edición: Javiera Novoa
Diseño: Gracia Fernández
Traducción: Miguel Mariño
Digitalización fotográfica: Denise Ruiz-Aburto
Colección del Metalibro
96 pp.
$15.000
http://www.colecciondelmetalibro.com/tditld.html