El frío de los mataderos

 

 

I

 

Vi el matadero a lo lejos

cuando no hubo más sobre la tierra

 

un solitario punto rojo

del que emanan nimbos

 

un punto rojo y solitario

que emerge sobre un celaje

colmado por los matices infinitos

que median entre el blanco y el celeste

 

 

II

 

Sin mugir

las vacas enfilan con sus cabezas en alto

poseyéndolas aún en ese paso lento

entre barandas de aluminio y hombres callados

entre máscaras y delantales de lona amarillentos

de tanta sangre estrellada morando allí

como el ocre del sarro sobre los dientes

 

Sin sudar sin temblor sin oler ya

los hombres que las conducen

agradecen la mansedumbre con silencio

y las reses van entre barandas estrechas

con sigilo de bestia y de máquina

a recibir día a día

el juicio del tiempo en sus nucas

 

 

 

III

 

Uno las engancha

las poleas se activan

otro abre las gargantas

que no oponen resistencia

 

Invertidas derraman en la canaleta

el bullir de su sangre torrente

su sangre manantial

su sangre gotera

 

 

IV

Nada ha de desperdiciarse

cada parte del animal hallará sobrevida

 

Las cabezas que penden del pescuezo

oscilarán erráticas liberadas de la espina dorsal

sus lenguas negras se columpiarán burlándose

poniendo al mundo de cabeza

 

Nada debe desperdiciarse

La res será dominio correa mordaza

 

 

 

V

 

El frío de los mataderos

hace temblar a los matarifes

les recuerda que no han muerto

les susurra la palabra ceguera

 

Suspendido en el aire por gruesos ganchos

el animal ostenta su espectáculo glacial

el luctuoso jaspeado de rojos y blancos

 

 

 

VI

 

Dónde quedan los mugidos sordos

me preguntaste

En alguna parte deben estar dijiste

en la lona en el aire en la cerámica

colgados en otros ganchos

en las barandas en el sellado al vacío

en el tinte de los delantales

diluyéndose en las cañerías acaso

en el mar o en las nubes

 

 

VII

 

Supe de un verdugo

que el ruido de las sierras eléctricas

acompaña a los hombres en sueños

para mantener su pulso firme

y la mirada seccionada

 

En el matadero los hombres no tienen sombras

 

 

Murmuro de osarios

 

a Adriana Varejão

 

No sé distinguir

el bermellón del carmín

ni el espanto del pavor

 

Distingo apenas

el engaño de las equivalencias

y los crujidos y temblores

que separan en el aire

y en silencio

lo uno de lo otro

 

pero

 

quisiera conocer

la memoria de las cosas

el agónico recuerdo

que cifran

bajo su tacto frío

sus azulejos portugueses

 

y rendir testimonio de sus cicatrices

Descender

Hundirme en los vapores

de su carne abierta y falsa

 

Sarcofagia

 

a Adriana Varejão

 

Y el óleo se esparce

capas sobre capas

aferrado como espejismo

para hablar en nombre de la carne

 

Es el silencio de la grasa

que no se pudre no hiede

no se abre a las moscas

que buscan la ceguera y el nido

para sus crías de fuego

 

Y el óleo aparece

suspendido

soberbio

porque el cuerpo cae

olvida engaña se contrae calla

muda colores como la tarde

 

La imagen no da de comer

ni pertenece a nadie

Habita la memoria ajena

al canto infausto

de quienes son el ayer

de un puñado de tierra

 

La carne es un espejo

te oí decir

 

 

Por Andrés Soto Vega

Foto de portada: Lozenge – Adriana Varejao