En el cine las aporías devienen en acontecimientos 

que captan lo que la existencia tiene de indecible 

Sergio Navarro

Siendo un año preliminar en múltiples aspectos, el 2020 nos da cuenta de los 50 años desde que El Chacal de Nahueltoro (1969, 93 min., 35mm b/n) fue estrenada después de su paso por el Festival Internacional de Cine de Viña del Mar el año 1969, junto a otras películas como Valparaíso Mi Amor y Tres Tristes Tigres. 

La obra que mejor ha cristalizado el páramo de la oligarquía feudal, o bien lo que Guillermo Calderón llamó el feudalismo preindustrial de la provincia, hoy se remonta como un acontecimiento que no nos mira con perspectiva de archivo patrimonial. La fuerza de su narrativa, los valores de uso en el dispositivo de la infancia y el hambre, la instalan como una obra cuyo presente sigue inquietándonxs –todavía puede inquietarnxs.

Tras las propias condiciones del confinamiento, las clases del seminario de Cine Chileno de mi penúltimo semestre en la carrera de Cine, terminaron siendo conversaciones sobre ‘El Chacal’. Ignacio Aliaga, el gran profesor de la instancia, me habló en más de una oportunidad de la escena en la que aparece una suerte de edil o autoridad local tomando leche caliente frente al Canaquita. Si bien no me pregunto cuán demoledora podía ser una situación así, puedo decir que sí me hizo pensar en la condición del hambre y en cuanto puede afectarnos una escena en la que un niño ve a un hombre chorrear nata. Finalmente me llevó a establecer una relación de sentido con el dispositivo de la infancia, a propósito de lo demoledor que es imaginar todo lo que acabo de anunciar.

Podrá parecer pie forzado pero los litros y lo que bebe el protagonista en la puesta en escena, parecieran ser cuencas que se comunican mediante preámbulos escénicos. No tan lejos de la nata, veremos a su protagonista robar para canjear medio jarro de vino, veremos a Rosa servirle sopa, lo veremos beber y con eso ultimar a sus víctimas en una suerte de movimiento telúrico dado por la cámara en mano, veremos nuevamente una ración de sopa en el penal donde cumple condena. Finalmente, en unos planos lacónicos, lo veremos lavarse el rostro antes del cadalso. 

Todas estas apariciones líquidas, y en sí todo lo que moja, no es solamente la película y su puesta en escena, son también las ausencias –como los ríos y las cuencas de la quinta región que desaparecieron en nombre del neoliberalismo.

Las conversaciones extensas con Ignacio Aliaga no solo daban cuenta de la obra como presente tras sus 50 años. La inquietud de la escena de la nata me llevó a pensar en la política pública de Salvador Allende y en la promesa del medio litro de leche. Con esto, la escena dejó de ser lo que era para desplegarse en otros escenarios.

La urdimbre de estas significancias dieron lugar a otras conmemoraciones, a otros hitos que buscaron enhebrarse –y así a otras cuencas que tensionan desde la ausencia.      

Con todo, si bien este escrito nace de un fotograma, el mismo no acaba con la nata, no acaba ahí; no existe objetivo alguno en romantizar la trayectoria de un femicida, las condiciones de escritura buscan lo que la película tiene de indecible; el presente de la película, el hoy es finalmente lo que no puede ser dicho, lo que no cabe en palabras.

Tras esto, ver un cuerpo boca abajo en el Mapocho el pasado 2 de Octubre, me traslada a las inmediaciones de las infancias, y a los datos que coinciden marginalmente en los trayectos de mi memoria: Manuel Gutierrez 16 años (2011), A.A 16 años (2020), y así las y los que no tienen medio litro de leche, y así Lisette Villa que muere un 11 de abril del 2016 porque el Estado no quiso otra cosa. Y así la infancia que no toma leche; y así los actos performáticos de un grupo de acción artística, y así lo que terminó por verse desbordado tras los 50 años de una película. 

El medio siglo del Chacal y su 2020, son también el casi medio siglo de la ficción teocrática neoliberal que empujó cuerpos al Mapocho, a Freddy Taberna muy lejos de nuestro alcance, a Marta Ugarte y así el torrencial de cuerpos en las cuencas y en las millas marítimas ofertadas por el libre mercado.

Entonces no son los 50 años del Chacal, y sí son los 50 años del Chacal o de la chacalización –como alguna vez lo llamó Sergio Navarro– y son también los litros de leche que faltan y los litros de vino que sobran en el gran escenario femicida.

Por Nina Satt