¿Cualquiera puede hacer un libro? Cualquiera. Hacer un libro, no sólo escribirlo. Medir, coser, doblar, cortar, descubrir la técnica. Uno de mis recuerdos de infancia guarda directa relación con este tema, y por curioso que parezca, no regresó a mi memoria hasta este preciso instante (en esta ocasión, fue el título y luego las demás palabras).
Me recuerdo muy niño, unas manos pequeñas, un par de hojas, lápices y una corchetera. Recuerdo dibujos y frases manuscritas, pero, por sobre todo lo anterior, recuerdo el ansia de transformar los materiales en algo distinto, un “algo” que entrelazado en su forma y contenido reflejara aquellas ganas de transmitir y documentar las maromas de mi cabeza. Ya estaba hecho, ya estaba listo. Era un libro. ¿Así que mis manos pueden hacer esto? ¿Qué más pueden hacer mis manos? ¿Qué otros materiales pueden emplearse en este oficio? ¿Existe alguna restricción acaso? Por más inocente que puedan resultarles estas interrogantes, estas forman parte de un listado aún vigente en mi día a día. Pienso entonces en las referencias a la polarización entre la tecnología y el valor de lo producido por nuestras manos. Más aún, pienso que es menester explayarme un poco más en este punto. Mi posición al respecto pretende establecer un equilibrio entre los oficios, las técnicas y la presencia aparentemente ineludible de la tecnología en nuestras vidas. Para mí las preguntas son: ¿Qué uso le damos a la tecnología? ¿Por qué hemos escogido emplearla en aquellos ámbitos? ¿Somos conscientes acaso de esas preguntas antes de insertar el enchufe o presionar una pantalla? Incluso la acción de presionar un botón se vuelve cada vez más obsoleta. El supuesto privilegio de depositar la yema de nuestros dedos sobre un espejo negro de diversas dimensiones incentiva una sed de instantaneidad, junto con la promesa de que todo se encuentra al alcance, aunque sólo se trate de una ilusión bien preparada, un ejercicio de prestidigitación digno de la literatura de anticipación decimonónica.
En un momento como el actual, una reflexión que comienza con la mención de un niño dándole forma a un libro con sus propias manos se enfrenta a las preguntas que su propia experiencia decide sacar a flote. En tal caso, existen algunas certezas que me gustaría exponer al respecto. Una de ellas se vincula a la determinación de que sean nuestras manos las protagonistas del proceso, más allá de los efectos propuestos por la cultura del Smartphone y las impresoras 3D. Puede que existan artefactos y dispositivos que ofrezcan “facilitar” o “acelerar” la acción de nuestros dedos, lo cual en ningún caso puede reemplazar el goce y el placer experimentado en la fuerza o la delicadeza con la cual nuestros sentidos -particularmente el tacto- se conectan con lo gestado. Y digo gestado y no producido ya que en el primer caso conservamos la satisfacción de acompañar el nacimiento de algo nuevo por medio de nuestras manos, lo sentimos, nos hacemos parte. ¿Acaso toda tecnología debe ser aunada en un solo emplazamiento vinculado a la perdida de la sensación? Aunque en un primer momento mis ideas tendieran hacia ese punto, no creo que ese sea el caso, sin embargo, siempre es conveniente reconocer desde qué lugar decimos y hacemos. Gestar con nuestras manos nos asegura la perfección en la particularidad inimitable de cada resultado, disfrutar del estar presentes en cada movimiento. Una experiencia que permita vivenciar y ser conscientes de tales aspectos jamás debe abandonarse.
Hacer un libro, gestar algo nuevo, llenar de innumerables ideas e interpretaciones cada una de las páginas, apreciar el proceso, valorar la experiencia, permanecer expectante.
Cada reflexión, acompañada de su correspondiente ecuación de ideas mancomunadas, genera la fugaz ilusión de haber completado la tarea. ¿Qué tarea? Esa que constantemente muta con el pasar de los nuevos descubrimientos, incluso en la aparente acción mecánica de nuestras manos. Nuestra práctica perfecciona nuestra técnica y fortalece un oficio, un lenguaje propio, el cultivo de la autonomía, si me es permitida esa síntesis poética.
Hoy escribo sobre hacer libros y el rol de nuestras manos en este proceso, pero ¿No sería interesante reemplazar esta acción por cualquier otra que consiga evocar lo aquí descrito y mucho más? La verdadera autonomía aparece cuando dejamos de funcionar al ritmo que se nos impone, apostando por una danza distinta, acorde a la búsqueda del bienestar en respuesta al mercado y sus mal llamadas “comodidades”.
Fotografía y texto por José Miguel Frías R.