La semana pasada falleció, a la edad de 96 años, Jonas Mekas, una de las figuras más importantes del avant-garde de la segunda mitad del siglo pasado. Al mismo tiempo que continuó escribiendo poesía, su primer amor, filmó, filmó y filmó, compulsivamente, convirtiéndose en pionero de la “película diario”. Fue al cine incansablemente y escribió de ello, rescató y protegió obras, buscó espacios para compartir cine e ideas en favor de un arte honesto, directo y sencillo, que no tenga concesiones, pero que al mismo tiempo llegara al núcleo de la experiencia humana.

Mekas sobrevivió la Segunda Guerra Mundial, vivió como desplazado, fundó Film Culture y el Anthology Film Archives, al mismo tiempo que entregó muchas de las mejores películas del avant-garde, siempre celebrando la vida. Incluso en la angustia y en la pérdida, Jonas Mekas encontraba una manera de convertir esas cosas en una comunión de recuerdos y una reconstrucción del presente, uno mejor, en busca de un futuro aún más brillante.

Mekas sabía mejor que nadie que la felicidad la traen los amigos y el arte, y no es sorpresa que siempre trató de reunir ambas cosas en su cine, siempre encontrando una forma de celebrar, de bailar, de juntarse a comer, de dar un paseo en bote, y que todo ello sea cine, sea arte. La belleza de los recuerdos, del reunirse, de cantar, de filmar, de llorar, de sobrevivir, de vivir.

“…nunca te decepcioné mundo, pero me hiciste cosas horribles…” – fragmento de Song of Avignon

Tomó mucho tiempo, mucho trabajo. No es descabellado, de hecho es lógico, decir que una persona tan feliz como Jonas Mekas, con tal gozo por la vida, es en cierta forma, producto de grandes sufrimientos y angustias. Nos ahorraremos las citas a Nietzsche y Schopenhauer, pero si hablamos de Mekas, es claro que su experiencia de vida se basó en el sufrimiento. En su diario, I Had Nowhere to Go, detalla escapes, su cautiverio, la vida como desplazado y los intentos por hacerse parte de su entorno, luego de forzosamente haber abandonado su único hogar. En el índice, cada capítulo (con títulos como “Campamento de trabajos forzados”, “Hacia la libertad”, “La vida continúa”) tiene un breve resumen del mismo. En “Ansiedades, Los siete cuchillos están comenzando a perforar” dice lo siguiente:

“El autor comienza a tener dudas sobre su vida. Sus vecinos desplazados. La habitación azul. La cuarta Navidad lejos de casa. El autor cumple 25. Lirismo Lituano. Anhelo de nieve. Acerca del Modernismo. Comienza una revista. Acerca de escribir en el exilio. Cayendo en la nostalgia por el hogar y en la depresión de las barracas. Fiesta de fin de semestre en Wiesbaden. Pan que no da ninguna satisfacción.”

Diez años y algo más es el tiempo que abarca el diario. Mekas y su hermano Adolfas pasan de ciudad en ciudad, de empleo en empleo. Entremedio de la miseria y la desesperación, a veces, aparece un libro, una película, un tema de conversación cultural que domina brevemente el tiempo, hasta que vuelva la angustia. Algunos desplazados se suicidan, otros parten a otros países. Lentamente, las pocas intersecciones que se generaron durante el tiempo se diluyen. Lentamente, se van generando nuevas intersecciones también. Luego de llegar a los Estados Unidos y pasar nuevamente por el ciclo de empleo en empleo, Mekas finalmente acepta a Estados Unidos como su lugar en el mundo. La soledad no se acabó de un día para otro, pero casi sin darse cuenta, los recuerdos de su hogar, de la persona que solía ser, aparecen como un sueño, coexistiendo con el paisaje de New York. “Súbitamente tuve la sensación de que mi pasado había alcanzado a mi presente (…) Estaba ahí sentado y temblando de recuerdos”.

Ese último momento es una visión de su madre, junto a un lago en New York. Tal vez el mismo lago que vemos en los pequeños interludios de  Walden, Diaries, Notes and Sketches, ese retrato de la escena artística de fines de los 60’s, ese donde vemos a Yoko Ono y a John Lennon, la visita a Stan Brakhage, una noche en el circo, etc. La película es luminosa y entusiasta. Mekas comparte con el mundo a un colectivo de personas que se han vuelto -y que el ha dejado- se conviertan en habitantes de su vida. Las imágenes pasan velozmente, como si fueran sueños, recuerdos volátiles, frágiles, pequeñas pinceladas de color que de un momento a otro desaparecen. Mekas reinterpreta el libro de Thoreau, traslada inquietudes y formas de vida a la ciudad, aunque bien podría ser que Walden (el libro) es aquello que pasa entre cada reunión, entre cada película, entre cada viaje. Esos retiros al lago, al bosque o a un parque, en soledad (¿o en solitud?) en donde Mekas recuerda su hogar. Esos recuerdos ya no lo desmoronan, lo reenergizan. El hogar está vivo siempre.

Hogar al que volvería poco tiempo después de completar Walden, material que se convertiría en Reminiscences of a Journey to Lithuania, donde Mekas visita a su anciana madre, revive momentos, canta viejos cantos y baila viejos bailes. Luego de una metódica y sensible lista de las cosas que Mekas ama de Lituania, pasea por el resto de Europa con Peter Kubleka y Ken Jacobs, y se encuentra con una imagen que lo hace cuestionarse el valor del pasado y la memoria para el resto de la las personas. A quién más que a él le van a importar los recuerdos, todo lo que viene atrás.

Apropiado es entonces que le siguiera Lost, Lost Lost, la que sirve como un diario espiritual de sus primeros años en los Estados Unidos, en una suerte de pasos hacia atrás (como en un baile) en la historia en relación a sus dos películas anteriores. Casi toda la película está compuesta por los primeros rollos que Jonas y Adolfas filmaron luego de llegar a Norteamérica. Aquí está el paso final de Mekas al hombre que conocemos hoy. Luego de vivir la angustia del no hogar, de masticar la tristeza y las caminatas con lágrimas en los ojos por las calles de Williamsburg, Mekas se reconcilia finalmente con la vida, en uno de los momentos más poéticos del cine. De esos que vienen solos, que le llegan a quienes los necesitan de verdad. Por suerte le llegó a un poeta, que supo mirarlo y compartirlo. Gestos y momentos sencillos son los que hacen la diferencia al final.

Y aún así nunca olvidó, nunca dejó atrás esas angustias y esas penas. En Song of Avignon, una película que durante sus 8 minutos, nos comparte su angustia al momento en que cumplió 40 años.  Con materiales de películas pasadas y futuras (que él editaría después), ésta película condensa un viaje espiritual completo, retratando viajes, vistas de habitaciones, recuerdos de Nueva York y Europa, mientras Mekas mastica incansablemente su sufrimiento, hasta el punto en que decide resistir, resistir de verdad, entregarse a la vida, hacerla suya, seguir adelante, lentamente.

 “…porque más abajo hay terribles decisiones por tomar, terribles pasos por andar. Es a los cuarenta que morimos, aquellos que no morimos a los veinte. Es a los cuarenta que nos traicionamos a nosotros mismos, nuestros cuerpos, nuestras almas, ya sea al quedarse en la superficie, o al continuar más lejos pero a través de las decisiones fáciles, retardando, lanzando nuestras almas doscientas encarnaciones atrás. Pero he llegado cerca del final ahora. Esa es la pregunta ¿lo lograré o no? Mi vida se ha vuelto muy dolorosa y me sigo preguntando a mí mismo ¿Qué estoy haciendo para salir de donde estoy? ¿Qué estoy haciendo con mi vida? Me tomó mucho darme cuenta que es el amor lo que distingue al hombre de las piedras, los árboles, la lluvia, y que podemos perder nuestro amor, y que el amor crece a medida que amamos, sí, he estado tan completamente perdido, tan verdaderamente perdido…”

Mekas incluso recicla casi la totalidad del “texto” para As I Was Moving Ahead, Ocassionally, I Saw Brief Glimpses of Beauty, su obra más famosa y larga, esa donde aparecen sus hijos y su esposa, quienes en Song of Avignon cierran la película casi como una epifanía, como una promesa de que las cosas buenas vendrán, de que los momentos más felices están por venir. Así y todo tal vez sea la película más triste de Mekas. Un melancólico piano musicaliza bailes y juegos de niños, paseos en el campo, asados familiares y con amigos, o a un gato que no quiere salir mientras Hollis Melton (su esposa) hace la cama. Mekas se tomó muchos años en terminar la película. Los niños, Sebastian y Oona ya son adultos. El matrimonio ya no existe. Aún así, Mekas les habla directamente a sus hijos y a quien fuera su esposa. Su voz suena más temblorosa que nunca, es un hombre mucho más viejo que el de los años setenta. Y tal vez por eso es la película definitiva de Jonas Mekas. Ya antes había terminado películas dedicadas a difuntos amigos como George Maciunas, Andy Warhol y John Lennon. Y todos eran recuerdos felices. En As I Was Moving Ahead…. hasta los momentos más felices serán tristes recuerdos de algo que ya pasó, esa es su tragedia, son eventos que no retornarán, infancias irrecuperables, inocencias que ya murieron, reuniones que no se volverán a dar. El reloj no para de correr. Los recuerdos nunca se repetirán, pero ahí están las imágenes, a todo color, en la inocencia del cine, los podemos ver de nuevo, sentir que están con nosotros, que jamás se irán. Tal vez se hayan convertido en tristes memorias, pero vale la pena celebrar su mera existencia. Son tesoros. El título de la película es casi un sumario de vida, y no por nada Mekas decide repetir la declaración de principios que hace en Walden, esa que dice que “Nada pasa en ésta película” o “Yo no soy un realizador, soy un filmador”. Mekas nunca más soltó la cámara una vez que la tuvo en sus manos. Cada momento es valioso, todo es cinematográfico. Qué importa si la flor ha muerto. Celebremos que estuvo ahí, creció, floreció. Vendrán flores nuevas. Las filmaremos a ésas también. En el cine, los recuerdos no mueren jamás, perduran para siempre.

Sólo alguien que estuvo tan cerca de morir y abandonarlo todo puede haber tenido una visión tan noble y pura de la vida. Haber pasado de sentir que la vida se acabó a los 40, a vivir 57 años más.

El último texto que aparece en Song of Avignon dice lo siguiente:

Debería retirarme hacia un lugar silencioso y resolverlo todo por mí mismo, encerrado…? No, dijo la voz, deberías quedarte aquí y continuar haciendo lo que estás haciendo y resolverlo de la manera difícil. La manera fácil salvará tu alma solamente; la manera difícil salvará la tuya y algunas más. Así que ésta es tu decisión: Salvación por ti mismo, o salvación acompañado por otros—”

Como decía el final de The Thoughts that Once We Had de Thom Andersen, “Para aquellos que no tienen nada, debemos restituirles el cine”. Si alguien fue salvado por el cine, ese es Jonas Mekas. Y si alguien nos restituyó el cine a quienes en algún momento sentimos que no teníamos nada, fue él. Efectivamente se salvó a sí mismo y a muchos otros, y por ello, nunca le faltó un amigo en el mundo ni una cámara con la cual registrarlo. Se aferró a sus compañeros y a su cámara, en especial cuando las cosas parecían no andar bien. A veces duele mucho ver su cine, pero siempre ha sido una invitación a vivir recuerdos propios así de luminosos, así de vibrantes. Mekas siempre miró hacia atrás en busca de construir un futuro más feliz, más puro, nunca olvidando ni dejando atrás. La fundación del futuro está siempre en nuestros recuerdos. Si hay una forma de honrarlo y de mantenerlo vivo, es buscando nuestros propios destellos de belleza en el día a día. Y aferrarse a ellos. Porque están. Siempre han estado ahí.

Gracias por todo, Jonas

Por Francisco Rojas