(La boca traga saliva, se limpia los dientes con la lengua y toma aire. La voz le sale desde el diafragma, mientras en cada palabra que dice va botando el aire)
Ya, sí, pongamos por ejemplo, sólo por ejemplo, que existe una boca, una boca que puede ser la suya, la suya, incluso la suya. Entonces, vemos a su boca, su boca que se abre sobre otra boca y que en nuestras cabezas comienza a aparecer como una imagen. Una imagen que comenzamos viendo desde arriba y que baja hasta posicionarse en un plano frontal o primerísimo primer plano (si es que siente la urgencia de la cercanía). Una imagen que se comienza a abrir. Se abre desde lo que parece ser su centro, se abre, se abre, se abre y lentamente comienza a estirar todas sus extremidades. ¡Mírela ahora que no se lo espera! ¡Ahora que no se sabe observada! Si la mira de cerca, se le pueden ver los pelitos, de más cerca se puede ver la tibia humedad que los mantiene en una sola dirección, acérquese, son gotitas muy pequeñas que los envuelven, puede ver que aún así se está agrietando, puede ver su asimetría. Así que, ahora tiene ante usted una imagen completamente estirada de extremo a extremo. ¿La imagen se resistió abrirse? ¿Usted la obligó o se ofreció voluntariamente? Indiscutiblemente presenciamos una lucha (entre las bocas me refiero) ¿Son arbitrarias la una con la otra? ¿O se ofrecen voluntariamente? Observe bien, visualice su imagen. Visualice su boca. Visualice la otra boca sobre la que está ¿O es la otra boca la que está sobre usted? ¿O es el cielo el que se abre sobre estas dos bocas? Sea como sea, va a llegar un momento en el que la imagen se va a desbordar, ya no va a aguantar más la estabilidad incómoda a la que la sometimos y, al no tener nada más que botar, volverá sobre sí, reclamará su independencia. ¿Pueden escuchar la violencia? Se le nota en los nervios, se le nota cuando cierra los ojos y los párpados inmediatamente le tiemblan, cuando le preguntan su color favorito y no puede evitar ver por todas partes el rojo, de cuando su cabeza se asomó entre dos piernas, de cuando se aferró por primera vez, de cuando las muñecas se le abrieron exhalando un suspiro. En este momento, el instinto es la extremidad que más le pesa, se siente como que está viviendo únicamente para éste momento, para este preciso momento, entonces algo se fragmenta y la imagen se retrae. Las bocas comienzan a entregarse al mismo tiempo. Las extremidades comienzan a volver a su centro, vuelven, vuelven, vuelven. Una imagen que se fue a negro. Ser es una ilusión fugaz. (G.N.)
Por Constanza Agurto
Foto: Antoine D’Agata, Gaza, 1999.