Stella Corvalán murió de ausencias

Sinfonía de la angustia

 

 

Los poetas del Maule 

la recordaremos más allá del tiempo y del olvido

Matías Rafide

 

Stella Corvalán Vega nace en Talca el 25 de noviembre de 1910 y vive su primera infancia en el barrio La Merced, creciendo junto a la compañía de su abuela, quien fallece cuando Stella tenía alrededor de 11 años. Al quedarse sin el cuidado de su abuela, la pequeña Stella se traslada a vivir a Rancagua con su tía, la profesora Carmela Corvalán, donde termina sus estudios secundarios. Posteriormente realiza estudios en Santiago en la Escuela de Derecho de la Universidad de Chile, egresando, pero sin ejercer como abogada.

Comienza su aventura literaria, primero publicando poemas en diarios y revistas de provincia, para luego seguir un largo camino de libros, lecturas públicas, conferencias, crónicas, relatos de viajes y reseñas literarias. Y todo ello mientras practicaba una escritura epistolar que la acompañó toda su vida. 

A principios de la década del cuarenta hay colaboraciones suyas en la revista En Viaje. Son crónicas sobre lugares y prosas descriptivas sobre ciudades de Chile, donde ya muestra su faceta de viajera. En aquella revista, editada por la Empresa de Ferrocarriles del Estado, publica poemas sobre ciudades o lugares de veraneo, playas, lagos. Muchos de esos textos conformarían más tarde, en 1948, su libro Geografía Azul. En aquella importante revista que se distribuía a lo largo de Chile mediante el tren de pasajeros, también publicó crónicas literarias, como en la que narra su visita al poeta Jorge González Bastías en la Estación Infiernillo del tren Ramal. Sus colaboraciones con revistas siguen durante el período que vive en Montevideo y Buenos Aires (1946-1947), como las entrevistas que enviaba desde el extranjero a la revista chilena Zig-Zag.

Su labor como conferencista, encargada por el Ministerio de Instrucción Pública y Previsión Social del Gobierno de Uruguay, comienza en 1949 y se extiende hacia la década del 50, realizando charlas sobre poesía latinoamericana, que Stella complementaba con dotes histriónicas y de canto. Durante 20 años recorrió países de América, Europa y el norte de África, regresando esporádicamente a Chile, realizando conferencias, recitales de poesía, entrevistas, manteniendo correspondencia con artistas e intelectuales de distintos continentes y difundiendo la poesía latinoamericana, en especial la obra de poetas de Chile. Argentina, Uruguay, Brasil, España, Francia, Italia, Inglaterra, Holanda, Suecia, Bélgica, Turquía, Portugal, Marruecos, fueron algunos de los países donde realizó presentaciones. 

Regresa a Chile en la década del 60, a vivir en una antigua casona del barrio Edén de Talca y participa activamente en la vida cultural de la ciudad, escribiendo reseñas literarias en el diario La Mañana, y colaborando con crónicas en el ámbito cultural. Los últimos años de su vida transcurren en Santiago, donde fallece un 21 de agosto de 1994 a la edad de 84 años.

 

DIJERON DE STELLA

En sus inicios literarios en Chile, su diálogo estuvo con autores como Julio Moncada, Nicomedes Guzmán, Oscar Castro, Gonzalo Drago, Ángel Cruchaga Santa María, y con el poeta de Rauco, fundador del Grupo Fuego de Poesía, Carlos René Correa. Él fue el primer autor que publica una crítica de Sombra en el Aire, primer libro de Stella. En el diario El Ilustrado, de Santiago, Correa menciona: “poemas cincelados con esmero, purificados de toda sombra, a pesar del nombre del libro. Poemas que cumplen de manera rigurosa su función de evocar, sugerir y emocionar.”

Más tarde vinieron críticas entusiastas en los alrededores rioplatenses, con opiniones de personajes como Roberto Giusti en Buenos Aires, director de la revista Nosotros, donde Stella publicó algunos poemas en esa época. En 1943, Giusti recuerda: “Stella Corvalán me trajo un día con gracia mimosa, con su ingenio travieso, con su campechana confianza, con sus raptos de alegría infantil y de misteriosa melancolía, un grato mensaje del alma chilena.”

Sus viajes a Buenos Aires se prolongan a Montevideo, donde llega a la casa de Juana de Ibarbourou en 1947, momento que marca un antes y un después en su trayectoria, pues sería su ventana a Europa. Sería difícil dar cuenta del periplo completo de Stella por los caminos del viejo mundo en los años que publicó y presentó casi todos sus libros. Sinfonía del viento (Madrid 1951) y Sinfonía de la Angustia (Madrid 1955) fueron sus obras de más resonancia en esos años. 

En 1956 los vientos la llevaron a Santiago de Compostela, donde se acercó al convento de San Francisco e ingresó a la Orden Tercera. En septiembre de ese año la presenta el Fray José Isorna en el periódico El Correo Gallego

“Cada fibra del universo resuena en las estrofas de esta sinfónica mujer, en forma de quejido, de canto, de plegaria y de éxtasis. Todo el Cosmos es propiedad del corazón iluminado e incandescente de esta “estrella” seráfica que desde las cimas radiantes de la pura poesía, deja caer sobre la angustia del mundo, el regalo luminoso de sus versos —temblorosos como estrellas, y fuertes como arcángeles.”

Cuando Stella regresa a Chile a inicios de la década del 60, es noticia en el diario local, pero no en la sección literaria, sino en la crónica policial: Al llegar junto a su tía de un largo periplo, encuentra su casa en la Villa Edén saqueada y su jardín convertido en una toma. Las autoridades tuvieron que intervenir para que su residencia fuera restituida… de esa manera la recibía Talca (que en mapudungun vendría a significar trueno), con un golpe de realidad. Ese mundo de desigualdades que vio en tantos países y que describió en su libro Humanidad, se había instalado en el paraíso vegetal dejado en su ciudad natal.

Ya reinstalada en la quinta, que llamó Villa Stella, colabora con diarios regionales, como lo confirman los archivos del diario La Mañana, donde en su columna titulada “Al compás de los días”, da cuenta de artículos escritos sobre autores contemporáneos como José Santos González Vera, Eliana Navarro, Carlos René Correa, entre otros, así como invita a exposiciones de pinturas, comenta obras de teatro, libros, o realiza recuerdos de ciudadanos ilustres. El año 1968 comienza a colaborar con el diario El Rancagüino, hasta los primeros años de la década del 70. Sin embargo, Stella nunca vuelve a publicar libros. Aunque anunció muchas veces sus inéditos: Sinfonía del Agua, Sinfonía del Fuego, Umbral del Llanto

Su poesía, más bien pasional, o panteísta, o mística, o surrealista, o de celebración de la naturaleza o la patria, o de conmoción por la humanidad; no alcanza a llegar a la esfera participantemente política, pero esa neutralidad parece tener consecuencias… Stella llegó a España cuando era reciente el exilio de intelectuales, artistas, profesionales, hacia otras latitudes, mientras Franco dominaba una España católica y autoritaria. Allí tuvo sus principales auditorios, publicó sus libros y organizó viajes por Europa y el norte de África. 

Primero fue “la novia del viento”, “la cristiana errante”, mientras era la joven fotogénica que se abría camino, luego “la triste y eufórica” o “la prodigiosa taumaturga”, pero más tarde fue “la que murió de ausencias”, la olvidada, la solitaria… adjetivos que comienzan a dominar en la década del ochenta, cuando vuelve a aparecer en periódicos realizando recitales poéticos en establecimientos educacionales. Invitada al auditorio del Colegio Médico de Concepción en 1988, la prensa local comentaba: “No muy conocida en Chile, por sus prolongadas ausencias del país, su obra ha sido reconocida más bien en el extranjero, donde se han referido a ella autores de relevancia y prestigio mundial.”

Su historia de publicaciones, reconocimientos y recitales por Europa y el norte de África, la siguen como un alma en pena. Los diarios mencionan más o menos los mismos autores: Juana de Ibarbourou, Pío Baroja, Giovanni Papini, Francis de Miomadre, Ramón Menéndez Pidal, Vicente Aleixandre, Dámaso Alonso, Camilo José Cela, comienzan a repetirse como certificado de que la autora tiene una estatura mundial que en Chile se desconoce. No hay acceso a sus publicaciones, casi todos sus libros fueron editados en el extranjero hace muchos años; no hay reediciones, no hay interesados en publicar lo inédito. Los libros que circulan en Chile son los que le quedan de saldo a la propia autora y que regala de cuando en cuando con una amplia dedicatoria a un literato conocido, o deja en una biblioteca, o vende. Así, en cada libro que circula va creciendo el mito de la desconocida. “Una leyenda que camina” la denominó el poeta Enrique Villablanca; epítetos y sobrenombres no faltaron para resaltar su noviazgo con un tiempo que ya fue.

Los últimos años de su vida son difíciles de seguir. El poeta Bernardo González recuerda que estando en el centro de Talca junto a Enrique Villablanca, en la década de los ochenta, la vieron alguna vez pasar vestida de blanco por la calle Uno Sur, con la vista algo perdida, “como la virgen de Notre Dame sobre los cielos de París…” o como aquella que presagiara en Sinfonía de la angustia: “No tiene ya dolor ni siente angustia / la maldad desató sus ligaduras / y la dejó tan libre, tan lejana, / como una de esas islas pavorosas / que a lo lejos se yerguen fantasmales.”

Su relación con Talca está marcada por los recuerdos de su infancia primero, luego por el apoyo brindado por la sociedad talquina, desempeñándose como cronista en la prensa local, siendo felicitada por sus logros de juventud incluso públicamente por alcaldes, pero aquello cambia a su edad madura por el desagravio y una cierta incomprensión. Hacia el final de su vida desliza la idea de que ha sido maltratada en la ciudad, habla de penas, desencantos, vejaciones, de desalmados, de bajas pasiones, de indefensión y de locura:

A menudo pienso que Talca ha sido siempre para mí la pequeña quinta que lleva mi nombre y que, por guardar tantas vivencias mías, es un imán que me incita a regresar, a pesar de las penas y desencantos que aquí he recibido y sigo recibiendo.” (Cervantes Libros, 1981)

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“Tenía razón Juana de Ibarbourou al decir que el nacer en Chile no fue bueno para mí, he sido últimamente vejada en la ciudad de Talca, a la que ya no me une ni un solo lazo de afecto y sí una quinta en donde se ha depositado el sumun de mis vivencias humanas y a la que algunos desalmados enturbian con sus bajas pasiones. No tengo allí quien me defienda y soy para muchos la “poetisa loca”. Ojalá volviera a nacerles en el futuro otra con la locura que a mí me atribuyen.” (Diario íntimo, 1983)

Pocos son los testimonios de sus últimos años, la prensa parece olvidarla, hasta que el 06 de enero de 1994, la escritora talquina Fanny Ross pregunta en un artículo del diario El Centro

“¿Qué pasó con Stella Corvalán? Hace mucho tiempo que no se la divisa por las calles de su ciudad. Caminaba, con bastante dificultad, agachadita, temblorosa, pero con el enorme orgullo de sentirse talquina y poetisa. El olvido y la ingratitud nos marcan siempre. (…) A Stella jamás se le hizo un homenaje. Ni siquiera se sabe de ella. ¿Dónde está? ¿Acaso esta mujer llena de fuego y de ternura ha sido borrada de los mapas poéticos?” 

Stella fallece un 21 de agosto de 1994 en Ñuñoa, Santiago, sin que nadie en Talca se enterara o fuera noticia en algún periódico.

Lo que pasa tras su muerte sigue alimentando su leyenda. Al no tener herederos o no hacerse pública su herencia, sus bienes materiales van desapareciendo, su Villa Stella es vendida a un precio irrisorio en un trámite dudoso (hoy allí se levanta un condominio), y voces de la ciudad trueno insisten en que perdió propiedades y bienes de modo bastante oscuro, como ya venía haciéndolo en vida. En la actualidad aparece el Estado, a través del Ministerio de Bienes Nacionales como “heredero” de la poeta, aunque declaran no conocer su obra literaria y sin poner aún la misma a disposición del patrimonio cultural común. Se trata de una obra huérfana sin regularizar. La ley 17336 permite utilizar la obra sin permiso en sus excepciones legales, para ocupar “pequeños fragmentos” que ilustren actividades educativas, o el “uso incidental y excepcional que no constituya una explotación encubierta”. El departamento Jurídico del Departamento de Derechos Intelectuales es claro en que las excepciones no calzan con el objetivo de editar un libro de la autora o publicar una antología y el Ministerio de Bienes Nacionales desconoce los procedimientos para facilitar la obra. De esa suma calamitosa su obra queda en un limbo legal que la mantiene fielmente en el olvido.

El 21 de agosto de este año se cumplieron 3 décadas de la muerte de la poeta, y sus archivos han ido saliendo a la luz, algunas veces literalmente desde bajo la tierra. Sus libros publicados en España, Uruguay, Italia; sus manuscritos originales y mecanografiados; correcciones, cartas, diarios íntimos, fotografías y libros inéditos se han conservado, restaurado y digitalizando gracias al trabajo minucioso del Centro de Documentación Patrimonial de la Universidad de Talca, para ponerlos a disposición de investigadores y estudiantes. Cada vez hay menos excusas para conocer la obra de Stella Corvalán y actualizar los juicios críticos o explorar regiones poco conocidas de su obra. Es de esperar que la burocracia estatal otorgue la categoría de patrimonio cultural común a su obra y que la poesía y prosa de Stella se pueda reeditar y difundir sin estar cometiendo un delito, y que no entre a ese Purgatorio de autores impublicables como Aristóteles España, Arturo Alcayaga, Enrique Villablanca, y otros tantos, gracias a una combinación de desidias personales e institucionales.

Nos queda la Stella lírica y pasional de sus primeros libros y de Sinfonía de la angustia, la Stella de vuelo panteísta de Sinfonía del viento, la poeta de gran sensibilidad y conocimiento natural de Memoria vegetal, la que ve el sufrimiento social en Humanidad, la mística de Jardín de piedra, la descriptiva de viajes de Carnet de horizontes, la fotógrafa de momentos breves, la retratista. Facetas resumidas por ella en “un grito, un canto, un rezo”, tres estados de la materia poética de Stella Corvalán. 

Por Felipe Moncada Mijic