Con diecisiete años, no puedes ser formal.
¡Diecisiete años!, ¡Noche de junio! -Te emborrachas.
La savia es un champán que sube a tu cabeza…
Divagas; y presientes en los labios un beso
que palpita en la boca, como un animalito.
Aventura
Rimbaud.
Escribo esto luego de mi dosis de Zolpidem, Olanzapina y Clotiazepam. Son las 2.30 de la mañana de un día martes y no puedo dormir a pesar de la ensalada de medicamentos que pasé con vino mientras leía poemas de Kerouac y escuchaba el saxofón de Genne Ammons fumando un tabaco tras otro pensando en mi obra. Tengo 30 años y vivo con mi padre. Tengo 30 años y tomo clotiazepam, clonazepam, olanzapina, lamotrigina, bupropion y zolpidem. De vez en cuando tomo tramadol y cuando la vida me sonríe tomo codeína con un poco de agua tónica. La marihuana me vuelve paranoico y la cocaína es demasiado buena como para ser cierta.
En menos de un mes vuelvo a vivir con mi amigo B, luego de una crisis nerviosa que me llevó directo a la casa de reposo de mi padre, como le pasó a Coltrane cuando se intentó desenganchar de la heroína. Tengo 30 años, escribo poesía y nadie me conoce. La verdad es que nunca pensé que llegaría a los 30. Tenía planeado mi suicidio a los 27 desde los 13 años. Alguna muerte heroica o algo así. No pasó nada de eso, pero me siento orgulloso de haber pasado el umbral de los 20.
¿Qué pasa después de los 25? Básicamente el romanticismo y el éxtasis ceden su lugar a la indolente y plana realidad. No hay ornamentos, la vida es lo que es y los sueños de la adolescencia se desvanecen inevitablemente y para todos. En esto la vida es justa, equitativa. Ley pareja no es dura. Como escritores siempre iremos reescribiendo o poniendo en palabras nuevas lo ya dicho, como si la poesía del futuro fueran solo notas al margen. Y luego hay que trabajar hasta morir.
Básicamente somos una sarta de profanadores de tumbas con cadáveres a cuestas pensando que somos únicos y originales, cuando ya todo está escrito y solo queda cambiar de posición las palabras y deformar un poco las imágenes. Decir esto de esta manera y decir esto otro de esta otra manera. Eliot mismo lo dice en su ensayo (que es como un balde de agua fría para los aspirantes a poetas o a los poetas que han pasado los 25 años): escribir no se trata de plasmar la personalidad particular de cada uno, porque básicamente a nadie le importa ni tu personalidad, ni tu vida, ni tus anécdotas o los sucesos o traumas que marcaron tu infancia. La poesía, según él, se trata de liberarse de la personalidad (como si la personalidad fuera una jaula, un trastorno) y de esas emociones adolescentonas del escritor primerizo, de su “impresionabilidad” e “inmadurez”. Pero, por cierto, sólo aquellos que tienen personalidad y emociones, saben lo que significa querer liberarse de estas cosas.
La verdad es que nunca me ha gustado Eliot. No entiendo la importancia de La tierra baldía ni la felicidad de ser castrado por Pound. Si algo le faltó a TS fueron cojones. Sus versos son como si meara de a pedazos por problemas a la próstata o si alguna infección urinaria le impidiera el flujo natural de su orina por el ardor de la uretra. Le faltó que alguien le dijera que también se podía escribir poesía en prosa, que se podía escribir libremente sin ser un colibrí descerebrado, como Lautreamont o Blaise Cendrars, entre otros amantes de la libertad.
En fin, gané 1 premio literario en mi vida y fue un segundo lugar. Me sentí bien. Gané dinero y me dijeron que iban a publicar el libro, pero el libro nunca se publicó y me gasté todo el dinero en un Night Club llamado Kaoma. Venía llegando de España luego de pensar que se podía vivir siendo poeta y mi regreso a Chile fue como un aterrizaje forzoso a la realidad. Mi amigo B me acogió en su departamento, en una de las esquinas más infernales de Santiago centro (ahora vive en otro lugar, alejado del ruido de las pipas de pasta base). Había yonquis, prostitutas y ladrones. Era imposible no empaparse de todo eso. Luego de mi experiencia en el primer mundo no quedaba nada más que hacer. Llegué frustrado y me sentía fracasado. Casi todos mis coetáneos que escribían poesía (que escribían seriamente poesía) estaban publicados en editoriales independientes chilenas o con publicaciones en el extranjero y estaban llenos de premios y becas del Estado. A mi apenas me podía reconocer mi madre luego de 3 años pensando que era una especie de poeta maldito o poeta beat sin timón y en el delirio. Llegué con unos 10 kilos menos, rapado como si acabase de salir de una sesión de electroshock, con la mirada dura y perdida (sí, había visto a Medusa directamente a los ojos, también había intentado tocar el sol pero se me derritieron las alas en el camino). Pero seguí escribiendo porque mi vida no encontraba otra razón de ser que esa. Cada uno encuentra la forma de justificar su existencia y la mía era a través de la poesía. Pasé 3 años intentando publicar un poemario (viviendo de la máxima de “vida y obra”, metiéndome en problemas voluntariamente para tener material para escribir, sufriendo como se supone que deben sufrir los poetas para alcanzar la iluminación, la flor en el fango, el viaje al fin de la noche) y jamás vio la luz. Claramente empecé a dudar si el libro tenía algún valor literario (todavía lo dudo). Mis amigos me animaban. Mi analista me decía que me tenía que acostumbrar a la idea de que quizás iba a ser de esos poetas póstumos o que simplemente no iba a llegar a leerme nadie más que mi perro. Luego le pagaba la sesión y me decía: recuerda que la falta es estructural. Era lacaniana y probablemente no había tenido sexo hace años porque pensaba que la relación sexual no existía. Que la vida es sufrimiento y que la causa del sufrimiento es el deseo. Etc…
Ahora tengo 30 años y vivo con mi padre y sigo escribiendo poesía. Aún no me publican y no hay nada que me haga pensar que me van a publicar en un futuro, a menos que chupe algunos penes por aquí y por allá, pero la verdad no estoy dispuesto a esa clase de humillación por ver mis poemas impresos en hojas de papel. ¿Qué quería decir T.S Eliot con que es imposible escribir después de los 25 sin aferrarse a la tradición, sin ser consciente de ella? Quería decir que el mundo se te viene encima y las ilusiones se desvanecen. El mundo real se hace cada vez más real y no hay escapatoria. El trabajo, el dinero, la enfermedad, la desilusión, las presiones sociales de estar siempre en estado de ascendencia, “avanzando”. Hay que escribir pensando que uno será el mejor y que será novedoso y que renovará todo el campo literario, pero esa mentira al final cansa y en realidad no es lo más importante. De hecho es una estupidez. Hay que escribir porque está la necesidad de escribir, como si fuera una necesidad fisiológica del espíritu. Si te publican o no eso ya pasa a segundo plano. Pero en el fondo creo que todos deberíamos tener una cuerda colgando de nuestros techos, cosa que nos recuerde cada mañana y cada noche que si queremos, la alternativa está ahí. Sería una opción bastante vitalista si lo miran de esa manera. Todos los días elegiríamos no morir a pesar de que todos los días morimos un poco más. Por eso hay que escribir con un cuchillo afilado sobre el escritorio, amenazando las venas de los brazos. Hay que escribir con una pistola cargada sobre la mesa, al lado de la taza de café, por si las ideas se nos escapan y nos quedamos en blanco, ejecutando un bello cuadro de Pollock sobre la muralla. Hay que escribir con 500 pastillas de paracetamol en el bolsillo, por si las fuerzas flaquean. Hay que escribir como si se estuviera huyendo de un auto sin chofer y sin frenos, a toda velocidad, desesperado por salvar la vida.
Ser viejo y escribir poesía debe ser un logro. Probablemente para los chicos de 20 o menos yo ya sea un viejo, un viejo anónimo y fracasado. He estado peor. Por ahora solo decirle a Eliot que sí se puede escribir poesía después de los 25, incluso después de los 30, pero que cada vez se hace más triste el oficio, cada vez más personal, cada vez más solitario, cada vez más inútil y ya se deja de pensar en la tradición o en los poetas que nos antecedieron y uno comienza a preocuparse por la degradación del cuerpo y lo alejado que uno está de los logros sociales y de las personas que alguna vez estuvieron cerca. Recuerdo algunas palabras de Buk, cuando reflexionaba que hubo un tiempo en que pensé que la poesía iba a mantenerme vivo, a mantener vivo a todo el mundo; los poemas de otros, los míos, cuadros, relatos, novelas, pensé que todo ello me ayudaría a seguir delante de manera que, cuando abriera el armario para agarrar la navaja, me afeitase con cuidado en vez de ir directo a la garganta. No, la poesía no nos salvó, quisimos creer que nos salvaría pero no nos salvó. Quizás solo le dio algún sentido a nuestras heridas.
Después de los 25 no se puede escribir con el mismo éxtasis que producían los primeros poemas, como si fuera una especie de speed, anfetamina, cuando todo era posible y no se pensaba en la tradición ni en las generaciones ni en publicar o ser reconocido. Uno escribía porque le nacía desde lo más profundo del espíritu. Era una descarga orgásmica incomparable. Uno quedaba con tercianas frente a la hoja de papel, teniendo la certeza de que había creado algo nuevo. Pero a fin de cuentas esa es la gracia del arte: su imposibilidad. Hay que imaginar a Sísifo feliz y no creerme nada de mi interpretación del ensayo de Eliot. Tampoco estoy de acuerdo con que la emoción del arte sea impersonal, tenemos ejemplos de sobra para disfrutar de la intimidad universal de los poetas confesionales y hacer uniones entre vidas y obras para enriquecer los escritos. No hay ningún problema con escribir desde el presente (¡Instante detente eres tan hermoso!). Cada vez hay más interés sobre los diarios de vida y los géneros literarios hacen el amor los unos con los otros como en una gran orgía de razas y sexos y orientaciones sexuales y edades. Eliot escribía sentado en su escritorio y probablemente nunca se emborrachó y despertó en la cama de una mujer desconocida, condición necesaria, sino imprescindible, para escribir un buen poema.
Cuando pequeño me preguntaba, luego de leer sus biografías, por qué la mayoría de los filósofos y los poetas o se volvían locos o se mataban. Ahora lo entiendo. Este mundo no es para ellos. Este mundo es para los que ganan dinero y se pueden dar el lujo de ahorrar y salir de vacaciones e invitar a una mujer a un restaurante. Este mundo es para los que tienen autos y segundas viviendas y trabajos estables donde ganan 4 veces el sueldo mínimo. Este mundo es para los que hacen deporte tres veces a la semana, comen sano y tienen una vida social activa. No hay ningún lugar para los soñadores en este mundo y en esta realidad. Y si aparece ese espacio, si aparece esa persona, llega otra rápidamente con una aguja a reventarle el globo. Así es la cosa. Pero no por eso vamos a dejar de escribir poesía, ¿no?. Pero convengamos que escribir poesía después de los 30 sin que te hayan publicado es un acto bastante masoquista, delirante y suicida, por lo bajo. Algo triste, también. Cándido. Eso solo puede terminar mal. Mejor dedícale ese tiempo a todo eso que hace normal a las personas normales. Son las 3:07 de la mañana. Ahora hay que intentar dormir porque mañana será otro día. Y mañana otro. Y mañana otro. Y así hasta el final. Pero a fin de cuentas hay que terminar con unas palabras de aliento. Ser poeta es una fantasía necesaria, porque las fantasías son necesarias. Y si alguien en este siglo te dice que vive como poeta, huye, huye rápido, ¡CORRE!, posiblemente sea un pedófilo encubierto, porque hoy en día nadie vive como poeta, hoy en día la gente se limita a escribir poesía y sobrevivir con trabajos precarios y deshumanizantes, a menos que seas un ricachón. Y escribir poesía es un ejercicio necesario, porque es la única forma de ejercitar el corazón luego de la desilusión de la realidad.
Por Rodrigo Ponce
Fotografía de Sophie Calle, de la serie Les Dormeurs.