Revisión de caso, la Villa San Luis de Las Condes.

 

En Los Espantos, estética y postdictadura Silvia Schwarzböck plantea lo que pudiera ser una de las preguntas fundamentales para nuestra reflexión política en vistas al futuro: ¿hasta qué punto se extiende hoy la victoria de la dictadura? O bien, ¿hasta qué punto nuestra democracia se circunscribe bajo ese paradigma presentándose, en continuidad con la dictadura, como postdictadura? Sin intención de dar una respuesta, este es el trasfondo del análisis que pretendo en este ensayo, siguiendo a Schwarzböck, de “pensar materialmente la ficcionalidad de lo dado” (13). Por su parte, la revisión del caso, el devenir de la Villa San Luis de Las Condes, es ejemplar para iniciar esta tarea y, siendo reiterativo al respecto, paradigmática al permanecer aún como posibilidad de ruptura en la historia. Política y memoria son los ejes clave con los que busco establecer el vínculo indisociable –infinitamente frágil, por estar hecho de tiempo, dirá Oyarzún (9)–, entre historia y justicia.

 

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Quién ha estado aquí/ mirando el fin de la calle/(…)/ No había casas/ no había sino un ruido/ pero no era un ruido/ sino el ruido de un río/ y quién estará/ en cien años más/ en el lugar que ahora llamo yo mi casa/ cuando yo no sea sino el silencio/ quién estará en un vacío rodeado por la noche/ sin saber nunca si aquí hubo casas o calles/ y nadie sino el ruido de un río silencioso podría recordarlo (Tellier 48).

La Villa San Luis de Las Condes fue un proyecto de integración social urbana que, al igual que Quimantú durante 1971 a 1973, rozaba con lo que Schwarzböck, desde nuestro presente, llama la vida verdadera. Ese orden social justo que reclama la organización revolucionaria en nombre del Pueblo, pero que tras el golpe permanece irrepresentable. Luego del horror, de la violencia de la dictadura y los desalojos constantes de las y los pobladores de la villa hacia las zonas periféricas de Santiago, esta vida –la vida verdadera– sigue siendo desconocida. Y así también lo es para quienes estuvieron ahí. “La vida de izquierda, [vivida en los albores de la patria socialista], no es más que el sentimiento de que la vida verdadera existe” (41), dirá la autora.

Fueron 116 familias las que permanecieron en la villa desde 1973 hasta el día en que la última pobladora se retiró en 2015. Luego de una serie de traspasos desde el Servicio de Vivienda y Urbanismo a Bienes Nacionales, y de Bienes Nacionales al Ejército, se perpetuó en democracia la operación que inició la dictadura con la venta ilegal de los terrenos a la Inmobiliaria Parque San Luis, dando pie a una nueva ola de desalojos; esta vez no con fusiles en las manos, sino billetes.

El deterioro de la materia, causado por el abandono forzado de los departamentos de hormigón armado que plasmaban el sueño de la vía chilena al socialismo, junta a la presencia de uno de los centros de negocios más importantes del país, Nueva Las Condes marca, en definitiva, lo que es hoy la villa, sitiada por esas grandes torres de cristal. Es la imagen de “lo que en democracia no se puede concebir de la dictadura (…) aquello que se vuelve representable: la victoria de su proyecto económico (…), la rehabilitación de la vida de derecha como la única vida posible” (Schwarszböck 24). La ruinificación y el futuro museo de la villa, en ese sentido, no se comprende sin la representación que adquiere la dictadura en democracia, como postdictadura, con la partición activa en la continuidad de sus prácticas de desaparición, como repetición de lo mismo.

Es Joaquín Lavín, defensor de Pinochet y alcalde la comuna, en 1997 posando para una fotografía del Mercurio, arriba de una retroexcavadora lista a derribar los edificios de la villa, o Joaquín Lavín en 2017 autorizando la demolición del último lote, el lote 18, cuando el comité de defensa de la Villa San Luis solicitaba al Consejo de Monumentos Nacionales declarar esos mismos cuatro blocks como monumento histórico nacional. Pero la manía de convertir la ruina en escombros, para que esta pierda legibilidad y borrar el acontecimiento que fue la Villa San Luis, se detiene por un “histórico acuerdo”.

La última pelea de la Fundación Villa San Luis (FVSL) para que los cimientos de lo que alguna vez fue una promesa de futuro no desaparecieran, terminó por sellar el devenir de su arquitectura, cifrada de tres formas: ruinas, escombros y patrimonio. Luego de la firma de todos los actores, Inmobiliaria Presidente Riesco, FVSL y el Consejo de Monumentos Nacionales, se buscará recuperar los vestigios del block 14, último block en pie de la villa, junto con la instalación en el mismo edificio de un museo memorial.

Tras la firma de este “histórico acuerdo” el presidente de la FVSL, Jaime Díaz Lavanchy, afirmó que en él “se concilian los intereses económicos de la constructora, los patrimoniales y la defensa de los derechos humanos que se merecen los pobladores desalojados” (El Mostrador, 30 de abril de 2021). La frase es única y acierta definitivamente a eso dado y paradojal que guarda la postdictadura. Vemos una contradicción política en la que los intereses económicos, poder al cual la dictadura sirvió, estrechan la mano con los mismos derechos que estos violaron. Por otra parte podemos agregar, como comenta Schwarzböck, que con la rehabilitación del Estado de derecho la izquierda adopta una visión positiva respecto a los derechos humanos. Pero al demandar por justicia para “los damnificados por derechos de sangre [olvida al mismo tiempo que] se hablará de una sociedad damnificada en sus derechos de propiedad” (60), lo que justamente es el caso de toda la historia de la Villa San Luis.

Por lo anterior, una reflexión moralizante del asunto, se decide rechazar el acuerdo entre la FVSL, la inmobiliaria y la institución estatal, probablemente denunciando “una farsa”. Sin embargo, en su rechazo se cumple el mismo gesto que identifica nuestra autora en la película La mujer sin cabeza de Lucrecia Martel. La injusticia que asecha a la democracia es un fantasma que al ser visto en este “histórico acuerdo” genera incomodidad, extrañeza. Con ello, seguimos las palabras que Lala le dirige a Vero en la película: “son espantos. No los mires y se van”. No asumir “lo dado” es rehuir de la victoria de la vida de derecha que determina una nueva semántica, un nuevo paradigma. Por el contrario, asumir la derrota y pensar la contradicción intrínseca de este acuerdo implica abordar la manera en que nuestro pensamiento, discurso y sensibilidad, es cooptado por este modo de representación, la estética política de una lengua de la derrota.

Paradojamente hablamos de derrota aun cuando –asumimos– no hubo guerra, una “derrota sin guerra”. Pero los vencedores tampoco pueden afanarse de su victoria pues, para la vigencia de la vida que instaura, deben callar mientras los vencidos hablan (Schwarzböck 62). No pueden pensar ni narrar su victoria y así tampoco podrán escribir la historia –triunfo y derrota para ellos. Y a pesar de que podamos ver con buenos ojos este acuerdo, la victoria simbólica y concreta de la dictadura es que la Villa San Luis esté ad portas de convertirse en un museo. Esta victoria, para los vencidos, en la lucha por la memoria, no transgrede ninguna frontera que no haya ya delimitado la dictadura; es el enemigo quien genera la estética de su enemigo.

Elizabeth Collingwood-Selby en El filo fotográfico de la historia nos advierte de igual forma al constatar que la inversión de la sentencia la historia la escriben los vencedores por la historia la escriben los vencidos, no es remedio suficiente para enmendar la injusticia que pesquisa la memoria en la historia. La pretensión de revivir una época o revivir la vida de izquierda en los albores de la patria socialista, es proceder a partir del historicismo empático que recusa Benjamin, por el olvido del transcurso ulterior de la historia, es decir, suspender la contemporaneidad de significados del presente y del pasado. Lo que ha vencido, plantea la autora, no se reduce a la historia oficial de las instituciones, sea cual sea, empatía con los vencidos o empatía con los vencedores, sino que “nombra también las categorías y los mecanismos de percepción, de interpretación y clasificación que (…) determinan y organizan epocalmente el régimen general de representación” (31); es el enemigo quien genera la estética de su enemigo, afirmaríamos nuevamente con Schwarzböck. De esta forma la victoria-derrota o derrota-victoria que media la dictadura en democracia, delimita una frontera de sentido que debemos remover más allá de lo solamente acontecido. Nos atenemos, ahora, a la tarea contra el olvido de lo inolvidable, por la memoria los futuros perdidos.

He aquí la contradicción de la historia:

Esta “debe recordar el pasado, pero el pasado que puede recordar no es entonces otra cosa que el presente mismo en la medida en que el presente rescata, como pasado, sólo los antecedentes en los que es capaz de reconocer los hitos de su propia canonización” (Collingwood-Selby 40).

Detrás de lo que reconoce el presente como su pasado, detrás de lo que el presente está dispuesto a reconocer como su propia consolidación, se encuentra lo verdaderamente excluido del pasado. Aquello que, a pesar de tener lugar, jamás pudo llegar a ser representado (Collingwood-Selby 25). Es lo no inscrito sobre ninguna superficie, sin registro, lo completamente otro que no pueden ni la historia ni la memoria y que toma la forma de lo inmemorial. El olvido de la desmemoria de la historia, sería en este caso el olvido de lo inolvidable, de lo radicalmente vencido. E inolvidable porque, carentes de inscripción, jamás pudieran llegar a ser recordados:

“Lo radicalmente vencido sería aquello que inevitablemente se sustrae a la posibilidad de ser voluntaria y conscientemente percibido, identificado, representado, preservado e incorporado a la trama narrativa de la historia y del conocimiento” (Collingwood-Selby 35).

“No hay historia sin memoria ni memoria sin algo que recordar” (Colingwood Selby 15), pero ¿cómo recordar lo que no puede ser recordado ni tampoco olvidado? Es esta la tensión entre historia y memoria a la que se enfrenta el museo de la Villa San Luis. Y en ella gravita la labor de la escritura de lo memorable –lo que el presente toma como antecedente y causa– y en hacer legible aquello que la propia escritura de la historia omite (Collingwood-Selby 234). Solo reconociendo la existencia de una distancia históricamente irreductible entre el acontecimiento que fue la Villa San Luis y su dimensión representacional (el museo memorial), generada por la omisión de la escritura, de aquello inolvidable inmemorial, nos trasladamos al límite de la experiencia del conocimiento de la historia y de la memoria, para dar con la experiencia del fin del testimonio, del testimonio en su fin.

Hablamos de futuro y perdido puesto que, en tanto futuro, se manifiesta no como una “utopía pasada” sino una “utopía en el seno de su pasado” (Déotte 291), es decir, por el acontecimiento de la promesa. Y, en ese mismo sentido, perdido, por un lado, al estar a la espera de ser descifrado y, por otro, al tener lugar pero no registro no determinamos cuándo. En esa dislocación temporal, recordando el poema de Tellier citado en un principio – “quién ha estado y quién estará aquí”–, la aparición espectral de un futuro perdido consiste, al contrario de una identificación del presente con su pasado, en la interrupción del curso continuo de la historia. Con ello, el asombro abre una discontinuidad en el paradigma de la derrota que, diríamos con Nelly Richard, activa la experiencia crítica “del espectador que [lleva] a la memoria a curarse por la vía de la disociación” (235) y se proyecta “la tragedia de lo ilimitado de la pérdida” (238) para leer lo que aún no ha sido escrito. En la idea de un futuro perdido, como exceso de vida –de la vida de izquierda– que se resiste a desaparecer, depende, finalmente, la política estética del Museo Memorial de la Villa San Luis para contrarrestar el régimen de representación que lo delimita.

Bibliografía:

Benjamin, Walter. Trad. Pablo Oyarzún, La Dialéctica En Suspenso: Fragmentos Sobre Historia. Santiafo, Chile. LOM, 2009.

Collingwood-Selby, Elizabeth. El filo fotográfico de la historia. Walter Benjamin y el olvido de lo inolvidable. Santiago, Chile. Metales Pesados, 2009.

El Mostrador. Firman histórico acuerdo para ex Villa San Luis y lanzan concurso público de arquitectura para nuevo memorial. 30 de abril, 2021; medio digital: https://www.elmostrador.cl/dia/2021/04/30/firman-historico-acuerdo-para-ex-villa-san-luis-y-lanzan-concurso-publico-de-arquitectura-para-nuevo-memorial/

Richard, Nelly. Critica De La Memoria: (1990-2010). Universidad Diego Portales, 2010.

Schwarzböck, Silvia. Los espantos: estética y postdictadura. Buenos Aires, Argentina Cuarenta Ríos, 2015.

Tellier, Jorge. Quién ha estado aquí en El árbol de la memoria y otros poemas. LOM,

2000.

Por Joaquín Pinto Godoy

Créditos fotografías

(1) Extraída del documental Villa San Luis: la consagración de la pobreza de Jaime Díaz. Villa San Luis 1972.

(2) Extraída del archivo personal de Miguel Lawner en el ensayo La Villa San Luis, lugar de olvido y memoria (Chiara, María y Pulgar, Claudio). Villa San Luis 1972.

(3) Tomada por el autor; fotografía análoga 120 mm. El último bloque en pie de la Villa San Luis (2021).
(4) Extraída de Plataforma Arquitectura (https://www.plataformaarquitectura.cl/cl/tag/villa-san-luis).
(5) Tomada por el autor; fotografía digital. Bloques de la Villa San Luis luego de la demolición (2017).